Las ratas sí son un problema de salud pública. La pregunta es cómo controlarlas
Vecinos del Portal El Dorado, en Bogotá, han capturado imágenes que muestran a ratas transitando libremente en zonas públicas. El debate sobre cómo abordar este problema está involucrando a expertos en salud, ambientalistas y políticos.
Las ratas se han viralizado en los últimos días. Vecinos del Portal El Dorado en Bogotá han denunciado lo que llaman una invasión de ratas, con imágenes que las muestran saliendo y entrando de zonas verdes, en “combos” (estos animales viven en colonias organizadas jerárquicamente) de dos, tres o más. A plena luz del día y en andenes por donde puede pasar cualquier persona. La discusión sobre qué hacer con ellas, o si incluso hay que hacer algo con ellas, comenzó a generar pronunciamientos de expertos en salud pública, ambientalistas, urbanistas y también de políticos que se han caracterizado por apoyar la “agenda animalista”.
“Qué bellas, solidarias, inteligentes y buenas madres son las ratas. Qué egoístas y limitados somos, a veces, los animales humanos, tan incapaces de reconocer el enorme daño que causamos, igual que nuestra magnifica capacidad de hacer el bien. Más empatía y compasión”, dijo, por ejemplo, la congresista Andrea Padilla en respuesta a un comentario del candidato al Concejo de Bogotá, Sergio Barbosa, quien defendía que las ratas no son un problema de salud pública. Esto último no es tan cierto.
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Las ratas y la enfermedad
La peste negra fue una pandemia devastadora que afectó a Europa durante el siglo XIV, causada por la bacteria Yersinia pestis. La enfermedad se propagó a través de las rutas comerciales, incluida la Ruta de la Seda, llegando a Crimea en 1343. Desde allí, se extendió vía marítima y terrestre, alcanzando Europa en 1347. Hay estimaciones que sugieren que entre el 30% y el 50% de la población europea murió en menos de cinco años. Había un factor de riesgo que por aquellos años era difícil de evadir: la convivencia con las ratas.
La bacteria Yersinia pestis se propagó principalmente a través de las pulgas que infestaban a las ratas y a otros roedores. Las pulgas infectadas mordían a los humanos, transmitiendo la bacteria. Desde entonces sabemos que estos animales son excelentes portadores o reservorios de enfermedades e infecciones. Tres especies son las de mayor distribución en las grandes ciudades: la rata noruega, Rattus norvegicus; la rata de los techos, Rattus rattus; y el ratón común, Mus musculus. Todas tres se caracterizan por vivir a expensas de los humanos, invadiendo las viviendas, comiendo la comida y alterando la vida de las personas.
La peste negra puede parecer una enfermedad muy lejana, pero en realidad no lo es tanto. Una revisión sistemática publicada en 2019 informó de la notificación de 1.500 casos de peste humana entre 1997 y 2001 en Madagascar, gracias, se cree, a la proliferación de la rata negra. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre 2010 y 2015 se notificaron 3.248 casos en el mundo, 584 de ellos mortales. Aunque ha habido epidemias de esta enfermedad en África, Asia y Sudamérica, desde la década de 1990, la mayoría de los casos humanos se han concentrado en África. Entre los países más endémicos está Madagascar.
Pero aun si la peste parece una enfermedad ya superada (de hecho, hoy puede tratarse fácilmente con antibióticos y la aplicación de las precauciones habituales para evitar la infección), las ratas y otros roedores son reservorio de muchas otras enfermedades e infecciones, muchas de ellas presentes en América.
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Solo para mencionar algunas, basta referenciar la Salmonelosis (S. typhimurium; S. enteritidis); la Leptospirosis (L. icterohaemorragiae); el Tifo murino (Rickettsia typhi); la Ricketsiosis vesiculosa (R. akari); Coriomeningitis linfocítica (arenavirus); fiebre por mordedura de rata (Spirilum minus, Streptobacillus moniliformis); Síndrome pulmonar hemorrágico por Hanta virus; Fiebres hemorrágicas por Arenavirus; o la Rabia. Se incluyen también parasitismos como la Triquinosis (Trichinella spiralis).
