Opinión: ¿Están de regreso las terapias con psicodélicos? Es mejor tener cautela
El consumo de psicodélicos como los hongos parece estar popularizándose para tratar, supuestamente, trastornos de salud mental. Pero es un tema que hay que ver con mucha precaución. Es especialmente inquietante que se estén formulando dosis que no están verificadas ni respaldadas por evidencia clínica.
Maritza Rodríguez Guarín*
El interés en la utilidad clínica de los psicodélicos no es nuevo. En los años 50s fue el psiquiatra británico Humphry Osmond quien inició estudios clínicos con Mescalina y LSD para poner a prueba su hipótesis acerca de los efectos “expansores de la mente” de estas sustancias. Osmond los llamó “psicodélicos”, palabra derivada del griego Psyche (mente) y Delos (manifestación).
En los años sesenta la comunidad científica se interesó por su potencial efecto positivo en la esquizofrenia, los trastornos del ánimo y la ansiedad; sin embargo, su uso fue desestimado por deficiencias metodológicas de los estudios así como por problemas regulatorios y políticos, entre otros.
Pero, ¿qué son los psicodélicos? Son sustancias que producen efectos en la percepción, la cognición y la consciencia, a través de la estimulación total o parcial, de receptores de serotonina 5-HT2A en el cerebro. Son, la psilocibina que contienen los llamados “hongos mágicos”; la mescalina, alcaloide extraído del peyote; o el DMT, principal alcaloide extraído de la ayahuasca o yagé, una bebida originaria de Centro y Suramérica. A estas tres sustancias utilizadas por comunidades indígenas por cientos de años en sus rituales y ceremonias, se agregó la dietilamida del ácido lisérgico (LSD), sintetizada en un laboratorio suizo en 1938. Su efecto dura varias horas y se ha descrito que potencia la capacidad del individuo para descifrar sus estados internos y para conectarse con el otro.
Existen otras sustancias llamadas psicodélicos atípicos cuyos efectos psicoactivos no están mediados de forma principal o única por la actividad del receptor 5-HT2A. Dentro de este grupo están las anfetaminas psicodélicas como el MDMA, conocido popularmente como éxtasis, o el anestésico disociativo ketamina, un antagonista de otro tipo de receptor llamado NMDA.
Actualmente, en un momento en el que los problemas de salud mental parecen crecer como la espuma en todos los contextos socio culturales y en personas de todas las edades, los focos han vuelto a apuntar hacia los psicodélicos.
La depresión mayor, por ejemplo, es a nivel mundial la segunda causa de años vividos con discapacidad; la ansiedad es la séptima y existen, por lo menos, siete tipos de trastornos mentales entre las primeras 25 causas que aportan carga en años de vida saludables perdidos.
Sin embargo, los tratamientos disponibles son insuficientes y la comunidad científica está ansiosa por encontrar nuevas alternativas eficaces y seguras.
Los psicodélicos aparecieron de nuevo en escena despertando el interés de múltiples grupos de investigadores en el mundo, especialmente en los últimos cinco años para poner a prueba su eficacia y seguridad en el tratamiento no solo de la depresión resistente y los trastornos de ansiedad, sino en múltiples patologías como el trastorno obsesivo compulsivo, la anorexia y bulimia nerviosas, los trastornos por consumo de sustancias, el estrés postraumático y la angustia al final de la vida de los pacientes con enfermedades terminales.
Además de las indicaciones psiquiátricas, se están estudiando las propiedades potenciadoras de la neuroplasticidad de los psicodélicos que, en caso de confirmarse, podrían ser útiles en enfermedades neuro degenerativas como el Párkinson y el Alzheimer.
Avanzan estudios en fase 2 y 3 en depresión resistente con ketamina y psilocibina y con MDMA en trastorno de estrés post traumático con resultados modestos que aún no aportan evidencia científica concluyente acerca de su eficacia en los trastornos explorados o no han logrado demostrar que los beneficios superan a los riesgos.
Los investigadores enfrentan dificultades metodológicas mayores como, por ejemplo, la respuesta experiencial de cada persona que no permite asegurar que esos resultados puedan generalizarse a otros individuos en condiciones de salud similares.
Por otra parte, no es posible mantener al paciente cegado frente al medicamento administrado, si recibió un psicodélico, un placebo u otro medicamento para comparar los efectos. Muchos de los pacientes incluidos en los estudios han tenido experiencias previas con psicodélicos, conocen sus efectos y, rápidamente, pueden saber qué tipo de sustancia recibieron, con lo cual pueden sesgar los reportes de su experiencia. Además, los períodos de seguimiento son cortos, los tamaños de muestra modestos y se requiere mucha más información acerca de su interacción con otros medicamentos.
Por otra parte, por lo general los psicodélicos se investigan como tratamientos complementarios que se administran durante sesiones de terapia para mitigar los riesgos de eventos adversos y aumentar la eficacia, pero el tipo de terapia o el entrenamiento requerido en el terapeuta es otro aspecto crítico.
