La inesperada defensa de la piel contra infecciones y su potencial en nuevas vacunas
Dos estudios recientes revelan sorprendentes descubrimientos sobre cómo la piel, el órgano más grande del cuerpo, puede defenderse de infecciones de manera autónoma, sin la necesidad de ayuda adicional del sistema inmune. La piel no solo actúa como una barrera física, sino que también tiene un sistema inmunológico especializado que regula la coexistencia con los microorganismos que la habitan.
Sabemos que la piel es el órgano más grande que tenemos y que juega un papel crucial en nuestra salud. Actúa como una barrera contra la deshidratación, evitando que perdamos demasiada agua y manteniendo el equilibrio de líquidos en el cuerpo; regula nuestra temperatura a través del sudor, permitiéndonos adaptarnos a cambios en el clima, y es fundamental en el sentido del tacto, permitiéndonos percibir estímulos como el dolor, el calor, el frío y la presión. Sin embargo, es mucho más sorprendente de lo que creíamos.
Dos investigaciones publicadas esta semana en Nature revelan que la piel puede defenderse por sí sola de infecciones sin necesitar una ayuda extra del cuerpo, controlando tanto la coexistencia con los microorganismos como evitando que causen enfermedades. Esto abre la puerta, creen los investigadores, a la producción de vacunas que no se tendrían que inyectar de la manera tradicional.
En la primera investigación, los científicos se proponen estudiar cómo la microbiota, que son los microorganismos que viven naturalmente en nuestro cuerpo, interactúa con nuestras barreras físicas, como la piel, y cómo nuestro cuerpo maneja esa relación de manera controlada.
La microbiota es el conjunto de microorganismos (como bacterias, hongos o virus) que viven en diferentes partes de nuestro cuerpo, como la piel, los intestinos, la boca, etc. Estos microorganismos juegan un papel importante en nuestra salud, ayudando a regular varias funciones del cuerpo. En condiciones normales, tenemos una simbiosis, lo que significa que hay una relación en la que ambas partes (el cuerpo y los microorganismos) se benefician. La piel es justamente uno de los principales lugares donde habitan estos microorganismos, y tiene una estrategia muy especial para regular esa relación.
La piel actúa como un órgano linfático autónomo, lo que significa que tiene la capacidad de gestionar su propio sistema de defensa y de manejar los microorganismos que la habitan sin depender de otros órganos.
Cuando un nuevo microorganismo coloniza la piel (un “comensal”, como lo llaman los científicos, que es un microorganismo que vive de manera normal en nuestro cuerpo sin causar daño), la piel desencadena dos respuestas principales, que están controladas por un tipo específico de células del sistema inmune llamadas células de Langerhans. Estas células son un tipo de célula inmunológica que se encuentran en la epidermis (la capa más externa de la piel) y son clave para detectar e iniciar la respuesta inmune.
Esto es importante porque demuestra que la piel no solo es una barrera física contra los microorganismos, sino que también tiene una respuesta inmunológica propia y especializada.
¿Nuevas vacunas?
En el segundo estudio, los científicos se enfocaron en una bacteria que vive en nuestra piel, llamada Staphylococcus epidermidis. Esta bacteria es común y generalmente no nos hace daño, pero aun así activa una respuesta en nuestro sistema inmunológico. Esto significa que nuestro cuerpo ya está preparado para defenderse de ella, incluso antes de que cause alguna infección.
Además de la respuesta inmune que involucra ciertas células del sistema inmunológico, los investigadores descubrieron que esta bacteria también provoca la producción de anticuerpos.
Los anticuerpos son proteínas que ayudan a nuestro cuerpo a defenderse de infecciones al identificar y eliminar a los patógenos, como bacterias y virus. Estos anticuerpos contra S. epidermidis fueron muy efectivos y duraderos, lo que es útil para la protección a largo plazo. Para entender mejor esto, los investigadores modificaron la bacteria de manera que cambiaran algunas de sus proteínas. Al hacerlo, encontraron que una proteína en particular llamada Aap era la que el sistema inmunológico reconocía y atacaba. Luego, en un experimento con ratones, reemplazaron una parte de esta proteína con una toxina del tétanos y vieron que el sistema inmunológico reaccionaba muy bien, produciendo anticuerpos que protegían a los ratones de una posible infección grave.
Con esta información, los investigadores comenzaron a pensar que tal vez podrían usar este mecanismo natural de defensa para crear una vacuna. Crearon una versión modificada de S. epidermidis que, al ser aplicada sobre la piel o en las vías respiratorias, inducía una fuerte respuesta inmune.
Esta vacuna podría ser útil para proteger al cuerpo en las primeras barreras de entrada de infecciones, como la piel o las mucosas nasales y pulmonares. Es decir, una vacuna que no se tendría que aplicar mediante una inyección, sino que podría administrarse de manera tópica, directamente sobre la piel o en las mucosas nasales y pulmonares. Esto, sugieren los investigadores, podría ser más cómodo y menos invasivo para las personas, y al mismo tiempo, permitiría activar las defensas del cuerpo en las zonas donde las infecciones suelen entrar primero, proporcionando una protección más localizada y eficaz contra patógenos comunes.