Entonces, el problema no son las ratas necesariamente, pero sí su convivencia permanente y sin control con los humanos, algo que, de hecho, puede estar aumentando debido a lo que se ha llamado “ecologización urbana”. Esto se refiere, básicamente, al propósito de crear ciudades más verdes, sostenibles y resilientes, donde la naturaleza y la infraestructura se integren para mejorar la calidad de vida de los habitantes y proteger el medio ambiente. Hablamos, por ejemplo, de tener cada vez más zonas verdes. El pasado 20 de octubre, unos investigadores publicaron un estudio en el que se preguntan algunas cosas interesantes de esa tendencia que tiene que ver con las ratas y con su potencial de esparcir enfermedades.
Está claro, dicen los investigadores, que la ecologización urbana tiene beneficios tanto para la salud humana como para la ambiental, sin embargo, agregan después, “el verde urbano también podría tener efectos negativos, ya que la abundancia de ratas salvajes, que pueden albergar y propagar una gran diversidad de patógenos zoonóticos, aumenta”. Examinaron 412 ratas salvajes (Rattus norvegicus y Rattus rattus) de tres ciudades de los Países Bajos y detectaron 18 patógenos zoonóticos diferentes. Hay que recordar que la Organización Mundial de la Salud (OMS) define a los patógenos zoonóticos como aquellos agentes infecciosos, como bacterias, virus, parásitos y hongos, que pueden transmitirse de animales a humanos.
Después de hacer modelos matemáticos, concluyeron que, “para la mayoría de los patógenos, el peligro de enfermedades transmitidas por ratas aumenta en las zonas urbanas más verdes”. Por lo tanto, agregan, “vale la pena implementar medidas sostenibles de control de la población de ratas”. La pregunta es cómo hacerlo.
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Control de ratas
En diciembre de 2022 los medios de Estados Unidos reseñaron una, por lo menos, curiosa oferta de trabajo en Nueva York. La ciudad estaba buscando contratar a un “director de mitigación de roedores de toda la ciudad”, o como lo llamó un portavoz del ayuntamiento, a “un zar de las ratas”. En la oferta, según señalaron medios como The New York Times, la ciudad pedía como requisitos “experiencia en planificación urbana” y una “vehemencia virulenta para las alimañas”: “El candidato ideal está muy motivado y algo sanguinario, decidido a analizar todas las soluciones desde varios ángulos, incluida la mejora de la eficiencia operativa, la recopilación de datos, la innovación tecnológica, la gestión de basura y el sacrificio al por mayor”.
El control de la población de ratas en las ciudades es, como se ha visto, una necesidad de salud pública. Cómo controlarlas, sin embargo, es una cuestión que despierta argumentos de toda índole. En la oferta de trabajo, Nueva York parecía haberse decidido por el sacrificio. En ese caso, también hay preguntas difíciles.
“Las trampas de pegamento dejan a las ratas hambrientas durante días antes de matarlas. El veneno provoca una muerte lenta y dolorosa y puede poner en peligro a otros animales salvajes. Las trampas de madera suelen atrapar las extremidades o la cola de las ratas, obligándolas, en su desesperación, a roer los apéndices. Las trampas de captura son difíciles de colocar y, cuando muchas ratas se quedan atrapadas juntas en el mismo lugar sin comida, pueden comerse unas a otras”, explicaba, para referenciar lo complejo que puede ser una decisión de ese tipo, un reportaje en The New York Times del 5 de marzo de este año.
El uso de métodos como el veneno, por ejemplo, ya comenzó a ser prohibido en lugares como Malibú, California (Estados Unidos) debido a sus efectos nocivos en la vida silvestre no objetivo, como los pumas. Algo que nadie niega, además, es que las ratas son también “criaturas fascinantes que piensan, sienten y muestran un alto nivel de inteligencia”, decían en una columna en The Conversation publicada en febrero de 2020, Michael H. Parsons y Jason Munshi-Sur, dos científicos que se preguntaban sobre cómo controlarlas.
