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La doctora Leidy Henao ya lleva 10 años trabajando como ginecóloga. Pero durante los últimos meses, comenta, el motivo de consulta por el que se acercan las mujeres ha cambiado: llegan con un estado nutricional deteriorado que no era tan frecuente antes. Su experiencia es parte de un síntoma social que se viene agudizando en Colombia desde que empezó la pandemia por coronavirus: el hambre. No es ninguna coincidencia que mientras la doctora Henao empezó a reportar estos casos en el hospital en el que trabaja, en Manizales, cientos de trapos rojos aparecieron en las ventanas de las personas más vulnerables del país como un grito de ayuda para que se supiera que estaban pasando hambre. (Le puede interesar: Trapos rojos para pedir ayuda económica en Colombia)
Con el COVID-19, quizá la crisis sanitaria más importante que se ha vivido en la historia reciente a escala mundial, también llegó un reto para la seguridad alimentaria. En julio de 2020, cuando aún no estábamos seguros por cuánto podría extenderse la pandemia, Naciones Unidas advirtió que en América Latina y el Caribe el hambre podría aumentar en un 269 % en los siguientes meses. Lo que quiere decir que unos 16 millones de personas no estarían seguras de poder comer al día siguiente. Esa cantidad, antes de iniciar la pandemia, en 2019, solo llegaba a 4,3 millones. (Le sugerimos: Una pandemia de hambre amenaza a Latinoamérica)
En Colombia el panorama ya no es una predicción, sino que miles de personas lo están viviendo. Juan Carlos Buitrago Ortiz, director de la Asociación de Banco de Alimentos de Colombia (Abaco), asegura que la situación del hambre en el país es crítica. “Según cifras del Programa Mundial de Alimentos, en Colombia, en este momento tenemos siete millones de personas con un consumo insuficiente de alimentos. Es decir, personas que están comiendo menos porciones o que están disminuyendo la cantidad de comidas. En cualquiera de los casos no satisfacen los requerimientos calóricos que se necesitan al día”, afirma. Además, Buitrago llama la atención sobre otra cifra alarmante: hoy hay 2,7 millones de personas que tienen hambre crónica en el país.
En los últimos días, con el paro nacional, que hoy cumple 13 días, la problemática del hambre en el país volvió a ganar protagonismo. Las noticias sobre desabastecimiento de alimentos se han tomado los titulares de los medios y algunos sugieren que las alzas en los precios de la comida, causados por los bloqueos que se han generado en algunas regiones, podrían incrementar los niveles de hambre que existen en Colombia. (Lea también: “Comida sí hay, déjenla pasar”: el llamado para evitar el desabastecimiento)
Parte de la preocupación es lógica -y necesaria-. Importantes plazas de mercado como Corabastos han reportado hasta un 50 % menos de ingreso de carga de alimentos y entidades como el DANE han confirmado que entre la semana del 1° al 7 de mayo subieron los precios de verduras, frutas y tubérculos en el país. Pero, aunque la relación podría parecer obvia, ¿es posible asegurar que el desabastecimiento por el paro nacional está agudizando la crisis del hambre?
La respuesta corta, según varios expertos consultados, es que aún no ha pasado suficiente tiempo para poder dar una respuesta concreta. Por ejemplo, para el economista Roberto Angulo plantear esta relación resulta bastante extraño, pues “llevamos incubando hambre un año como para decir que es culpa del paro”. “Colombia siempre ha tenido una pobreza relativamente alta para su PIB, y el COVID-19 disparó la pobreza extrema de 9,6 a 15 %. Seis puntos de pobreza extrema adicionales en un año, eso es como regresar casi 20 años en el tiempo”.
Para Buitrago, director de Abaco, se trata de una discusión que, más allá del paro nacional, debe articular un elemento clave: el desperdicio de comida. “En Colombia se bota la comida”, comenta. Según cifras de la organización de la que él es parte, en el país se están desperdiciando 9,7 millones de toneladas de comida al año. “Suficiente para darles de comer a ocho millones de personas, es decir, a todo Bogotá durante un año o a ocho departamentos de La Guajira completos durante todo un año”.
Y aunque reconoce que la obstrucción de la vía sí ha aumentado el desperdicio de alimentos, señala que las cifras antes mencionadas se dan en circunstancias normales en el país. Otro dato importante que menciona, y que ayuda a dimensionar lo que ha venido sucediendo en Colombia desde antes del paro, es que, según datos de 2020, 21 millones de colombianos viven en pobreza monetaria, es decir, no tienen cómo comprar una canasta básica.
