Perspectivas de mediano plazo para la pospandemia
Con el comienzo de la vacunación masiva en el mundo contra el nuevo coronavirus se empieza a ver más claro lo que viene tras los cambios que produjo esta pandemia. Aquí una aproximación del físico italiano Galileo Violini.
Galileo Violini*
Ha comenzado el proceso de vacunación, aun cuando con una implementación y perspectivas muy diferentes en los distintos países, por las diferencias en la vacuna que utilicen y la cantidad en que estará disponible. Esto, no obstante las declaraciones de la OMS y del G20 en Dubai. De todos modos, se puede empezar a pensar en qué nos depara un futuro a mediano plazo.
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Ha comenzado el proceso de vacunación, aun cuando con una implementación y perspectivas muy diferentes en los distintos países, por las diferencias en la vacuna que utilicen y la cantidad en que estará disponible. Esto, no obstante las declaraciones de la OMS y del G20 en Dubai. De todos modos, se puede empezar a pensar en qué nos depara un futuro a mediano plazo.
En el Financial Times, hace dos semanas, su chief economics commentator, Martin Wolf, analizó el posible impacto de la pandemia del COVID-19 a cinco años. Su análisis, que se refiere principalmente a Europa Occidental y Estados Unidos, permite reflexiones acerca de América Latina.
Su previsión es que habrá cambios determinados por las que él considera cinco fuerzas poderosas. Sin embargo, esos cambios no deberían considerarse efecto de la pandemia. Ésta solamente los catalizará, habiendo puesto en evidencia problemas de todos modos preexistentes.
La primera fuerza es la tecnología. Gracias a ella, hubo una gigantesca deslocalización del trabajo. Es posible que cuando la pandemia desaparezca, o se vuelva endémica y controlada, en muchos casos se regrese a formas de trabajo pre-pandemia. Pero, se han confirmado las grandes posibilidades de utilizar fuerza-trabajo disponible en otros países. No es un fenómeno nuevo. En Europa, muchas actividades, desde call-centers a manufactureras ya habían sido deslocalizadas, tanto en la propia Unión Europea como hacia países asiáticos. Para países de economías intermedias, esto puede producir efectos contrastantes, representar una oportunidad en áreas donde existen competencias de países avanzados, y ser causa de riesgos de que esa “inmigración virtual” desestabilice algunos sectores —como, por ejemplo, la maquila— importantes en la economía de varios países latinoamericanos.
Esto impone la necesidad, aun sin garantía de que sea suficiente, de sostener los existentes niveles elevados, y por lo tanto una vigorosa política de apoyo a la investigación científica, presupuesto de cualquier política tecnológica que quiera competir con los países avanzados. Estamos convencidos de que esto no se puede lograr solamente con políticas nacionales. Es necesaria una cooperación regional que aproveche las oportunidades y refleje las necesidades subregionales, promoviendo programas de envergadura, esenciales en áreas como salud, educación y agricultura. Sin embargo, déjenme insistir que una política tal necesita un elevado nivel científico en las ciencias básicas.
En la región Andina, esta prioridad debe pasar por alto las diferencias políticas entre algunos de sus países. Colombia puede también jugar un rol importante como enlace hacia Centro América, región con varias instituciones de larga trayectoria de cooperación regional, y que tiene un Acuerdo potencialmente muy útil con la Unión Europea.
La segunda fuerza es la desigualdad. En los países occidentales, este problema está entrelazado con el de las minorías étnicas y puede fortalecer los grupos populistas presentes. Por esta razón, Wolf duda de que sea probable, en el corto plazo, una reducción de la desigualdad. En nuestros países, los problemas de desigualdad se han reforzado durante este año y requieren de acciones concretas, pero con matices diferentes: pobreza, y no solamente la absoluta, desigualdades, y violencia de género.
La tercera fuerza es el endeudamiento. Ya antes de la pandemia, la deuda mundial era elevada y en las últimas décadas ha ido creciendo. Según una proyección de noviembre pasado del Instituto de Finanzas Internacionales, en el transcurso de este año pasará del 320 % al 360 % del producto mundial, crecimiento nunca ocurrido en tiempo de paz.
