¿Nos estamos haciendo los locos con las pseudoterapias?
Más de dos mil científicos firmaron un manifiesto contra las pseudoterapias. En Colombia aún escasean la vigilancia y la investigación.
“Las pseudociencias matan”. Así comienza el manifiesto internacional que 2.750 científicos de 44 países publicaron, a principios de esta semana, para advertir sobre los tratamientos sin revisión científica, mucho más en la emergencia sanitaria provocada por el coronavirus.
Los firmantes citan el caso de Francesco Bonifaz, de siete años, que murió en Italia por encefalitis después de ser tratado con homeopatía y no con antibióticos; o Jacqueline Alderslade, irlandesa de 55 años, cuyo homeópata le dijo que dejara su medicación contra el asma y murió, o la rusa Sofía Balyaykina, de 25 años, que tenía un cáncer curable con quimioterapia, pero le recomendaron un “tratamiento alternativo” de picaduras de mosquitos. Víctimas de la falta de evidencia científica con nombre y apellidos.
Pero a pesar de que se lanza como un manifiesto internacional, está firmado en su mayoría por instituciones europeas que están preocupadas por el avance de las pseudoterapias y los remedios milagrosos en medio de la pandemia, y Colombia no se queda atrás.
“Una de las terapias falsas contra el coronavirus más sonadas es la del dióxido de cloro. En abril, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sugirió que inyectarse cloro podría acabar con el SARS-CoV-2; pero ese “remedio” mató a siete personas y enfermó a otras veinte en este país, y quienes lo promocionan van desde instituciones “serias” hasta “aparecidos”.
“En mayo, Noticias Uno reveló que el médico Yohanny Andrade estaba suministrando dióxido de cloro a algunos pacientes en el Hospital San Carlos (Bogotá). Según el procedimiento planteado por Andrade, “cada paciente recibirá la preparación a base de dióxido de cloro de 3.000 ppm con instrucciones escritas y precisas sobre cómo preparar y tomar las diluciones. Se añaden 10 ml de 3.000 ppm de dióxido de cloro a un litro de agua, por día. Se toma una parte cada hora, hasta que se acaba el contenido de la botella (de ocho a doce tomas)”. (Lea: Una “iglesia”, charlatanes y varias víctimas: la historia detrás del dióxido de cloro).
“En Colombia no se han presentado solicitudes para realizar estudios clínicos sobre la seguridad y eficacia del dióxido de cloro en el tratamiento del COVID-19 (...). No es reconocido como medicamento por ninguna agencia sanitaria”, señaló. “No participe en estudios clínicos con esta sustancia”, comunicó el Invima en su momento.
El “remedio” llegó a Colombia unos meses después y en agosto, la Fiscalía, el CTI y el Gaula capturaron a Mark Scott Grenon y Joseph Timothy Grenon, ambos estadounidenses requeridos por la justicia de su país por vender una “pócima” contra el coronavirus y otras enfermedades.
“Los vendían como una ‘solución mineral milagrosa’ contra el VIH, el alzhéimer (que no tiene cura), la esclerosis múltiple y el cáncer, pero la realidad es que entre sus componentes estaba el dióxido de cloro”.
“Otro de los remedios contra el coronavirus que se promocionan en notas periodísticas y grupos de WhatsApp es la moringa (Moringa olifeira), una planta conocida por tener propiedades antibióticas, curar espasmos, inflamaciones y otras 300 dolencias. Se le conoce como “el árbol de la vida” y su popularización comenzó en 2013, en la aldea ugandesa de Soroti, en donde se considera una “fuente de salud asequible para todos, al contrario que muchos remedios herbales de compañías internacionales”, según DW.
