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                                                                                                                                En memoria de Valentina Tamayo Pinzón: la contemplación en la muerte

                                                                                                                                Reflexión sobre la pérdida de personas muy cercanas y cómo impacta nuestras vidas.

                                                                                                                                Jesús Esteban Montes Pinzón / Especial para El Espectador

                                                                                                                                La estudiante Valentina Tamayo Pinzón murió atropellada por una motocicleta.
                                                                                                                                Foto: Archivo Particular
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Luego pasó alrededor de una década antes de que la muerte volviera a tocar a nuestra puerta. Mis días transcurrían felizmente entre guerras de agua y tardes de vallenato hasta que una hermana de mi padre llegó con su hija recién nacida a pasar unas semanas con nosotros en Bogotá. Y ella, que había nacido en Aránzazu, decidió un día tomarse de un solo trago toda una botella de detergente. De repente, la casa se colmó de las mismas almas y ojos llorosos de aquel 5 de julio en el hospital.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Me refugié en mi abuela, quien por esos años vivía en nuestra casa. Recuerdo con mucho cariño las tardes en que comíamos empanadas en la esquina del parque, o cómo, al despertarme, aunque tuviera los ojos llenos de lagañas y el pelo alborotado, me miraba y me decía: “Se levantó el rey”. Con su muerte, causada por un aneurisma, entendí que me decía aquella frase porque ella ya estaba dejando su reino.

                                                                                                                                Por honor a todos mis muertos, debo también mencionar que me he vestido de negro por mis dos abuelos, por el hermano de una amiga, por varios tíos abuelos, por un amigo y por el rector del colegio en el que estudiaba. A todos les honro sus vidas y las enseñanzas que me dejaron con sus partidas.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Pasó un año y, al terminar la universidad, empecé a trabajar y a ganarme un sueldo. Entendí que había llegado el momento de pagarme yo mismo mi arriendo y mis cosas. Por eso, escogí a Vale (Valentina Tamayo Pinzón), mi prima, a quien consideraba una hermana, para formar un hogar. Nos trasteamos a finales de enero esperando vivir juntos durante muchos años. Pero esos planes se desbarataron y sólo vivimos juntos tres meses. Ahora, viéndolo todo en retrospectiva, cayendo en la irresistible tentación de asignarles significados mágicos a los hechos de la vida cotidiana, creo que todo andaba raro. Tanto que aquel jueves en que su cabeza se estrelló contra el pavimento después de que una imprudente moto la embistiera, la tierra crujió en el corazón de los santanderes. Quizás la Mesa estaba acomodándose para recibir a un santo más.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El último fin de semana junto a ella vimos Rudo y Cursi y Tu mamá también. En la primera película, la moraleja giraba en torno a la relatividad de los hechos y a la importancia de la toma de decisiones; la segunda era una apología al disfrute de la vida a pesar de la muerte, el sufrimiento y la vulnerabilidad. Fue en esa relatividad de la decisión que murió Vale: al cruzar la calle, ella escogió ir hacia su derecha y el motociclista hacia su izquierda. Y aunque así se vacío el futuro de Vale, me reconforta saber que, poco antes de morir, dejó plasmadas en las páginas de su diario las ideas surgidas de las conversaciones que tuvimos después de ver aquellas películas:

                                                                                                                                Hoy quiero dar gracias al ser mujer, a la construcción colectiva, a las vivencias desde la vulnerabilidad, que muchas veces son compartidas. Honro a las mujeres en mi vida, honro a las ancestras y honro mi proceso acompañado por todas ellas. Qué feliz me hace repensar el proceso, el sistema, qué feliz me hace la construcción.

                                                                                                                                Amo mi vida.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El jueves 16 de marzo, a mis veintisiete años, murió una de las personas con mayor energía, vehemencia y lucidez que he conocido. La humanidad perdió una persona íntegra, que llevaba una vida en la que balanceaba cuidadosamente su espiritualidad y su compromiso con las luchas sociales. El día de su funeral, el cielo se entristeció: fue tan dura la pérdida que Zeus descargó toda su rabia frente a nuestros ojos, y Poseidón lloró tanto que sus lluvias se convirtieron en pequeñas piedras blancas que inmovilizaron media ciudad.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Con la muerte de Vale murió esa parte de mí que solo existía en relación con ella. Nunca volveré a hablar, a sentir, a nadar y a reír como lo hice con ella. Esa parte de mí yace ahora al lado de su cuerpo; el luto no es solamente por Vale: es por mí y por lo que fui con ella. Porque sé que no volveré a entonar un “yuju” de la misma manera en que lo entonaba con ella, porque sé que no volveré a decir “holaa, holaa” con la misma cadencia y ternura al llegar a casa cada tarde, porque sé que no volveré a competir en los juegos como lo hacía con Vale, porque sé que no volveré a trotar los mismos kilómetros junto a ella. Porque sé que muchas de mis preguntas quedarán para siempre sin respuesta.

