La “mala soledad”, una conversación pendiente
El aislamiento social que causa sufrimiento es un asunto cada vez más usual en nuestras sociedades. Diferentes estudios la han asociado con una mayor probabilidad de desarrollar problemas de salud física y mental.
Andrés Mauricio Díaz Páez
El pasado viernes, Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), sorprendió al mundo con un anuncio: después de un poco más de tres años, la emergencia sanitaria mundial por covid-19 llegó a su final. Las consecuencias de este período han sido desastrosas, pero también nos han permitido empezar a tener conversaciones que antes temíamos dar. Una de ellas tiene que ver con el estado nuestra salud mental.
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El pasado viernes, Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), sorprendió al mundo con un anuncio: después de un poco más de tres años, la emergencia sanitaria mundial por covid-19 llegó a su final. Las consecuencias de este período han sido desastrosas, pero también nos han permitido empezar a tener conversaciones que antes temíamos dar. Una de ellas tiene que ver con el estado nuestra salud mental.
Hace poco, el Sapien Labs, que desde 2018 monitorea la salud mental en el mundo mediante encuestas a personas con acceso a internet, publicó su tercer informe, que arroja algunas pistas sobre lo que está sucediendo. Según sus resultados, hay una tendencia entre los adultos: creen que su salud mental se deteriora sin mejoría. Es una situación que afecta principalmente a los más jóvenes. Traumas sufridos en la infancia, la pérdida de confianza en los familiares cercanos y una reducción en el número de amistades son algunos de los factores que están incidiendo.
Una de las cuestiones claves de ese informe es la soledad. Para determinar la calidad de los vínculos cercanos de los encuestados, se les pregunta por el número de personas cercanas en las que ellos confían y que les darían una mano en un momento de crisis. De acuerdo con el documento, hay una asociación entre la disminución de esas relaciones significativas y la aparición de síntomas relacionados con los trastornos de salud mental.
La soledad no suele ser un tema de conversación recurrente entre familiares y amigos. Sin embargo, tal vez después de la pandemia, hay un poco más de interés para hablar sobre ella. Prueba de esto son Natalia, Daniel y Juan Camilo, a quienes invitamos en redes sociales a conversar sobre su soledad. Después de charlar, coinciden en que es un sentimiento que comparten: la soledad como una vivencia rodeada de dolor, incomprensión y, en últimas, costumbre. (También puede leer: ¿Qué significa que la OMS haya puesto fin a emergencia sanitaria global por covid-19?)
“Siento que yo me acostumbré a la soledad, pero al mismo tiempo le tenía miedo. Hoy la veo como una amiga y una enemiga, porque es como un refugio y una autolesión al mismo tiempo”, cuenta Natalia. Sus compañeros de mesa se sienten identificados. Para ella, la soledad empezó a ser un problema desde la infancia, cuando sus papás debían dejarla sola en casa para irse a trabajar.
Se describe como una persona a la que le cuesta socializar con otros. Aunque hay momentos en los que disfruta la soledad, también hay momentos en los que quiere salir, “hacer muchísimas cosas” y no tiene a quién decirle. “Odio la soledad cuando no es voluntaria”, resalta.
Hans-Georg Gadamer, uno de los filósofos más importantes del siglo XX, estableció dos categorías que aún son útiles para hablar y comprender la soledad. La primera, por un lado, como explica César Delgado, Ph. D. en Filosofía de la Universidad Javeriana, entiende la soledad como la búsqueda del “reencuentro consigo mismo para tener un acto contemplativo”. Este es un sentimiento que ha sido estudiado desde los griegos, con Platón, hasta filósofos contemporáneos.
“Es la posibilidad y la elección de estar con uno mismo y no siempre en un entorno social y en relación con otros”, complementa Diana Agudelo Vélez, Ph. D. en Psicología Clínica y de la Salud de la Universidad de Granada, España, quien lo sintetiza así: aunque seamos seres sociales y gregarios —es decir, que necesitamos la interacción con otros para vivir—, es posible experimentar bienestar en la soledad.
Por otro lado, la “mala soledad”, escribía Gadamer, es una ruptura con los lazos que nos unían al otro. En este escenario, “la soledad me es impuesta porque los lazos se han fracturado tremendamente y yo no encuentro cómo restituirlos”, añade Delgado. (Puede ver: Siliconas en los senos: retirarlas no es moda, es un asunto de salud)
En palabras de Mónica Sánchez Nítola, Ph. D. en Psicología de la Universidad Nacional, es un concepto relacionado con una profunda desconfianza personal, en especial de las nuevas generaciones, hacia las instituciones sociales, como la familia. También está relacionada con un creciente número de personas que están solas físicamente.