En Colombia, la moringa se popularizó en la pandemia especialmente en las cárceles de Villavicencio y La Modelo de Barranquilla, en donde más de setenta reclusos se contagiaron del SARS-CoV-2 en medio de la crisis humanitaria de las cárceles de Colombia, y supuestamente curaron tomando té de moringa, según Noticias Caracol. Esta es una historia de solidaridad: los cultivadores de moringa del Meta donaron la planta, panela y limón a los reos de cárceles del país con la esperanza de aliviar la crisis sanitaria de los reclusos. Pero un ejercicio realizado por estudiantes de la Universidad del Tolima en el portal Colombiacheck calificó a la noticia de falsa, porque no hay evidencia científica concluyente que diga que, en efecto, cure el COVID-19.
“Lo que pasa es como todo lo que está en investigación: no hay datos certeros de que eso sirva. Eso tendría que entrar a estudios directamente para ver si las personas que lo toman de alguna forma se están mejorando o simplemente es el sistema inmunológico propio de cada uno que está trabajando y mejorando la sintomatología. El Invima, que es la parte del Estado que reconoce algunos estudios de medicamentos, no lo tiene avalado”, manifestó Armando Sánchez, médico general con especialización en Administración Hospitalaria y Auditoría de la Calidad en Salud, en respuesta a Colombiacheck.
Eso sí, el uso desmedido de la moringa genera reacción alérgica y acidez gástrica, además de producir un efecto laxante, que provoca diarrea, aumenta excesivamente la cantidad de glóbulos rojos, causando policitemia (este exceso de células espesa la sangre y reduce el flujo, lo que puede causar graves problemas, como coágulos sanguíneos).
A la larga, no es tanto que la moringa no funcione, sino que no hay evidencia científica de que sí lo haga, ni advertencias sobre qué tanta moringa es la adecuada, si funciona para curar el coronavirus o solo esconde sus síntomas,si la moringa “curó” a los reos o simplemente la enfermedad siguió su curso y el paciente sobrevivió.
Las homeopatías, que para los firmantes del manifiesto son “la pseudoterapia más conocida, aunque no la única”, también tuvieron auge en la pandemia.
Con el inicio de la pandemia, se incrementaron los pedidos y ventas de Oscillococcinum —tratamiento para prevenir la gripa cuyo componente activo es el hígado y el corazón de pato, del laboratorio homeopático francés Boiron—, según comentó a Portafolio la gerente del proyecto para Colombia, Chloé Lacroix. Pero en 2018, la investigadora Alexandra Furtos, de la Universidad de Montreal, analizó los gránulos dentro de la píldora y descubrió que eran sacarosa y lactosa; es decir, pura azúcar.
Los más de dos mil firmantes se refirieron a las regulaciones europeas sobre el uso de homeopatía como tratamiento siempre que no presenten riesgos para el paciente. “No es admisible que las leyes europeas amparen la tergiversación de la realidad científica para que miles de ciudadanos sean engañados”.
Desde 2017, España tiene un observatorio contra las pseudoterapias y ya ha identificado 73 prácticas “que carecen de cualquier rigor científico”, entre ellas la hidroterapia de colón, los cristales, los cuencos tibetanos y las esencias marinas, mientras que otras 66 disciplinas estaban en etapa de análisis, como la homeopatía, el reiki y la acupuntura.
En Colombia no hay un observatorio formal de terapias alternativas ni un conteo de cuántas personas podrían estar siendo afectadas por las pseudociencias (a pesar de que sí hay Observatorios de Medicamentos, como el de la Universidad Nacional). Lo que sí se sabe es que el negocio de la homeopatía movió $600.000 millones en el país en 2016.
Cuando los firmantes del manifiesto dicen que las pseudociencias matan se refieren a estudios como el de la Universidad de Yale, que en 2017 publicó uno en la revista Journal of the National Cancer Institute, en donde comparó los casos de 281 personas con cáncer que optaron por tratamientos como la medicina ayurvédica, la naturopatía, la respiración profunda, el chi kung, la acupuntura, la oración, la relajación progresiva o la homeopatía, y los compararon con las historias de 560 pacientes que trataron su cáncer con quimioterapia, radioterapia, cirugía y terapia hormonal.
