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                                                                                                                                La culpa, el síntoma más silencioso del COVID-19

                                                                                                                                Tras casi un año de la llegada del virus al país, son cada vez más cercanas o propias las historias de pérdidas por causa del COVID-19. La culpa es uno de los sentimientos que más nos acompaña, pero del que menos se habla.

                                                                                                                                Daniela Quintero Díaz

                                                                                                                                Periodista Medio Ambiente
                                                                                                                                En esta segunda ola de contagios el virus se va abriendo camino y se acerca cada vez más a nuestras casas, familia y amigos. Si el contagio depende entrañablemente de nuestra sociabilidad, una consecuencia inevitable era la culpa.
                                                                                                                                Foto: Getty Images
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                “En esta segunda ola de contagios que toca a México, pero que también toca a Colombia y que veo también con mis familiares en Italia, el COVID-19 está más cerca que nunca. Surgen con más frecuencia esas preguntas de ¿cómo se infectó? ¿Quién infectó a quién?”, cuenta Caregnato. Hace dos semanas atendió una sesión grupal en la que quince de los 24 miembros de una familia resultaron contagiados de coronavirus. La abuela, octogenaria, falleció la noche de Navidad. “Las hijas insistían en culparse por omisiones o negligencias, y se cuestionaban si posiblemente habían llevado el virus a la casa. Otros familiares señalaban a dedo a los que creían que eran los culpables de su muerte. Había demasiada necesidad de encontrar quién fue y qué habían hecho mal. No podían dejar de sentirse culpables o de buscar culpables”, cuenta.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                ***

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                “Hasta ahora, cuando pensábamos en los riesgos de salud, los esfuerzos estaban centrados en tratar de prevenir o mitigar enfermedades crónicas, que son las que generan la mayor parte de la morbilidad y mortalidad en las sociedades contemporáneas”. En ellas, explica, los mecanismos de prevención están principalmente a cargo de cada persona. “Tú decides qué comes, cuánto ejercicio haces y cómo mantienes un comportamiento saludable, y esto puede incidir en tu estado de salud futuro”. Esa lógica cambió totalmente ante la llegada de la pandemia. “Ahora, la probabilidad de enfermarse o no ya no depende solo de una decisión individual, sino de todos los que nos rodean. El cuidado pasa a ser ahora relacional, y dependes de tus familiares, amigos y demás personas. Las variables que tienes que controlar son muchas más y están realmente por fuera de tu control”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                De hecho, no es tampoco raro que el virus haya comenzado su camino hacia nosotros desde los murciélagos hace, al menos, medio siglo. Esos animales, que pueden resultarnos tan ajenos y extraños (aunque, curiosamente, Colombia es el lugar con más especies de ellos), pueden ser muy parecidos a nosotros. Viven aglomerados por miles, se mezclan entre colonias, se acicalan y comparten comida, y tienen fuertes vínculos sociales y familiares. Están en todos los continentes, menos en la Antártica, como nosotros, y cuando alguno se enferma se aparta de la comunidad para evitar propagar la enfermedad. (Le recomendamos: Coronavirus, murciélagos y una conspiración perfecta)

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En las imágenes que sobrevivían de esta pandemia quedará cifrada esa sociabilidad que nos hace fuertes y vulnerables al mismo tiempo. Nos abrazamos con una cortina de plástico de por medio, nos despedimos a través de tablets y videollamadas de quienes están en los hospitales, nos tenemos que tapar la boca al reír, hablar o cantar para evitar la salida de los “viriones” (partículas del virus). Una de las principales medidas de salud pública es lavarse las manos. Las manos que minutos antes saludaron a alguien.

                                                                                                                                Si el contagio de un virus depende entrañablemente de nuestra sociabilidad, una consecuencia inevitable era la culpa.

                                                                                                                                ***

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                                                                                                                                La culpa es una característica que parece ser única de nuestra especie. La culpa, explica Dennys del Rocío García, docente de Psicología Clínica y de la salud en la Universidad Javeriana, es uno de esos sentimientos aprendidos que nos acompañan desde niños. “Los seres humanos hacemos juicios evaluativos sobre la forma en la que nos comportamos y cuando evaluamos que lo que hemos hecho estuvo mal, fue incorrecto o inadecuado, podemos sentir culpa”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Hasta ahora, la ciencia no sabe del todo cuál es el origen del sentimiento. Tampoco se sabe con certeza si otros mamíferos (incluso nuestros parientes más cercanos, los primates no humanos) pueden sentir y exhibir culpa. En diciembre, tras el desgaste de un año de cuarentenas, restricciones y pérdidas, mientras muchos empezábamos a ver con entusiasmo un regreso a la libertad y la “normalidad” del mundo que conocíamos (que desencadenaría uno de los periodos más duros de la pandemia), un grupo de científicos de Reino Unido publicaba en la revista The Royal Society un estudio sobre “la función social del sentimiento y la expresión de la culpa”. Saltándonos los detalles, la evidencia sugería que la culpa “podría tener un impacto más fuerte en las relaciones cercanas existentes, en comparación con relaciones menos cercanas”. En otras palabras, cuanto más cercanos fuéramos a las personas, mayor podría ser nuestro sentimiento de culpa si sentimos que “les fallamos”, y mayor sería el “castigo” que recibimos por parte de ellas. ¿Por qué?, porque al ser una relación de tiempo y trabajo en construcción, “los costos de la ruptura o de la pérdida de la relación serían mayores”.

