Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La primera vez que el doctor Philippe Autier leyó sobre las mamografías fue hacia finales de los 90. En ese momento trabajaba como médico en Bélgica y en sus manos cayó un estudio de sus vecinos suecos que apuntaba a que este procedimiento podía reducir la mortalidad de cáncer de seno hasta en un 30 % en las mujeres. Durante unos años, tal vez diez, Autier se convirtió en un defensor acérrimo de las mamografías. Tanto así que fue quien coordinó el programa de detección de cáncer de mama en Bruselas, junto con tres universidades.
Pero el entusiasmo no le duró tanto. En el 2003, Autier entró a ser parte del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer, ubicado en Lyon (Francia), donde quiso verificar si la mamografía estaba cumpliendo con su labor. Chequeando datos de países vecinos de Europa que habían realizado distintas cantidades de mamografías, pero tenían un acceso similar al tratamiento, notó que donde se estaban implementando juiciosamente los programas de mamografías no había una reducción notoria de la mortalidad por cáncer de mama. En el 2010 publicó un estudio dando esta señal de alerta.
“Fue algo dramático, porque cuando empezamos la investigación yo creía que las mamografías estaban ayudando. Pero luego fue evidente que había un problema y desde entonces he tenido muchos encuentros con mis colegas. Unos grupos siguen creyendo que funciona, mientras otros creen que se necesitan nuevas tecnologías”, comenta por Skype desde Lyon.
Autier, como muchos otros médicos, hace parte del grupo de los escépticos de las mamografías en un debate internacional que ha ido creciendo. La mamografía es una técnica que usa imágenes rayos X de baja dosis para detectar de forma temprana el cáncer. Es por esto que se recomienda hacerla periódicamente a mujeres que no presentan síntomas, pues entre menos avanzado se detecte el cáncer, más probabilidad hay de sobrevivir a este.
Sin embargo, basta con hacer un rastreo de las últimas publicaciones científicas para notar que está siendo cuestionada. Hay estudios de parte y parte. En el 2014, una investigación publicada en el British Medical Journal y realizada en Noruega indicó que la mamografía reduce la mortalidad por cáncer de mama hasta en 28 % en mujeres entre los 50 y 59 años. Otro, publicado en la misma revista en el 2016 y a partir de la información recolectada por el Programa de Vigilancia, Epidemiología y Resultados Finales de Estados Unidos, llegó en cambio a la conclusión de que la reducción de la mortalidad por cáncer de mama después de introducir un programa de mamografía se debe más a que las terapias han mejorado.
El último estudio que lideró el doctor Autier, publicado en el British Medical Journal en diciembre de 2017, advierte de que el programa de detección de mamografías holandés “tiene poco impacto para reducir la mortalidad por cáncer de mama”. Según éste, la mamografía sólo sería responsable del 5 % de la reducción de las muertes en el país, mientras que el 52 % de los cánceres detectados con el programa serían falsos diagnósticos.
¿Qué significa esto para Colombia?
Si la discusión en el mundo está girando alrededor de la efectividad de la mamografía, en Colombia el problema es otro. Sentada en su consultorio, la doctora Sandra Díaz, cirujana de mama y tejidos blandos del Instituto Nacional de Cancerología, empieza por comentar que “siempre ha existido controversia sobre si la mamografía reduce la mortalidad”. El problema es que las conclusiones de estos estudios no se aplican para Colombia.
Para explicar por qué, se refiere a una investigación realizada en Bogotá entre el 2008 y el 2012, de las pocas que se han hecho sobre el tema en el país y la cual deja entrever que en Colombia ni siquiera se realiza este examen juiciosamente. Según los lineamentos del Ministerio de Salud, todas las mujeres asintomáticas deben hacerse la mamografía cada dos años a partir de los 50 años, así como un examen clínico anual desde los 40. Todo cubierto dentro del Plan de Beneficios (antes POS).
El estudio consistió en entrenar al personal médico de trece clínicas para que les hicieran la mamografía a todas las mujeres que cumplían estas condiciones y luego comparar los resultados con otras 13 clínicas control. Los médicos pudieron ver que, mientras en el primer grupo se examinó al 99,8 % de las mujeres, en el control sólo se le hizo la mamografía al 13,1 %. Además, los resultados mostraron que, mientras al 72 % de las pacientes del grupo intervenido se les identificaron tumores tempranos, esta cifra sólo fue del 46 % en el grupo control.
“En Colombia, la regla ni siquiera se está cumpliendo”, aclara Díaz. Es más, los datos de la última Encuesta Nacional de Demografía y Salud realizada en el 2015 arrojan que sólo el 62,5 % de las mujeres entre los 50 y los 60 años se hacen el examen.