Por primera vez, las “pseudoterapias” tuvieron un conteo de víctimas (por lo menos en Estados Unidos): el riesgo de muerte de las mujeres con cáncer de mama que se trataron con medicina alternativa aumentó un 470 %; los pacientes de cáncer colorrectal, un 360 %, y los de cáncer de pulmón, un 150 %.
La explicación es que los pacientes (que en su mayoría eran bien acomodados económicamente y tenían alto grado educativo) abandonaban las terapias contra el cáncer con evidencia científica para acudir a las terapias alternativas no probadas. El efecto adverso es que sus cánceres avanzaron sin tratamientos efectivos. “He visto pacientes con daño hepático y vasculitis por medicinas llamadas ‘naturales’.
En otros casos, como el sucedido recientemente [el de Dololed, que se promocionaba como u analgésico 100 % de caléndula], los laboratorios que fabrican medicinas ‘naturales’ incluyen corticoides en las fórmulas”, dice Juan Manuel Anaya, médico investigador e integrante de la Misión de Sabios. (Lea: El ingrediente oculto del Dololed).
“Existe la creencia de que hay un conflicto entre la libertad de elección de un tratamiento médico y la eliminación de pseudoterapias, pero no es cierto. Según el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, toda persona tiene derecho a la asistencia médica. Mentir a los enfermos para venderles productos inservibles que pueden matarlos incumple el derecho de los ciudadanos a recibir información veraz sobre su salud.
Así que, aunque un ciudadano tiene derecho a renunciar a un tratamiento médico estando correctamente informado, también es cierto que nadie tiene derecho a mentirle para obtener lucro económico a costa de su vida. Solo en un mundo donde consideráramos que mentir a un enfermo para obtener su dinero fuera ético, podríamos permitir que se siguiera vendiendo homeopatía o cualquier otra pseudoterapia a los ciudadanos”, reza el manifiesto.
Pero justamente este es el llamado de los científicos: “Hay que tomar medidas para frenar las pseudoterapias, porque no son inocuas y producen miles de afectados”. Por ahora, no sabemos a cuántos colombianos han afectado las pseudoterapias.
“Colombia es un país megadiverso y eso requiere que tengamos muchísimo cuidado con las pseudociencias. Imagínate todas las moléculas para tratamientos potenciales que reposan en la Amazonia colombiana, toda la riqueza biológica que tenemos por explorar a favor y no en contra de la salud de los seres humanos. Necesitamos fortalecer el método científico”, dice Clara Inés Pardo, profesora de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario y exdirectora del Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología.
No hay que olvidar que parte de la demanda de pseudoterapias y otras supuestas medicinas, que poco tienen que ver con la herencia ancestral en plantas y medicinas de las comunidades campesinas, indígenas o afrocolombianas, está relacionada con la falta de acceso a la salud en Colombia y el llamado “analfabetismo científico”.
“Cuando te ofrecen un suplemento nutricional durante la propaganda te dicen que te cura, pero nadie lee la letra chiquita, que dice que sí tiene efectos secundarios o que su efectividad aún no está comprobada. Hay un público que no sabe dirimir entre evidencia científica y charlatanería, y hay aprovechados. Por otro lado, las consultas de la llamada “medicina alternativa” suelen ser privadas, lo que hace que a un paciente le puedan dedicar una hora de consulta, y no veinte minutos”, explica Ricardo Peña, docente de Farmacología de la Universidad de los Andes.
“La visión economicista de la salud, sumada a la mala atención, por falta de recursos o de tiempo para la consulta, hace que los pacientes acudan a otro tipo de terapia en donde sean escuchados y tenidos en cuenta. Esto lo han aprovechado los terapeutas alternativos para engañar a los pacientes. El término “engañar” estaría bien usado, pues no habiendo evidencia de la eficacia de los tratamientos alternativos, quienes lo aplican lo hacen a sabiendas de la ausencia de esta evidencia”, concluye Anaya.
