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                                                                                                                                  ¿Por qué procrastinamos?: el placer efímero y el dolor postergado

                                                                                                                                  Postergamos una y otra vez una tarea: nos sentimos bien ahora, pero luego nos culpamos. Nos han dicho que la procrastinación es pereza, falta de voluntad o de disciplina, pero es mucho más complejo que eso.

                                                                                                                                  Juan Diego Quiceno

                                                                                                                                  Periodista de Vivir
                                                                                                                                  No tiene sentido hacer algo que sabemos que más tarde va a doler, parece estar claro. ¡¿Pero, por qué da tanto placer procrastinar?! /Getty
                                                                                                                                  Foto: Getty Images

                                                                                                                                  Procrastiné mucho para escribir este artículo. Miré por la ventana, escuché música, vi varias veces el celular e incluso preferí cocinar antes que sentarme a escribir sobre la procrastinación. Me parece, también, una palabra complicada de pronunciar: etimológicamente, “procrastinar” se deriva del verbo latino procrastinare (dejar para mañana). Cuando era pequeño, mi mamá le decía a eso “pereza”, mi profesor lo nombraba “falta de disciplina” y mi psicólogo lo llegó a llamar “ausencia de voluntad”. Nadie me dijo nunca que procrastinaba, en el fondo, por miedo.

                                                                                                                                  Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

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                                                                                                                                  Foto: Getty Images

                                                                                                                                  Procrastiné mucho para escribir este artículo. Miré por la ventana, escuché música, vi varias veces el celular e incluso preferí cocinar antes que sentarme a escribir sobre la procrastinación. Me parece, también, una palabra complicada de pronunciar: etimológicamente, “procrastinar” se deriva del verbo latino procrastinare (dejar para mañana). Cuando era pequeño, mi mamá le decía a eso “pereza”, mi profesor lo nombraba “falta de disciplina” y mi psicólogo lo llegó a llamar “ausencia de voluntad”. Nadie me dijo nunca que procrastinaba, en el fondo, por miedo.

                                                                                                                                  “Si lo vemos de una manera evolutiva, procrastinar es un mecanismo de adaptación que salió muy mal”, dice Kiara Campo Landines, del Colegio Colombiano de Psicología. Todos, cuenta entre risas, hemos estado en el angustioso círculo de la procrastinación: “Evitamos hacer algo que no queremos hacer y eso nos genera una sensación de alivio, pero solo por un rato. Luego, nos sentimos mal por no haber hecho lo que teníamos que hacer. Es un círculo terrible”. Es, también, una decisión consciente. “Cuando elegimos procrastinar, sabemos que nos costará: que el placer no durará y que, a su término, nos castigaremos duramente por haberlo hecho”. (Puede ver: El ejercicio podría ser igual de efectivo que el Viagra para la disfunción eréctil)

                                                                                                                                  “Es, por eso, una autolesión”, sentencia Campo. El Dr. Piers Steel, profesor de psicología motivacional en la Universidad de Calgary, en Alberta, Canadá, y autor de ‘La ecuación de la procrastinación: cómo dejar de posponer las cosas y empezar a hacer las cosas’, cree, de hecho, que por esa conciencia de elegir hacer algo que nos va a doler, procrastinar es un impulso irracional. “Cuando posponemos, actuamos conscientemente en contra de nuestros propios intereses. Visto de esta manera, la procrastinación es una falla dañina de la autorregulación y una pérdida de autodeterminación”, dijo en una entrevista en Swiss Life, hace unos meses.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  El sistema límbico, en cambio, va a otro ritmo. Asociado a la gratificación instantánea y a la liberación de dopamina (el neurotransmisor que regula, entre otras cosas, el placer), el sistema límbico va detrás de la recompensa inmediata. “Sale nuestro animal. Los humanos tenemos una inclinación natural hacia la búsqueda de placer y la evitación del dolor. Eso está arraigado en nuestra biología. Cuando procrastinamos, estamos privilegiando por instinto la satisfacción inmediata”, explica Campo. Preferimos, aun con la conciencia del dolor futuro, la recompensa que nos produce evitar hacer algo que no queremos hacer, por alguna razón.

                                                                                                                                  Pero esa razón importa. Podemos estar procrastinando porque lo que tenemos que hacer nos resulta simplemente desagradable o aburrido, como limpiar un baño que está muy sucio. “O podemos estar procrastinando por emociones más de fondo: no estamos seguros de que esa tarea que tenemos que hacer, va a terminar bien. Desconfiamos de nuestra capacidad para afrontarla. Lo que quiero decir es que, en el fondo de la decisión de procrastinar hay generalmente baja autoestima, autoeficacia y miedo a no obtener los resultados que esperamos o que otros esperan de nosotros. Miedo a fallar. No es una cuestión de pereza, de falta de voluntad o de disciplina”, aclara Campo. Es, dice, un problema de regulación emocional.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Procrastinamos porque queremos evitar emociones negativas: aburrimiento, tedio, estrés, miedo, ansiedad. Y muchas de las tareas que hacemos, nos generan esas emociones. “Procrastinamos nuestra declaración de renta porque nos va a generar preocupación por nuestra situación económica. Procrastinamos escribir un ensayo porque desconfiamos de nuestras capacidades y queremos evitar esa sensación de sentarnos frente a un computador y comprobar que no somos tan capaces de escribirlo”, ejemplifica Gino Marttelo Carmona, investigador del Laboratorio de Emociones y Juicios morales de la Universidad de los Andes. Procrastinamos, dice Carmona, como una forma de afrontar esas emociones negativas: “Pero por eso es un problema de regulación emocional. Porque al procrastinar, no estamos gestionando bien esas emociones”.

