¿Hongos psicodélicos para tratar la anorexia?
El Centro de Investigación de la Experiencia Psicodélica busca determinar la efectividad de la psilocibina, el componente psicoactivo de los hongos mágicos, para tratar enfermedades mentales como la anorexia nerviosa.
Daniela Quintero Díaz
Desde hace miles de años, los humanos han usado hongos alucinógenos en rituales y ceremonias. El primer caso documentado está grabado en una roca de 10.000 años de antigüedad hallada en Sahara Central. Otras pinturas rupestres creadas en España hace 6.000 años también sugieren que los hongos psicoactivos eran consumidos en ciertos ritos de la zona, aunque varios científicos creen posible que las culturas prehispánicas los consumieran desde mucho antes.
Los hongos mágicos han estado presentes en casi todo. Ceremonias, rituales, consumo recreativo y también investigaciones médicas, en especial para tratar patologías como el trastorno de estrés postraumático (TEPT), la depresión y adicciones. Pero con el boom de las drogas alucinógenas en los años 60, los psicodélicos fueron oficialmente relegados por una Ley Federal en Estados Unidos, y en 1970 se impuso una prohibición que los catalogaba como droga ilícita sin beneficio terapéutico. Desde entonces se volvió casi imposible para cualquier científico seguir trabajando con ellos y la investigación estuvo pausada por décadas. Hasta ahora.
Científicos del Centro de Investigación de la Experiencia Psicodélica y la Conciencia (CPCR), de la Universidad Johns Hopkins (Estados Unidos), están haciendo historia en el renacimiento de las ciencias psicodélicas. En especial con el uso terapéutico de la psilocibina, el componente psicoactivo de los hongos mágicos, para tratar enfermedades mentales. Uno de los estudios que abren la puerta a una línea totalmente nueva e inesperada es el del tratamiento para la anorexia nerviosa (AN).
“Se ha demostrado en investigaciones previas que la psilocibina puede mejorar enfermedades como la depresión y la ansiedad. Por eso, con el nuevo centro y los próximos estudios buscamos determinar la efectividad de este componente como terapia para la adicción a opioides, el alzhéimer, el abuso de alcohol y la AN”, aseguró a El Espectador la psiquiatra Natalie Gukasyan, miembro de la unidad investigativa del CPCR.
El ensayo clínico contará con 18 participantes, entre los 18 y 65 años, que recibirán dos dosis moderadas (20-25 mg) de psilocibina. Una vez se inscriben en el programa, los pacientes deben ser evaluados psicológica y físicamente. Si pasan los chequeos, continúan a una fase de preparación en la que tienen cuatro encuentros durante un mes con sus facilitadores, los especialistas con quienes quedarán emparejados por la totalidad del estudio. “En los encuentros se busca forjar lazos, entender la historia y la vida del paciente, sus motivaciones para ingresar al estudio y qué esperan lograr con éste”, afirma Gukasyan. Tras ese período preparatorio vienen las sesiones de dosis con acompañamientos psiquiátricos. Después, otro período de seis meses de integración para hablar de la incidencia de la experiencia en sus síntomas y ofrecerles guía nutricional si la necesitan o la solicitan.
“Nuestro objetivo principal es determinar si la psilocibina se puede administrar de manera segura en personas con AN, y si esta intervención puede producir mejoras en el ánimo, la calidad de vida y síntomas cognitivos y de comportamiento”, comenta la especialista. “Aunque la evidencia para demostrarlo es poca, existen investigaciones pasadas que dan a conocer experiencias en las que potencialmente puede mejorar la calidad de vida de los pacientes con desórdenes alimenticios. Sabemos, por otros estudios, que ese componente ayuda con problemas de ansiedad y adicción, que a veces van en conjunto con la AN. Además hay alguna evidencia biológica de que la psilocibina actúa en un receptor de serotonina que podría estar involucrado con dicha enfermedad”.