“Las pseudociencias matan”. Así comienza el manifiesto internacional que 2.750 científicos de 44 países publicaron, a principios de esta semana, para advertir sobre los tratamientos sin revisión científica, mucho más en la emergencia sanitaria provocada por el coronavirus.
Los firmantes citan el caso de Francesco Bonifaz, de siete años, que murió en Italia por encefalitis después de ser tratado con homeopatía y no con antibióticos; o Jacqueline Alderslade, irlandesa de 55 años, cuyo homeópata le dijo que dejara su medicación contra el asma y murió, o la rusa Sofía Balyaykina, de 25 años, que tenía un cáncer curable con quimioterapia, pero le recomendaron un “tratamiento alternativo” de picaduras de mosquitos. Víctimas de la falta de evidencia científica con nombre y apellidos.
Pero a pesar de que se lanza como un manifiesto internacional, está firmado en su mayoría por instituciones europeas que están preocupadas por el avance de las pseudoterapias y los remedios milagrosos en medio de la pandemia, y Colombia no se queda atrás.
“Una de las terapias falsas contra el coronavirus más sonadas es la del dióxido de cloro. En abril, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sugirió que inyectarse cloro podría acabar con el SARS-CoV-2; pero ese “remedio” mató a siete personas y enfermó a otras veinte en este país, y quienes lo promocionan van desde instituciones “serias” hasta “aparecidos”.
“En mayo, Noticias Uno reveló que el médico Yohanny Andrade estaba suministrando dióxido de cloro a algunos pacientes en el Hospital San Carlos (Bogotá). Según el procedimiento planteado por Andrade, “cada paciente recibirá la preparación a base de dióxido de cloro de 3.000 ppm con instrucciones escritas y precisas sobre cómo preparar y tomar las diluciones. Se añaden 10 ml de 3.000 ppm de dióxido de cloro a un litro de agua, por día. Se toma una parte cada hora, hasta que se acaba el contenido de la botella (de ocho a doce tomas)”. (Lea: Una “iglesia”, charlatanes y varias víctimas: la historia detrás del dióxido de cloro).
“En Colombia no se han presentado solicitudes para realizar estudios clínicos sobre la seguridad y eficacia del dióxido de cloro en el tratamiento del COVID-19 (...). No es reconocido como medicamento por ninguna agencia sanitaria”, señaló. “No participe en estudios clínicos con esta sustancia”, comunicó el Invima en su momento.
El “remedio” llegó a Colombia unos meses después y en agosto, la Fiscalía, el CTI y el Gaula capturaron a Mark Scott Grenon y Joseph Timothy Grenon, ambos estadounidenses requeridos por la justicia de su país por vender una “pócima” contra el coronavirus y otras enfermedades.
“Los vendían como una ‘solución mineral milagrosa’ contra el VIH, el alzhéimer (que no tiene cura), la esclerosis múltiple y el cáncer, pero la realidad es que entre sus componentes estaba el dióxido de cloro”.
“Otro de los remedios contra el coronavirus que se promocionan en notas periodísticas y grupos de WhatsApp es la moringa (Moringa olifeira), una planta conocida por tener propiedades antibióticas, curar espasmos, inflamaciones y otras 300 dolencias. Se le conoce como “el árbol de la vida” y su popularización comenzó en 2013, en la aldea ugandesa de Soroti, en donde se considera una “fuente de salud asequible para todos, al contrario que muchos remedios herbales de compañías internacionales”, según DW.