“Es una cuestión de acceso”, aclara el doctor Javier Romero, jefe de sección de imagen de la mujer del Departamento de Imágenes Diagnósticas de la Fundación Santa Fe. Mamógrafos no hay suficientes, las mujeres no saben que tienen derecho a hacerse este examen y los médicos no están entrenados para recomendarlo. Es más, un estudio realizado junto con la Universidad de los Andes, encontró que el 23 % de las mujeres colombianas entre los 50 y 69 años deben salir de su departamento de residencia para recibir el servicio de mamografía.
“Cuando un país tiene fuertes recursos para tratamientos oportunos, el impacto del tamizaje (la mamografía en mujeres sin síntomas de cáncer) es menor. Pero en los países en desarrollo, como Colombia, donde los tratamientos son de difícil acceso y no tan buenos, el tamizaje es la mejor alternativa”.
Tanto Díaz como Romero parecen coincidir en que ambos, el tratamiento y las mamografías, son la clave para disminuir la mortalidad por cáncer de mama, que, según Harold Mauricio Casas, subdirector de Enfermedades No Transmisibles del Ministerio de Salud, es de 11,54 muertes por 100.000 mujeres en Colombia. Tendencia que además va en aumento.
“En el mundo desarrollado se detectan cánceres, pero las mujeres no se mueren. Aquí se detectan y se mueren. El 70 % de las mujeres llegan con cánceres avanzados a la hora del diagnóstico”, explica el doctor Romero.
De hecho, un estudio publicado en la revista JAMA este año vuelve a destacar la importancia tanto de las mamografías como del tratamiento una vez se diagnostica el cáncer. Después de hacer seis modelos de simulación que proyectan tendencias de mortalidad por cáncer de mama en mujeres de 30 a 79 años, entre 2000 y 2012, la investigación concluye que, en el 2000, la reducción de cáncer de mama fue del 37 %, un 44 % de la cual es atribuible a las mamografías y un 56 % al tratamiento. Para el 2012, cuando la reducción de la mortalidad fue de 49 %, el 37 % se les atribuyó a las mamografías y el 63 % al tratamiento.
No es perfecta, pero es lo que hay
Desde que cumplió los 40 años, Adiela María Atehortúa se ha hecho la mamografía con regularidad. No fue hasta que cumplió los 44 o 45 años que salió preocupada del hospital. Las imágenes del examen arrojaban que en uno de sus senos había una masa, razón por la que los médicos le dijeron que tenía que hacerse una biopsia: querían descartar un cáncer. Después de pasar unos días de mucha angustia le dijeron que no se trataba de una lesión maligna.
Esta historia, recuerda Adiela, se repitió unas tres veces, hasta que finalmente le hicieron una cudrantectomía, una cirugía en la que se extirpa la masa y un poco del tejido que lo rodea, que descartó del todo que se tratara de una lesión maligna. En el mundo médico, lo que le pasó a Adiela se conoce como un falso positivo: cuando se identifican tumores que no son malignos, pero, como no se sabe que no lo son, se tratan como si lo fueran. Un problema que, a ojos de Autier, puede generar mayor ansiedad en las mujeres a la hora de realizarse el examen, así como tener efectos negativos en la vida sexual.
De hecho, un estudio más, realizado por la Asociación Estadounidense de Investigación de Cáncer y publicado en febrero del año pasado, encontró que las mujeres que tienen falsos positivos tienen más probabilidad de retrasar o esquivar próximas mamografías por temor a vivir el mismo proceso. Pero este no es el caso de Adiela, quien comenta que, a pesar de que fue una época dramática en su vida, volvería a pasar por todos los exámenes necesarios: “Yo no lo cuestionaría. Prefiero haber hecho eso y ahora tener la tranquilidad, que desestimarlo, no hacer nada y que sea algo malo”.
Desde Lyon, Autier expone el panorama de una manera más clara: “Creo que debemos darles mejor información a las mujeres. Decirles que hay incertidumbre sobre la eficacia y los efectos secundarios de las mamografías. Ellas deben saber que hay una controversia”.
Así, mientras en Colombia la lucha de radiólogos y mastológos es porque las mujeres logren tener acceso a este examen, que le cuesta al sistema de salud entre $145.000 y $183.000, para Autier que se siga sin cuestionar su efectividad implica que nadie va a buscar otras alternativas. “Desarrollar una nueva tecnología cuesta millones de dólares, y mientras tengamos la mamografía nadie va a invertir en nuevas tecnologías”, concluye.