Las dudas que deja la “nueva generación de medicamentos” contra la obesidad
Dos farmacéuticas lideran el desarrollo de fármacos contra la obesidad que están causando gran expectativa en el mundo médico. Sin embargo, hay dudas que aún atraviesan el debate: ¿Estarán destinadas las personas obesas a tomarlos durante toda su vida? ¿Saldrán al mercado a un valor accesible? ¿Cómo evitar que pongan en aprietos a los sistemas de salud?
Juan Diego Quiceno
En noviembre pasado, y ante una audiencia repleta de médicos y especialistas asistentes a la conferencia ObesityWeek en San Diego, California, investigadores de la farmacéutica Novo Nordisk presentaron los resultados de un estudio relacionado con medicamentos para la obesidad que provocaron un largo aplauso.
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En noviembre pasado, y ante una audiencia repleta de médicos y especialistas asistentes a la conferencia ObesityWeek en San Diego, California, investigadores de la farmacéutica Novo Nordisk presentaron los resultados de un estudio relacionado con medicamentos para la obesidad que provocaron un largo aplauso.
Según los datos presentados por la farmacéutica y publicados en The New England Journal of Medicine, la combinación de hábitos de vida saludables con la inyección de una dosis semanal de un medicamento (semaglutida) en adolescentes de 12 a 18 años con obesidad durante 68 semanas, redujo su índice de masa corporal (IMC) en un 16,1 %, un porcentaje mucho más alto que el logrado por el grupo de jóvenes que mejoró sus hábitos de vida, pero no usó ninguna medicina. Su cambio en el IMC fue, de apenas, 0,6 %.
En esa revista, en marzo de 2021, había aparecido otra revisión del medicamento de Novo Nordisk, centrada en evaluar sus efectos en adultos. El IMC de quienes lo recibieron (y mejoraron sus hábitos) de vida se redujo 14,9; mientras que el del otro grupo (que no accedió al fármaco) tuvo una disminución del 2,4%. Estas conclusiones sirvieron de soporte a la Administración de Alimentos y Medicamentos de los EE. UU. (FDA, por sus siglas en inglés) para aprobar el uso del medicamento en adultos en junio del año pasado.
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Paralelo a estos avances, la farmacéutica Eli Lilly and Company presentó en 2022 la solicitud a la FDA de la aprobación de tirzepatida, otro tratamiento para adultos con obesidad o sobrepeso general. La compañía espera tener luz verde este 2023, año en el que, probablemente, se conozcan los resultados de su ensayo clínico, que está en fase tres.
Ambas compañías lideran el desarrollo de lo que la revista Nature llamó como una nueva generación de medicamentos contra la obesidad en un artículo que publicó hace un par de semanas. Pero, en medio de los aplausos, hay investigadores que guardan un poco de escepticismo ante esas nuevas medicinas. Una de ellas es Sarah Nutter, psicóloga de la Universidad de Victoria en Canadá y especialista en el estigma del peso y la imagen corporal.: “Realmente dudo en estar emocionada por algo que creo que es potencialmente dañino desde la perspectiva del estigma del peso”, decía Nutter a Nature.
El enfoque farmacológico
El éxito de los medicamentos contra la obesidad se basa en usar la biología para controlar el peso. Se trata de sustancias sintéticas creadas en laboratorios que dentro del cuerpo imitan el efecto de algunas hormonas. La semaglutida (de Novo Nordisk) y la tirzepatida (de Eli Lilly), por ejemplo, tienen el potencial de controlar el apetito al generar una mayor sensación de saciedad. Aunque ha sido un camino emprendido desde hace décadas, solo hasta ahora hay perspectivas de lograr este tipo de fármacos sin efectos secundarios graves.
Hasta ahora, cinco drogas contra la obesidad han sido aprobadas por la FDA en su historia y son usadas en otros países de Europa. Todas tienen efectos secundarios que limitan su uso y una pérdida de peso asociada que está lejos de los números que sugieren los nuevos medicamentos. Uno de los más usados hoy, por ejemplo, es la fentermina, que demostró en 2012 una disminución de peso de 9.21 %, pero con efectos adversos como parestesias, constipación, insomnio o mareo.
