¿Hasta dónde deberíamos pagar en Colombia por un medicamento o procedimiento médico?
Los sistemas de salud del mundo viven mirando seguido sus billeteras y preguntándose, ¿será que el dinero alcanza para el final del año? ¿Qué elementos debería tener en cuenta el país para pagar o no un medicamento? Análisis.
Paul Rodríguez*
Oscar Espinosa**
Desde hace varios años, los sistemas de salud del mundo viven mirando seguido sus billeteras y preguntándose, ¿será que el dinero alcanza para el final del año? Si bien por estos días en Colombia la pregunta se repite más bien seguido en los medios de comunicación con el eco asociado a la reforma a la salud, tampoco es una situación tan excepcional en el mundo. (Lea La obesidad y el sobrepeso le cuestan a Colombia $2.4 billones de pesos al año)
Es importante recordar que, en cualquier país, sea Inglaterra, Finlandia, Estados Unidos, Suiza, Etiopia, Perú, Colombia, etc., sin importar su nivel de renta, los recursos financieros son limitados. Es por esto, que se vuelve relevante para los gobiernos contar con instrumentos de política pública que permitan optimizar el gasto en salud en la sociedad.
Si bien la transición demográfica (envejecimiento poblacional) y fenómenos puntuales como las complicaciones asociadas al covid-19 explican parte del crecimiento de gastos en salud, la razón principal es que cada vez los medicamentos son más y más costosos. No solo se debe a razones de logística internacional o a la volatilidad de las tasas cambiarias; desde hace décadas los medicamentos nuevos son cada vez más caros. El gran problema es que los recursos disponibles no aumentan a la misma velocidad, y una política farmacéutica responsable debe elegir bien qué comprar.
Cuando lo que hay en la billetera no alcanza, nos volvemos compradores más inteligentes: buscamos marcas, probamos alternativas como tiendas de descuento, o compramos lo mismo, pero en mayor cantidad. Todo esto es posible porque conocemos más o menos bien la calidad de cada producto (aunque, de vez en cuando, nos llevamos una que otra sorpresa), y viendo el precio sabemos si es una buena idea o no. Pero, ¿cómo se hace esto mismo con un medicamento o un procedimiento médico nuevo? La respuesta está en el umbral de costo-efectividad.
El umbral de costo-efectividad es una medida económica del costo de oportunidad. Si vamos a una tienda a comprar una cubeta de huevos de gallinas criollas y libres de jaula por $43.000, sabemos rápidamente que cuesta el doble o más de una cubeta de huevos normal. Así, lo que debemos tener en mente son tres cosas: I) si nos alcanza; II) si valoramos lo suficiente el bienestar de las gallinas; y III) si con ese dinero nos alcanzaría para comprar alguna otra cosa necesaria para la despensa. Así como cada familia toma decisiones diferentes con estas consideraciones; cada país tiene condiciones propias para elegir qué tecnologías sanitarias (medicamentos, procedimientos de salud, dispositivos médicos, etc.) comprar. Esa es la idea del umbral de costo-efectividad. (Lea “No hay pluralidad de oferentes”: Minhacienda sobre contratación de la salud de maestros)
Desde el 2022, el Instituto de Evaluación Tecnológica en Salud (IETS) le entregó al país (y de paso a la región) una medición técnica y basada en la gran riqueza de datos del sector salud colombiano que tanto le cuesta recolectar y mantener a miles de personas día a día [1]. Este número, 86% del PIB per cápita (para 2019, USD 5180.8) por año de vida ajustado por calidad (AVAC) [2], es un referente de si una tecnología sanitaria es cara o no. Esa investigación revisó los datos que se utilizaron para calcular la suficiencia de la Unidad de Pago por Capitación (UPC) para más de 5 años, persona a persona, tecnología sanitaria a tecnología sanitaria, y se estimó cuántos años de vida lograban salvarse con un incremento de 1% en el gasto en tecnologías sanitarias en Colombia.