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Sabemos que la piel es el órgano más grande que tenemos y que juega un papel crucial en nuestra salud. Actúa como una barrera contra la deshidratación, evitando que perdamos demasiada agua y manteniendo el equilibrio de líquidos en el cuerpo; regula nuestra temperatura a través del sudor, permitiéndonos adaptarnos a cambios en el clima, y es fundamental en el sentido del tacto, permitiéndonos percibir estímulos como el dolor, el calor, el frío y la presión. Sin embargo, es mucho más sorprendente de lo que creíamos.
Dos investigaciones publicadas esta semana en Nature revelan que la piel puede defenderse por sí sola de infecciones sin necesitar una ayuda extra del cuerpo, controlando tanto la coexistencia con los microorganismos como evitando que causen enfermedades. Esto abre la puerta, creen los investigadores, a la producción de vacunas que no se tendrían que inyectar de la manera tradicional.
En la primera investigación, los científicos se proponen estudiar cómo la microbiota, que son los microorganismos que viven naturalmente en nuestro cuerpo, interactúa con nuestras barreras físicas, como la piel, y cómo nuestro cuerpo maneja esa relación de manera controlada.
La microbiota es el conjunto de microorganismos (como bacterias, hongos o virus) que viven en diferentes partes de nuestro cuerpo, como la piel, los intestinos, la boca, etc. Estos microorganismos juegan un papel importante en nuestra salud, ayudando a regular varias funciones del cuerpo. En condiciones normales, tenemos una simbiosis, lo que significa que hay una relación en la que ambas partes (el cuerpo y los microorganismos) se benefician. La piel es justamente uno de los principales lugares donde habitan estos microorganismos, y tiene una estrategia muy especial para regular esa relación.
La piel actúa como un órgano linfático autónomo, lo que significa que tiene la capacidad de gestionar su propio sistema de defensa y de manejar los microorganismos que la habitan sin depender de otros órganos.
Cuando un nuevo microorganismo coloniza la piel (un “comensal”, como lo llaman los científicos, que es un microorganismo que vive de manera normal en nuestro cuerpo sin causar daño), la piel desencadena dos respuestas principales, que están controladas por un tipo específico de células del sistema inmune llamadas células de Langerhans. Estas células son un tipo de célula inmunológica que se encuentran en la epidermis (la capa más externa de la piel) y son clave para detectar e iniciar la respuesta inmune.
Esto es importante porque demuestra que la piel no solo es una barrera física contra los microorganismos, sino que también tiene una respuesta inmunológica propia y especializada.
¿Nuevas vacunas?
En el segundo estudio, los científicos se enfocaron en una bacteria que vive en nuestra piel, llamada Staphylococcus epidermidis. Esta bacteria es común y generalmente no nos hace daño, pero aun así activa una respuesta en nuestro sistema inmunológico. Esto significa que nuestro cuerpo ya está preparado para defenderse de ella, incluso antes de que cause alguna infección.
Además de la respuesta inmune que involucra ciertas células del sistema inmunológico, los investigadores descubrieron que esta bacteria también provoca la producción de anticuerpos.
Los anticuerpos son proteínas que ayudan a nuestro cuerpo a defenderse de infecciones al identificar y eliminar a los patógenos, como bacterias y virus. Estos anticuerpos contra S. epidermidis fueron muy efectivos y duraderos, lo que es útil para la protección a largo plazo. Para entender mejor esto, los investigadores modificaron la bacteria de manera que cambiaran algunas de sus proteínas. Al hacerlo, encontraron que una proteína en particular llamada Aap era la que el sistema inmunológico reconocía y atacaba. Luego, en un experimento con ratones, reemplazaron una parte de esta proteína con una toxina del tétanos y vieron que el sistema inmunológico reaccionaba muy bien, produciendo anticuerpos que protegían a los ratones de una posible infección grave.
Con esta información, los investigadores comenzaron a pensar que tal vez podrían usar este mecanismo natural de defensa para crear una vacuna. Crearon una versión modificada de S. epidermidis que, al ser aplicada sobre la piel o en las vías respiratorias, inducía una fuerte respuesta inmune.
Esta vacuna podría ser útil para proteger al cuerpo en las primeras barreras de entrada de infecciones, como la piel o las mucosas nasales y pulmonares. Es decir, una vacuna que no se tendría que aplicar mediante una inyección, sino que podría administrarse de manera tópica, directamente sobre la piel o en las mucosas nasales y pulmonares. Esto, sugieren los investigadores, podría ser más cómodo y menos invasivo para las personas, y al mismo tiempo, permitiría activar las defensas del cuerpo en las zonas donde las infecciones suelen entrar primero, proporcionando una protección más localizada y eficaz contra patógenos comunes.
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