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Incluso si no se matan y se decide capturarlas y extraerlas de la ciudad, continuaba el reportaje en el Times, “(…) ¿Qué se hace con ellas? ¿Soltarlas en los bosques, donde pueden dañar los ecosistemas existentes? ¿Conservarlas como mascotas?”. En el estudio de la ecologización urbana, los científicos también planteaban opciones como disminuir la disponibilidad de alimentos o diseñar dicha ecologización de manera que sea menos atractiva para ellas, aunque no especificaba cómo hacerlo. Pero entonces, ¿qué se puede hacer?
Parsons y Munshi proponen, primero, comprender la ecología de los roedores salvajes. “Las ratas se adaptan a las fuentes de alimento humano y se reproducen a un ritmo notable. Si hay suficiente alimento, una sola rata noruega puede dar a luz hasta 12 crías en una camada. Y cada cachorro bien alimentado podría dar a luz a 12 cachorros en seis semanas”, escribieron. En su laboratorio, estudiaron los olores que prefieren las ratas. Como animales nocturnos, explican, dependen del olfato para identificar parejas, hábitats y alimento.
“Los hábitos alimentarios de las ratas son predecibles. En Brooklyn, Nueva York, comen pizza, bagels y cerveza. En París consumen croissants, mantequilla y queso. Cualquiera que sea el gusto local que prefiera la gente, las ratas comen. Interrumpa el suministro continuo de alimentos y la población de ratas disminuirá”, señalan. Concluyen que el mejor control de ratas puede ser, de hecho, el comportamiento humano.
No se refieren a dejar de comer pizza o croissants, por ejemplo, pero sí a cómo se come. “Muchos habitantes de las ciudades comen cuando están ocupados, atrapados en el tráfico o huyendo. Tiran desechos, como servilletas empapadas de grasa y panecillos para hot dogs, en las calles, parques infantiles y vías del metro. Incluso las personas muy concienzudas pueden tirar apresuradamente los alimentos y envoltorios no consumidos encima de un contenedor de basura desbordado cuando están estresados por el tiempo”, escriben. Dejar de alimentar a las ratas, sugieren, podría ser el control más eficiente sobre esta población.
Las ratas se han viralizado en los últimos días. Vecinos del Portal El Dorado en Bogotá han denunciado lo que llaman una invasión de ratas, con imágenes que las muestran saliendo y entrando de zonas verdes, en “combos” (estos animales viven en colonias organizadas jerárquicamente) de dos, tres o más. A plena luz del día y en andenes por donde puede pasar cualquier persona. La discusión sobre qué hacer con ellas, o si incluso hay que hacer algo con ellas, comenzó a generar pronunciamientos de expertos en salud pública, ambientalistas, urbanistas y también de políticos que se han caracterizado por apoyar la “agenda animalista”.
“Qué bellas, solidarias, inteligentes y buenas madres son las ratas. Qué egoístas y limitados somos, a veces, los animales humanos, tan incapaces de reconocer el enorme daño que causamos, igual que nuestra magnifica capacidad de hacer el bien. Más empatía y compasión”, dijo, por ejemplo, la congresista Andrea Padilla en respuesta a un comentario del candidato al Concejo de Bogotá, Sergio Barbosa, quien defendía que las ratas no son un problema de salud pública. Esto último no es tan cierto.
Puede ver: Hay preocupación por reducción en el presupuesto del Servicio Geológico Colombiano
Las ratas y la enfermedad
La peste negra fue una pandemia devastadora que afectó a Europa durante el siglo XIV, causada por la bacteria Yersinia pestis. La enfermedad se propagó a través de las rutas comerciales, incluida la Ruta de la Seda, llegando a Crimea en 1343. Desde allí, se extendió vía marítima y terrestre, alcanzando Europa en 1347. Hay estimaciones que sugieren que entre el 30% y el 50% de la población europea murió en menos de cinco años. Había un factor de riesgo que por aquellos años era difícil de evadir: la convivencia con las ratas.