“... Existen preocupaciones, incluidos los eventos adversos (principalmente gastrointestinales: náuseas, a veces vómitos y diarrea), relacionados principalmente con la clase de agente”, recordaba en una editorial la revista The New England Journal of Medicine. También advertía que la semaglutida oral se ha asociado con pancreatitis y, en roedores, con tumores tiroideos de células C. “Tenemos un largo camino por recorrer”, era su conclusión al hablar sobre estos medicamentos.
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Otra de las preguntas claves que rodean el debate sobre estos medicamentos, tiene que ver con cómo pueden los pacientes evitar recuperar esos kilos luego de suspender el tratamiento. Un estudio publicado en abril de 2022 en la revista Diabetes, Obesity and Metabolism dio algunas respuestas. Tras darle a 327 personas con obesidad inyecciones de semaglutida durante 68 semanas (junto con una intervención en su estilo de vida), los investigadores suspendieron la administración de la medicina. Luego, evaluaron qué sucedió durante otras 52 semanas más.
Sus hallazgos describen que las personas recuperaron dos tercios de su pérdida de peso anterior y las mejoras cardiometabólicas observadas se revirtieron. Los resultados, similares para otros medicamentos contra la obesidad ya aprobados como la orlistat y la lorcaserina, “… confirman la cronicidad de la obesidad y resaltan la importancia de mantener el tratamiento farmacológico a largo plazo para el control del peso en personas con obesidad”, escribieron los autores en el estudio.
¿Están destinadas las personas obesas a consumir medicamentos toda su vida para mantener su peso? ¿Por qué se produce el aumento de rebote? La dra. Kathleen Dungan, endocrinóloga de la División de Endocrinología, Diabetes y Metabolismo del Centro Médico Wexner de la Universidad Estatal de Ohio, sugirió en Healthline una respuesta sencilla a esas preguntas: simplemente el medicamento no cura los problemas subyacentes que llevaron al aumento de peso en primer lugar.
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Las causas de la obesidad han estado en el centro de discusión durante años. Desde la década de los ochenta, la OMS incluyó a la obesidad en su lista de enfermedades y diversas organizaciones científicas han seguido el ejemplo. Fue una decisión que ha revelado la verdadera complejidad del tema.
La OMS la atribuye a “un desequilibrio energético entre calorías consumidas y gastadas”. Los CDC de EE. UU. mencionan una variedad de factores como el entorno, la genética e incluso los patrones de sueño. Algunas enfermedades como la enfermedad de Cushing y el síndrome de ovario poliquístico pueden también provocarla. Y medicamentos como los esteroides o algunos antidepresivos pueden causar aumento de peso.
Tal vez una de las definiciones recientes más completas la dio Canadá en 2020, cuando actualizó sus guías para el tratamiento de la obesidad. Allí señala como causas los factores biológicos, la genética, los mecanismos neurohormonales, las enfermedades crónicas, algunos medicamentos, las prácticas y creencias socioculturales, los determinantes sociales de la salud, el entorno, las experiencias de vida individuales y factores psicológicos como el estado de ánimo, la ansiedad, el trastorno por atracón, trastorno por déficit de atención/hiperactividad, autoestima e incluso la identidad.
En ese caso, y como repiten los endocrinólogos, aun si un medicamento contra la obesidad es efectivo y seguro, su mayor oportunidad radica en actuar solo sobre un par de todas esas causas.
No es para todos
La nueva generación de medicamentos contra la obesidad está llegando en un momento clave. La obesidad mundial se ha triplicado desde 1975, según la OMS. En 2016, alrededor del 40% de los adultos tenían sobrepeso y el 13% obesidad a nivel mundial, “y en muchas ocasiones la actividad física y los hábitos saludables no son suficientes por sí solos para revertir la condición de algunos pacientes”, opina Ricardo Rosero, médico y autor principal de las guías de recomendación de la Asociación Colombiana de Endocrinología y Diabetes para el tratamiento de la obesidad.
Tanto la OMS como la guía médica en Canadá y de otros países como Estados Unidos o Reino Único reconocen el uso de medicamentos como un camino para ver resultados contra la obesidad. Rosero no duda de que cualquier proceso integral debe incluir el deporte y una mejor nutrición, pero también cree que la opción de fármacos puede ser necesaria según el perfil de los pacientes.
