El trastorno menstrual del que poco se habla y que afecta a muchas mujeres
El Espectador habló con Shalene Gupta, autora del libro “El Ciclo”, que habla sobre el trastorno disfórico menstrual, una enfermedad poco conocida que afecta a entre el 3 % y 8 % de todas las mujeres que menstrúan en el mundo. Los síntomas son depresión, ansiedad e, incluso, ideaciones suicidas que interfieren con su diario vivir.
Luisa Fernanda Orozco
Durante mucho tiempo, la periodista Shalene Gupta pensó que no sabía manejar sus emociones. Relaciones personales y compromisos laborales se veían afectados por los radicales cambios de humor que tenía cada mes. Así vivió durante años en los que se convenció de que no podía controlarlo, hasta que en 2020 recibió un diagnóstico con una enfermedad que desconocía: el trastorno disfórico premenstrual (también llamado TDPM), una patología que, en pocas palabras, provoca cambios severos en el estado de ánimo de una mujer antes de que comience a menstruar.
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Durante mucho tiempo, la periodista Shalene Gupta pensó que no sabía manejar sus emociones. Relaciones personales y compromisos laborales se veían afectados por los radicales cambios de humor que tenía cada mes. Así vivió durante años en los que se convenció de que no podía controlarlo, hasta que en 2020 recibió un diagnóstico con una enfermedad que desconocía: el trastorno disfórico premenstrual (también llamado TDPM), una patología que, en pocas palabras, provoca cambios severos en el estado de ánimo de una mujer antes de que comience a menstruar.
Según un estudio publicado en la revista académica BMC, el TDPM afecta entre el 3 % y el 8 % de las mujeres en todo el mundo, con un agravante: en el 70 % de los casos, las ideas suicidas son uno de los síntomas. De hecho, por cada tres personas con TDPM, al menos una ha intentado suicidarse, según dice Gupta en su reciente libro, “The Cycle” (“El ciclo”).
The Cycle fue publicado en febrero pasado, tras varios meses de investigación que comenzaron cuando Gupta recibió el diagnóstico de TDPM. Ella, una periodista que ha colaborado regularmente con medios de comunicación como ESPN, el Harvard Business Review y la prestigiosa revista TIME, de Estados Unidos, comprendió que lo que le pasaba cada mes era, en realidad una enfermedad, sobre la que no tenía ningún tipo de control, le resumió a El Espectador, desde su casa en Boston.
Para escribir el libro, revisó una serie de artículos científicos que analizaban casos de mujeres en países como Estados Unidos, Reino Unido, Australia, India y México. También hizo más de 100 entrevistas para recopilar testimonios profesionales y personales que siempre se remontaban a otra condición: el síndrome premenstrual, un espectro que abarca cerca de 150 síntomas físicos y psicológicos que afectan a las mujeres que menstrúan: desde cambios en su estado de ánimo, hasta dolores de cabeza, aumento de apetito y pérdida de interés en actividades cotidianas.
Aunque el síndrome premenstrual puede ocurrir en cualquier etapa del ciclo, es más usual que suceda cinco días antes de que comience el sangrado y que desaparezca varios días después. Las estimaciones indican que entre el 20 % y el 50 % de mujeres que menstrúan en todo el mundo lo experimentan. “Lo que se entiende del síndrome premenstrual es que algunas personas pueden estar más sensibles o experimentar cambios de humor antes y durante su periodo. Además, ha sido usual que, para controlarlo, aprendamos hábitos que nos enseñan familiares, amigas y profesionales de la salud. Varios de ellos son hacer ejercicio, evitar la comida chatarra, la cafeína y el alcohol”, dice Gupta.
La gran diferencia, sin embargo, es que el trastorno disfórico premenstrual no puede controlarse con ninguna de las medidas anteriores. “No hay manera de que, por ejemplo, puedas hacer yoga hasta que se te quite la ansiedad, la irritabilidad o la depresión del TDPM”, explica la periodista.