Angulo coincide explicando que, aunque la logística de la distribución de los alimentos se va a ver dificultada con el paro y eso va a hacer que suban los precios, el problema del hambre en Colombia se debe a la falta de recursos como para decir que apenas se va a detonar por la coyuntura actual.
En esto no solo están de acuerdo economistas o personas que hacen rastreo a las cifras de desabastecimiento, sino personas que están en la otra orilla: recibiendo y tratando de palear las consecuencias que deja en una persona sufrir hambre. Mariana Aranda Correa, psiquiatra en Manizales (Caldas), cuenta que la cantidad de pacientes que consultan por síntomas relacionados con el hambre han aumentado significativamente desde que iniciaron los confinamientos por la emergencia sanitaria.
“Los motivos de consulta son variados. Mareos, desmayos, disminución de peso y, en salud mental, síntomas depresivos y fallas en la memoria son las más comunes. Aunque muchas enfermedades podrían causar estos síntomas, luego de hacer exámenes nos damos cuenta de que lo que hay es un déficit de vitaminas por baja ingesta de alimentos”, afirma la psiquiatra.
Por otra parte, la perinatóloga, especialista en medicina maternofetal Henao asegura que el deterioro del estado nutricional de las personas en el último año se evidencia especialmente en las mujeres. “El nivel de hemoglobina normal en una persona es de 12 para arriba, y el promedio de pacientes del sistema público de bajos recursos está alrededor de 10, es decir, no alcanza niveles normales”, explica Henao.
La profesional, además, alerta sobre casos que cada vez son más comunes: mujeres con hemoglobinas hasta por debajo de 8. “Eso se llama anemia ferropénica, es decir, anemia por deficiencia de hierro, y esto es porque no consumen alimentos que puedan proveerles este elemento como la carne. He llegado a tener hasta tres casos de estos por semana cuando antes de la pandemia atendía entre tres y cuatro al año”, asevera.
Cifras de la Encuesta de Percepción Ciudadana, de la iniciativa “Bogotá cómo vamos”, le ponen un contexto a lo que se refiere Henao: para 2019, el 16 % de las mujeres admitían haber consumido menos de tres comidas diarias, una cifra mayor a la de los hombres, que reportaron un 12 %.
Además, las dos médicas coinciden en que varios de los casos que reciben son migrantes venezolanos. De nuevo, no se trata solo de su percepción, sino de un fenómeno que se vive en todo el país. El documento “Del miedo a la acción: políticas, hambre y COVID-19”, publicado en julio de 2020 por Dejusticia, revela que hay aproximadamente 1,6 millones de personas migrantes desde Venezuela, de los cuales 891.000 estaban en condiciones de inseguridad alimentaria, entre severa y moderada, para 2019, antes de la pandemia. (Le sugerimos: El fantasma del desabastecimiento comienza a volverse real)
Según este mismo documento, el ingreso del 90 % de estas familias de migrantes dependía de trabajos informales que, al llegar la pandemia, se vieron severamente afectadas por las cuarentenas.
Sobre la relación entre hambre y desabastecimiento, Aranda asegura que el hambre no es una cuestión que se da por un factor que solo afecta algunas semanas a las personas. Se necesitan muchos meses, incluso años sin consumir alimentos para poder diagnosticarlo. Por lo que los 13 días que lleva el paro no podrían dar todavía luces sobre la incidencia que podría o no tener en el problema de hambre en el país.
A propósito, el economista Angulo trae a colación una referencia que puede dar luces sobre el escenario actual: el paro de camioneros de 46 días que ocurrió en el país en 2016, el más largo registrado en los últimos años en Colombia, no generó este resultado. “En el paro de 2016 había una preocupación muy grande en cuanto a su impacto sobre la seguridad alimentaria: los colegios cerrados. Una buena parte del componente nutricional de un niño pobre y vulnerable lo recibe en el colegio, y el paro, en ese momento, sí podía afectar ese abastecimiento. Pero hoy los colegios ya están cerrados”.
“Ahora, he conversado con amigos míos que trabajan en el tema de abastecimiento y ellos reconocen que sí hay algunas zonas que pueden entrar en desabastecimiento. Pero decir que va a haber desabastecimiento es muy diferente a sugerir que el paro va a causar hambre”, explica el economista. “No creo que uno pueda satanizar el paro porque vaya a ocasionar hambre, sino al contrario. Hay que entender la pobreza extrema como un factor detonante del descontento”, concluye.