                                                                                                                                  Al contrario, quizá las estamos reafirmando. Al posponer escribir este artículo durante varias horas, por ejemplo, retrasé los tiempos de entrega. Cuando por fin me obligué a escribirlo, lo tuve que hacer con algo de afán. Al hacerlo así, me resultó aún más desagradable y fue aún más difícil y estresante, justo las emociones por las que lo evité, procrastinando. Mientras finalmente lo hacía, tuve un par de pensamientos intrusivos: “¿Qué pasa si no lo hago lo suficientemente bien?” “Soy inadecuado para esto” “No voy a ser capaz de escribir esto”. (Puede ver: El uso frecuente del celular podría afectar la calidad del semen)

                                                                                                                                  Aunque no lo parezca, cuando procrastinamos pensamos en muchas cosas. Desde finales de la década de los noventa, algunos afamados psicólogos (como Alexandra M. Stainton y Gordon L. Flett) comenzaron a desarrollar lo que se conoce como “Inventario de Cogniciones Procrastinadoras”. Básicamente, se ha ido descubriendo que antes, durante y después de la procrastinación, nos asaltan algunos pensamientos automáticos: “Debería ser más responsable”, “debería haber podido hacerlo”, “Esto no es suficiente”, “Soy un perdedor”, “No soporto hacer tareas aburridas”, “¿Por qué no comencé antes?”, “¿Por qué soy tan inútil?

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Quizá no sepamos de su presencia inmediatamente, pero están ahí, rumiando el subconsciente. El problema es que esos “pensamientos que tenemos sobre la procrastinación generalmente exacerban nuestra angustia y estrés, lo que contribuye a una mayor procrastinación”, resumió en The New York Times la doctora Fuschia Sirois, profesora de psicología de la Universidad de Sheffield.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Esos pensamientos alrededor de la procrastinación abarcan también el futuro. “Con el tiempo y las emociones pasa algo muy interesante: las personas tenemos la capacidad de hacer predicciones afectivas, es decir, a predecir cómo nos vamos a sentir si pasa tal cosa o si pasa tal otra. Pero somos pésimos haciéndolas” explica Carmona. Pensamos que mañana, por ejemplo, vamos a tener más ganas de hacer eso que no queremos hacer hoy, que vamos a sentir motivación, pero llega mañana y nos sentimos exactamente igual a cómo nos sentíamos ayer. (Puede ver: En la última semana hubo 603 sismos en Colombia, según el SGC)

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  En el fondo, agrega Carmona, eso es ser poco empáticos con nuestro “yo futuro”: “Creemos que ese yo del futuro no va a tener imprevistos, no va a tener problemas, va a tener motivación y le dejamos toda la carga. Pero el yo del futuro es igual al yo del presente. Hay una desconexión”. De hecho, investigaciones como la del psicólogo Hal Hershfield, profesor de la Universidad de California, apuntan a que las personas percibimos nuestro “yo futuro” más como un extraño que como parte de nosotros mismos. Y cuando ocurre lo primero, es posible que no haya mucha voluntad de hacerle la vida más fácil a ese yo futuro, no procrastinando.

                                                                                                                                  Para empeorarlo todo un poco más, las personas también podemos tener una pésima conciencia del tiempo. “Sufrimos una falacia de planificación: tendemos a sobreestimar el tiempo que tenemos disponible para hacer las tareas (es decir, a suponer que tenemos más tiempo del que tenemos en realidad), y a subestimar la dificultad de las tareas (que son más fáciles y rápidas de lo que posiblemente son)”, explica Carmona.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Esta idea, aparentemente equivocada, de que tenemos más tiempo del que sí tenemos, me recuerda lo que alguna vez leí de Oliver Burkeman, un escritor y periodista británico, en Cuatro mil semanas: gestión del tiempo para mortales. Allí Burkeman cuenta que una vez se decidió a pensar sobre lo “absurda, terrorífica e insultantemente corta” que es la vida humana. Para hacerlo, hizo los siguientes cálculos: suponiendo que una persona viva 90 años, habrá pasado en el mundo unas 4.700 semanas. Para ponerlo en perspectiva, el periodista recuerda que los humanos modernos aparecieron en África hace por lo menos 200.000 años y que es posible que la vida siga existiendo otros 1.500 años.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  “Expresado así, en términos tan llamativos, es fácil entender por qué los filósofos, desde la antigua Grecia hasta hoy, han considerado que la brevedad de la vida es el problema que define la existencia humana: se nos ha concedido la capacidad mental de elaborar planes infinitamente ambiciosos, pero no el tiempo suficiente para ponerlos en práctica”, resume Burkeman. Visto de esta manera, procrastinar no solo es una mala gestión de las emociones, sino también una gestión inadecuada de un tiempo de vida que, a ojos de Burkeman, es tan corto. Pero y entonces, ¿cómo lo dejamos de hacer? ¿Hay una guía contra la procrastinación? (Puede ver: Los plásticos de los ríos tendrían patógenos y genes de resistencia)

