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En el siglo XIX, la esperanza de vida promedio era de cerca de 40 años, mientras que, en el siglo XXI, ha aumentado a alrededor de 70 años. Este incremento se debe a diversos factores. Entre los más importantes está la nutrición, las mejoras en la higiene y los avances en la medicina. Sin embargo, este aumento en la longevidad ha traído consigo la aparición de condiciones crónicas y problemas de calidad de vida que antes no eran tan comunes. Aunque las enfermedades infecciosas siguen siendo prevalentes y causan mortalidad, contamos con terapias antimicrobianas y vacunas para combatir a muchas de estas. Incluso hemos logrado hablar de medidas como la erradicación, la eliminación y el control de algunas enfermedades infecciosas. (Lea: Por primera vez en los últimos diez años se redujeron los nacimientos en Colombia)
En la búsqueda de una vida más prolongada, las enfermedades crónicas no infecciosas han ganado una relevancia significativa, ya que estas representan un alto porcentaje de discapacidad y mortalidad. Dichas afecciones abarcan problemas metabólicos, cardiovasculares, neurológicos y de salud mental. Dada esta evolución y creciente prevalencia, retroceder en aspectos relacionados con la atención primaria y medidas de salud pública no debería ni siquiera ser tema de debate. Al mismo tiempo, es crucial adaptarnos a nuevas formas de terapias que, aunque puedan conllevar un mayor costo inicial, tienen el potencial de prevenir de manera considerable las implicaciones y el impacto de algunas de estas enfermedades.
Esta apertura hacia el futuro genera miedo entre la población y tensión entre los actores del sistema de salud. La prevención y promoción de la salud deben ser objetivos claros en cualquier sistema, pero también debemos integrar la innovación en esta visión, ya que ignorarla podría generar una gran brecha terapéutica en el cuidado humano.
El primer paso, crucial hacia este objetivo, implica lograr la convicción de los gobiernos acerca de la importancia del tema. Es vital iniciar el desarrollo e implementación de nuevas formas de terapia médica con determinación, evitando postergaciones que podrían conllevar a mayores costos sociales y económicos.
La llegada en 1804 a lo que hoy es Venezuela de la expedición liderada por el médico español Francisco Javier de Balmis y Berenguer, quien llevaba los hilos milagrosos de la vacuna de la viruela humana, la cual fue recibida con júbilo por la población. Este evento incluso inspiró la creación de una oda por parte del humanista y patriota venezolano Andrés Bello. En aquel entonces sin mucho conocimiento biomédico, no hubo cuestionamientos significativos. (Lea: La contaminación por plomo sigue afectando a millones de personas en el mundo)
Sin embargo, en 1885, con un mayor avance científico y aun después de la atenuación del virus de la rabia para fines vacunales por parte de Louis Pasteur, hubo cuestionamientos. La “vacuna” contra la rabia, si bien se había estudiada con antelación en animales, generó toda clase de polémicas en la comunidad académica cuando se le aplicó a un niño mordido por un perro con sospechas de tener dicha enfermedad. Pareciera que a medida que se adquieren más conocimientos y se perfeccionan los procedimientos, surgen mayores cuestionamientos y debates, tal como lo hemos vivido con las vacunas para Covid-19.
Las nuevas tecnologías no solo traen consigo avances, también suscitan nuevas dudas y sospechas. Es evidente que surgen reacciones adversas y complicaciones, pero en la actualidad contamos con protocolos éticos para estudios clínicos que garantizan una mayor seguridad en su aplicación a humanos.
Al día de hoy contamos con diversos tratamientos biológicos, los cuales utilizan componentes elaborados por organismos vivos para abordar enfermedades. Las proteínas recombinantes son un ejemplo, ya que ayudan a reemplazar moléculas ausentes o alteradas en el cuerpo, como las citocinas o los factores de coagulación. Además, los anticuerpos monoclonales brindan esperanza a pacientes con tumores avanzados sin otras opciones de tratamiento, además del uso de terapias celulares, con ARN mensajero o genéticas que se emplearán para tratar o prevenir enfermedades
Por lo tanto, no podemos permitirnos esperar otras tres o cuatro décadas para iniciar los desarrollos necesarios en nuevas formas de terapia biológica, tal como sucedió con la producción de vacunas y sueros en nuestro país en el pasado reciente. Actualmente, la discusión crucial no se limita únicamente a la reforma de la salud, sino a cómo podemos comenzar desde ahora a adaptarnos a la medicina del futuro.
*MD, PhD. Profesor Titular - Universidad de los Andes