Una terapia experiencial
La psilocibina, como otros componentes psicoactivos, actúa sobre el sistema nervioso central, modificando los estados de conciencia y la conducta de quienes la usan y generando efectos psicodélicos que pueden contribuir a la introspección y a mejorar la receptividad de la psicoterapia en los pacientes. “Principalmente, esperamos ayudar a las personas desde un punto de vista experiencial, porque sabemos que hay muchos desafíos al tratar la AN: muchas de las personas enfermadas no quieren mejorarse, se resisten al tratamiento, usualmente no son conscientes de cómo sus acciones afectan su salud, etc. Con esto buscamos darles una mirada diferente de su enfermedad, para que puedan hacer cambios desafiantes en sus comportamientos, necesarios para que se mejoren”, explica la investigadora.
Este estudio, insiste Gukasyan, está diseñado con una intervención psicoterapéutica rigurosa que va por encima de las dosis de psilocibina. Para los investigadores, es muy importante tener este apoyo psicológico antes, durante y después del tratamiento, y contar con el acompañamiento sólido de un experto que pueda guiar al paciente en lo que puede ser una experiencia desafiante. “No siempre es divertido y placentero. Entre el 20 y el 30 % de los casos las personas experimentan ansiedad o estrés significativo durante la sesión. Pueden presentar también aumento de la presión sanguínea, sensaciones de frío, dolor de cabeza. En algunos casos, extremos y poco comunes, se puede dar un desorden de persistencia de la percepción alucinógena, en el cual el paciente continúa experimentando algunos efectos de la psilocibina después de pasado el efecto de la droga”.
Las enfermedades mentales, aunque silenciosas, afectan a miles de personas en el mundo. Pese a que existen varios tipos de tratamiento, no resultan del todo eficientes ni ideales para los diferentes tipos de pacientes. Por eso, el CPCR considera fundamental ampliar el panorama de alternativas. “Para algunas personas, esta podría ser una mejor opción. Para que lo sea, primero tenemos que responder la pregunta en la que estamos trabajando ahora. Sin embargo, lo que nos dicen hasta ahora los resultados preliminares es que la ciencia psicodélica podría ser un game changer de las enfermedades mentales”. Además, están convencidos de que la mejor manera de integrar estas sustancias a la medicina convencional es haciendo estudios científicos más rigurosos.
Desde hace miles de años, los humanos han usado hongos alucinógenos en rituales y ceremonias. El primer caso documentado está grabado en una roca de 10.000 años de antigüedad hallada en Sahara Central. Otras pinturas rupestres creadas en España hace 6.000 años también sugieren que los hongos psicoactivos eran consumidos en ciertos ritos de la zona, aunque varios científicos creen posible que las culturas prehispánicas los consumieran desde mucho antes.
Los hongos mágicos han estado presentes en casi todo. Ceremonias, rituales, consumo recreativo y también investigaciones médicas, en especial para tratar patologías como el trastorno de estrés postraumático (TEPT), la depresión y adicciones. Pero con el boom de las drogas alucinógenas en los años 60, los psicodélicos fueron oficialmente relegados por una Ley Federal en Estados Unidos, y en 1970 se impuso una prohibición que los catalogaba como droga ilícita sin beneficio terapéutico. Desde entonces se volvió casi imposible para cualquier científico seguir trabajando con ellos y la investigación estuvo pausada por décadas. Hasta ahora.
Científicos del Centro de Investigación de la Experiencia Psicodélica y la Conciencia (CPCR), de la Universidad Johns Hopkins (Estados Unidos), están haciendo historia en el renacimiento de las ciencias psicodélicas. En especial con el uso terapéutico de la psilocibina, el componente psicoactivo de los hongos mágicos, para tratar enfermedades mentales. Uno de los estudios que abren la puerta a una línea totalmente nueva e inesperada es el del tratamiento para la anorexia nerviosa (AN).
“Se ha demostrado en investigaciones previas que la psilocibina puede mejorar enfermedades como la depresión y la ansiedad. Por eso, con el nuevo centro y los próximos estudios buscamos determinar la efectividad de este componente como terapia para la adicción a opioides, el alzhéimer, el abuso de alcohol y la AN”, aseguró a El Espectador la psiquiatra Natalie Gukasyan, miembro de la unidad investigativa del CPCR.
