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El 4 de marzo, la Organización Mundial de la Salud anunció el panel internacional de expertos que eligió para desarrollar estrategias de prevención y erradicación del virus del papiloma humano en todo el mundo. Gloria Sánchez, de la facultad de medicina de la Universidad de Antioquia, es una de las tres latinoamericanas incluidas en el “dream team” contra el cáncer cervical, y su trabajo podría prevenir la enfermedad en 570.000 mujeres en todo el mundo, y la muerte de otras 311.000 que hoy son vencidas por un cáncer que es 100% curable si se detecta a tiempo.
Desde hace casi veinte años como profesora de la Universidad de Antioquia, la vacuna contra el virus del papiloma humano ha sido su caballito de batalla.
La caleña hizo su pregrado en bacteriología en la Universidad de Manizales y su maestría en Microbiología en la Universidad del Valle. Allí comenzó a investigar en el grupo de Malaria de la Universidad del Valle, a la par que empezaba su maestría en microbiología. A los dos días de haberla terminado se fue al Centro Médico de Investigación Naval, en Estados Unidos, becada por la Agencia Internacional de Energía Atómica, y a os seis meses, para 1993, ya estaba aplicando a estudios de doctorado en la Escuela de Salud Pública de la prestigiosa Universidad John Hopkins, la meca de la investigación epidemiológica.
En ese trasegar, decidió dar un salto inesperado. Tras investigar 15 años sobre malaria, pasó a los laboratorios en donde se investigaba sobre el virus del papiloma humano (VPH), una infección transmitida sexualmente catalogada como la causa número uno de cáncer de cuello uterino.
“Cuando yo llegué apenas se estaba desarrollando una vacuna para el VPH. Unos años después comenzaron los estudioso de seguridad y para 2006 se aprobó. Cuando yo estuve en Estados Unidos, médicas como Nubia Muñóz, caleña como yo, ya había publicado estudios que predecían que iban a aumentar los casos de cáncer cervical porque hay cambios de estilo de vida, sobre todo en Latinoamérica que ahora tiene ingresos medios/altos”, explica Sánchez al teléfono.
Según un estudio publicado por la revista The Lancet en 2016, sin la vacuna contra VPH que médicas como Sánchez ayudaron a desarrollar y sin programas educativos y de salud pública, los casos de cáncer de cervical podrían alcanzar los 700.000 en 2030.
En el año 2000, tras casi una década viviendo en Estados Unidos, decidió no ser un cerebro fugado más. Volvió al país a trabajar como profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia y fundó el Grupo de Investigación Infección y Cáncer, que aún hoy tiene sede en el laboratorio 219. Tras 17 años de creado, alcanzó la máxima categoría en Colciencias, ha formado a más de 20 estudiantes de doctorado, y ha publicado más de 40 artículos en revistas internacionales. También ha participado en las publicaciones de la OMS, del Institut Català d’Oncologia en Barcelona, del Information Centre on HPV and Cervical Cáncer. Sánchez está a la altura de los duros.
La historia de Sánchez, y de la vacuna del VPH, está sin duda ligada al episodio de Carmen de Bolívar. En 2014, varias niñas se desmayaron y señalaron a la vacuna como responsable. A pesar de que expertas salieron a explicar que la vacuna era segura, el programa pasó de una cobertura del 95 % en la primera dosis en 2013, hasta el 6 % en 2016, de acuerdo con cifras presentadas por Diego García, entonces viceministerio de Salud Pública. Otro estudio del Ministerio de Salud determinó que no había relación entre los síntomas que reportaron las 243 niñas de Carmen de Bolívar y la vacuna del papiloma humano.
“Las decisiones políticas no contribuyeron a que la sociedad se educara adecuadamente sobre esta vacuna, y hoy en día hay “expertos” hablando sobre la seguridad de la vacuna cuando nunca contribuyeron al conocimiento sobre ella. Parece que la salud de las mujeres está en manos de políticos expertos y gente inconsciente”, opina Sánchez.
El programa de vacunación contra el VPH es urgente. En Colombia, cada año ocurren 4.000 casos nuevos y 2.500 mujeres mueren de cáncer cervical. “Pongámoslo así: una de cada 50 niñas de 12 años va a padecer o va a morir de cáncer de cuello uterino en los próximos 70 años. Para ponerlo en perspectiva. Uno de cada 3000 niños o adolescentes pueden morir en un accidente de tránsito, uno de cada 4,000 en Estados Unidos se suicida. Eso quiere decir que el riesgo de morir de cáncer de cuello uterino es mayor que el de morir en un accidente de carro. Pero no dejamos de usar el carro, ¿verdad?”, explica en un video de la UDEA, de 2016.
La preocupación ha hecho que su investigación más reciente se concentre sobre todo en medir el impacto que el episodio de Carmen de Bolívar tuvo sobre la percepción de las mujeres, y en buscar nuevas alternativas, más baratas, para que las de bajos recursos puedan detectar el cáncer cervical tempranamente.
Entre 2016 y 2017, ella y su grupo de investigación siguieron a 1600 niñas entre los 9 y 15 años para medir su percepción sobre la vacuna. En Caldas la cobertura estaba en 20% antes de 2014. Después de ese año, la vacuna cayó al 6% y cuando les preguntaron porqué se dejaron de vacunar, la respuesta solía ser “por lo de las niñas del Carmen”.
“Desde ese momento la vacuna ya no es a través de los colegios, sino que los padres tienen que ir activamente a buscar que les apliquen la vacuna a los niños. Y eso dificulta el asunto, no solo con la vacuna, sino con la detección temprana. Porque son las mujeres de más bajos recursos las que más se mueren de esto, porque no tienen cómo hacerse una citología y cuando les descubren el cáncer es demasiado tarde”, explica Sánchez.
Es tanta la preocupación por esta situación, que hoy se investigan mejores métodos de detección a más bajo costo. Uno de ellos ya es la prueba de ADN que detecta el material genético del virus. Ya está aprobada en España, México y Estados Unidos, para mujeres mayores de 30 años, o que no tengan esa edad pero que hayan tenido un resultado de anormalidad en la citología. En este momento, el grupo de investigación de la UdeA lleva a cabo proyectos demostrativos de la implementación de tecnologías y estrategias de bajo costo para la detección temprana del cáncer de cuello uterino en regiones de bajo desarrollo de Colombia como el Urabá.
“Queremos encontrar un método de igual calidad, que detecte el virus a nivel molecular, pero que un trabajador social pueda llevar en sus manos hacia las regiones apartadas. Últimamente han salido unas enzimas que detectan secuencias de virus con más rápido y que hacen que la lectura sea muy visual. En el marco del sistema de salud, una prueba de detección como la citología debería costar $40.000, pero un laboratorio la puede vender a $50.000. Una mujer se hace mínimo 20 o 60 en su vida, pero hay mujeres que se han hecho apenas 4. Queremos disminuir los costos de la prueba para que todas las colombianas puedan detectar temprano si tienen cáncer cervical, y recuperar la confianza del público en la vacuna”.