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Al comienzo de la pandemia, muchos embriagados por la necesidad de convocar a las mayorías y darles esperanza, compararon la lucha contra el virus con las guerras humanas. Tal vez porque la violencia es algo que nos resultaba más conocido, y era entonces una narrativa de la que podíamos valernos sin tener que explicar mucho. Tal vez porque tenemos en la impronta histórica una debilidad a los llamados a la guerra de los líderes, que tristemente parece que es más eficaz que los llamados a la paz. No a pocos oímos decir durante las primeras semanas: “vamos a luchar contra el virus”, “vamos a ganar esta batalla”, “venceremos” o tratar al virus como si fuera un “enemigo”. El propio lenguaje inspirado de la de “primera línea” y de los “héroes” si bien no se limita a ese ámbito tiene una gran conexión histórica con la retórica de la guerra. (Lea Los tres escenarios que plantea la OMS sobre el futuro de la pandemia)
En 2020, me resistí a utilizar este lenguaje. No me gustaba esa metáfora para nada, mucho menos en un país violento como el nuestro. Me parecía grotesco el paralelo teniendo en cuenta que aquí la guerra nunca acabó, y si acaso transitó hacia formas más desorganizadas (u organizadas de forma diferente) pero que sigue ahí con sus consecuencias. Las mentadas “batallas” nos causaron miles de muertes, y los llamados “héroes” algunas veces degeneraron en criminales. No creo que la guerra haya traído nada bueno, lo único bueno que puede pasar en una guerra es que se acabe. Aunque sé que algunos teóricos de las sociedades insinúan que hay guerras necesarias y parecen inclinados a aceptar que algunos cambios sociales no son posibles sin ellas, es algo que no quiero aceptar, aunque no pueda defender académicamente. Es sólo algo que deseo que no sea verdad. (Lea La ivermectina nunca fue un tratamiento útil contra el covid-19)
Además, sin tener en Colombia, a pesar de los grandes esfuerzos de muchos académicos, una narrativa consolidada y compartida de nuestra guerra, ¿cómo íbamos a trasladar esa narrativa a la lucha contra el virus? De hecho, a más de dos años de comenzada la pandemia, debemos aceptar que nos costó mucho construir una narrativa propia que nos inspirara todos y nos permitiera unirnos para superar esta profunda crisis no solamente sanitaria, sino también social y económica de la que todavía estamos lejos de salir.
No es fácil construir una narrativa sobre una lucha “contra” un virus. Se trata de un ser invisible a los ojos, del que incluso se puede debatir si se trata o no de un ser vivo, o “sólo” una pieza de material genético que evolucionó para hacer copias de sí mismo, tomando ventaja de las maquinarias biológicas de seres “más complejos”. Y , sin embargo, ese pedazo de material genético puso en jaque las sociedades, causa miles de muertes, y afectó, y sigue afectando las economías, y las vidas de millones de personas por más de dos años hasta la fecha. Si bien se trata de un ser amoral, la organización de nuestra sociedad, dadas unas desiguales estructurales, configuró las condiciones para que sus impactos fueron principalmente sobre los más pobres en todos los países, pero esa no fue una decisión del virus, porque de nuevo, es un ser amoral, sin consciencia, sin voluntad y sin otro propósito que hacer copias de sí mismo.
Hoy que el conflicto entre Rusia y Ucrania nos recuerda una vez que las guerras son diferentes, que las guerras son peores. La “lucha” contra la pandemia no implicó nunca justificar ninguna muerte, al contrario, consistía en evitar la mayor cantidad posible de muertes, evitando la replicación de ese ser amoral, invisible y sin conciencia. El virus no siente, no es un par, no se puede tocar, no es como los enemigos humanos que, por más degradados y terribles que pueden llegar a ser, siguen siendo humanos, y que esa naturaleza sigue presente incluso en los peores similares de la guerra.
La lucha contra la pandemia implicaba movilizar el ingenio humano, los valores supremos, la cooperación global (aunque algo fallida), la solidaridad y el esfuerzo de todos para con el conocimiento y la acción en Salud Pública fueran diseñadas e implementadas acciones para alcanzar propósitos altruistas como la distribución equitativa en vacunas. Empeño humano que, aunque aún está lejos de lograrse, moviliza hoy a cientos de miles de personas en todo el mundo.
La guerra ciertamente se vale también del ingenio humano. Las guerras también promueven la cooperación y también generan innovación, así como formas perversas de solidaridad. Sin embargo, hay varias diferencias. La cooperación que genera la guerra no puede ser global. No puede tener un propósito compartido con todos, precisamente porque en ellas existe al menos un enemigo humano, una persona o grupo de personas que hay que destruir, expulsar o por lo menos doblegar. Y el enemigo para uno, es el aliado para el otro.
En las guerras, algunas innovaciones, aunque luego puedan tener aplicaciones altruistas, son usadas originalmente para dañar, aterrar o matar. Ninguna innovación médica tiene ese propósito, y al contrario sus objetivos están en proteger y mejorar las vidas de las personas. En el triunfo contra el virus, si bien confluyen intereses y no están libres de las mezquindades de humanas, hay nobleza, no me queda duda que la lucha contra la pandemia ha movilizado las mayores aspiraciones humanas. Si esto no ha sido logrado del todo, es porque nunca es fácil llevar a hechos las luchas inspiradas por valores supremos como la equidad y la justicia.
Sin embargo, a estas alturas, y luego de negar y resistirme a las diferencias, debo aceptar hoy que si existen paralelos profundos. En la guerra, como en las pandemias, sentimos miedo, incertidumbre y poco control sobre lo que podía pasar. En la guerra, como en las pandemias, el ciudadano común está desprovisto de poder, la agencia que tiene es limitada, el ser humano es pequeño y vulnerable frente al terror que tiene que enfrentar y que afecta su vida para siempre. El terror producido por la naturaleza en la pandemia, o por el lado más oscuro de la humanidad durante las guerras. En ambas es posible que haya grandes actos del altruismo y sacrificio, porque aunque lo peor de la humanidad siempre está presente, la belleza del espíritu humano nunca desaparece ni siquiera en las situaciones más crueles y degradantes, donde no pocas veces hay destellos de grandeza humana incluso por los que llamamos enemigos.
En ambas, en las guerras y la pandemia, perdemos vidas, futuro y sueños. Muchos se quedaron solos. Ambas hacen que muchas personas tengan que recomenzar su vida. Ambas pueden ser evitadas, pueden superarse, y deben durar lo menos posible. Ambas nos dejan por un momento como parte de una historia que nos recuerda nuestra falibilidad y vulnerabilidad humana, lo difícil que es luchas contra algo más grande que nosotros.
Por todo esto, porque ambas son terribles, me resisto a aceptar que no terminamos una pandemia y ya entramos una nueva guerra. Ya que si algo estoy seguro es que ambas son terribles, pero definitivamente la guerra es peor. Mucho peor.
* Asistant Scientist - Bloomberg School of Public Health, Johns Hopkins University