La idea básica es que cualquier tecnología que tenga una costo-efectividad (es decir, lo que cuesta salvar un año de vida ajustado por calidad) menor es un buen negocio. Por ejemplo, la costo-efectividad de la vacuna del COVID-19 en Colombia se tasó en un valor menor al 86% del PIB per cápita; lo cual indicaba que era una gran idea. Pero, algunas terapias para cáncer llegan a tener costo-efectividades mayores que el umbral. Estas serían una pésima idea: con ese dinero, se hubiesen podido comprar otras tecnologías que hubiesen salvado más años de vida ajustados por calidad. Más específicamente, la tecnología menos eficiente que se debería usar en el sistema de salud teóricamente llegaría a costar 86% del PIB per cápita por AVAC.
Como en el caso de la cubeta de huevos, de vez en cuando estamos dispuestos a pagar por cosas más caras que el umbral de costo-efectividad porque obedecen a decisiones políticas (es decir, decisiones tomadas con la inspiración de seguir el mandato constitucional). Es el caso de tratamientos de alto costo como los de la hemofilia. Por ejemplo, una terapia de factor VIII recombinante puede llegar a tener una relación de costo-efectividad muy alta. Es caro a la luz del umbral, pero es la única alternativa para garantizar la calidad de vida de algunas personas. Esto nos dice que el umbral no es una barrera infranqueable, sino una referencia para la toma de decisiones basadas en evidencia.
En el contexto de un plan de beneficios en salud como el colombiano, en el que una considerable cantidad de medicamentos y procedimientos ya se encuentran cubiertos con recursos públicos (más que en la mayoría de los países), la toma de decisiones del gobierno debe ser fiscalmente sostenible y debe ser responsable de una adecuada priorización de las tecnologías sanitarias.
Esperamos que en las discusiones asociadas a la política farmacéutica se tenga en cuenta la existencia del umbral de costo-efectividad, y que este sea utilizado como un punto de referencia para futuras negociaciones.
*Profesor Asociado, Facultad de Economía, Universidad del Rosario.
**Director del Grupo de Investigación en Modelos Económicos y Métodos Cuantitativos (IMEMC), Universidad Nacional de Colombia.
[1] A diferencia de lo que algunas personas comentan en redes sociales, los sistemas de información en el país son buenos y presentan una adecuada desagregación.
[2] Estimador puntal descrito en el artículo científico de Espinosa et al. (2022).
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Desde hace varios años, los sistemas de salud del mundo viven mirando seguido sus billeteras y preguntándose, ¿será que el dinero alcanza para el final del año? Si bien por estos días en Colombia la pregunta se repite más bien seguido en los medios de comunicación con el eco asociado a la reforma a la salud, tampoco es una situación tan excepcional en el mundo. (Lea La obesidad y el sobrepeso le cuestan a Colombia $2.4 billones de pesos al año)
Es importante recordar que, en cualquier país, sea Inglaterra, Finlandia, Estados Unidos, Suiza, Etiopia, Perú, Colombia, etc., sin importar su nivel de renta, los recursos financieros son limitados. Es por esto, que se vuelve relevante para los gobiernos contar con instrumentos de política pública que permitan optimizar el gasto en salud en la sociedad.
Si bien la transición demográfica (envejecimiento poblacional) y fenómenos puntuales como las complicaciones asociadas al covid-19 explican parte del crecimiento de gastos en salud, la razón principal es que cada vez los medicamentos son más y más costosos. No solo se debe a razones de logística internacional o a la volatilidad de las tasas cambiarias; desde hace décadas los medicamentos nuevos son cada vez más caros. El gran problema es que los recursos disponibles no aumentan a la misma velocidad, y una política farmacéutica responsable debe elegir bien qué comprar.
Cuando lo que hay en la billetera no alcanza, nos volvemos compradores más inteligentes: buscamos marcas, probamos alternativas como tiendas de descuento, o compramos lo mismo, pero en mayor cantidad. Todo esto es posible porque conocemos más o menos bien la calidad de cada producto (aunque, de vez en cuando, nos llevamos una que otra sorpresa), y viendo el precio sabemos si es una buena idea o no. Pero, ¿cómo se hace esto mismo con un medicamento o un procedimiento médico nuevo? La respuesta está en el umbral de costo-efectividad.
