La inaplazable discusión sobre el trato en los pasillos médicos
El fallecimiento de la médica residente de la Universidad Javeriana ha causado una gran conmoción en el mundo de la salud. Lo ocurrido puso sobre la mesa unas prácticas que parecen haberse normalizado en los pasillos de algunos hospitales y que está incidiendo en la salud mental de los futuros especialistas. ¿Por qué se llegó a ese punto? ¿Cuál es el camino para resolver esta situación?
Juan Diego Quiceno
Paula Casas Mogollón
“Los estudiantes de medicina pasan sus días aprendiendo a ayudar a los demás. ¿Podemos aprender a cuidar de ellos también?”. Nathaniel Morris, un médico residente en psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford, describió hace 8 años en una columna de The Washington Post qué sucedía dentro de su mente, la de un futuro médico especialista angustiado: “Mi mente era una tempestad. Las punzadas de ansiedad iban y venían y yo apretaba los puños de miedo. Por la noche, me quedaba tumbado en la cama y miraba la pared. Por la mañana, estaba exhausto”. El silencio, se prometía Morris, no podía ser una opción: “La medicina falla cuando sus cuidadores luchan en la sombra”.
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“Los estudiantes de medicina pasan sus días aprendiendo a ayudar a los demás. ¿Podemos aprender a cuidar de ellos también?”. Nathaniel Morris, un médico residente en psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford, describió hace 8 años en una columna de The Washington Post qué sucedía dentro de su mente, la de un futuro médico especialista angustiado: “Mi mente era una tempestad. Las punzadas de ansiedad iban y venían y yo apretaba los puños de miedo. Por la noche, me quedaba tumbado en la cama y miraba la pared. Por la mañana, estaba exhausto”. El silencio, se prometía Morris, no podía ser una opción: “La medicina falla cuando sus cuidadores luchan en la sombra”.
El silencio también ha empezado a dejarse de un lado en Colombia. La muerte de Catalina Gutiérrez Zuluaga, una médica residente de cirugía general de la Universidad Javeriana, ha sumido al mundo de la salud en una gran catarsis colectiva. Decenas de médicos han denunciado humillaciones, maltratos y largas jornadas de trabajo sin descanso a las que se han visto sometidos en algunos hospitales del país. “Que nuestra vocación no nos cueste la vida”, se leía en un letrero de la velatón que amigos y desconocidos hicieron en honor de Gutiérrez. “Es una residencia, no una resistencia”.
Las residencias son los posgrados en el argot médico. Pueden durar entre 3 y 5 años, un lapso en el que los médicos residentes trabajan en hospitales, donde adquieren experiencia práctica en su área, bajo la supervisión de médicos más experimentados.
Es esa relación de jerarquía, aprendizaje y atención de pacientes, la que, en algunos casos, ha sobrepasado los límites. “Recibí tanto bullying que me ‘taladraron’ el cerebro hasta el punto de hacerme sentir el ser más inútil, el bruto más grande del mundo”; recuerda Juan José Márquez Franco, especialista en medicina interna y expresidente del capítulo Caribe de la Asociación Colombiana de Medicina Interna. Hizo su residencia médica casi a los 40 años, después de intentarlo en una ocasión. “Duré una semana y renuncié. Cuando yo llegué me mandaron a dormir en el piso, a limpiar el baño, me pusieron un turno de más (en esa época eran turnos de 3 y 4 días). A todo esto se le sumaba que íbamos a estudiar. Era una presión psicológica terrible”.
“Me han tirado las pinzas en cirugía y me han insultado con palabras como ‘malparida’”, dice una residente más de oftalmología, que prefiere mantenerse en el anonimato.
