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A principios de noviembre escribimos en El Espectador un artículo sobre la ivermectina, un medicamento que ha sido utilizado contra piojos y otros parásitos, y que ha tenido gran popularidad durante la pandemia. Lo habíamos titulado “Razones para desconfiar del experimento en Cali, en el que dieron ivermectina a 254 ancianos”. En él explicábamos los motivos por los cuales no era prudente creer en los resultados de quienes habían llevado a cabo esa prueba en el Hospital Geriátrico y Ancianato San Miguel. Días antes, algunos medios lo habían resaltado y aplaudido porque, según sus líderes, la ivermectina era un éxito rotundo para tratar y prevenir el COVID-19. Los problemas con ese experimento, sin embargo, eran notables.
El texto no cayó bien entre algunos profesionales de la salud que nos escribieron solicitando corregirlo. El principal error, a sus ojos, tenía que ver con las críticas al uso de la ivermectina. Para ellos la evidencia sobre ese medicamento mostraba que podía salvar a pacientes con el coronavirus. Como prueba, entre otras cosas, nos habían enviado dos metaanálisis (los estudios que analizan la evidencia disponible) que, efectivamente, lo sugerían.
Para entonces, ese fármaco ya era muy conocido en Colombia. Iván Ospina, alcalde de Cali, lo había promocionado abiertamente. También la gobernadora del Valle del Cauca, Clara Luz Roldán, que incluso le pidió a Iván Duque que aprobara la ivermectina para pacientes con COVID-19. Hace un par de semanas, un columnista de este diario también la defendió.
Pero así como esa popularidad creció vertiginosamente aquí y en varios países de América Latina pese al llamado de la Organización Mundial de la Salud (que pedía solo utilizarla en ensayos clínicos), sus soportes han empezado a derrumbarse como un castillo de naipes. El último episodio ha dejado perplejo al mundo de la ciencia: uno de los estudios más robustos, citado por los defensores de la Ivermectina e incluido y citado en aquellos “metaanálisis” (también muy criticados por su metodología, sesgos y falta de transparencia), es un fraude.
La historia es la siguiente. Ahmed Elgazzar, investigador de la Universidad de Benha en Egipto, había publicado, junto a su equipo, un artículo en el portal Research Square bajo el título de “Eficacia y seguridad de la Ivermectina para el tratamiento y profilaxis en la pandemia del COVID-19”. No había sido revisado por pares, pero empezó a tener una buena aceptación, pues estaba basado en un “ensayo clínico controlado y aleatorizado”, que es uno de los mecanismos que ha ideado la ciencia para probar que un medicamento es seguro y efectivo. Elgazzar había reclutado a 400 pacientes con COVID-19 y 200 contactos cercanos, a quienes asignaron al azar para darles Ivermectina o un placebo. Sus resultados eran sorprendentes: la Ivermectina podía reducir hasta en un 90% la mortalidad por COVID-19. El artículo ha sido citado, al menos, treinta veces.
Cuando la investigación llegó a las manos de Jack Lawrence, un estudiante de maestría en Medicina en Londres, Reino Unido, para hacer una tarea, se encontró con algo sospechoso: la introducción era un plagio de otros artículos. En ocasiones, apuntó Lawrence en el texto que escribió resumiendo este enredo, parecía que hubiesen usado sinónimos para cambiar palabras claves, una vieja táctica de estudiantes descuidados.
Lawrence, reseña el diario inglés The Guardian, también había encontrado algo muy extraño en los datos manejados por los autores egipcios: “Afirmaron que realizaron el estudio entre el 8 de junio y el 20 de septiembre de 2020; sin embargo, la mayoría de los pacientes que murieron fueron ingresados en el hospital y murieron antes del 8 de junio”. Se trataría, además, de un gran problema ético.
Sus sospechas lo condujeron a contactar a Gideon Meyerowitz-Katz y a Nick Brown. El primero es un epidemiólogo australiano de enfermedades crónicas de la Universidad de Wollongong. El segundo, un analista de datos de la Universidad de Linnaeus (Suecia) con experiencia en revisar artículos científicos y en hallar errores. Tras analizar el caso, encontraron más vacíos y más graves.
Brown, que explicó en detalle los problemas en su blog, le resumió a The Guardian uno de los más inquietantes: “El error principal es que al menos 79 de los registros de pacientes son clones obvios de otros registros. Es difícil explicarlo como un error inocente, especialmente porque los clones ni siquiera son copias puras”.
El resto de problemas es imposible condensarlos en esta página, pero para Meyerowitz-Katz lo que tenía ante sus ojos le mostraba datos “totalmente falsos”, lo que lo conducía a pensar en los metaanálisis que usan los defensores de la Ivermectina. “Debido a que el estudio de Elgazzar es tan grande y tan enormemente positivo, sesga enormemente la evidencia a favor de la Ivermectina. Si se elimina este estudio de la literatura científica, habrá muy pocos ensayos de control aleatorizados positivos de ivermectina para Covid-19. De hecho, si se deshace de esta investigación, la mayoría de los metanálisis que han encontrado resultados positivos tendrán sus conclusiones completamente revertidas”, advirtió al diario británico.
Al alertar a Research Square, este portal no tuvo más remedio que retirarlo hace unos días y anunciar que, por ahora, se encuentra en investigación. Gideon M-K, un epidemiólogo y bloggero, también explicó esta situación en una publicación reciente en la que reflexionaba sobre lo sucedido. “Han pasado más de seis meses desde que este estudio se puso en línea. Por todas las señales, los resultados de esta investigación se han utilizado para tratar a miles, o quizás incluso a millones, de personas en todo el mundo. ¿Y sin embargo, hasta ahora nadie se dio cuenta de que la mayor parte de la introducción estaba plagiada?”, se preguntaba. “No estoy seguro de que este estudio sea fraudulento. Pero lo que sabemos es que nadie debió haberlo usado nunca como evidencia de nada”.