En el caso de la anorexia nerviosa, un trastorno alimentario que tiene una de las más altas tasas de mortalidad, y tendencia a las recaídas, los psicodélicos se están poniendo a prueba como coadyuvantes de la psicoterapia con la expectativa de lograr mejoría de los síntomas resistentes y de la inflexibilidad cognitiva.
A la fecha solo existen publicaciones de reportes de casos individuales o estudios abiertos con un tamaño de muestra muy pequeño. Se han iniciado tres experimentos clínicos con psilocibina, actualmente en fase 2, otro con ayahuasca y un tercero con MDMA. De estos solo se tienen datos preliminares.
El estudio de la eficacia “transdiagnóstico” de los psicodélicos en estos pacientes es muy tentador porque usualmente, las personas con anorexia además pueden presentar depresiones severas, ansiedad e historia de experiencias traumáticas, un perfil psicopatológico aparentemente ideal.
Sin embargo, también existen grandes limitaciones éticas. Es necesario considerar las condiciones de vulnerabilidad específicas de estas pacientes. Son usuales sus dificultades frente a la pérdida de control y, por tanto, se requiere de una relación de estrecha confianza con el terapeuta; las limitaciones para discriminar y gestionar emociones negativas y la edad (usualmente adolescentes) son factores de vulnerabilidad psicológica que pueden precipitar estados disociativos. A estos se les suma el estado nutricional precario y las complicaciones físicas asociadas a una enfermedad crónica que pueden derivar en efectos adversos.
Todo lo planteado anteriormente señala que los psicodélicos siguen siendo drogas experimentales cuya prescripción no puede ser indiscriminada y sin la atención debida del apoyo terapéutico que requieren. Observamos con preocupación la formulación y venta de psicodélicos en dosis no verificadas ni respaldadas por evidencia clínica a personas que desean “expandir sus funciones cognitivas” o mejorar su estado de ánimo, sin supervisión médica especializada.
Mucho más preocupante es el consumo recreativo como se está presentando en la comunidad general. Si los psicodélicos se consumen en condiciones subóptimas, sin un apoyo adecuado, a una dosis inapropiada, o en mezclas con otras sustancias pueden desencadenar estados de disforia, pensamiento desorganizado y delirios, es decir, precipitar una crisis de salud mental que requiere atención urgente.
Es necesario ser cautelosos y esperar los avances científicos en este campo en el marco de la medicina de precisión.
*MSc epidemiologia, MD psiquiatra, co-directora científica Programa Equilibrio
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El interés en la utilidad clínica de los psicodélicos no es nuevo. En los años 50s fue el psiquiatra británico Humphry Osmond quien inició estudios clínicos con Mescalina y LSD para poner a prueba su hipótesis acerca de los efectos “expansores de la mente” de estas sustancias. Osmond los llamó “psicodélicos”, palabra derivada del griego Psyche (mente) y Delos (manifestación).
En los años sesenta la comunidad científica se interesó por su potencial efecto positivo en la esquizofrenia, los trastornos del ánimo y la ansiedad; sin embargo, su uso fue desestimado por deficiencias metodológicas de los estudios así como por problemas regulatorios y políticos, entre otros.
Pero, ¿qué son los psicodélicos? Son sustancias que producen efectos en la percepción, la cognición y la consciencia, a través de la estimulación total o parcial, de receptores de serotonina 5-HT2A en el cerebro. Son, la psilocibina que contienen los llamados “hongos mágicos”; la mescalina, alcaloide extraído del peyote; o el DMT, principal alcaloide extraído de la ayahuasca o yagé, una bebida originaria de Centro y Suramérica. A estas tres sustancias utilizadas por comunidades indígenas por cientos de años en sus rituales y ceremonias, se agregó la dietilamida del ácido lisérgico (LSD), sintetizada en un laboratorio suizo en 1938. Su efecto dura varias horas y se ha descrito que potencia la capacidad del individuo para descifrar sus estados internos y para conectarse con el otro.
Existen otras sustancias llamadas psicodélicos atípicos cuyos efectos psicoactivos no están mediados de forma principal o única por la actividad del receptor 5-HT2A. Dentro de este grupo están las anfetaminas psicodélicas como el MDMA, conocido popularmente como éxtasis, o el anestésico disociativo ketamina, un antagonista de otro tipo de receptor llamado NMDA.
Actualmente, en un momento en el que los problemas de salud mental parecen crecer como la espuma en todos los contextos socio culturales y en personas de todas las edades, los focos han vuelto a apuntar hacia los psicodélicos.
La depresión mayor, por ejemplo, es a nivel mundial la segunda causa de años vividos con discapacidad; la ansiedad es la séptima y existen, por lo menos, siete tipos de trastornos mentales entre las primeras 25 causas que aportan carga en años de vida saludables perdidos.