                                                                                                                                La muerte me ha empujado a la contemplación, y gracias a ella puedo pensar en muchas cosas en las que antes no pensaba. Es curioso, pero mi mente está tan dispersa como clara. La muerte ha estado siempre a mi lado: en mi nacimiento, en mi niñez, en mi adolescencia, en mi juventud. Ahora entiendo que, con la muerte de Vale, mi juventud también murió. Lo que nunca imaginé es que entraría de lleno en la adultez con esta profunda sensación de injusticia, inconformismo y vacío.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La vida adulta puede ser injusta, pero no podemos perder el sentido de la armonía y de la empatía por los otros y por nosotros mismos. Así debemos asumirla para intentar transformarla.

                                                                                                                                La estudiante Valentina Tamayo Pinzón murió atropellada por una motocicleta.
                                                                                                                                Foto: Archivo Particular
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Luego pasó alrededor de una década antes de que la muerte volviera a tocar a nuestra puerta. Mis días transcurrían felizmente entre guerras de agua y tardes de vallenato hasta que una hermana de mi padre llegó con su hija recién nacida a pasar unas semanas con nosotros en Bogotá. Y ella, que había nacido en Aránzazu, decidió un día tomarse de un solo trago toda una botella de detergente. De repente, la casa se colmó de las mismas almas y ojos llorosos de aquel 5 de julio en el hospital.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Me refugié en mi abuela, quien por esos años vivía en nuestra casa. Recuerdo con mucho cariño las tardes en que comíamos empanadas en la esquina del parque, o cómo, al despertarme, aunque tuviera los ojos llenos de lagañas y el pelo alborotado, me miraba y me decía: “Se levantó el rey”. Con su muerte, causada por un aneurisma, entendí que me decía aquella frase porque ella ya estaba dejando su reino.

                                                                                                                                Por honor a todos mis muertos, debo también mencionar que me he vestido de negro por mis dos abuelos, por el hermano de una amiga, por varios tíos abuelos, por un amigo y por el rector del colegio en el que estudiaba. A todos les honro sus vidas y las enseñanzas que me dejaron con sus partidas.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Pasó un año y, al terminar la universidad, empecé a trabajar y a ganarme un sueldo. Entendí que había llegado el momento de pagarme yo mismo mi arriendo y mis cosas. Por eso, escogí a Vale (Valentina Tamayo Pinzón), mi prima, a quien consideraba una hermana, para formar un hogar. Nos trasteamos a finales de enero esperando vivir juntos durante muchos años. Pero esos planes se desbarataron y sólo vivimos juntos tres meses. Ahora, viéndolo todo en retrospectiva, cayendo en la irresistible tentación de asignarles significados mágicos a los hechos de la vida cotidiana, creo que todo andaba raro. Tanto que aquel jueves en que su cabeza se estrelló contra el pavimento después de que una imprudente moto la embistiera, la tierra crujió en el corazón de los santanderes. Quizás la Mesa estaba acomodándose para recibir a un santo más.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Hoy quiero dar gracias al ser mujer, a la construcción colectiva, a las vivencias desde la vulnerabilidad, que muchas veces son compartidas. Honro a las mujeres en mi vida, honro a las ancestras y honro mi proceso acompañado por todas ellas. Qué feliz me hace repensar el proceso, el sistema, qué feliz me hace la construcción.

                                                                                                                                Amo mi vida.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El jueves 16 de marzo, a mis veintisiete años, murió una de las personas con mayor energía, vehemencia y lucidez que he conocido. La humanidad perdió una persona íntegra, que llevaba una vida en la que balanceaba cuidadosamente su espiritualidad y su compromiso con las luchas sociales. El día de su funeral, el cielo se entristeció: fue tan dura la pérdida que Zeus descargó toda su rabia frente a nuestros ojos, y Poseidón lloró tanto que sus lluvias se convirtieron en pequeñas piedras blancas que inmovilizaron media ciudad.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Con la muerte de Vale murió esa parte de mí que solo existía en relación con ella. Nunca volveré a hablar, a sentir, a nadar y a reír como lo hice con ella. Esa parte de mí yace ahora al lado de su cuerpo; el luto no es solamente por Vale: es por mí y por lo que fui con ella. Porque sé que no volveré a entonar un “yuju” de la misma manera en que lo entonaba con ella, porque sé que no volveré a decir “holaa, holaa” con la misma cadencia y ternura al llegar a casa cada tarde, porque sé que no volveré a competir en los juegos como lo hacía con Vale, porque sé que no volveré a trotar los mismos kilómetros junto a ella. Porque sé que muchas de mis preguntas quedarán para siempre sin respuesta.

                                                                                                                                La muerte me ha empujado a la contemplación, y gracias a ella puedo pensar en muchas cosas en las que antes no pensaba. Es curioso, pero mi mente está tan dispersa como clara. La muerte ha estado siempre a mi lado: en mi nacimiento, en mi niñez, en mi adolescencia, en mi juventud. Ahora entiendo que, con la muerte de Vale, mi juventud también murió. Lo que nunca imaginé es que entraría de lleno en la adultez con esta profunda sensación de injusticia, inconformismo y vacío.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La vida adulta puede ser injusta, pero no podemos perder el sentido de la armonía y de la empatía por los otros y por nosotros mismos. Así debemos asumirla para intentar transformarla.

                                                                                                                                Por Jesús Esteban Montes Pinzón / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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