En Colombia, la moringa se popularizó en la pandemia especialmente en las cárceles de Villavicencio y La Modelo de Barranquilla, en donde más de setenta reclusos se contagiaron del SARS-CoV-2 en medio de la crisis humanitaria de las cárceles de Colombia, y supuestamente curaron tomando té de moringa, según Noticias Caracol. Esta es una historia de solidaridad: los cultivadores de moringa del Meta donaron la planta, panela y limón a los reos de cárceles del país con la esperanza de aliviar la crisis sanitaria de los reclusos. Pero un ejercicio realizado por estudiantes de la Universidad del Tolima en el portal Colombiacheck calificó a la noticia de falsa, porque no hay evidencia científica concluyente que diga que, en efecto, cure el COVID-19.
“Lo que pasa es como todo lo que está en investigación: no hay datos certeros de que eso sirva. Eso tendría que entrar a estudios directamente para ver si las personas que lo toman de alguna forma se están mejorando o simplemente es el sistema inmunológico propio de cada uno que está trabajando y mejorando la sintomatología. El Invima, que es la parte del Estado que reconoce algunos estudios de medicamentos, no lo tiene avalado”, manifestó Armando Sánchez, médico general con especialización en Administración Hospitalaria y Auditoría de la Calidad en Salud, en respuesta a Colombiacheck.
Eso sí, el uso desmedido de la moringa genera reacción alérgica y acidez gástrica, además de producir un efecto laxante, que provoca diarrea, aumenta excesivamente la cantidad de glóbulos rojos, causando policitemia (este exceso de células espesa la sangre y reduce el flujo, lo que puede causar graves problemas, como coágulos sanguíneos).
A la larga, no es tanto que la moringa no funcione, sino que no hay evidencia científica de que sí lo haga, ni advertencias sobre qué tanta moringa es la adecuada, si funciona para curar el coronavirus o solo esconde sus síntomas,si la moringa “curó” a los reos o simplemente la enfermedad siguió su curso y el paciente sobrevivió.
Las homeopatías, que para los firmantes del manifiesto son “la pseudoterapia más conocida, aunque no la única”, también tuvieron auge en la pandemia.
Con el inicio de la pandemia, se incrementaron los pedidos y ventas de Oscillococcinum —tratamiento para prevenir la gripa cuyo componente activo es el hígado y el corazón de pato, del laboratorio homeopático francés Boiron—, según comentó a Portafolio la gerente del proyecto para Colombia, Chloé Lacroix. Pero en 2018, la investigadora Alexandra Furtos, de la Universidad de Montreal, analizó los gránulos dentro de la píldora y descubrió que eran sacarosa y lactosa; es decir, pura azúcar.
Los más de dos mil firmantes se refirieron a las regulaciones europeas sobre el uso de homeopatía como tratamiento siempre que no presenten riesgos para el paciente. “No es admisible que las leyes europeas amparen la tergiversación de la realidad científica para que miles de ciudadanos sean engañados”.
Desde 2017, España tiene un observatorio contra las pseudoterapias y ya ha identificado 73 prácticas “que carecen de cualquier rigor científico”, entre ellas la hidroterapia de colón, los cristales, los cuencos tibetanos y las esencias marinas, mientras que otras 66 disciplinas estaban en etapa de análisis, como la homeopatía, el reiki y la acupuntura.
En Colombia no hay un observatorio formal de terapias alternativas ni un conteo de cuántas personas podrían estar siendo afectadas por las pseudociencias (a pesar de que sí hay Observatorios de Medicamentos, como el de la Universidad Nacional). Lo que sí se sabe es que el negocio de la homeopatía movió $600.000 millones en el país en 2016.
Cuando los firmantes del manifiesto dicen que las pseudociencias matan se refieren a estudios como el de la Universidad de Yale, que en 2017 publicó uno en la revista Journal of the National Cancer Institute, en donde comparó los casos de 281 personas con cáncer que optaron por tratamientos como la medicina ayurvédica, la naturopatía, la respiración profunda, el chi kung, la acupuntura, la oración, la relajación progresiva o la homeopatía, y los compararon con las historias de 560 pacientes que trataron su cáncer con quimioterapia, radioterapia, cirugía y terapia hormonal.
