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Las mudanzas que enfrentamos en la vida

Una columna para reflexionar sobre las múltiples mudanzas a las que nos enfrentamos durante nuestras vidas.

Lisbeth Fog Corradine*
30 de julio de 2024 - 06:39 p. m.
El Espectador
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Foto: Diego Peña Pinilla

Lo primero que uno muda son los dientes. Desmuelado, no importa, empieza uno a sentirse grande; es parte del desarrollo de todo ser humano. Luego viene una nueva mudanza en nuestro organismo: es la pubertad. Vamos dejando la infancia y entramos a las primeras fases de la adultez. Nuestro cuerpo cambia y con él también afloran nuevos sentimientos y emociones. Esas dos mudanzas son orgánicas, simplemente pasan porque la naturaleza así lo decide.

Pero ya de adultos las mudanzas se complican; unas son voluntarias, las vamos armando, otras se nos presentan de repente; de nosotros depende el camino que escojamos. Bachilleres, ¿y ahora para dónde cojo? O si hubo deserción escolar, ¿a qué me dedico y por qué? Eso traen las mudanzas: cambios, cierre de capítulos e inicio de nuevas experiencias y formas de ver la vida. Exigen análisis y toma de decisiones.

El entorno influye, bien sea por consejos de los mayores, o porque no hubo más remedio que seguir por el único camino que le ofrece a uno la vida. Así, hay mudanzas trabajadas y felices, por lo general aquellas que significan subir un par de escalones para cumplir metas, un ascenso en el trabajo, una oferta tentadora, encontrar a alguien que le cambia a uno la vida.

Y cuando surge una dolencia o una enfermedad, hay que mudar de dieta. ¿Qué te fascinaban los postres? Pues como saliste prediabética, de ahora en adelante a abolir el azúcar y/o empezar a tomar medicamentos. Eso no se hace de la noche a la mañana. El cerebro se pone a funcionar para mudar, para aprender a hacer lo que nunca imaginaste que te tocaría. Y la fuerza de voluntad se pone a prueba. Son mudanzas inesperadas.

Hay mudanzas de estas, las que uno ni se imagina, que exigen análisis y toma de decisiones. Y solo el tiempo dirá si el camino que escogiste fue el acertado. Qué hubiera pasado en mi vida si en lugar de aceptar ese trabajo que implicó cambio de ciudad, dejar atrás una vida estable, estar lejos de quienes me han acompañado toda una vida, me hubiese quedado quietica, ahí donde estaba. No me hacía falta esa tentación. Y cualquiera hubiera sido la opción, te fuiste o te quedaste, uno muda porque significará otro paso que se da en la vida, otra decisión tomada que exigió cerebro y corazón. Un paso hacia adelante; hubo la oportunidad y eso ya hace que uno cambie.

Pero cuando tienes la vida más o menos organizada y no necesitas cambios porque ya lograste esa estabilidad soñada hay circunstancias que se presentan y te derrumban la ruta que te habías trazado… y tienes que mudar. Un accidente, una enfermedad grave, la muerte de un ser querido son situaciones inesperadas que implican un cambio de vida.

Las mudanzas en la vida adulta tienen que ver con la salud mental o la falta de ella.

La Rae dice que no se refiere solamente a un trasteo de vivienda sino a un cambio, una transformación.  Por eso uno muda de dientes. Y también debe aprender a mudar, adaptarse, sentir que de mudanzas se vive la vida y que es necesario prepararse para afrontar todas las transformaciones y sacar el mejor provecho de ellas. Verlas como oportunidades más que como zancadillas. Yo mudo, tu mudas, él/ella mudan… Esa es la vida. Terminar de leer un capítulo y empezar el siguiente con ímpetu. En últimas las consecuencias de las mudanzas son lo que podemos manejar, no las mismas mudanzas.

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Por Lisbeth Fog Corradine*

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