El umbral de costo-efectividad es una medida económica del costo de oportunidad. Si vamos a una tienda a comprar una cubeta de huevos de gallinas criollas y libres de jaula por $43.000, sabemos rápidamente que cuesta el doble o más de una cubeta de huevos normal. Así, lo que debemos tener en mente son tres cosas: I) si nos alcanza; II) si valoramos lo suficiente el bienestar de las gallinas; y III) si con ese dinero nos alcanzaría para comprar alguna otra cosa necesaria para la despensa. Así como cada familia toma decisiones diferentes con estas consideraciones; cada país tiene condiciones propias para elegir qué tecnologías sanitarias (medicamentos, procedimientos de salud, dispositivos médicos, etc.) comprar. Esa es la idea del umbral de costo-efectividad. (Lea “No hay pluralidad de oferentes”: Minhacienda sobre contratación de la salud de maestros)
Desde el 2022, el Instituto de Evaluación Tecnológica en Salud (IETS) le entregó al país (y de paso a la región) una medición técnica y basada en la gran riqueza de datos del sector salud colombiano que tanto le cuesta recolectar y mantener a miles de personas día a día [1]. Este número, 86% del PIB per cápita (para 2019, USD 5180.8) por año de vida ajustado por calidad (AVAC) [2], es un referente de si una tecnología sanitaria es cara o no. Esa investigación revisó los datos que se utilizaron para calcular la suficiencia de la Unidad de Pago por Capitación (UPC) para más de 5 años, persona a persona, tecnología sanitaria a tecnología sanitaria, y se estimó cuántos años de vida lograban salvarse con un incremento de 1% en el gasto en tecnologías sanitarias en Colombia.
La idea básica es que cualquier tecnología que tenga una costo-efectividad (es decir, lo que cuesta salvar un año de vida ajustado por calidad) menor es un buen negocio. Por ejemplo, la costo-efectividad de la vacuna del COVID-19 en Colombia se tasó en un valor menor al 86% del PIB per cápita; lo cual indicaba que era una gran idea. Pero, algunas terapias para cáncer llegan a tener costo-efectividades mayores que el umbral. Estas serían una pésima idea: con ese dinero, se hubiesen podido comprar otras tecnologías que hubiesen salvado más años de vida ajustados por calidad. Más específicamente, la tecnología menos eficiente que se debería usar en el sistema de salud teóricamente llegaría a costar 86% del PIB per cápita por AVAC.
Como en el caso de la cubeta de huevos, de vez en cuando estamos dispuestos a pagar por cosas más caras que el umbral de costo-efectividad porque obedecen a decisiones políticas (es decir, decisiones tomadas con la inspiración de seguir el mandato constitucional). Es el caso de tratamientos de alto costo como los de la hemofilia. Por ejemplo, una terapia de factor VIII recombinante puede llegar a tener una relación de costo-efectividad muy alta. Es caro a la luz del umbral, pero es la única alternativa para garantizar la calidad de vida de algunas personas. Esto nos dice que el umbral no es una barrera infranqueable, sino una referencia para la toma de decisiones basadas en evidencia.
En el contexto de un plan de beneficios en salud como el colombiano, en el que una considerable cantidad de medicamentos y procedimientos ya se encuentran cubiertos con recursos públicos (más que en la mayoría de los países), la toma de decisiones del gobierno debe ser fiscalmente sostenible y debe ser responsable de una adecuada priorización de las tecnologías sanitarias.
Esperamos que en las discusiones asociadas a la política farmacéutica se tenga en cuenta la existencia del umbral de costo-efectividad, y que este sea utilizado como un punto de referencia para futuras negociaciones.
*Profesor Asociado, Facultad de Economía, Universidad del Rosario.
**Director del Grupo de Investigación en Modelos Económicos y Métodos Cuantitativos (IMEMC), Universidad Nacional de Colombia.
[1] A diferencia de lo que algunas personas comentan en redes sociales, los sistemas de información en el país son buenos y presentan una adecuada desagregación.
[2] Estimador puntal descrito en el artículo científico de Espinosa et al. (2022).
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