Por primera vez, las “pseudoterapias” tuvieron un conteo de víctimas (por lo menos en Estados Unidos): el riesgo de muerte de las mujeres con cáncer de mama que se trataron con medicina alternativa aumentó un 470 %; los pacientes de cáncer colorrectal, un 360 %, y los de cáncer de pulmón, un 150 %.
La explicación es que los pacientes (que en su mayoría eran bien acomodados económicamente y tenían alto grado educativo) abandonaban las terapias contra el cáncer con evidencia científica para acudir a las terapias alternativas no probadas. El efecto adverso es que sus cánceres avanzaron sin tratamientos efectivos. “He visto pacientes con daño hepático y vasculitis por medicinas llamadas ‘naturales’.
En otros casos, como el sucedido recientemente [el de Dololed, que se promocionaba como u analgésico 100 % de caléndula], los laboratorios que fabrican medicinas ‘naturales’ incluyen corticoides en las fórmulas”, dice Juan Manuel Anaya, médico investigador e integrante de la Misión de Sabios. (Lea: El ingrediente oculto del Dololed).
“Existe la creencia de que hay un conflicto entre la libertad de elección de un tratamiento médico y la eliminación de pseudoterapias, pero no es cierto. Según el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, toda persona tiene derecho a la asistencia médica. Mentir a los enfermos para venderles productos inservibles que pueden matarlos incumple el derecho de los ciudadanos a recibir información veraz sobre su salud.
Así que, aunque un ciudadano tiene derecho a renunciar a un tratamiento médico estando correctamente informado, también es cierto que nadie tiene derecho a mentirle para obtener lucro económico a costa de su vida. Solo en un mundo donde consideráramos que mentir a un enfermo para obtener su dinero fuera ético, podríamos permitir que se siguiera vendiendo homeopatía o cualquier otra pseudoterapia a los ciudadanos”, reza el manifiesto.
Pero justamente este es el llamado de los científicos: “Hay que tomar medidas para frenar las pseudoterapias, porque no son inocuas y producen miles de afectados”. Por ahora, no sabemos a cuántos colombianos han afectado las pseudoterapias.
“Colombia es un país megadiverso y eso requiere que tengamos muchísimo cuidado con las pseudociencias. Imagínate todas las moléculas para tratamientos potenciales que reposan en la Amazonia colombiana, toda la riqueza biológica que tenemos por explorar a favor y no en contra de la salud de los seres humanos. Necesitamos fortalecer el método científico”, dice Clara Inés Pardo, profesora de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario y exdirectora del Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología.
No hay que olvidar que parte de la demanda de pseudoterapias y otras supuestas medicinas, que poco tienen que ver con la herencia ancestral en plantas y medicinas de las comunidades campesinas, indígenas o afrocolombianas, está relacionada con la falta de acceso a la salud en Colombia y el llamado “analfabetismo científico”.
“Cuando te ofrecen un suplemento nutricional durante la propaganda te dicen que te cura, pero nadie lee la letra chiquita, que dice que sí tiene efectos secundarios o que su efectividad aún no está comprobada. Hay un público que no sabe dirimir entre evidencia científica y charlatanería, y hay aprovechados. Por otro lado, las consultas de la llamada “medicina alternativa” suelen ser privadas, lo que hace que a un paciente le puedan dedicar una hora de consulta, y no veinte minutos”, explica Ricardo Peña, docente de Farmacología de la Universidad de los Andes.
“La visión economicista de la salud, sumada a la mala atención, por falta de recursos o de tiempo para la consulta, hace que los pacientes acudan a otro tipo de terapia en donde sean escuchados y tenidos en cuenta. Esto lo han aprovechado los terapeutas alternativos para engañar a los pacientes. El término “engañar” estaría bien usado, pues no habiendo evidencia de la eficacia de los tratamientos alternativos, quienes lo aplican lo hacen a sabiendas de la ausencia de esta evidencia”, concluye Anaya.