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En Colombia la obesidad es reconocida como una enfermedad desde 2009. La prevalencia de esta y del sobrepeso alcanza casi al 50% de la población adulta. Para su atención, existen actualmente dos medicamentos autorizados por las autoridades de nuestro para controlar el peso. Se trata de la Orlistat y de la Liraglutida inyectable, ambos también aprobados por la FDA en EE. UU. y con efectos adversos frecuentes y conocidos como la incontinencia fecal, las náuseas o el dolor abdominal.
“Es importante que se conozca que solo están autorizados esos dos, porque muchas veces se utilizan medicamentos que no están indicados o en dosis incorrectas. Y eso genera fracasos tempranos y frustración”, agrega Rosero. “De por sí —explica Rosero—, no cualquiera de los dos medicamentos le sirve a cualquier paciente. Y, de hecho, hay algunas personas a las que no le sirve ninguno”.
¿Cuál es el perfil del paciente que podría usar fármacos? La Asociación Colombiana de Endocrinología y Diabetes da algunas pistas: si tiene un IMC de 30 kg/m2 o más, o un IMC de 27 kg/m2 o más con comorbilidades relacionadas con el peso como la dislipidemia, la diabetes de tipo 2 o la apnea obstructiva del sueño. Debe ser alguien dispuesto a supervisión permanente.
Y, por supuesto, la farmacología no debe ser la primera medida. “Previo a cualquier intervención farmacológica o quirúrgica de la obesidad, deben hacerse intervenciones multicomponentes con el grupo interdisciplinario de manejo de la obesidad para realizar los cambios en los hábitos y en los estilos de vida. Un programa de este tipo contempla que la persona con sobrepeso u obesidad deba asistir entre 3 y 6 meses a las consultas, talleres y actividades para un manejo no farmacológico, antes de pensar en brindarle un tratamiento farmacológico”, se lee en la guía médica.
Incluso, el enfoque farmacológico no es la primera recomendación de la OMS. El organismo prefiere insistir en hábitos de vida y actividad física “que pueden ser más efectivos a largo plazo y evitar escenarios como el llamado ´rebote de peso´”, dice Alberto Flórez Pregonero, quien ha trabajado con la OMS como evaluador de las guías médicas.
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La “droga de Hollywood”
Desde mediados de 2021 redes sociales como TikTok están repletas de experiencias de adelgazamiento gracias a un medicamento conocido como Ozempic. Reducciones de hasta 15 kilos en poco tiempo han emocionado tanto que se ha reportado desabastecimiento de ese fármaco en países como EE. UU. o España. En medio del gran interés, las autoridades médicas han recordado un “pequeño” detalle: Ozempic está aprobado solo como tratamiento para la diabetes tipo 2.
En Estados Unidos, medios como The New York Times señalan que el desabastecimiento de Ozempic se entiende por la escasez de otro medicamento, Wegovy, que sí está aprobado para el control de peso y que ya es conocido en las redes como la ‘droga de Hollywood’. Elon Musk, el actual dueño de Twitter, ha sido uno de los muchos que ha reconocido que lo usa para mantenerse “en forma”.
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Novo Nordisk, la farmacéutica que produce tanto Wegovy como Ozempic, reconoció a finales del año pasado que está encontrando problemas para responder a la demanda. Una tableta de Wegovy para 28 días puede estar costando unos 1.300 dólares (poco más de seis millones de pesos colombianos), y una Ozempic alrededor de unos 892 dólares mensuales (poco más de cuatro millones de pesos colombianos).
Una de las preocupacones más importantes fue resumida muy bien por Sarah Nutter en Nature: “Patologizar la salud de una persona simplemente en función de su peso corporal es potencialmente muy, muy dañino”.
¿Cómo asegurar que estos medicamentos, si son de venta libre, no se usen como un camino rápido para adelgazar, como en un momento se pensó la cirugía bariátrica? ¿Cómo evitar que se conviertan en unas tecnologías que, por su valor, pongan en aprietos a los sistemas de salud? ¿Cómo superar las barreras para que puedan acceder a ellos quienes realmente los necesitan?