“Nosotros destinamos 66 horas semanales para formarnos como especialistas. En una profesión como la medicina, en donde la jerarquía está tan marcada, hay una vulnerabilidad que puede generar situaciones de acoso, abuso o sobreexplotación”, dice Leonel Vega Useche, residente de anestesiología y candidato a magíster en educación. Por ejemplo, agrega, hay muchas residencias que respetan las horas semanales, “pero hay posgrados médicos en donde se hacen más de 100 horas, en turnos nocturnos, jornadas que inician a las tres de la mañana y finalizan a las doce de la noche”.
Esas residencias no son como cualquier otro proceso de aprendizaje. “Son difíciles las relaciones y la vivencia, en medio del sistema de salud, del sufrimiento del paciente, de los familiares, de la tensión por lo laboral y la incertidumbre. Estamos en la vida real del problema, tanto del paciente, como del hospital: si tiene los recursos, si las enfermeras están en huelga, si les han pagado o no… Todo eso termina influyendo”, señala Clemencia Mayorga, médica pediatra y presidenta del Colegio Médico de Cundinamarca y Bogotá.
En la sala de cirugía de un hospital universitario, el médico residente se enfrenta a algo más que a una nota. La medicina es una profesión de alto riesgo. “La evidencia global apunta a que los problemas de salud mental, incluidos los intentos de suicidio, son casi tres veces mayores en la comunidad médica en comparación con la población general”, dice Mayorga. “Ser médico ya es, de por sí, un gran factor de riesgo”.
“La práctica médica tiene unos estresores inherentes, es decir, el ritmo de trabajar en urgencias, el ritmo de trabajar en una sala quirúrgica, el ritmo de trabajar con el sufrimiento humano. Esto ya tiene una carga”, agrega Milton Murillo, médico psiquiatra y psicoanalista.
Hay evidencia que demuestra lo compleja que es esa situación. Una investigación publicada en JAMA en 2015, que revisó más de 54 estudios que involucraron a 17,560 médicos en formación, demostró que entre el 20,9% y el 43,2% de los residentes dieron positivo en la prueba de detección de depresión o síntomas depresivos durante la residencia. Para dimensionar esa cifra, el Instituto Nacional de Salud (INS) estima que la prevalencia de la depresión a lo largo de la vida fue de 4,3% en los últimos años en Colombia.
“En salud mental nosotros decimos que hay que evitar la exposición crónica a sufrimiento, hay que evitar las situaciones de estrés nocivo, la importancia de evitar situaciones traumáticas”, die Murillo. “Pero eso es lo que nosotros, como médico, vivimos. Y si a eso le sumamos un maltrato y las diferentes formas de violencia que se viven, inevitablemente va a llevar a la aparición de síntomas de enfermedad mental”.
El 14 de septiembre de 2023, por poner otro ejemplo, Allison Brashear, vicepresidenta de Ciencias de la Salud y Decana de la Facultad de Medicina y Ciencias Biomédicas de la Universidad de Buffalo, envió una carta a sus estudiantes titulada: “El suicidio: un debate difícil pero importante”. Allí, Brashear le recordaba a sus médicos en formación que “la profesión tiene una tasa de suicidio desproporcionadamente alta en comparación con otras profesiones. El silencio puede tener resultados trágicos, especialmente para quienes experimentan pensamientos suicidas”.
Evitar la normalización
“Se ha naturalizado que si no se sufre, no se aprende y no somos buenos médicos. Así mismo, la sobrecarga genera un desgaste emocional y físico que a nadie le interesa”, nos decía una residente. “Nos callamos por miedo a las consecuencias, a perder oportunidades y a ‘quedar mal’ con nuestros profesores”.
En Colombia, la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (Ascofame) estima que egresan alrededor de 6.500 médicos generales al año, sin embargo, solo hay cupo para menos de 2.000 en las especializaciones. “La competencia para ingresar es grande”, dice Useche. Otros nos la describieron más gráficamente: es como una pelea campal en la que la debilidad se castiga.
