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Ni Messi ni Ronaldo están involucrados en esta jugada, pero ciertamente hay una movida muy ingeniosa contra el párkinson que ejecutan varios científicos en el mundo sobre un campo complejo y aún misterioso: el cerebro humano. Esta enfermedad, que aqueja a unos 220.000 colombianos, según la Asociación Colombiana de Neurología, y es la segunda patología neurodegenerativa más común en el mundo después del alzhéimer, se caracteriza por la falta de coordinación, rigidez muscular y temblores. Obedece a la muerte progresiva de neuronas en la sustancia nigra, la zona encargada de producir dopamina, un neurotransmisor y hormona -neurohormona- que actúa como mensajero químico de las señales en el cerebro que también regula el movimiento o la sensación de placer, la memoria, el sueño, la frecuencia cardiaca, la cognición y la conducta; sin ella, las células que controlan el movimiento no pueden enviar mensajes apropiados a los músculos.
Hoy, la enfermedad de Parkinson no se puede detectar antes de su surgimiento (no hay biomarcadores que permitan anticiparla) y una vez aparece, resulta incurable. Al margen de paliar sus síntomas con distintas terapias, el principal tratamiento consiste en reemplazar la deficiencia de dopamina con fármacos, que si bien ayudan en el corto y mediano plazo, con el tiempo pierden eficacia y pueden provocar movimientos descontrolados (discinesias).
El control motor del cuerpo corre por cuenta de los ganglios basales, y su correcto funcionamiento depende del sistema endocannabinoide, que es todo un entramado de grasas (lípidos), receptores celulares y enzimas de degradación y síntesis que posibilitan la comunicación intercelular en nuestro organismo. No está solo en el cerebro, sino también en órganos y tejidos, y oficia como un árbitro que regula el debido comportamiento de los jugadores (células) en la cancha (cuerpo), y determina quién entra al juego y quién no (moléculas que activan o desactivan sus receptores).
Dada su implicación en múltiples mecanismos de señalización celular, este sistema se ha propuesto como objetivo para el tratamiento del párkinson
Y ese es justamente uno de los propósitos de la médica Estefanía Rojo-Bustamante, quien desde su doctorado en neurociencia y cognición en la Universidad de Navarra, España, hace siete años, y ahora en la Universidad de Manizales, se propone identificar mecanismos de protección contra las enfermedades neurodegenerativas, es decir, métodos para ralentizarlas o detener su progresión. “Durante mi estancia en España nunca tuve que ver con una planta de cannabis, sino con el sistema cerebral sobre el que esta actúa, porque me encanta investigar lo que ocurre del cuello para arriba. Sin embargo, cuando regresé a Colombia me encontré que una médica egresada de mi misma facultad estaba estudiando con seriedad y responsabilidad el cannabis como coadyuvante para pacientes con dolor crónico, principalmente osteo-muscular. En la clínica Kannab tratan de sintetizar extractos de administración oral en concentraciones controladas para administrarlas como terapia adicional”, agrega Rojo, quien ha apoyado este centro médico para construir el soporte científico de su trabajo experimental. De hecho, en noviembre del año pasado presentaron los resultados de un estudio piloto realizado en cerca de 70 pacientes con antecedentes de dolor crónico (y no de párkinson), durante el congreso anual de la Asociación Española de Investigación sobre cannabinoides.
Los receptores fundamentales del sistema endocannabinoide son CB-1 y CB-2. Los primeros se concentran mayoritariamente en diferentes regiones del cerebro -especialmente hipocampo, ganglios basales, córtex y cerebelo-, mientras que los segundos están en las células de la glía -también en el cerebro- y en el sistema inmunitario. A estos receptores se unen los dos principales endocannabinoides (ácidos grasos producidos por el organismo): la anandamida y el 2-AG, este último el más abundante y concentrado en el cerebro. Los fitocannabinoides -derivados de la planta del cannabis- así como los cannabinoides sintéticos tienen estructuras diferentes pero algo en común: actúan sobre los mismos elementos del sistema endocannabinoide.
Obstáculos
Según el bioquímico y biólogo molecular, Moisés García Arencibia, hay descritos más de 100 cannabinoides, y muchos de ellos tienen un gran potencial neuroprotector. Eso llevó a pensar a varios investigadores que quizá la marihuana podría resultar beneficiosa en el tratamiento del párkinson, pero la evidencia científica hasta la fecha demuestra lo contrario, particularmente para esta patología. ¿Por qué? Porque esta altera todo el sistema aumentando tanto los receptores CB-1 y CB-2 como los endocannabinoides, y si se administra cannabis se estaría sobre estimulando la activación de CB-1, lo que empeoraría los síntomas motores al potenciar la inmovilidad de los pacientes, además de desatar efectos psicoactivos.
“En ensayos de laboratorio se encontró que en un modelo de enfermedad se lograba detener el temblor, pero en otro, por el contrario, provocaba hiperkinesia. Fueron resultados erráticos y contradictorios, además de los efectos psicotrópicos”, explica Rojo. Eso dejó claro que incidir sobre el sistema endocannabinoide no es tan sencillo como parecía.
No obstante, surgió una nueva idea: ¿qué pasaría si en vez de estimular el sistema endocannabinoide se incidía sobre él inhibiendo la enzima que degrada el 2-AG? La respuesta, según estudios preclínicos, es que el propio organismo se automodularía. “En un modelo animal con párkinson se comprobó el efecto protector y que este se desempeñaba mejor en test motores”, asegura Rojo, quien complementó ese resultado estudiando tejidos de monos parkinsonianos, entre otras investigaciones en la misma línea. Los efectos observados presagian su probable eficacia.
“Cuando se administran cannabinoides, se reparten por todo el organismo actuando donde puedan unirse a sus receptores. No tienen una ubicación específica. Esto implica que se unirían a las zonas del cerebro que controlan el movimiento y en aquellas que causan efectos psicoactivos, que son diferentes. Sin embargo, si logran inhibir la degradación de los endocannabinoides en ciertas zonas cerebrales, se consigue que su efecto dure más tiempo allá donde sean necesarios”, explica para EUREKA, García Arencibia, docente de la Universidad de La Laguna. “Esta es una idea prometedora e innovadora”, recalca este profesor de biología celular.
Sin embargo, falta un largo trecho para concretar esta posibilidad en pacientes con párkinson, pues hasta ahora la mayoría de ensayos se realizan en cultivos celulares o en animales de experimentación, y son muchas las diferencias entre un modelo preclínico y los humanos. Es claro que ni el metabolismo, el cerebro, ni los compuestos de un animal son iguales a los del hombre. Sin embargo, al igual que ocurre en el fútbol, en la ciencia también resultan jugadas insospechadas que pueden sembrar la esperanza de lograr el resultado fruto de sus esfuerzos teóricos, experimentales y clínicos.
*Este artículo fue publicado originalmente en Eureka.