El ensayo clínico contará con 18 participantes, entre los 18 y 65 años, que recibirán dos dosis moderadas (20-25 mg) de psilocibina. Una vez se inscriben en el programa, los pacientes deben ser evaluados psicológica y físicamente. Si pasan los chequeos, continúan a una fase de preparación en la que tienen cuatro encuentros durante un mes con sus facilitadores, los especialistas con quienes quedarán emparejados por la totalidad del estudio. “En los encuentros se busca forjar lazos, entender la historia y la vida del paciente, sus motivaciones para ingresar al estudio y qué esperan lograr con éste”, afirma Gukasyan. Tras ese período preparatorio vienen las sesiones de dosis con acompañamientos psiquiátricos. Después, otro período de seis meses de integración para hablar de la incidencia de la experiencia en sus síntomas y ofrecerles guía nutricional si la necesitan o la solicitan.
“Nuestro objetivo principal es determinar si la psilocibina se puede administrar de manera segura en personas con AN, y si esta intervención puede producir mejoras en el ánimo, la calidad de vida y síntomas cognitivos y de comportamiento”, comenta la especialista. “Aunque la evidencia para demostrarlo es poca, existen investigaciones pasadas que dan a conocer experiencias en las que potencialmente puede mejorar la calidad de vida de los pacientes con desórdenes alimenticios. Sabemos, por otros estudios, que ese componente ayuda con problemas de ansiedad y adicción, que a veces van en conjunto con la AN. Además hay alguna evidencia biológica de que la psilocibina actúa en un receptor de serotonina que podría estar involucrado con dicha enfermedad”.
Una terapia experiencial
La psilocibina, como otros componentes psicoactivos, actúa sobre el sistema nervioso central, modificando los estados de conciencia y la conducta de quienes la usan y generando efectos psicodélicos que pueden contribuir a la introspección y a mejorar la receptividad de la psicoterapia en los pacientes. “Principalmente, esperamos ayudar a las personas desde un punto de vista experiencial, porque sabemos que hay muchos desafíos al tratar la AN: muchas de las personas enfermadas no quieren mejorarse, se resisten al tratamiento, usualmente no son conscientes de cómo sus acciones afectan su salud, etc. Con esto buscamos darles una mirada diferente de su enfermedad, para que puedan hacer cambios desafiantes en sus comportamientos, necesarios para que se mejoren”, explica la investigadora.
Este estudio, insiste Gukasyan, está diseñado con una intervención psicoterapéutica rigurosa que va por encima de las dosis de psilocibina. Para los investigadores, es muy importante tener este apoyo psicológico antes, durante y después del tratamiento, y contar con el acompañamiento sólido de un experto que pueda guiar al paciente en lo que puede ser una experiencia desafiante. “No siempre es divertido y placentero. Entre el 20 y el 30 % de los casos las personas experimentan ansiedad o estrés significativo durante la sesión. Pueden presentar también aumento de la presión sanguínea, sensaciones de frío, dolor de cabeza. En algunos casos, extremos y poco comunes, se puede dar un desorden de persistencia de la percepción alucinógena, en el cual el paciente continúa experimentando algunos efectos de la psilocibina después de pasado el efecto de la droga”.
Las enfermedades mentales, aunque silenciosas, afectan a miles de personas en el mundo. Pese a que existen varios tipos de tratamiento, no resultan del todo eficientes ni ideales para los diferentes tipos de pacientes. Por eso, el CPCR considera fundamental ampliar el panorama de alternativas. “Para algunas personas, esta podría ser una mejor opción. Para que lo sea, primero tenemos que responder la pregunta en la que estamos trabajando ahora. Sin embargo, lo que nos dicen hasta ahora los resultados preliminares es que la ciencia psicodélica podría ser un game changer de las enfermedades mentales”. Además, están convencidos de que la mejor manera de integrar estas sustancias a la medicina convencional es haciendo estudios científicos más rigurosos.