Por qué el anuncio de “inmunidad de rebaño” en Tunja es engañoso
Lo que parecía una meta necesaria para lograr la “normalidad” hasta hace unos meses, hoy se ha replanteado.
En las últimas horas ha hecho eco en redes sociales el anuncio de autoridades de la Alcaldía de Tunja, Boyacá, de haber logrado la inmunidad de rebaño, un concepto que apareció en la opinión pública durante 2020 y que impone el objetivo de inmunizar, en este caso contra el COVID-19, a al menos el 70% de la población, lo cual permitiría “bloquear” la transmisión del virus y, de alguna manera, regresar a la normalidad. Al menos eso creyó durante los primeros meses de la pandemia.
A medida que avanzan los días, nuestro entendimiento del COVID-19 ha ido en aumento, tanto que muchas de las cosas que creímos como ciertas en un primer momento hoy se han replanteado, una de ellas, la inmunidad de rebaño. Tunja no es la primera ciudad en anunciar que la logra, ya Pereira lo había comunicado el 5 de diciembre. Lo más aceptado hoy, sin embargo, es que la idea de “bloquear” el virus hasta eliminarlo, el objetivo por el que se perseguía la inmunidad de rebaño, ya no es una meta realista ni apropiada.
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“Esta ya no es una discusión que el mundo debería tener”, escribía hace unas semanas en The Conversation Shabir A. Madhi, decano de la Facultad de Ciencias de la Salud y director de la Unidad de Investigación de Análisis de Vacunas y Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Witwatersrand (Johannesburgo, Sudáfrica). “Deberíamos comenzar a evitar el uso de ese término en el contexto del SARS-CoV-2, porque no se materializará, o es poco probable que se materialice”.
“Nos estamos alejando de la idea de que alcanzaremos el umbral de inmunidad colectiva y luego la pandemia desaparecerá para siempre”, le dijo a la revista Nature la epidemióloga Lauren Ancel Meyers, directora ejecutiva del Consorcio de Modelado COVID-19 de la Universidad de Texas, en Austin.
En otras palabras, le decía a este periódico hace unas semanas la epidemióloga Silvana Zapata, no es buena idea seguir pensando en esa meta, que se hace aún mucho más compleja con una infección respiratoria (como el COVID-19). El gran error, cuenta, ha sido pensar que con un determinado porcentaje vamos a eliminar el virus. “Para eso, posiblemente, falta mucho. Podemos hablar, entonces, de un porcentaje para controlarlo”.
Puede ver: Primer estudio sobre eficacia de vacunas contra ómicron revela datos alentadores
¿A qué se debe todo este cambio? Hay varios puntos que ayudan a resolver esa pregunta. El primero es que las nuevas variantes que han surgido, y que tal vez no entraron en la ecuación de muchos en 2020, alejen esa “meta” de inmunidad colectiva. Como ha sucedido con la variante delta y recientemente con ómicron, pueden ser más transmisibles. Tampoco nadie descarta que aparezcan algunas nuevas resistentes a las vacunas disponibles. “Estamos en una carrera contra las nuevas variantes”, le decía a Nature Sara del Valle, epidemióloga del Laboratorio Nacional de Los Álamos, en Nuevo México.
Un par más de factores entran en este balance. Uno es que aún no se sabe con precisión cuánto puede durar la inmunidad natural y la generada por las vacunas. Por ahora sabemos que protegen, al menos, hasta por nueve meses, pero solo el tiempo permitirá responder ese interrogante con más claridad. El segundo factor clave es la distribución desigual de las vacunas en el planeta.
“No lograremos la inmunidad colectiva como país hasta que tengamos suficiente inmunidad en la población en su conjunto”, había dicho a The New York Times la profesora Lauren Ancel Meyers. De hecho, tras la aparición de ómicron, los llamados de la OMS a una distribución más equitativa de las vacunas en África se multiplicaron.
Puede ver: África tardaría hasta 2024 para vacunar al 70% de su población contra el COVID-19
Si el objetivo más realista no es ahora la inmunidad de rebaño, ¿cuál es? Por un lado, nos dijo Javier Idrovo, PhD en epidemiología y profesor de la Universidad Industrial de Santander, es clave continuar haciendo vigilancia genómica para comprender mejor las características de las nuevas variantes. Por otro, escribía el profesor Madhi, es posible que la única solución sea aprender a convivir con el virus, haciendo todo lo posible para que sus efectos sean cada vez más leves, lo que de nuevo ubica como primera prioridad la vacunación.
