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Todo el tiempo escuchamos de los beneficios del entrenamiento de resistencia: mejora la fuerza muscular y de los huesos, previene lesiones y potencia habilidades motoras, la fuerza, la velocidad y la potencia. Poco a poco el entrenamiento de resistencia ha ido ganando adeptos y en los últimos años es común que lo practiquen atletas, jóvenes, personas con enfermedades crónicas y personas que antes eran sedentarias.
Pero, ¿se ha preguntado por qué está haciendo ese ejercicio y no otro? ¿Quién dijo que entrenara así y no de otra forma? ¿El entrenador que lo guía dónde aprendió a preescribir ese ejercicio? Gran parte del conocimiento de esas rutinas típicas de entrenamiento de resistencia está influenciado por organizaciones de las que probablemente nunca haya oído hablar en su vida: grupos como el Colegio Americano de Medicina Deportiva o la Asociación Australiana de Fuerza y Acondicionamiento, por solo mencionar algunas.
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La tarea de estas organizaciones suele ser publicar “declaraciones de consenso” sobre lo que funciona y no funciona cuando se trata de entrenamiento de resistencia. ¿Qué podría fallar ahí? Un grupo de investigación publicó un reciente estudio en Sports Medicine en el que llega a una conclusión importante: gran parte de lo que se nos dice sobre los ejercicios de gimnasia y el entrenamiento de resistencia proviene de estudios de hombres, realizados por hombres. Es decir, en el origen de esa rutina general hay un sesgo de sexo.
Para llegar a esa conclusión analizaron todas las declaraciones de consenso publicadas después del año 2000. Los datos se presentan en modo binario, es decir, utilizan los términos femenino y masculino para describir a los participantes incluidos en estos estudios. “Reconocemos que nuestros métodos elegidos para clasificar el sexo y el género en función de la terminología anterior puede haber resultado en una clasificación errónea de algunas personas”, advierten y reconocen los autores en The Conversation.
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Localizan entonces 11 guías que engloban un total de más de 100 millones de participantes. Encontraron, entre otras cosas, que el 91% de los primeros autores fueron hombres y que las participantes femeninas solo representaron aproximadamente el 30% de todas las personas en los estudios en los que se basaron las declaraciones de consenso de adultos y jóvenes.
Todo esto es importante porque un creciente cuerpo de evidencia sugiere diferencias fisiológicas entre sexos en respuesta al ejercicio. “Las investigaciones sugieren diferencias en la estructura del músculo esquelético, la forma en que funcionan las fibras musculares y el tiempo necesario para recuperarse después de un ejercicio intenso”, escriben los autores. Hay evidencia que muestra, por ejemplo, que los hombres ganan más fuerza y tamaño muscular absoluto después de participar en el entrenamiento de resistencia, pero que las ganancias relativas tienden a ser similares o mayores en las mujeres.
¿Podría haber beneficio en prescribir el ejercicio de manera diferente entre sexos?, se preguntan los científicos. “Sabemos que el entrenamiento de resistencia es bueno para nuestra salud física y mental. Por el momento, sin embargo, no sabemos si estamos perjudicando a la mitad de la población al saber muy poco sobre la mejor manera de hacerlo”. Y hay preguntas muy interesantes que se podrían contestar si se analizaran todas las condiciones en las mujeres. Por ejemplo, dado que las mujeres parecen ser más resistentes a la fatiga, ¿deberían estar entrenando más que los hombres por sesión?
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Si el tiempo de recuperación de hombres y mujeres es distinto, ¿deberían las mujeres tener más días de descanso entre sesiones de alta intensidad? “Desafortunadamente, aún no lo sabemos. Mucha de la investigación necesaria para responder a estas preguntas de manera concluyente aún no se ha realizado. Y la investigación que tenemos no parece estar llegando a los documentos que informan las pautas”, escriben. “Necesitamos más mujeres investigadoras que creen estudios que incluyan participantes femeninas”.