La odisea de una mujer para hallar a su madre biológica
Carolina Skyldberg fue dada en adopción cuando tenía seis meses. A pesar de que en Suecia sus nuevos padres le dieron todo, ella sentía que tenía un vacío, quería saber por qué la habían entregado al ICBF. Luego de 36 años, Carolina conoció en Bogotá a Gilma Parra, su mamá.
Redacción salud
Al armar el rompecabezas de su vida Carolina Skyldberg, de 36 años, se dio cuenta de que le faltaba una ficha. Una pieza con la que podría reconstruir su pasado y entender quién era su mamá biológica, por qué la había dejado en adopción cuando tenía seis meses, dónde vivía, cómo era físicamente y si había intentado buscarla. A pesar de que en Suecia, de donde son sus padres adoptivos y donde ha vivido, lo tenía todo, quería encontrar las respuestas a esas preguntas. Aparentaba que era feliz, pero su alma sentía un vacío, sentía que no encajaba en la familia Skyldberg.
En un pequeño pueblo de Suecia pasó su infancia, una niñez tranquila al lado de su hermano menor. Aunque sus padres siempre fueron honestos en cuanto a su proceso de adopción y su país natal, Colombia, fue en la adolescencia cuando empezó a tener la sensación de que no era como su hermano ni sus padres, ni siquiera en la forma de ser. En ocasiones, Carolina se enojaba con sus padres y les gritaba que hubiera deseado no llegar nunca a su hogar e, incluso, le reprochaba en silencio y con rabia a su madre biológica por haberla abandonado.
Cuando cumplió 19 su padre tomó la decisión de mostrarle los papeles de adopción, pero a Carolina la invadió el miedo y solo pudo leerlos cuatro años después. Las manos le temblaban y se le escapaban las lágrimas mientras leía cada una de las palabras que Gilma Parra, su madre biológica, le había dictado al funcionario del Instituto de Bienestar Familiar (ICBF) de Manizales. “Me sentía triste, sola y deprimida. Nadie entendía por qué estaba así. Nunca había podido ser del todo feliz. Sentía un vacío en mi alma y un trauma en el corazón, le tenía miedo al abandono, a la soledad”, cuenta Carolina, mientras Gilma la abraza.
Buscó a una de las organizaciones que ayuda a rastrear a los padres biológicos, ya que Suecia es uno de los países que adopta más colombianos. No fue una tarea fácil, solo tenía cuatro datos: que había nacido en Manizales el 28 de mayo de 1979, que su madre se llamaba Gilma Parra, que la habían dado en adopción en noviembre de 1979 y que la habían bautizado con el nombre de Claudia Marcela. Tras una exhaustiva investigación y años de espera, le informaron a Carolina que habían encontrado a Gilma, su mamá biológica. En 2013, Gilma recibió una llamada en la que le aseguraron que había aparecido, 35 años después, Claudia Marcela.
“Comencé a temblar, a llorar; fue una mezcla de sentimientos. No creía lo que me decían, hasta le dije que si era una broma. Creí que mi hija estaba muerta, cuando la entregué al Bienestar Familiar estaba desnutrida, muy flaquita por todo lo que nos había tocado vivir”, dice Gilma, quien durante su embarazo recibió el apoyo del señor de la cafetería donde trabajaba. Él se encargó de los gastos del parto y de brindarles un techo durante los primeros meses. “Cuando me encontré con mi hija fuimos a Manizales, a esa cafetería a buscarlo. Estaba muy agradecida con él, pero no lo encontramos”, añade Gilma, mientras orgullosa sostiene el libro de Carolina.
Adopción: dejar sanar el alma (Ícono Editorial) lo escribió Carolina como resultado de dos viajes a Colombia. El primero fue junto Anders, su esposo, para conocer a Gilma; el segundo, para integrarse con su familia colombiana. Su diario, en el que plasmó sus experiencias, terminó publicándose como su primer libro. “Lo más importante en este proceso no fue encontrar a una nueva madre, yo tengo a mi madre; fue poder encontrarme a mí misma y quien soy, a través de mi madre biológica, para crecer como ser humano. El libro contiene la perspectiva de tres mujeres, mis dos madres han escrito unas líneas de cómo han sentido ellas este viaje”, señala Carolina.
En sus páginas quedaron plasmadas la historia de Gilma, una joven que a los 16 años abandonó su casa en Manzanares (Caldas) en busca de una mejor vida en Manizales. Trabajó en oficios del hogar y en una de las casas un hombre trató de abusar de ella, como pudo se defendió y se fue. A pesar de su amarga experiencia, Gilma siguió tocando puertas con la ilusión de trabajar para salir adelante. Consiguió empleo en una casa, en un buen barrio en Manizales, pero la historia se repitió. Llena de miedo y con un sinfín de dificultades, Gilma se fue a trabajar a una cafetería. No le contó nunca a nadie que estaba embarazada.