La bacteria Yersinia pestis se propagó principalmente a través de las pulgas que infestaban a las ratas y a otros roedores. Las pulgas infectadas mordían a los humanos, transmitiendo la bacteria. Desde entonces sabemos que estos animales son excelentes portadores o reservorios de enfermedades e infecciones. Tres especies son las de mayor distribución en las grandes ciudades: la rata noruega, Rattus norvegicus; la rata de los techos, Rattus rattus; y el ratón común, Mus musculus. Todas tres se caracterizan por vivir a expensas de los humanos, invadiendo las viviendas, comiendo la comida y alterando la vida de las personas.
La peste negra puede parecer una enfermedad muy lejana, pero en realidad no lo es tanto. Una revisión sistemática publicada en 2019 informó de la notificación de 1.500 casos de peste humana entre 1997 y 2001 en Madagascar, gracias, se cree, a la proliferación de la rata negra. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre 2010 y 2015 se notificaron 3.248 casos en el mundo, 584 de ellos mortales. Aunque ha habido epidemias de esta enfermedad en África, Asia y Sudamérica, desde la década de 1990, la mayoría de los casos humanos se han concentrado en África. Entre los países más endémicos está Madagascar.
Pero aun si la peste parece una enfermedad ya superada (de hecho, hoy puede tratarse fácilmente con antibióticos y la aplicación de las precauciones habituales para evitar la infección), las ratas y otros roedores son reservorio de muchas otras enfermedades e infecciones, muchas de ellas presentes en América.
Puede ver: Esta es la primera evidencia de un agujero negro girando detectada por astrónomos
Solo para mencionar algunas, basta referenciar la Salmonelosis (S. typhimurium; S. enteritidis); la Leptospirosis (L. icterohaemorragiae); el Tifo murino (Rickettsia typhi); la Ricketsiosis vesiculosa (R. akari); Coriomeningitis linfocítica (arenavirus); fiebre por mordedura de rata (Spirilum minus, Streptobacillus moniliformis); Síndrome pulmonar hemorrágico por Hanta virus; Fiebres hemorrágicas por Arenavirus; o la Rabia. Se incluyen también parasitismos como la Triquinosis (Trichinella spiralis).
Entonces, el problema no son las ratas necesariamente, pero sí su convivencia permanente y sin control con los humanos, algo que, de hecho, puede estar aumentando debido a lo que se ha llamado “ecologización urbana”. Esto se refiere, básicamente, al propósito de crear ciudades más verdes, sostenibles y resilientes, donde la naturaleza y la infraestructura se integren para mejorar la calidad de vida de los habitantes y proteger el medio ambiente. Hablamos, por ejemplo, de tener cada vez más zonas verdes. El pasado 20 de octubre, unos investigadores publicaron un estudio en el que se preguntan algunas cosas interesantes de esa tendencia que tiene que ver con las ratas y con su potencial de esparcir enfermedades.
Está claro, dicen los investigadores, que la ecologización urbana tiene beneficios tanto para la salud humana como para la ambiental, sin embargo, agregan después, “el verde urbano también podría tener efectos negativos, ya que la abundancia de ratas salvajes, que pueden albergar y propagar una gran diversidad de patógenos zoonóticos, aumenta”. Examinaron 412 ratas salvajes (Rattus norvegicus y Rattus rattus) de tres ciudades de los Países Bajos y detectaron 18 patógenos zoonóticos diferentes. Hay que recordar que la Organización Mundial de la Salud (OMS) define a los patógenos zoonóticos como aquellos agentes infecciosos, como bacterias, virus, parásitos y hongos, que pueden transmitirse de animales a humanos.
Después de hacer modelos matemáticos, concluyeron que, “para la mayoría de los patógenos, el peligro de enfermedades transmitidas por ratas aumenta en las zonas urbanas más verdes”. Por lo tanto, agregan, “vale la pena implementar medidas sostenibles de control de la población de ratas”. La pregunta es cómo hacerlo.
Puede ver: ‘Garumbatitan’, la nueva especie de dinosaurio gigante recién descubierta
Control de ratas
En diciembre de 2022 los medios de Estados Unidos reseñaron una, por lo menos, curiosa oferta de trabajo en Nueva York. La ciudad estaba buscando contratar a un “director de mitigación de roedores de toda la ciudad”, o como lo llamó un portavoz del ayuntamiento, a “un zar de las ratas”. En la oferta, según señalaron medios como The New York Times, la ciudad pedía como requisitos “experiencia en planificación urbana” y una “vehemencia virulenta para las alimañas”: “El candidato ideal está muy motivado y algo sanguinario, decidido a analizar todas las soluciones desde varios ángulos, incluida la mejora de la eficiencia operativa, la recopilación de datos, la innovación tecnológica, la gestión de basura y el sacrificio al por mayor”.