Sin embargo, los tratamientos disponibles son insuficientes y la comunidad científica está ansiosa por encontrar nuevas alternativas eficaces y seguras.
Los psicodélicos aparecieron de nuevo en escena despertando el interés de múltiples grupos de investigadores en el mundo, especialmente en los últimos cinco años para poner a prueba su eficacia y seguridad en el tratamiento no solo de la depresión resistente y los trastornos de ansiedad, sino en múltiples patologías como el trastorno obsesivo compulsivo, la anorexia y bulimia nerviosas, los trastornos por consumo de sustancias, el estrés postraumático y la angustia al final de la vida de los pacientes con enfermedades terminales.
Además de las indicaciones psiquiátricas, se están estudiando las propiedades potenciadoras de la neuroplasticidad de los psicodélicos que, en caso de confirmarse, podrían ser útiles en enfermedades neuro degenerativas como el Párkinson y el Alzheimer.
Avanzan estudios en fase 2 y 3 en depresión resistente con ketamina y psilocibina y con MDMA en trastorno de estrés post traumático con resultados modestos que aún no aportan evidencia científica concluyente acerca de su eficacia en los trastornos explorados o no han logrado demostrar que los beneficios superan a los riesgos.
Los investigadores enfrentan dificultades metodológicas mayores como, por ejemplo, la respuesta experiencial de cada persona que no permite asegurar que esos resultados puedan generalizarse a otros individuos en condiciones de salud similares.
Por otra parte, no es posible mantener al paciente cegado frente al medicamento administrado, si recibió un psicodélico, un placebo u otro medicamento para comparar los efectos. Muchos de los pacientes incluidos en los estudios han tenido experiencias previas con psicodélicos, conocen sus efectos y, rápidamente, pueden saber qué tipo de sustancia recibieron, con lo cual pueden sesgar los reportes de su experiencia. Además, los períodos de seguimiento son cortos, los tamaños de muestra modestos y se requiere mucha más información acerca de su interacción con otros medicamentos.
Por otra parte, por lo general los psicodélicos se investigan como tratamientos complementarios que se administran durante sesiones de terapia para mitigar los riesgos de eventos adversos y aumentar la eficacia, pero el tipo de terapia o el entrenamiento requerido en el terapeuta es otro aspecto crítico.
En el caso de la anorexia nerviosa, un trastorno alimentario que tiene una de las más altas tasas de mortalidad, y tendencia a las recaídas, los psicodélicos se están poniendo a prueba como coadyuvantes de la psicoterapia con la expectativa de lograr mejoría de los síntomas resistentes y de la inflexibilidad cognitiva.
A la fecha solo existen publicaciones de reportes de casos individuales o estudios abiertos con un tamaño de muestra muy pequeño. Se han iniciado tres experimentos clínicos con psilocibina, actualmente en fase 2, otro con ayahuasca y un tercero con MDMA. De estos solo se tienen datos preliminares.
El estudio de la eficacia “transdiagnóstico” de los psicodélicos en estos pacientes es muy tentador porque usualmente, las personas con anorexia además pueden presentar depresiones severas, ansiedad e historia de experiencias traumáticas, un perfil psicopatológico aparentemente ideal.
Sin embargo, también existen grandes limitaciones éticas. Es necesario considerar las condiciones de vulnerabilidad específicas de estas pacientes. Son usuales sus dificultades frente a la pérdida de control y, por tanto, se requiere de una relación de estrecha confianza con el terapeuta; las limitaciones para discriminar y gestionar emociones negativas y la edad (usualmente adolescentes) son factores de vulnerabilidad psicológica que pueden precipitar estados disociativos. A estos se les suma el estado nutricional precario y las complicaciones físicas asociadas a una enfermedad crónica que pueden derivar en efectos adversos.
Todo lo planteado anteriormente señala que los psicodélicos siguen siendo drogas experimentales cuya prescripción no puede ser indiscriminada y sin la atención debida del apoyo terapéutico que requieren. Observamos con preocupación la formulación y venta de psicodélicos en dosis no verificadas ni respaldadas por evidencia clínica a personas que desean “expandir sus funciones cognitivas” o mejorar su estado de ánimo, sin supervisión médica especializada.
Mucho más preocupante es el consumo recreativo como se está presentando en la comunidad general. Si los psicodélicos se consumen en condiciones subóptimas, sin un apoyo adecuado, a una dosis inapropiada, o en mezclas con otras sustancias pueden desencadenar estados de disforia, pensamiento desorganizado y delirios, es decir, precipitar una crisis de salud mental que requiere atención urgente.
Es necesario ser cautelosos y esperar los avances científicos en este campo en el marco de la medicina de precisión.
*MSc epidemiologia, MD psiquiatra, co-directora científica Programa Equilibrio
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