                                                                                                                                Sin embargo, otro de los hallazgos del estudio confirmaba que la culpa tiene una función potencialmente positiva en la interacción social. La culpa, escriben los autores, estimula comportamientos en pro de mantener las normas sociales, promueve a hacer lo correcto y enmendar las malas acciones con aquellos que han sido agraviados.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “La culpa nos sorprende cuando nos damos cuenta de que hay cosas que se nos salen de las manos”, dice el filósofo y teólogo Vicente Durán, s. j. “Hay a quienes les sorprende encontrarse con que la medicina, la ciencia, la tecnología y la sociedad tienen sus límites”. Cosas que teníamos ocultas y que las ha puesto en evidencia esta pandemia. Sin embargo, asegura, “encontrarle límites a todo lo que hacemos los seres humanos, por más doloroso que sea, también es bueno, porque nos hace pensar en nuestras fragilidades y vulnerabilidades. La ciencia, que tiene tanto que aportar, es producto de esas situaciones en las que el ser humano se ve forzado por las circunstancias a investigar, indagar y crear sistemas de conocimiento científico, pero también sistemas sociales de solidaridad y acompañamiento a los más débiles. No sirve culparse, no sirve buscar culpables. Lo que sirve es ser creativos, solidarios y, sobre todo, muy generosos en la manera de cuidarnos unos a otros”. (Puede leer: “La ciencia está teniendo éxito, pero la solidaridad está fallando”: ONU)

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “El contacto social es la cosa más humana de nuestra especie, y el no saber o no querer hacer daño, y hacer daño sin querer, es también una cosa totalmente humana que puede ocurrir”, agrega Andia. Las preguntas de ahora en adelante, asegura, deberían estar centradas en cómo incorporar los riesgos de este nuevo contexto para tener una vida significativa. “¿Cómo vivir con calidad en un mundo así? ¿Cómo morir dignamente en un mundo así? No podemos seguir creyendo que podemos suspender la vida para evitar el contagio”.

                                                                                                                                En esta segunda ola de contagios el virus se va abriendo camino y se acerca cada vez más a nuestras casas, familia y amigos. Si el contagio depende entrañablemente de nuestra sociabilidad, una consecuencia inevitable era la culpa.
                                                                                                                                Foto: Getty Images
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                “En esta segunda ola de contagios que toca a México, pero que también toca a Colombia y que veo también con mis familiares en Italia, el COVID-19 está más cerca que nunca. Surgen con más frecuencia esas preguntas de ¿cómo se infectó? ¿Quién infectó a quién?”, cuenta Caregnato. Hace dos semanas atendió una sesión grupal en la que quince de los 24 miembros de una familia resultaron contagiados de coronavirus. La abuela, octogenaria, falleció la noche de Navidad. “Las hijas insistían en culparse por omisiones o negligencias, y se cuestionaban si posiblemente habían llevado el virus a la casa. Otros familiares señalaban a dedo a los que creían que eran los culpables de su muerte. Había demasiada necesidad de encontrar quién fue y qué habían hecho mal. No podían dejar de sentirse culpables o de buscar culpables”, cuenta.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                ***

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                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Este virus alcanzó cada esquina del planeta aprovechándose de una de las características más esenciales de seres humanos como especie: la sociabilidad. Nos gusta hablar, reírnos, abrazarnos… Nuestra cercanía es el combustible que le permite al virus expandirse sin control. “No existe desarrollo individual sin sociedad”, dice Tatiana Andia, doctora en Sociología e investigadora de la Universidad de los Andes. Y es en esa vida en sociedad, fundamental para los seres humanos, donde el virus encuentra su refugio. Por eso logró viajar tan rápido desde Wuhan al resto del mundo. (Le puede interesar: Contagios y festividades decembrinas, ¿influye nuestra cultura?)

                                                                                                                                “Hasta ahora, cuando pensábamos en los riesgos de salud, los esfuerzos estaban centrados en tratar de prevenir o mitigar enfermedades crónicas, que son las que generan la mayor parte de la morbilidad y mortalidad en las sociedades contemporáneas”. En ellas, explica, los mecanismos de prevención están principalmente a cargo de cada persona. “Tú decides qué comes, cuánto ejercicio haces y cómo mantienes un comportamiento saludable, y esto puede incidir en tu estado de salud futuro”. Esa lógica cambió totalmente ante la llegada de la pandemia. “Ahora, la probabilidad de enfermarse o no ya no depende solo de una decisión individual, sino de todos los que nos rodean. El cuidado pasa a ser ahora relacional, y dependes de tus familiares, amigos y demás personas. Las variables que tienes que controlar son muchas más y están realmente por fuera de tu control”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                De hecho, no es tampoco raro que el virus haya comenzado su camino hacia nosotros desde los murciélagos hace, al menos, medio siglo. Esos animales, que pueden resultarnos tan ajenos y extraños (aunque, curiosamente, Colombia es el lugar con más especies de ellos), pueden ser muy parecidos a nosotros. Viven aglomerados por miles, se mezclan entre colonias, se acicalan y comparten comida, y tienen fuertes vínculos sociales y familiares. Están en todos los continentes, menos en la Antártica, como nosotros, y cuando alguno se enferma se aparta de la comunidad para evitar propagar la enfermedad. (Le recomendamos: Coronavirus, murciélagos y una conspiración perfecta)

