Las razones que ayudan a entender el difícil panorama de cáncer de cuello uterino
Según el DANE, en 2022 fallecieron casi 1.900 mujeres por esta enfermedad, que es prevenible y curable. ¿Qué está pasando? Una investigación que le puso la lupa a este tema muestra que la situación es más compleja de lo que se cree.
Juan Diego Quiceno
Lo primero que dicen Claudia Janeth Uribe Pérez y Esther De Vríes cuando hablan de cáncer de cuello uterino es que es una responsabilidad colectiva. Ambas han dedicado gran parte de su vida a estudiar una enfermedad (el cáncer) que es compleja y encierra en sí misma una gran diversidad de realidades: no es lo mismo, por ejemplo, tener cáncer de seno (mama), el más común en las mujeres en Colombia, que sufrir de cáncer de cuello uterino. Cambia el diagnóstico, los tratamientos, los prejuicios y miedos alrededor de cada uno, así como las posibilidades y maneras de prevenirlos y de sobrevivir a ellos en el corto y mediano plazo.
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Lo primero que dicen Claudia Janeth Uribe Pérez y Esther De Vríes cuando hablan de cáncer de cuello uterino es que es una responsabilidad colectiva. Ambas han dedicado gran parte de su vida a estudiar una enfermedad (el cáncer) que es compleja y encierra en sí misma una gran diversidad de realidades: no es lo mismo, por ejemplo, tener cáncer de seno (mama), el más común en las mujeres en Colombia, que sufrir de cáncer de cuello uterino. Cambia el diagnóstico, los tratamientos, los prejuicios y miedos alrededor de cada uno, así como las posibilidades y maneras de prevenirlos y de sobrevivir a ellos en el corto y mediano plazo.
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Lo de “responsabilidad colectiva” no es una frase dicha al azar cuando se habla de cáncer de cuello uterino: contrario a muchos otros, se trata de una enfermedad que no solo es curable si se diagnostica temprano, sino que incluso es prevenible a través de una vacuna (la de VPH) y de participar en programas de tamización. Si es así, ¿cómo se explica, entonces, que según información reportada por el DANE, en 2022 fallecieron casi 1.900 mujeres en Colombia por esta causa?
¿Qué está pasando? Para Uribe y De Vríes la respuesta obedece a varios factores. Las investigadoras, por ejemplo, se centraron en un elemento clave que ayuda a entender la situación: el estrato socioeconómico y el tipo de afiliación al sistema de salud (si es por el régimen contributivo o el subsidiado) de las mujeres diagnosticadas con cáncer de cuello uterino. Para saber si esos dos elementos están asociados con la supervivencia a ese cáncer estudiaron todos los casos reportados en el área metropolitana de Bucaramanga entre 2008 y 2016: un poco más de 700. Sus hallazgos fueron publicados en Cancer Epidemiology.
Resultados que llaman a la acción
“El cáncer de cuello uterino ha sido un tema que nos ha dado unas poquitas alegrías y unas decepciones altas”, dice Uribe. Sabe de lo que habla: ha liderado durante más de dos décadas el Registro de cáncer de base poblacional del área metropolitana de Bucaramanga, el cual es parte de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, en convenio con el Instituto Nacional de Cancerologia. Allí recopilan diversos datos demográficos de la población diagnosticada con cáncer.
En el cáncer de cuello uterino, para empezar, afirma Uribe, hay una realidad importante: se trata de una enfermedad de estratos socioeconómicos bajos: “Y eso implica un contexto social con ciertas particularidades. En estos estratos las mujeres tienen una responsabilidad social grande, donde muchas son cabeza de familia”. (Puede ver: El particular caso del paciente paisa resistente al alzhéimer)
Ese contexto no solo podría significar diferencias en niveles de educación, sino en el acceso a servicios de salud. Si ese contexto está influyendo en la estimación de supervivencia de las pacientes fue la pregunta que se hicieron las investigadoras. Encontraron que mientras el 63 % de las pacientes con cáncer de cuello uterino en Bucaramanga afiliadas al régimen contributivo sobrevivieron cinco años, en el régimen subsidiado ese porcentaje alcanzó “solo” el 45,1 %.
“¿Qué hay detrás de esto? Probablemente, un diagnóstico más tardío en las mujeres con condiciones socioeconómicas menos favorables, pero no lo sabemos con certeza, porque hay muchas pacientes de las que no tenemos información detallada, pero es muy probable que eso tenga que ver, porque esto determina en gran parte el pronóstico de la enfermedad”, explica De Vríes.
La falta de diagnóstico oportuno, sin embargo, no es un tema tan fácil de entender como parece. “No es que no se estén haciendo tamizajes (es decir, las pruebas para detectar señales de cáncer de cuello uterino). La cifra que nos entrega el Gobierno, de hecho, es que hay un buen porcentaje de mujeres cubiertas por ese tamizaje. Lo que diversos estudios han mostrado es que lo que más impacta es lo que sigue después, es decir, lo que se les ofrece a las mujeres posteriormente: la oportunidad de atender el resultado”, agrega Uribe. Hay pacientes que ni siquiera reclaman sus resultados debido a ocupaciones que tienen en su entorno social y cultural. Con el paso del tiempo la enfermedad avanza.
