Imatinib, un dilema de 3.200 pacientes
La intención del Minsalud de permitir que más laboratorios comercialicen este medicamento ha desatado una pelea que se trasladó a un escenario internacional. Pero en medio de la discusión hay muchos de leucemia mieloide crónica que dependen de esta decisión.
María Mónica Monsalve, Jesús Mesa, Sergio Silva Numa
Benny de Giraldo y Cenaida Vanegas son dos de las pacientes entrevistadas para este artículo que han tomado por más tiempo el medicamento llamado imatinib. La primera empezó en 2001. La segunda, en 2003. A las dos se lo formularon para tratar el cáncer llamado leucemia mieloide crónica (LMC), que empieza en las células productoras de sangre de la médula ósea. A Benny se lo descubrieron porque sufría un cansancio anormal. A Cenaida porque empezó a notar unos extraños moretones en su cuerpo y un dolor en las articulaciones. Pero hoy, dicen, se sienten bien, se sienten normales. “A ese fármaco le debo la vida”, dice una. “Este descubrimiento ha sido lo mejor que pasó”, señala otra.
Ellas han sido dos de los tantos testigos silenciosos de la batalla que hoy libra Colombia por disminuir el precio del imatinib y que tiene alterados a los directivos de varias casas farmacéuticas. Desde que arrancó la pelea, hace más de una década, le han seguido la pista por una razón simple: su salud depende de que tomen esa pastilla todos los días. Con rigor, sin siquiera pensar en suspenderla, como también lo deben hacer Yeisson Ramírez, Noralba Moncada, Jhonny Vásquez y Eduan Jiménez. Ellos, que también le contaron sus historias a El Espectador, son solo un pequeño grupo entre los 3.200 pacientes con ese tipo de leucemia que hay en el país. Las estimaciones indican que año tras año a esa cifra habrá que sumar otros 600 casos. Y todos los que entren en la lista seguramente deberán tomar imatinib.
Aunque el aumento quizás no parezca tan significativo, el costo de sostener ese número de usuarios es alto. Muy alto, cuando, como sucede hoy, solo hay un laboratorio que lo comercializa. En el caso de Colombia se trata de la multinacional suiza Novartis, que lo vende bajo el nombre de Glivec. Y por él todos pagamos cerca de $400.000 millones en seis años.
Por esos números y por esa batalla, el ministro de Salud, Alejandro Gaviria, parece estar contra las cuerdas. Son varias las cartas de Suiza y EE. UU. que han llegado a sus manos con amenazas diplomáticas que sugieren que la relación del Gobierno con esos países puede tambalear si permite que más laboratorios fabriquen imatinib. Si permite que se produzcan medicamentos genéricos.
Los pacientes en medio de esta discusión, que pasó de ser un debate de salud a un altercado económico y político que ha llegado hasta las páginas de diarios internacionales, por ahora tienen miedo. Unos temen, como curiosamente sucede ahora, que empiece a escasear el Glivec de Novartis en las farmacias. Otros no saben si las barreras que les han impuesto sus EPS por el alto precio del medicamento realmente se rompan. No hay uno solo que no haya esperado largas filas e interpuesto una tutela.
Además, entre sus miedos está, dicen, la calidad de los genéricos. ¿Por qué? Ninguno lo sabe con certeza, pero replican los argumentos que han escuchado. Varios se adhieren a los de las organizaciones que los asesoran, así algunas reciban financiación de Novartis. También repiten lo que les explican algunos de sus médicos: cambiarse de marca no es bueno, quédense con Glivec. Lo que no saben, claro, es que en medio de esta larga pelea en la que está en juego sus vidas, desde hace un par de años Colombia está tratando de romper con esa estrecha relación entre doctores y laboratorios que tanto daño le está haciendo a la salud del país.
Benny de Giraldo y Cenaida Vanegas son dos de las pacientes entrevistadas para este artículo que han tomado por más tiempo el medicamento llamado imatinib. La primera empezó en 2001. La segunda, en 2003. A las dos se lo formularon para tratar el cáncer llamado leucemia mieloide crónica (LMC), que empieza en las células productoras de sangre de la médula ósea. A Benny se lo descubrieron porque sufría un cansancio anormal. A Cenaida porque empezó a notar unos extraños moretones en su cuerpo y un dolor en las articulaciones. Pero hoy, dicen, se sienten bien, se sienten normales. “A ese fármaco le debo la vida”, dice una. “Este descubrimiento ha sido lo mejor que pasó”, señala otra.
Ellas han sido dos de los tantos testigos silenciosos de la batalla que hoy libra Colombia por disminuir el precio del imatinib y que tiene alterados a los directivos de varias casas farmacéuticas. Desde que arrancó la pelea, hace más de una década, le han seguido la pista por una razón simple: su salud depende de que tomen esa pastilla todos los días. Con rigor, sin siquiera pensar en suspenderla, como también lo deben hacer Yeisson Ramírez, Noralba Moncada, Jhonny Vásquez y Eduan Jiménez. Ellos, que también le contaron sus historias a El Espectador, son solo un pequeño grupo entre los 3.200 pacientes con ese tipo de leucemia que hay en el país. Las estimaciones indican que año tras año a esa cifra habrá que sumar otros 600 casos. Y todos los que entren en la lista seguramente deberán tomar imatinib.
Aunque el aumento quizás no parezca tan significativo, el costo de sostener ese número de usuarios es alto. Muy alto, cuando, como sucede hoy, solo hay un laboratorio que lo comercializa. En el caso de Colombia se trata de la multinacional suiza Novartis, que lo vende bajo el nombre de Glivec. Y por él todos pagamos cerca de $400.000 millones en seis años.
Por esos números y por esa batalla, el ministro de Salud, Alejandro Gaviria, parece estar contra las cuerdas. Son varias las cartas de Suiza y EE. UU. que han llegado a sus manos con amenazas diplomáticas que sugieren que la relación del Gobierno con esos países puede tambalear si permite que más laboratorios fabriquen imatinib. Si permite que se produzcan medicamentos genéricos.
Los pacientes en medio de esta discusión, que pasó de ser un debate de salud a un altercado económico y político que ha llegado hasta las páginas de diarios internacionales, por ahora tienen miedo. Unos temen, como curiosamente sucede ahora, que empiece a escasear el Glivec de Novartis en las farmacias. Otros no saben si las barreras que les han impuesto sus EPS por el alto precio del medicamento realmente se rompan. No hay uno solo que no haya esperado largas filas e interpuesto una tutela.
Además, entre sus miedos está, dicen, la calidad de los genéricos. ¿Por qué? Ninguno lo sabe con certeza, pero replican los argumentos que han escuchado. Varios se adhieren a los de las organizaciones que los asesoran, así algunas reciban financiación de Novartis. También repiten lo que les explican algunos de sus médicos: cambiarse de marca no es bueno, quédense con Glivec. Lo que no saben, claro, es que en medio de esta larga pelea en la que está en juego sus vidas, desde hace un par de años Colombia está tratando de romper con esa estrecha relación entre doctores y laboratorios que tanto daño le está haciendo a la salud del país.