Después de hacer ese esfuerzo y de lograr pasar, “las personas suelen pensar que no pueden fallar, que no pueden desistir, que si fueron capaz de llegar, tienen que aguantarlo todo”, ilustra Mayorga. “Se ha estigmatizado mucho: que los médicos que se quejan, que los médicos que sufren, son médicos que no sirven. Esa es la creencia y el estigma que se ha creado alrededor de la figura omnipotente y todopoderosa del médico”, agrega Murillo.
A muchos, podría parecerle obvio que un médico conoce mejor que nadie la necesidad de buscar ayuda cuando la salud mental se está viendo comprometida, pero organizaciones como la Academia Americana de Medicina señalan, de hecho, que se ha demostrado que los médicos que experimentan ideación suicida tienen menos probabilidades de buscar la ayuda que necesitan. “Dentro de las ciencias de salud hay un gran tabú frente a los problemas de salud mental”, señala Silvia Rivera Largacha, psicóloga experta en temas de violencia y humanización en salud. Rivera atendió en su consultorio a estudiantes de ciencias de la salud de una universidad en Bogotá: “Acudir a estos servicios está mal visto”.
“Enseñamos a los médicos en formación a ser resilientes y despreciamos a quienes no son capaces de aguantar. Nos dicen que debemos darlo todo por nuestros pacientes. Por eso, los estudiantes de medicina, los médicos y las enfermeras a menudo no dicen nada, sufren en silencio y en soledad, escribía Nathaniel Morris en su columna en The Washington Post.
Para nadie que haya trabajado en un hospital universitario es un secreto que la situación no es nueva. “Yo tengo 52 años y creo que esto se ha dado siempre. Lo que sucede, como pasa todos los ámbitos, es que antes no había redes sociales y no había tal masificación de medios y, por tanto, este tipo de cosas se callaban. Se convirtió en algo que nosotros normalizamos. Recuerdo que varios compañeros en Bogotá, en el hospital San José y hacia el año 1993, ya recibíamos bullying. Es un tema de larga data”, dice Franco, expresidente del capítulo Caribe de la Asociación de Medicina Interna. Me da risa que digan que esto es de la generación de cristal. Yo no soy de la generación nueva”.
No es fácil romper con ese estigma. En la velatón de Catalina Gutiérrez Zuluaga, muchos letreros llamaban a romper ese silencio. “Es impresionante cómo también se convirtió en un espacio en el que muchos de nosotros (por no decir todos) recordamos todas las veces que nos han maltratado y humillado, veces en las que por miedo nos quedamos callados”, recordaba en su cuenta de X una persona que asistió. Ahora que el silencio parece haberse roto, todos concuerdan en algo: la situación se tiene que traducir en acciones.
¿Qué hacer?
En cuestión de horas, instituciones de todo el sector lamentaron la muerte de la médica. “No se puede permitir la continuidad de los abusos y malos tratos para las personas en formación y en general para el Talento Humano en Salud”, expresó el presidente de la Asociación Colombiana de Sociedades Científicas, Agamenón Quintero, a través de un comunicado. En la misma línea se pronunció la Asociación de Sociedades Científicas de Estudiantes de Medicina de Colombia (Ascemcol), quienes manifestaron su “profunda consternación con los hechos que llevaron a dicha tragedia, el acoso sistemático a los médicos residentes y estudiantes, y el maltrato hacia los mismos”.
Otras entidades como el Ministerio de Salud, el Instituto Nacional de Salud (INS), la Universidad de Antioquia, la Federación Médica Colombiana, entre otras, enviaron sus condolencias a familiares y amigos de la doctora Gutiérrez e instaron a tomar medidas para cuidar la salud mental de los médicos y residentes. La U. Javeriana, en donde Gutiérrez adelantaba sus estudios, aseguró que se trata de “un acontecimiento muy duro para nuestra comunidad educativa, que nos llama a reflexionar profundamente, y con humildad, sobre la cultura y los modos de proceder en la formación de nuestros médicos especialistas”.