Este tema tiene características muy diferentes entre nuestro subcontinente y los países occidentales. En éstos, según Wolf, hay el riesgo de que una deuda soberana barata, con intereses nominales y reales “asombrosamente” bajos, pueda tener efectos negativos sobre partes del sector privado.
Estas preocupaciones, válidas para economías de altos ingresos, no se aplican a la mayoría de los países de América Latina. Aquí, después de un mes de pandemia, la deuda pública era mayor, en un 50 %, que después de la recesión de 2008, aunque es cierto que el endeudamiento es desigual.
Hay que recordar que siete de los 12 países con mayor deuda, devaluaron este año sus monedas. En cinco la devaluación fue entre el 5 y el 13 %, en Brasil del 25 %, y en Argentina el cambio oficial se duplicó, y el dólar blue, cuyo cambio, hace un año, estaba muy cercano al oficial, aumentó del 250%. Los países que no devaluaron fueron Honduras, Colombia y, obviamente, los tres países dolarizados.
Esto afectó el EMBI (diferencia porcentual entre el interés de los bonos del país y el de los de EE.UU.), sobre todo en Argentina (13.62%), Ecuador (10.57%) y El Salvador (7.34%), y es de notar que los dos últimos son dolarizados. En los demás nueve países el EMBI varió entre un 1.14% (Panamá) y un 6.33% (Costa Rica). Esto acompañado por un crecimiento, aunque desigual, en ocho países, habiendo bajado solamente en Argentina y Uruguay, y quedado estable en Ecuador y El Salvador. En Colombia subió del 1.61% al 2.02% (1.96, corrigiendo por la pequeña reevaluación).
Un cuarto efecto, previsto por muchos analistas, es una crisis de la globalización, paradigma de la economía mundial de las últimas décadas. La rapidez de los intercambios, su invulnerabilidad a los ciberataques, la eficiencia de las cadenas de abastecimiento han sido cuestionadas. Han vuelto a adquirir importancia los intercambios regionales, gran oportunidad para una región como la nuestra, con una larga historia de cooperación regional y donde varios países están adhiriendo a la Alianza del Pacífico, lo cual puede ofrecer oportunidades interregionales.
Sin embargo, el reshoring, además de poder afectar algunos sectores importantes de las economías latinoamericanas, puede favorecer la introducción de barreras proteccionistas, contra las cuales la cohesión regional es fundamental.
El quinto problema es el cambio paradigmático en valores radicados en nuestra cultura. La democracia liberal no es inmune a crisis de esta naturaleza. En mayo pasado, un informe de la Federal Reserve Bank de Nueva York destacó un nexo entre la pandemia de la gripe española y la crisis de la democracia liberal en Alemania de los años 30 que llevó al resultado electoral de 1933.
Riesgos de esta naturaleza están presentes en varios países europeos, y no está exenta de ellos la democracia norteamericana. Por supuesto, el futuro geopolítico de la región dependerá grandemente de un factor externo: la evolución de las relaciones entre Estados Unidos y China, y de la política de estas potencias en América Latina. Las posiciones de los países latinoamericanos son diferentes. El futuro dirá si estas diferencias producirán efectos positivos. El cambio de administración en Estados Unidos impone prudencia para cualquier previsión, en la espera de ver cómo actuará el presidente Biden.
Un área donde puede haber grandes cambios, y no considerada por Wolf, es la universitaria. ¿Cómo cambiará el sistema de estudios en el exterior y de las becas que lo sustentan? Es algo ligado intrínsicamente a los problemas geopolíticos mencionados, así como a las consecuencias del Brexit en un país de gran tradición universitaria como el Reino Unido. Es posible que se reduzcan ciertas oportunidades a las cuales América Latina ha recurrido mucho. Esto y lo que se comentaba sobre el desarrollo tecnológico impone pensar en acciones y soluciones regionales.
Coincidimos con Wolf en que estos problemas no han sido creados por la pandemia, sino puestos en evidencia por ella. Es posible que en 2025 algunos de ellos sigan vigentes e inclusive hayan aumentado, pero tal vez una mayor comprensión de su complejidad favorezca que esto no ocurra.
* Director emérito del Centro Internacional de Física. Premio Wheatley de la American Physical Society