Ahora bien, a diferencia de la gran cantidad de síntomas que podrían estar dentro del espectro del síndrome premenstrual, el trastorno disfórico presenta unos muy específicos, establecidos por el Manual Diagnóstico Estadístico de los Trastornos Mentales (o DMS, por sus siglas en inglés), que es la guía que los profesionales de la salud utilizan para sus diagnósticos. En él, se señala que una mujer con TDPM presenta al menos cinco de los siguientes síntomas: depresión, ansiedad, ira/irritabilidad, cambios de humor, disminución en el interés en las actividades, dificultad para concentrarse, letargo, sensación de abrumación, cambio en los patrones de sueño y en el apetito, además de sensaciones físicas como sensibilidad en los senos, hinchazón, y dolor muscular o articular.
Los síntomas, según lo explica Gupta en su libro, deben ser lo suficientemente graves como para interferir con la vida cotidiana de la mujer: su estudio, su trabajo, e, incluso, sus relaciones personales. Suelen aparecer la semana antes de que comience la menstruación y desaparecer una semana después de que termina el sangrado. “Pero todavía hay muchos vacíos”, afirmó Gupta, que explica que las expertas que han estudiado el tema desde hace décadas tienen opiniones divididas: algunas piensan que el síndrome premenstrual y el TDPM son polos opuestos. Otras creen que no hay binarios, sino un espectro mucho más amplio con condiciones que no encajan del todo con ninguna de las dos condiciones. “Por ejemplo, muchas mujeres pasan gran parte de sus vidas entre una especie de limbo, con síntomas que no corresponden del todo al síndrome premenstrual o al TDPM”, explica Gupta.
¿Un problema de señal?
Entre las científicas entrevistadas por Gupta, tal vez la más destacada es la doctora Tory Eisenlohr-Moul, profesora de psiquiatría en la Universidad Illinois de Chicago, en Estados Unidos, y una de las investigadoras más reconocidas de su país en el campo de los desórdenes menstruales.
Gupta admitió que, al principio, le resultó muy difícil comprender por qué sucedía ese trastorno en el cuerpo, y la doctora Eisenlohr-Moul se lo explicó de una manera muy sencilla que nos remonta a las hormonas, las mensajeras químicas del cuerpo que hacen que ocurran cierto tipo de procesos. Por ejemplo, las dos hormonas principales involucradas en la menstruación son la progesterona y los estrógenos, asociadas al desarrollo sexual y reproductivo, pero también a la regulación de la masa corporal, la salud cardiovascular, características de la apariencia física y demás.
Según la explicación que da la doctora Eisenlohr-Moul, podemos pensarlo de la siguiente manera: existe un receptor, llamado GABAA, que funciona como un teléfono especial en el cerebro. Él recibe los niveles de progesterona que aumentan en el cuerpo una semana antes de que comience la menstruación, y que además producen otra hormona clave para reducir la depresión y la ansiedad, llamada allopregnanolona. Cuando estos mensajes llegan al “teléfono” del cerebro, se supone que nos ayudan a sentirnos bien y mantener un buen estado de ánimo. Pero, para las personas con TDPM, esto podría ocurrir de manera diferente: es como si el “teléfono” tuviera problemas y, en lugar de hacernos sentir bien, nos hace sentir más ansiosas, tristes, enojadas o incluso con pensamientos suicidas.
Ahora, respecto a las ideaciones suicidas, es importante mencionar el rtículo publicado el pasado 19 de marzo de 2022 en la revista de psiquiatría BMC, del que la doctora Eisenlohr-Moul fue autora principal. En él, se encuestó a 2.689 personas, de las cuales 599 (o sea el 23 %) tenían el trastorno disfórico premenstrual. De esa última cifra, se concluyó que el 70 % de participantes habían tenido algún tipo de ideación suicida durante toda su vida; el 42 % habían tenido la intención de quitarse la vida; el 49 % lo habían planificado; y el 34 % lo había intentado.
Sin embargo, la doctora Eisenlohr-Moul fue enfática al decir que no hay certeza de los motivos por los cuales algunas personas con TDPM tienen ese tipo de pensamientos y comportamientos suicidas, “aunque los resultados hablan por sí mismos, y muestran claramente que algunas mujeres con el trastorno han pensado, e intentado, quitarse la vida. Por ahora, solo podemos esperar a que se realicen más investigaciones que puedan explicar qué es lo que sucede a nivel hormonal, para así establecer mecanismos de prevención”, detalló Gupta.
