Otra falsa y peligrosa promesa del dióxido de cloro: “tratar” el autismo
Algunos grupos están promoviendo esta peligrosa sustancia, poniendo en riesgo la salud de los pacientes con esta condición, que ya tienen que transitar un difícil camino para encontrar un diagnóstico preciso.
Juan Diego Quiceno
El dióxido de cloro, una sustancia que se usa como blanqueador en las fábricas de papel y en las plantas de tratamiento de agua potable, se ha popularizado en los últimos años. Después de la pandemia del covid-19, en la que algunos lo hicieron ver como un posible tratamiento, muchas personas han escuchado sobre ese producto. Ahora, un nuevo grupo está promoviéndolo para otra condición: el autismo. Pero hay muchos médicos que están preocupados por lo que está sucediendo. (Lea Cosas que debe y no debe hacer cuando tiembla)
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El dióxido de cloro, una sustancia que se usa como blanqueador en las fábricas de papel y en las plantas de tratamiento de agua potable, se ha popularizado en los últimos años. Después de la pandemia del covid-19, en la que algunos lo hicieron ver como un posible tratamiento, muchas personas han escuchado sobre ese producto. Ahora, un nuevo grupo está promoviéndolo para otra condición: el autismo. Pero hay muchos médicos que están preocupados por lo que está sucediendo. (Lea Cosas que debe y no debe hacer cuando tiembla)
Promocionado en redes sociales como una “solución mineral milagrosa o maestra”, “suplemento mineral milagroso”, “MMS”, “protocolo de dióxido de cloro (CD)” y “solución de purificación de agua (WPS)”, el dióxido de cloro está lejos de ser un tratamiento. Según la FDA (el Invima de Estados Unidos), no es buena idea ingerirlo, pues sus componentes, tanto el clorito de sodio como el dióxido de cloro, son ingredientes de desinfectantes. Consumirlos puede producir dolor abdominal, diarrea, náuseas, vómitos e incluso intoxicación. (Lea Ötzi, el “hombre de hielo”, tenía una apariencia muy diferente a la que creíamos)
La historia de este compuesto tiene un protagonista, Andreas Kalcker, un supuesto “científico” alemán que se ha ganado espacios en medios de comunicación, algunos colombianos. En ellos promovió que el dióxido de cloro era más eficaz que las vacunas para el covid-19, un disparate que criticaron médicos, virólogos y agencias sanitarias.
Kalcker también ha impulsado una idea que ha caído muy mal entre la comunidad científica: que las vacunas causan autismo y que este “se cura” con dióxido de cloro. La base de sus argumentos es una vieja publicación de 1998 en la revista The Lancet que asociaba la vacuna triple vírica con esa condición. Ese estudio, como lo demostró luego el Colegio General Médico Británico, estaba plagado de errores y problemas metodológicos. Su autor (Andrew Wakefield), señaló ese organismo, fue “deshonesto e irresponsable”. Al cabo de un tiempo, The Lancet se retractó y retiró el artículo.
Hace algunos años, cuando la asociación entre dióxido de cloro y autismo aterrizó en Bogotá con fuerza, Betty Roncancio Morales, directora de la Liga Colombiana de Autismo (LICA), fue invitada a un evento de promoción. “Fui porque yo quería entender qué había detrás. Lo que vi me impactó”, cuenta. Decenas de familias se habían organizado, habían creado grupos y una red en las grandes ciudades para liderar el evento y traer al invitado.
“Lo que había detrás era en realidad una esperanza gigante de los papás. Entendí que no hemos logrado comprender el autismo”, asegura Roncancio.
En ese evento había más personas que las que logra convocar usualmente la LICA, cuando intenta abrir la discusión sobre los derechos y garantías en Colombia de las personas con autismo. “Eso me estrujó el corazón y me obligó a escuchar y a ser prudente con lo que iba a decir”, recuerda.
En el evento comenzaron entonces a mostrar imágenes de niños y de niñas que, para recibir el tratamiento, habían sometidas a enemas, un procedimiento en el que se introduce líquido en el recto y el colon a través del ano, con el propósito de evacuar los parásitos que, según decían los promotores del producto, causan el autismo. La mamá también tenía que someterse a esa “terapia”.
Pero lo cierto, como dice Sandra Jimena Báez, psicóloga, profesora de la U. de los Andes y magíster en neuropsicología, es que no hay un entendimiento completo de las causas del autismo. “Es una condición multifactorial”, explica. “Parece, por ejemplo, que hay una carga genética, es decir, hay genes o mutaciones genéticas que se han identificado en personas con autismo, pero que no son determinantes: hay personas con la mutación o con esos genes y que no son autistas. También parece que hay factores ambientales que intervienen cuando se está desarrollando el sistema nervioso del embrión, pero tampoco está claro cómo. Hay mucha incertidumbre en el tema”.