Su padre estaba desahuciado por culpa de un cáncer y Gilma tenía miedo de que, al contarle la noticia, sufriera complicaciones en su salud. Y su madre no soportaría la noticia. Dos años después de que naciera Carolina, Gilma se casó y formó un hogar. Decidió contarle a su esposo sobre la existencia de su hija y la posibilidad de encontrarla. A pesar de que la buscó en Colombia, en el ICBF de Manizales le repitieron una vez más que no le podían dar noticias. Gilma, con un sentimiento de culpa que la acompañó esos años, siguió con su vida. Tuvo tres hijos, una mujer y dos hombres que murieron: uno a los 23 años y otro a los 32.
Hoy todas estas historias hacen parte del libro de Carolina, quien está casada con un sueco, quien se convirtió en su principal apoyo durante este proceso y con quien tiene cuatro hijos: Nuel (9), Olivia (5), Marcela (12) y Claudia (3), los dos últimos nombres en honor al puesto por su madre biológica. “Ha sido un proceso difícil, sobre todo para los niños, porque tratan de entender por qué tienen dos abuelas. Para mi mamá sueca ha sido complicado, pero hemos hecho un proceso de sanación y de perdonar. Soy afortunada de vivir en dos mundos diferentes y tener dos vidas”, narra Carolina. Luego empaca sus maletas para devolverse a Suecia, es la primera vez que se queda tanto tiempo en Colombia. Fueron seis semanas en las que pudo compartir con Gilma, Marcela y Claudia.
Gilma fue parte de un documental que se estrenó en Suecia en 2016, en el que relata el drama y las inquietudes que tiene una madre en el proceso de adopción. Un año después, Carolina hizo parte de Solas, un especial que narra las experiencias de un grupo de niños que en los años 70 fueron adoptados, la mayoría venían de Corea del Sur, Etiopia, Colombia e India. La versión en español del libro estará en esta edición de la Feria del Libro y Gilma estará a cargo de realizar charlas. Ambas buscan hacer conferencias para inspirar a los asistentes con su experiencia y ayudar a las personas adoptadas a encontrar sus raíces.
Según el último reporte del ICBF, el año pasado fueron adoptados en Colombia 1.267 niños, de los cuales 673 fueron recibidos por familias colombianas y 594 por hogares extranjeros. Italia, Estados Unidos, Francia, España, Noruega, Suecia, Alemania, Canadá, Dinamarca, Suiza, Bélgica, Holanda y Finlandia son los países donde más adoptan niños colombianos.
Al armar el rompecabezas de su vida Carolina Skyldberg, de 36 años, se dio cuenta de que le faltaba una ficha. Una pieza con la que podría reconstruir su pasado y entender quién era su mamá biológica, por qué la había dejado en adopción cuando tenía seis meses, dónde vivía, cómo era físicamente y si había intentado buscarla. A pesar de que en Suecia, de donde son sus padres adoptivos y donde ha vivido, lo tenía todo, quería encontrar las respuestas a esas preguntas. Aparentaba que era feliz, pero su alma sentía un vacío, sentía que no encajaba en la familia Skyldberg.
En un pequeño pueblo de Suecia pasó su infancia, una niñez tranquila al lado de su hermano menor. Aunque sus padres siempre fueron honestos en cuanto a su proceso de adopción y su país natal, Colombia, fue en la adolescencia cuando empezó a tener la sensación de que no era como su hermano ni sus padres, ni siquiera en la forma de ser. En ocasiones, Carolina se enojaba con sus padres y les gritaba que hubiera deseado no llegar nunca a su hogar e, incluso, le reprochaba en silencio y con rabia a su madre biológica por haberla abandonado.
Cuando cumplió 19 su padre tomó la decisión de mostrarle los papeles de adopción, pero a Carolina la invadió el miedo y solo pudo leerlos cuatro años después. Las manos le temblaban y se le escapaban las lágrimas mientras leía cada una de las palabras que Gilma Parra, su madre biológica, le había dictado al funcionario del Instituto de Bienestar Familiar (ICBF) de Manizales. “Me sentía triste, sola y deprimida. Nadie entendía por qué estaba así. Nunca había podido ser del todo feliz. Sentía un vacío en mi alma y un trauma en el corazón, le tenía miedo al abandono, a la soledad”, cuenta Carolina, mientras Gilma la abraza.
Buscó a una de las organizaciones que ayuda a rastrear a los padres biológicos, ya que Suecia es uno de los países que adopta más colombianos. No fue una tarea fácil, solo tenía cuatro datos: que había nacido en Manizales el 28 de mayo de 1979, que su madre se llamaba Gilma Parra, que la habían dado en adopción en noviembre de 1979 y que la habían bautizado con el nombre de Claudia Marcela. Tras una exhaustiva investigación y años de espera, le informaron a Carolina que habían encontrado a Gilma, su mamá biológica. En 2013, Gilma recibió una llamada en la que le aseguraron que había aparecido, 35 años después, Claudia Marcela.