La normalización del dolor
Actualmente, la única manera de tratar el trastorno disfórico premenstrual es a través de medicación, como pastillas anticonceptivas o que regulan los niveles de serotonina, más conocida como la hormona de la felicidad. Pero hay muchas barreras antes de que una mujer pueda acceder a la medicación, y la principal es recibir el diagnóstico adecuado en primer lugar. De hecho, y según las expertas que Gupta consultó, podría tomar alrededor de 12 años ser diagnosticada con TDPM.
Esto no ocurre porque la enfermedad sea desconocida. De hecho, existen indicios de ella desde 1950 y, aunque fue incluida en el DMS hace una década, ha desatado todo tipo de debates médicos que aún siguen inconclusos: desde los síntomas que deben ser tenidos en cuenta para su diagnóstico, hasta qué tan similar podría ser al síndrome premenstrual. “La verdadera dificultad”, agrega Gupta, “es que no se le haga la suficiente divulgación por parte del personal de salud, el sistema educativo o, incluso, los medios de comunicación”.
Esto sucede porque, según ella, ese tipo de temas, los de salud sexual y reproductiva asociados a la menstruación, usualmente solo le preocupan a las personas a las que les llega el periodo. Y, por ejemplo, puede que cuando una mujer llegue con síntomas muy específicos de TDPM al consultorio médico, ese profesional de salud no cuente con la suficiente especialización en el tema para hacer un diagnóstico certero e, incluso, desconocer la existencia misma del trastorno.
“Hay algunas mujeres que permanecen durante todas sus vidas sin recibir un diagnóstico acorde a lo que sienten”, explicó Gupta. “Y a eso, debemos agregarle la vergüenza que todavía genera el hecho de menstruar. Aunque durante las últimas décadas ha aumentado la educación sexual sobre el tema, aún hay muchas comunidades donde continúa siendo un tabú. Verbalizar los síntomas y acudir al doctor es motivo de pena”.
Otro reto estaría en la manera en que los profesionales recetan el tratamiento. Si bien hay dos vías principales, que son las pastillas anticonceptivas y los inhibidores de serotonina, su efecto puede variar según el organismo de quien las ingiera. En cuanto a las anticonceptivas, el doctor Pedro Martínez, cabeza de la Clínica Reproductiva Psiquiátrica del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, le confirmó a Gupta que, aunque algunas mujeres las toman y no presentan síntomas secundarios significativos, otras sí manifiestan cambios sustanciales en su masa corporal, piel, cabello y apetito. Incluso, y según Martínez, varias experimentan mareos y náuseas fuertes que interfieren con su vida diaria, aunque ese porcentaje sea pequeño.
A eso debe agregársele que tanto Martínez como Eisenlohr-Moul coincidieron en que es más probable que a una mujer le receten pastillas anticonceptivas cuando acude a una consulta médica por problemas con su ciclo menstrual, “cuando tal vez lo que deberían recetar en primer lugar serían pastillas psiquiátricas, como los inhibidores de serotonina, pero ahí es necesario conocimiento médico y análisis más minuciosos que no todos los centros de salud quieran llevar a cabo”, explicó Gupta. De hecho, y como también se explica en el libro, es más fácil que una mujer obtenga inhibidores de serotonina al decir que está deprimida y no porque tenga síntomas que puedan asociarse al TDPM.
Además, hay otro punto que ha generado controversia, sobre todo en los diferentes feminismos que existen. En palabras de Gupta, la discusión puede resumirse, a grandes rasgos, en dos direcciones: la primera es lo que llama normalización del dolor; el hecho de que las mujeres deban presentarse ante la sociedad como personas fuertes que, sin importar los síntomas que tengan durante la menstruación, son funcionales en sus trabajos y relaciones interpersonales. La otra dirección aborda el temor de que, una vez se haga más divulgación sobre la existencia de trastornos premenstruales como el TDPM, se crea que “las mujeres son más débiles que los hombres”, o que “rinden menos que ellos en el trabajo”.
Para Gupta, la solución está en encontrar puntos medios. “Aceptar que sí, tenemos una realidad biológica diferente a los hombres, pero no permitir que por ese motivo el mundo nos mire desde una perspectiva que nos incapacite. Lo que debería existir es la posibilidad de recibir el diagnóstico y el tratamiento adecuado para vivir nuestras vidas con regularidad, entendiendo nuestros cuerpos y tomando nuestras propias decisiones sobre él”, dijo.
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