Esa mala soledad produce algo que la psiquiatría ha definido con la categoría de sufrimiento emocional, un síntoma que puede desencadenar trastornos de salud mental, como depresión y ansiedad.
Daniel también está en la reunión del “club de los deprimidos”, como ellos mismos decidieron llamar con humor a la reunión acordada por redes sociales para hablar de la soledad. Dice que no recuerda un momento de su vida en el que no haya estado rodeado de personas que se preocupan por él, tanto familia como amigos. “Sin embargo, el sentirme solo siempre estuvo presente. Yo lo llamaba sentirme solo en mi cabeza. Mi psiquiatra le puso otro nombre: sentirme incomprendido”.
Juan Camilo, quien se identifica con ese sentimiento, agrega una pregunta con la que siempre ha relacionado su soledad: “¿Por qué las demás personas pueden tener relaciones sanas y yo no?”.
Los estragos de la “mala soledad” en la salud
Una de las primeras advertencias que hace José Miguel Uribe, psiquiatra, psicoanalista y magíster en Salud Pública de la Universidad de Johns Hopkins, es que para hablar de trastornos de salud mental hay que comprender que tienen un origen multicausal: biológico, psicológico y social. Atribuir un trastorno a uno solo de estos factores, como suele suceder, es “una tremenda generalización”.
En el tema biológico, por detallar uno de ellos, suelen predominar los factores genéticos, que responden a modelos conocidos como “poligenéticos”, que están compuestos por características particulares de un conjunto de genes que, agrupadas, terminan generando vulnerabilidad en aspectos particulares del desarrollo de las personas (como el psicológico), explica Uribe. A esto se suman las experiencias adversas o traumáticas, que pueden estar relacionadas con determinantes sociales, como la pobreza o el género, y causan traumas psicológicos.
Estos dos aspectos hacen parte fundamental de los factores protectores de la salud mental y física. “Cuando hay unos vínculos tempranos que no son muy buenos, pocas figuras estables en la vida de la persona o rupturas en las relaciones con sus cuidadores, hay trauma. Y eso afectará el desarrollo psicosocial”, explica Uribe. (Le puede interesar: En búsqueda de los particulares genes de la leucemia mieloide en Colombia)
Natalia, por ejemplo, cuenta que durante su infancia se sentía muy sola porque sus compañeros de colegio le hacían comentarios violentos por ser gorda. “Yo asociaba mi estética a mi soledad”, recuerda. En la adolescencia desarrolló un trastorno de la conducta alimentaria que la llevaba a pensar que estaba sola porque era gorda o porque padecía bulimia.
En las nuevas generaciones, cuando los vínculos sociales están rotos, hay una tendencia creciente a desarrollarlos en comunidades virtuales. Esto puede tener un impacto positivo, dice Sánchez, por la posibilidad de anonimato y confianza que se puede encontrar en estos espacios. Sin embargo, como explica Agudelo, estas relaciones no pueden remplazar la interacción física, porque allí es donde se tiene la posibilidad de fortalecer habilidades sociales esenciales para relacionarse.
El impacto del aislamiento (la “mala soledad”) ha sido documentado por investigadores. Un estudio publicado en la Revista de Neurología en 2019, liderado por Pedro Montejo, director del Centro de Prevención del Deterioro Cognitivo, en Madrid (España), encontró que la soledad y los trastornos de salud mental con los que esta se asocia, como la depresión y la ansiedad, se relacionan con un deterioro en la percepción de problemas de memoria.
También hace que se profundicen algunos síntomas que pueden desencadenar trastornos de salud mental. “Todo estrés o adversidad que sea prolongado, dure mucho tiempo, no se solucione, que uno siente que no tiene cómo salir de allí, produce una carga sobre el organismo”, explica Uribe. Esto genera cambios hormonales, físicos y metabólicos que afectan la capacidad de las personas para enfrentar cambios en el día a día e impactos en el sistema cardiovascular y el cerebro.
Un estudio publicado en 2020 por la revista Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology, realizado por científicos de la Universidad de Swinburnese, en Australia, encontró una asociación entre la soledad como factor de riesgo en el desarrollo de problemas de salud como la hipertensión o niveles altos de colesterol.