“Comencé a temblar, a llorar; fue una mezcla de sentimientos. No creía lo que me decían, hasta le dije que si era una broma. Creí que mi hija estaba muerta, cuando la entregué al Bienestar Familiar estaba desnutrida, muy flaquita por todo lo que nos había tocado vivir”, dice Gilma, quien durante su embarazo recibió el apoyo del señor de la cafetería donde trabajaba. Él se encargó de los gastos del parto y de brindarles un techo durante los primeros meses. “Cuando me encontré con mi hija fuimos a Manizales, a esa cafetería a buscarlo. Estaba muy agradecida con él, pero no lo encontramos”, añade Gilma, mientras orgullosa sostiene el libro de Carolina.
Adopción: dejar sanar el alma (Ícono Editorial) lo escribió Carolina como resultado de dos viajes a Colombia. El primero fue junto Anders, su esposo, para conocer a Gilma; el segundo, para integrarse con su familia colombiana. Su diario, en el que plasmó sus experiencias, terminó publicándose como su primer libro. “Lo más importante en este proceso no fue encontrar a una nueva madre, yo tengo a mi madre; fue poder encontrarme a mí misma y quien soy, a través de mi madre biológica, para crecer como ser humano. El libro contiene la perspectiva de tres mujeres, mis dos madres han escrito unas líneas de cómo han sentido ellas este viaje”, señala Carolina.
En sus páginas quedaron plasmadas la historia de Gilma, una joven que a los 16 años abandonó su casa en Manzanares (Caldas) en busca de una mejor vida en Manizales. Trabajó en oficios del hogar y en una de las casas un hombre trató de abusar de ella, como pudo se defendió y se fue. A pesar de su amarga experiencia, Gilma siguió tocando puertas con la ilusión de trabajar para salir adelante. Consiguió empleo en una casa, en un buen barrio en Manizales, pero la historia se repitió. Llena de miedo y con un sinfín de dificultades, Gilma se fue a trabajar a una cafetería. No le contó nunca a nadie que estaba embarazada.
Su padre estaba desahuciado por culpa de un cáncer y Gilma tenía miedo de que, al contarle la noticia, sufriera complicaciones en su salud. Y su madre no soportaría la noticia. Dos años después de que naciera Carolina, Gilma se casó y formó un hogar. Decidió contarle a su esposo sobre la existencia de su hija y la posibilidad de encontrarla. A pesar de que la buscó en Colombia, en el ICBF de Manizales le repitieron una vez más que no le podían dar noticias. Gilma, con un sentimiento de culpa que la acompañó esos años, siguió con su vida. Tuvo tres hijos, una mujer y dos hombres que murieron: uno a los 23 años y otro a los 32.
Hoy todas estas historias hacen parte del libro de Carolina, quien está casada con un sueco, quien se convirtió en su principal apoyo durante este proceso y con quien tiene cuatro hijos: Nuel (9), Olivia (5), Marcela (12) y Claudia (3), los dos últimos nombres en honor al puesto por su madre biológica. “Ha sido un proceso difícil, sobre todo para los niños, porque tratan de entender por qué tienen dos abuelas. Para mi mamá sueca ha sido complicado, pero hemos hecho un proceso de sanación y de perdonar. Soy afortunada de vivir en dos mundos diferentes y tener dos vidas”, narra Carolina. Luego empaca sus maletas para devolverse a Suecia, es la primera vez que se queda tanto tiempo en Colombia. Fueron seis semanas en las que pudo compartir con Gilma, Marcela y Claudia.
Gilma fue parte de un documental que se estrenó en Suecia en 2016, en el que relata el drama y las inquietudes que tiene una madre en el proceso de adopción. Un año después, Carolina hizo parte de Solas, un especial que narra las experiencias de un grupo de niños que en los años 70 fueron adoptados, la mayoría venían de Corea del Sur, Etiopia, Colombia e India. La versión en español del libro estará en esta edición de la Feria del Libro y Gilma estará a cargo de realizar charlas. Ambas buscan hacer conferencias para inspirar a los asistentes con su experiencia y ayudar a las personas adoptadas a encontrar sus raíces.
Según el último reporte del ICBF, el año pasado fueron adoptados en Colombia 1.267 niños, de los cuales 673 fueron recibidos por familias colombianas y 594 por hogares extranjeros. Italia, Estados Unidos, Francia, España, Noruega, Suecia, Alemania, Canadá, Dinamarca, Suiza, Bélgica, Holanda y Finlandia son los países donde más adoptan niños colombianos.