Vacunar no con el objetivo de una inmunidad de rebaño que lo más probable es que no llegue ya; sí con el ánimo de reducir su severidad, evitar las hospitalizaciones y muertes y, tal como lo ha dicho la OMS, dificultar que el virus siga mutando.
En las últimas horas ha hecho eco en redes sociales el anuncio de autoridades de la Alcaldía de Tunja, Boyacá, de haber logrado la inmunidad de rebaño, un concepto que apareció en la opinión pública durante 2020 y que impone el objetivo de inmunizar, en este caso contra el COVID-19, a al menos el 70% de la población, lo cual permitiría “bloquear” la transmisión del virus y, de alguna manera, regresar a la normalidad. Al menos eso creyó durante los primeros meses de la pandemia.
A medida que avanzan los días, nuestro entendimiento del COVID-19 ha ido en aumento, tanto que muchas de las cosas que creímos como ciertas en un primer momento hoy se han replanteado, una de ellas, la inmunidad de rebaño. Tunja no es la primera ciudad en anunciar que la logra, ya Pereira lo había comunicado el 5 de diciembre. Lo más aceptado hoy, sin embargo, es que la idea de “bloquear” el virus hasta eliminarlo, el objetivo por el que se perseguía la inmunidad de rebaño, ya no es una meta realista ni apropiada.
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“Esta ya no es una discusión que el mundo debería tener”, escribía hace unas semanas en The Conversation Shabir A. Madhi, decano de la Facultad de Ciencias de la Salud y director de la Unidad de Investigación de Análisis de Vacunas y Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Witwatersrand (Johannesburgo, Sudáfrica). “Deberíamos comenzar a evitar el uso de ese término en el contexto del SARS-CoV-2, porque no se materializará, o es poco probable que se materialice”.
“Nos estamos alejando de la idea de que alcanzaremos el umbral de inmunidad colectiva y luego la pandemia desaparecerá para siempre”, le dijo a la revista Nature la epidemióloga Lauren Ancel Meyers, directora ejecutiva del Consorcio de Modelado COVID-19 de la Universidad de Texas, en Austin.
En otras palabras, le decía a este periódico hace unas semanas la epidemióloga Silvana Zapata, no es buena idea seguir pensando en esa meta, que se hace aún mucho más compleja con una infección respiratoria (como el COVID-19). El gran error, cuenta, ha sido pensar que con un determinado porcentaje vamos a eliminar el virus. “Para eso, posiblemente, falta mucho. Podemos hablar, entonces, de un porcentaje para controlarlo”.
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¿A qué se debe todo este cambio? Hay varios puntos que ayudan a resolver esa pregunta. El primero es que las nuevas variantes que han surgido, y que tal vez no entraron en la ecuación de muchos en 2020, alejen esa “meta” de inmunidad colectiva. Como ha sucedido con la variante delta y recientemente con ómicron, pueden ser más transmisibles. Tampoco nadie descarta que aparezcan algunas nuevas resistentes a las vacunas disponibles. “Estamos en una carrera contra las nuevas variantes”, le decía a Nature Sara del Valle, epidemióloga del Laboratorio Nacional de Los Álamos, en Nuevo México.
Un par más de factores entran en este balance. Uno es que aún no se sabe con precisión cuánto puede durar la inmunidad natural y la generada por las vacunas. Por ahora sabemos que protegen, al menos, hasta por nueve meses, pero solo el tiempo permitirá responder ese interrogante con más claridad. El segundo factor clave es la distribución desigual de las vacunas en el planeta.
“No lograremos la inmunidad colectiva como país hasta que tengamos suficiente inmunidad en la población en su conjunto”, había dicho a The New York Times la profesora Lauren Ancel Meyers. De hecho, tras la aparición de ómicron, los llamados de la OMS a una distribución más equitativa de las vacunas en África se multiplicaron.
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Si el objetivo más realista no es ahora la inmunidad de rebaño, ¿cuál es? Por un lado, nos dijo Javier Idrovo, PhD en epidemiología y profesor de la Universidad Industrial de Santander, es clave continuar haciendo vigilancia genómica para comprender mejor las características de las nuevas variantes. Por otro, escribía el profesor Madhi, es posible que la única solución sea aprender a convivir con el virus, haciendo todo lo posible para que sus efectos sean cada vez más leves, lo que de nuevo ubica como primera prioridad la vacunación.
Vacunar no con el objetivo de una inmunidad de rebaño que lo más probable es que no llegue ya; sí con el ánimo de reducir su severidad, evitar las hospitalizaciones y muertes y, tal como lo ha dicho la OMS, dificultar que el virus siga mutando.