“Pasa que es probable que muchas piensen que si algo no está bien en su citología, el médico las va a llamar. Y muchos lo hacen, pero otros no. Entonces hay desconocimiento y falta de acción. Y esto es más común en las personas que tienen vidas más complicadas, mujeres que son cabeza de familia, que tienen menos niveles de educación, menos tiempo para ellas mismas y su salud, que viven más lejos. Toda esa combinación de condiciones de vida, que van más allá de la atención médica, probablemente aportan a esta realidad”, explica la profesora De Vríes.
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Esto podría significar que el sistema de salud necesita ampliar los programas de seguimiento que las EPS pueden efectuar para que cada prueba que se haga llegue a las manos de las mujeres. “En otros países más organizados las mujeres reciben activamente una invitación: ‘Señora, es importante que usted participe, que después sepa el resultado’, y si se demora, vuelven a insistir. Es un sistema barato y se pueden salvar muchas vidas”, dice De Vríes, pero no es el único factor.
Hay condiciones sociales que van desde si el trabajo de una mujer le permite ausentarse unas horas para ir a una cita de citología, hasta el entorno en el que vive. En otras palabras, la salud no solo depende de tener acceso a una clínica o a un médico. “Soy de las que opinan que la salud es responsabilidad de todos. En el fondo, lo que debemos lograr es que se mejoren la percepción y la actitud de autocuidado. Y el Estado solo no puede hacer eso, aunque sí puede hacer otras cosas. Un punto a mediano y largo plazo tiene que ser la vacunación”, agrega Uribe. Pero en ese plano el país no va bien.
Responsabilidad de todos
Una gran mayoría de casos de cáncer de cuello uterino (más del 95 % a nivel global, según la Organización Mundial de la Salud) se debe a los virus de los papilomas humanos (VPH). Se trata de un grupo de más de 200 virus, pero dos tipos en particular (16 y 18) provocan casi el 50 % de las lesiones precancerosas del cuello uterino de gran malignidad. Esto es importante por una razón: no existe una vacuna contra el cáncer, pero sí contra esos dos tipos de VPH. En 2021, un estudio publicado en la prestigiosa revista The Lancet concluyó que la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH) había reducido las tasas de cáncer de cuello uterino en un 90 % entre quienes la recibieron cuando tenían 12 y 13 años.
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En Colombia la vacuna contra el virus del papiloma humano se encuentra en el esquema nacional de vacunación, es decir, es gratuita. “Desde 2012 el país empezó a vacunar gratuitamente. Durante los primeros años logramos coberturas del 95 %, Parecíamos un país desarrollado. Colombia era un ejemplo. Luego vino el desafortunado suceso en Carmen de Bolívar”, recuerda Carlos Castro, director médico de la Liga Colombiana contra el Cáncer. En 2016, periodistas y medios de comunicación contribuyeron al pánico colectivo cuando, de forma precipitada, informaron sobre un episodio sucedido en Carmen de Bolívar, donde 15 niñas habían presentado síntomas supuestamente asociados a la vacuna.
A partir de allí la vacunación cayó en picada y no se ha recuperado. Un informe de este periódico de 2021 reportaba que los máximos niveles de cobertura que el país había alcanzado desde entonces no llegaban ni siquiera al 40 %. Lo de Carmen de Bolívar es un caso perfecto para entender lo que las dos investigadoras decían al inicio de este artículo: en lo que respecta a cuello uterino, la responsabilidad no es solo del médico o incluso de la paciente, es de todos, incluidos, por supuesto, los medios de comunicación. Y prueba de ello es justamente un programa que desarrolló la Liga Colombiana contra el Cáncer en Arauca.
En ese departamento, varias entidades lograron un incremento importante de la cobertura de esa vacuna en un período de 18 meses: pasaron de 4,7 % (en 2017) a poco más del 80 %. “¿Cómo se hizo? Escuchando a las comunidades. Hicimos una serie de audiencias claves en las que les preguntamos a padres, alumnas, a todos, sus dudas y temores. A las adolescentes les preguntamos en quiénes confiaban. La mayoría nos respondieron: en los profesores. Eso es prueba de que esto no solo incumbe al sector salud: todos tenemos que ser conscientes de esto y de cómo podemos trabajar para aumentar esos niveles”, cuenta Castro.
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Ahora, según la Liga Colombiana contra el Cáncer, el reto es emular lo logrado allí en el resto del país. “No podemos permitirnos, finaliza Uribe, más muertes por una enfermedad que está controlada en muchos países. No afecta solo a la mujer, afecta a toda la sociedad”.