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En las imágenes que sobrevivían de esta pandemia quedará cifrada esa sociabilidad que nos hace fuertes y vulnerables al mismo tiempo. Nos abrazamos con una cortina de plástico de por medio, nos despedimos a través de tablets y videollamadas de quienes están en los hospitales, nos tenemos que tapar la boca al reír, hablar o cantar para evitar la salida de los “viriones” (partículas del virus). Una de las principales medidas de salud pública es lavarse las manos. Las manos que minutos antes saludaron a alguien.

                                                                                                                                Si el contagio de un virus depende entrañablemente de nuestra sociabilidad, una consecuencia inevitable era la culpa.

                                                                                                                                ***

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La culpa es una característica que parece ser única de nuestra especie. La culpa, explica Dennys del Rocío García, docente de Psicología Clínica y de la salud en la Universidad Javeriana, es uno de esos sentimientos aprendidos que nos acompañan desde niños. “Los seres humanos hacemos juicios evaluativos sobre la forma en la que nos comportamos y cuando evaluamos que lo que hemos hecho estuvo mal, fue incorrecto o inadecuado, podemos sentir culpa”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Hasta ahora, la ciencia no sabe del todo cuál es el origen del sentimiento. Tampoco se sabe con certeza si otros mamíferos (incluso nuestros parientes más cercanos, los primates no humanos) pueden sentir y exhibir culpa. En diciembre, tras el desgaste de un año de cuarentenas, restricciones y pérdidas, mientras muchos empezábamos a ver con entusiasmo un regreso a la libertad y la “normalidad” del mundo que conocíamos (que desencadenaría uno de los periodos más duros de la pandemia), un grupo de científicos de Reino Unido publicaba en la revista The Royal Society un estudio sobre “la función social del sentimiento y la expresión de la culpa”. Saltándonos los detalles, la evidencia sugería que la culpa “podría tener un impacto más fuerte en las relaciones cercanas existentes, en comparación con relaciones menos cercanas”. En otras palabras, cuanto más cercanos fuéramos a las personas, mayor podría ser nuestro sentimiento de culpa si sentimos que “les fallamos”, y mayor sería el “castigo” que recibimos por parte de ellas. ¿Por qué?, porque al ser una relación de tiempo y trabajo en construcción, “los costos de la ruptura o de la pérdida de la relación serían mayores”.

                                                                                                                                Sin embargo, otro de los hallazgos del estudio confirmaba que la culpa tiene una función potencialmente positiva en la interacción social. La culpa, escriben los autores, estimula comportamientos en pro de mantener las normas sociales, promueve a hacer lo correcto y enmendar las malas acciones con aquellos que han sido agraviados.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “La culpa nos sorprende cuando nos damos cuenta de que hay cosas que se nos salen de las manos”, dice el filósofo y teólogo Vicente Durán, s. j. “Hay a quienes les sorprende encontrarse con que la medicina, la ciencia, la tecnología y la sociedad tienen sus límites”. Cosas que teníamos ocultas y que las ha puesto en evidencia esta pandemia. Sin embargo, asegura, “encontrarle límites a todo lo que hacemos los seres humanos, por más doloroso que sea, también es bueno, porque nos hace pensar en nuestras fragilidades y vulnerabilidades. La ciencia, que tiene tanto que aportar, es producto de esas situaciones en las que el ser humano se ve forzado por las circunstancias a investigar, indagar y crear sistemas de conocimiento científico, pero también sistemas sociales de solidaridad y acompañamiento a los más débiles. No sirve culparse, no sirve buscar culpables. Lo que sirve es ser creativos, solidarios y, sobre todo, muy generosos en la manera de cuidarnos unos a otros”. (Puede leer: “La ciencia está teniendo éxito, pero la solidaridad está fallando”: ONU)

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “El contacto social es la cosa más humana de nuestra especie, y el no saber o no querer hacer daño, y hacer daño sin querer, es también una cosa totalmente humana que puede ocurrir”, agrega Andia. Las preguntas de ahora en adelante, asegura, deberían estar centradas en cómo incorporar los riesgos de este nuevo contexto para tener una vida significativa. “¿Cómo vivir con calidad en un mundo así? ¿Cómo morir dignamente en un mundo así? No podemos seguir creyendo que podemos suspender la vida para evitar el contagio”.

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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