El control de la población de ratas en las ciudades es, como se ha visto, una necesidad de salud pública. Cómo controlarlas, sin embargo, es una cuestión que despierta argumentos de toda índole. En la oferta de trabajo, Nueva York parecía haberse decidido por el sacrificio. En ese caso, también hay preguntas difíciles.
“Las trampas de pegamento dejan a las ratas hambrientas durante días antes de matarlas. El veneno provoca una muerte lenta y dolorosa y puede poner en peligro a otros animales salvajes. Las trampas de madera suelen atrapar las extremidades o la cola de las ratas, obligándolas, en su desesperación, a roer los apéndices. Las trampas de captura son difíciles de colocar y, cuando muchas ratas se quedan atrapadas juntas en el mismo lugar sin comida, pueden comerse unas a otras”, explicaba, para referenciar lo complejo que puede ser una decisión de ese tipo, un reportaje en The New York Times del 5 de marzo de este año.
El uso de métodos como el veneno, por ejemplo, ya comenzó a ser prohibido en lugares como Malibú, California (Estados Unidos) debido a sus efectos nocivos en la vida silvestre no objetivo, como los pumas. Algo que nadie niega, además, es que las ratas son también “criaturas fascinantes que piensan, sienten y muestran un alto nivel de inteligencia”, decían en una columna en The Conversation publicada en febrero de 2020, Michael H. Parsons y Jason Munshi-Sur, dos científicos que se preguntaban sobre cómo controlarlas.
Puede ver: Más de un millón de personas mueren al año por no tener acceso a agua potable
Incluso si no se matan y se decide capturarlas y extraerlas de la ciudad, continuaba el reportaje en el Times, “(…) ¿Qué se hace con ellas? ¿Soltarlas en los bosques, donde pueden dañar los ecosistemas existentes? ¿Conservarlas como mascotas?”. En el estudio de la ecologización urbana, los científicos también planteaban opciones como disminuir la disponibilidad de alimentos o diseñar dicha ecologización de manera que sea menos atractiva para ellas, aunque no especificaba cómo hacerlo. Pero entonces, ¿qué se puede hacer?
Parsons y Munshi proponen, primero, comprender la ecología de los roedores salvajes. “Las ratas se adaptan a las fuentes de alimento humano y se reproducen a un ritmo notable. Si hay suficiente alimento, una sola rata noruega puede dar a luz hasta 12 crías en una camada. Y cada cachorro bien alimentado podría dar a luz a 12 cachorros en seis semanas”, escribieron. En su laboratorio, estudiaron los olores que prefieren las ratas. Como animales nocturnos, explican, dependen del olfato para identificar parejas, hábitats y alimento.
“Los hábitos alimentarios de las ratas son predecibles. En Brooklyn, Nueva York, comen pizza, bagels y cerveza. En París consumen croissants, mantequilla y queso. Cualquiera que sea el gusto local que prefiera la gente, las ratas comen. Interrumpa el suministro continuo de alimentos y la población de ratas disminuirá”, señalan. Concluyen que el mejor control de ratas puede ser, de hecho, el comportamiento humano.
No se refieren a dejar de comer pizza o croissants, por ejemplo, pero sí a cómo se come. “Muchos habitantes de las ciudades comen cuando están ocupados, atrapados en el tráfico o huyendo. Tiran desechos, como servilletas empapadas de grasa y panecillos para hot dogs, en las calles, parques infantiles y vías del metro. Incluso las personas muy concienzudas pueden tirar apresuradamente los alimentos y envoltorios no consumidos encima de un contenedor de basura desbordado cuando están estresados por el tiempo”, escriben. Dejar de alimentar a las ratas, sugieren, podría ser el control más eficiente sobre esta población.