Esos “vacíos” y las esperanzas de los pacientes han sido aprovechados por personas como Kalcker que impulsan tratamientos sin evidencia, como el dióxido de cloro. La fórmula para tener éxito, aseguraba hace un tiempo Juan Manuel Sénior, cardiólogo hemodinamista de Medellín, solía ser la misma de los productos que venden como “milagrosos”: desdeñar lo que llaman la burocracia de la ciencia; atacar y señalar al sistema y a las farmacéuticas de “envenenar” a las personas. Siempre, además, justifican la eficacia de las intervenciones con testimonios de casos de supuesto “éxito”.
Cuando hubo ese evento en Bogotá, dice Roncancio, había una familia que también iba a las reuniones de la LICA. “Me acerqué al papá e intenté decirle un poco lo que pensaba del tema. Pero estaba muy esperanzando. Decía que estaban haciendo el tratamiento y que su hijo estaba mejorando. Sé lo difícil que es entender esto”, recuerda. Ella también es madre de un hijo con autismo.
Luego de ese encuentro, LICA decidió enviar una comunicación al Ministerio de Salud y al Invima. En la respuesta que le dieron, advirtieron que esos productos no están autorizados en Colombia y se venden ilegalmente. Con esa información en sus manos, la organización comenzó a emitir comunicados y piezas en redes sociales, pero se encontró con que varias personas ya apoyaban el dióxido de cloro.
“Yo creo que a veces se juzga muy duramente a las familias. Esta información se filtra y hace daño porque ellas están solas: en el país no se cumple una política pública de autismo. Mientras eso no pase, estamos desprotegidos”, dice Roncancio.
Los desafíos del autismo
Los “trastornos del espectro autista (TEA)”, como los llaman formalmente, describe un grupo de afecciones que, aunque tienen algunos patrones, varía de persona a persona. Hay individuos con autismo que tienen asociada una discapacidad comunicativa (en el lenguaje), una epilepsia o incluso problemas gastrointestinales.
Hoy, los tratamientos aceptados para los TEA buscan reducir los síntomas que interfieren con el funcionamiento diario y la calidad de vida de los pacientes. Para llevarlos a cabo se requiere de múltiples profesionales que adaptan las terapias a cada persona.
En 2015 el entonces ministro de salud, Alejandro Gaviria, presentó un nuevo protocolo clínico para el diagnóstico y tratamiento de los niños y niñas con TEA en Colombia. El documento, realizado con el Instituto de Evaluación Tecnológica en Salud (IETS) y con 23 expertos invitados, buscaba presentar certeza sobre las intervenciones para este grupo de pacientes. Fuera del grupo, quedaron procedimientos como la estimulación magnética transcraneal o la terapia de integración sensorial, que estaban siendo costeadas con recursos del sistema.
“Eso fue un primer paso que valoramos, pero se queda corto. Colombia tiene una normatividad: el país ratifica, por ejemplo, la convención sobre los derechos de las personas con discapacidad, entre las que se incluye el autismo, pero no hay una política pública con enfoque diferencial que aterrice esa normatividad”, añade Roncancio.
Esa ausencia se traduce en varias dificultades por las que transitan las familias para contar con un diagnóstico certero de autismo, pues al abarcar un amplio espectro, se puede presentar a través de muchas maneras. Como hoy no existe una prueba médica, como un análisis de sangre, para diagnosticar el TEA, los médicos evalúan la conducta del niño y su desarrollo.
“Esto es más difícil si no existe una ruta clara en todos los campos, incluso en salud mental, como pasa en Colombia. Las familias quedan a merced del conocimiento del médico. A nosotros nos han llegado niños de dos o tres años con hasta cinco diagnósticos que toman dos o tres medicamentos al tiempo. Cuando no hay claridad en esa ruta, y aparecen otros prometiendo curas, es más fácil caer en eso”, dice Roncancio.
Otra dificultad que deben enfrentar estas personas tiene que ver con campos distintos a la salud, como la educación. Hay colegios en Colombia, cuenta la directora de la LICA, en donde se les sigue pidiendo a las familias con niños con autismo la llamada “sombra terapéutica”: profesionales de la rehabilitación que, en el mejor de los casos, deben acompañar a las personas con discapacidad en el día. Cuando lo exigen, en muchas ocasiones son los padres o familiares quienes deben asumir ese rol.
Según la directora de LICA, los desafíos no paran ahí. En el mundo laboral tampoco hay énfasis o enfoques en la población con TEA. “A veces –dice– “sentimos que lo que pasa es que como el autismo es difícil de diagnosticar y a veces ni siquiera es visible, no le importa a nadie”. Por eso es que también hay personas que se aprovechan de esa situación para comercializar productos, como el dióxido de cloro, que pueden poner en riesgo la salud.