Investigadores del Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad de York, en Reino Unido, también detectaron que las personas que están aisladas socialmente tienen una probabilidad 29 % mayor de padecer una cardiopatía coronaria, y 32 % mayor de sufrir un derrame cerebral. Así mismo, una revisión de evidencia científica, realizada en 2015 y publicada en la revista Perspectives on Psychological Science, encontró que la soledad está relacionada con un incremento del 26 % en la probabilidad de muerte. (Puede leer: A diferencia del resto del mundo, la tasa de suicidios en América está aumentando)
Pero la soledad no resulta tan problemática solo por estar asociada con todos estos síntomas. Cuando las personas presentan cuadros de ansiedad generalizada o depresión clínica, tienden a aislarse socialmente. Uribe y Agudelo explican que esto tiene como consecuencia una pérdida del autocuidado. En ocasiones se descuidan los hábitos alimenticios, la actividad física o el aseo personal.
Vejez y soledad, otro asunto pendiente
En 2018, el Gobierno del Reino Unido creó el Ministerio de la Soledad y emitió su primer plan de acción para abordar este asunto. En 2016, uno de cada 20 ciudadanos de ese país se sentía solo. Durante la pandemia, las muertes de ancianos en sus casas sin que nadie se enterara o en hogares geriátricos, ante el abandono de sus familias, evidenció la vulnerabilidad de esta población.
Algo similar ocurrió en Japón, cuando anunciaron la creación de una institución homóloga en 2021. La soledad fue identificada como una de las motivaciones principales para quitarse la vida en ese país, una situación que se intensificó a raíz de la pandemia.
Este es un problema que han abordado la sociología y los estudios demográficos. Ángela Jaramillo, socióloga y Ph. D. en Estudios Sociales de la Universidad Externado, ha analizado los cambios en la población y explica que, en comparación con el siglo pasado, estamos viviendo un cambio drástico en la pirámide social denominado envejecimiento demográfico.
“Es el resultado del descenso de la fecundidad en combinación con el aumento de la esperanza de vida”, puntualiza Jaramillo. Por ejemplo, “al comienzo del siglo XX, las tasas de fecundidad estaban alrededor de siete hijos por mujer. A comienzos del siglo XXI, esa tasa descendió a cerca de dos hijos por mujer”, agrega. Por esas mismas épocas, pasamos de una esperanza de vida de 30 a 74 años. En consecuencia, cada día hay más personas viejas.
Uno de los problemas de que la población se envejezca, explica Jaramillo, es que hay una creencia generalizada de que las personas después de su retiro laboral no tienen algo que aportar a la sociedad. A esto se suma que el 40 % de las personas que viven solas en Colombia tienen más de 50 años. (También puede leer: Gordofobia, obesidad y salud: es hora de dar un debate sin prejuicios)
Sin ingresos económicos, porque solo dos de cada 10 personas mayores de 60 años reciben una pensión, más del 50 % de estas acuden a labores informales para su sostenimiento. La precariedad, que lleva a la mayoría a vivir en habitaciones y no en apartamentos o casas, termina sumándose a los factores que generan aislamiento y empeoran la soledad.
En 2015, en el “Estudio nacional de salud, bienestar y envejecimiento”, el Ministerio de Salud reportó que al menos el 41 % de personas de la tercera edad presenta algún síntoma de depresión.
¿Cómo recuperar los lazos rotos?
Recuperar los lazos que están rotos para Gadamer, reflexiona Delgado, tiene como componente central la palabra, que solo es posible en el diálogo con otros. “La palabra es terapéutica”, dice. Sin embargo, esto no depende exclusivamente de una decisión de quien se siente solo. Allí influyen los llamados “determinantes sociales de la salud” y los estigmas sociales.
Además de las implicaciones en la salud que puede tener el sufrimiento emocional, explica Uribe, la mayoría de las consecuencias son sociales. Solucionar esto requiere tener una conversación pública en la que se discuta la salud mental como parte integral de la salud, con el fin de que las personas tengan herramientas de cuidado cuando estos casos se presenten en su círculo cercano.
También, como asegura la psicóloga Sánchez, es necesario reconocer que el rol del Estado es garantizar que las personas vivan bien y, por lo tanto, este es un aspecto del que debe hacerse cargo. Desde el buen acceso a los servicios de salud, hasta la promoción y prevención de trastornos de salud mental en espacios educativos y comunitarios, son tareas en las que deben incidir las instituciones del Estado.
Jaramillo añade que se deben crear políticas públicas encaminadas a reconocer las redes de solidaridad que se pueden construir para que las personas que se sienten solas reciban un apoyo oportuno y constante. Además, destaca la importancia de reconocer que, por ejemplo, las personas viejas también pueden participar en labores necesarias para la sociedad y que podrían tener un papel activo en la construcción de soluciones para esta problemática.