En las últimas horas, la cartera de Salud convocó a tres entidades para discutir sobre lo ocurrido: la Asociación de Médicos Internos y Residentes (ANIR), la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (Ascofame), y el Ministerio de Educación. “No podemos dejar que pasen situaciones en las que los internos, residentes, estudiantes y médicos en general, puedan tener situaciones que no permitan el sano funcionamiento en sus profesiones y desempeño como médicos en las distintas clínicas y hospitales”, dijo el ministro Guillermo Alfonso Jaramillo.
“No hay duda de que el tema de salud mental ha cobrado gran importancia en los últimos años”, asegura Luis Carlos Rodríguez, de Ascofame. “Es una situación que se tiene que atender de manera que integre a las personas que participan de la formación de los especialistas”.
Para Rodríguez, ese es uno de los retos más claves en este tema: articular un proceso que es complejo en sí mismo. Gran parte de esa formación de los médicos residente se da al interior de las instituciones de salud, de los hospitales universitarios, pero las universidades están llamadas a gobernar el proceso. Ambas instituciones son autónomas, lo que ha complicado el proceso de coordinación. “Las acciones tienen que integrar a la facultad de medicina, al hospital y a los docentes que participan del proceso”, dice Ruiz.
Desde Ascofame están afinando una propuesta de ruta de respuesta que podría incluir tres fases: una de atención inmediata, que busca garantizar que los espacios de escucha se universalicen en todas las universidades e instituciones, sin temor a represalias en el proceso académico. Una más de comunicación entre los actores que están liderando el proceso, donde exista agendas exclusivas para hablar de la salud mental de quienes están en proceso de formación. “Que haya un seguimiento por parte de las autoridades académicas y del hospital. Que no sea solo un espacio para hablar, sino que se haga un seguimiento sobre la gestión y mejora de esas situaciones”, agrega Rodríguez.
Precisamente, es justo en ese campo de acciones en donde parece haber una gran deuda. “Debería haber políticas con dos características: espacios reales donde esas situaciones de riesgo lleguen y se tomen las medidas institucionales necesarias de investigación, y si hay necesidad, de sanción. Tiene que haber una política nacional. Es como en el sistema judicial, si no se hace justifica, nadie habla. Y si nadie habla, las situaciones siguen ocurriendo”, dice Mayorga.
“Si yo soy mujer, y pongo una queja contra mis profesores y veo que no pasa nada, ¿cuál es el mensaje? Que me toca aguantarme. Si eso se suma a las presiones de las que ya hemos hablado, pues las personas simplemente prefieren el silencio”, reitera. Desde Ascofame adelantan que, incluso, se está considerando que en los contratos de residencia se tenga una indicación clara de que las instituciones deben garantizar el cuidado de la salud mental.
Finalmente, y algo que quizá ha pasado de alto en esta discusión, es la vocación de docencia. “Tiene que haber una política que apunte a que los docentes médicos también estudien docencia. No basta con ser el mejor médico especialista. Eso debería ser obligatorio. Aprender a ser profesores”, insiste Mayorga.
De hecho, en medio del duelo en el que permanece el mundo de la salud, no han sobrado los llamados a romper el ciclo: “Los docentes especialistas que lideran las residencias son, de hecho, residentes que ya tienen avanzada su residencia. A veces los propios residentes replican los comportamientos que sufrieron. Si vamos a pensar en cómo mejorar esto, tenemos que pensar en qué podemos cambiar todos”, finaliza Ruiz.
En 2016, Morris terminaba así su columna en The Washington Post: “Nadie debería tener miedo de hablar cuando necesita ayuda. Si los proveedores de atención médica no pueden superar el estigma de las enfermedades mentales, ¿quién lo hará?”.
Si usted necesita ayuda, o sabe de alguien que lo necesite, llame a: la línea 106 o a la línea psicoactiva: 018000112439.
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