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El dolor es una sensación desagradable que todo ser vivo que posee un sistema nervioso puede experimentar. Su función es advertir de un problema o lesión en una zona del organismo.
En los tejidos corporales como la piel, el músculo o el tejido conectivo, se encuentran unas fibras nerviosas y unos receptores, llamados nociceptores, encargados de detectar estas percepciones sensoriales.
Un reciente estudio, publicado en Nature, utiliza las toxinas –sustancias producidas por células vivas de organismos vivos– del veneno de una tarántula para lograr entender cómo percibimos el dolor.
Gracias a la llamada Hm1a, una toxina presente en el veneno de las tarántulas de la especie Heteroscodra maculata, los investigadores de la Universidad de California (EE UU) hallaron que un canal de sodio dependiente de voltaje, concretamente el Nav1.1, juega un papel importante en la trasmisión del dolor mecánico.
Estos canales son proteínas transmembrana –atraviesan en forma de poro la bicapa lipídica– que permiten el paso de iones sodio por la pared celular, y son usados por los nociceptores para iniciar los impulsos eléctricos que señalan el dolor.
Aunque el papel del canal Nav1.1 en el dolor no había sido bien estudiado, las mutaciones que afectan a su función han sido asociadas con trastornos del sistema nervioso central tales como epilepsia, el autismo y la enfermedad de Alzheimer.
En esta investigación, los autores hallaron que el canal actúa frente a la hipersensibilidad al tacto (dolor mecánico) que sufrían los ratones al ser afectados por la toxina, pero no ante el dolor térmico ni a la inflamación.
Además, encontraron una relación entre el canal NaV1.1 y el dolor abdominal que causa el síndrome de colon irritable, debido a que las fibras nerviosas del intestino de los ratones se expresaban también en esta proteína y eran altamente sensibles a la toxina.
Según los autores este hallazgo puede tener un potencial en futuras aplicaciones para el descubrimiento de nuevos tratamientos contra trastornos del sistema nervioso central.