                                                                                                                                  Cortemos el círculo procrastinador

                                                                                                                                  La paciente era una mujer de 50 años que llegó al consultorio de Kristina Gyllensten, psicóloga e investigadora del Hospital Universitario de Sahlgrenska, en Suecia, con un grave problema de procrastinación. Sufría de mal humor, falta de energía y dificultad extrema para completar las tareas laborales. Tanto, que había sido despedida de su último trabajo, algo poco común en su país. Cuando llegó a terapia con Gyllensten, había acabado de ser diagnosticada con depresión.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Tom tenía 41 años cuando Robert L. Leah, hoy director del Instituto Americano de Terapia Cognitiva en Nueva York, lo conoció. Era un contador que tenía dificultades con la procrastinación, el trabajo y la toma de decisiones, hasta el punto de que no había podido completar ni presentar sus propios impuestos. Padecía una ansiedad generalizada y depresión.

                                                                                                                                  Ambos son casos descritos en investigaciones sobre procrastinación y regulación emocional publicadas por sus terapeutas en la última década. Son útiles, además, para entender que, aunque es posible que todos hayamos procrastinado en algún momento de nuestra vida, hay algunos casos en donde incluso la situación es más compleja de lo que hemos contado aquí.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  “Hay pacientes con déficit de atención por hiperactividad o con ansiedad, en donde la procrastinación puede ser un problema muy serio que afecta su día a día de forma sistemática”, dice Antonio Carlos Toro, médico psiquiatra y docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia. “En el primer grupo, es muy común ver asociada la procrastinación a la dificultad por mantener la atención en tareas que requieran un esfuerzo generalmente mental. De ahí viene la decisión de evitarla, como parte de la inatención de esos pacientes”. (Puede ver: Los enredos del fondo de salud de los maestros)

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Evitar también es frecuente en personas con ansiedad. “Mejor no atiendo esa llamada, mejor no respondo los correos, mejor no veo WhatsApp, porque sé que eso me va a generar angustia y entonces lo evito”, señala Caro. En esos casos, por supuesto, salir de la procrastinación debe incluir el diagnóstico del trastorno y lo que eso implica. Para el resto de procrastinadores, sin embargo, la solución puede comenzar por asimilar que esto es un problema de regulación de las emociones negativas y no de productividad o eficiencia, como quizá siempre hemos escuchado.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  “Yo sugeriría que cuando nos encontremos en esta situación, dado que somos conscientes de que estamos procrastinando, primero nos detengamos un momento a ser honestos con nosotros mismos”, dice la doctora Campo, del Colegio Colombiano de Psicología. Esa honestidad, explica, implica preguntarnos en qué tipo tareas nos suele pasar esto y por qué. “En algunas empresas, por ejemplo, es muy común que se asignen responsabilidades aburridas, tediosas o muy largas, que no generan estímulos positivos”, dice Campo. En ese caso, podría ayudar dividir esas tareas.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Esa responsabilidad compleja a la que no sabemos cómo enfrentarnos, en la que no creemos tener la suficiente capacidad y de cuyo final exitoso desconfiamos, se puede dividir en objetivos más pequeños y alcanzables. “Escribir una tesis es una tarea de dimensiones monumentales, que da ganas de procrastinar. Pero si nuestra meta del día es escribir, por ejemplo, dos páginas de la justificación, eso es más manejable y menos susceptible de postergar”, agrega Carmona. Lo mejor de dividir esa gran tarea en pequeñas partes, es que después de alcanzar el objetivo del día nos podemos premiar y felicitar por haber hecho algo que creímos muy doloroso hacer.

                                                                                                                                  Como la procrastinación es también un “ladrón del tiempo”, como lo llamó la doctora Campo, mejorar en la administración del tiempo puede ser útil, dice. “Sabemos que no procrastinamos porque seamos unos perezosos y faltos de disciplina, sino por falta de regulación emocional, pero procrastinar afecta nuestra gestión del tiempo, entonces técnicas como la Pomodoro, que implica trabajar 25 minutos y luego descansar 5 haciendo algo que te guste más, podría ayudar”.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Parece importante, por último, saber perdonarse y tenerse compasión. En 2010, unos investigadores reclutaron a 134 estudiantes de un curso de introducción a la psicología en la Universidad de Carleton en Ottawa, Canadá, que preparaban sus exámenes finales y que completaron medidas de procrastinación y perdón a sí mismos inmediatamente antes de cada uno de los dos exámenes parciales de su curso. Los investigadores descubrieron que aquellos estudiantes que fueron indulgentes ante su propia falla, tuvieron más probabilidad de no volver a procrastinar en exámenes posteriores, que los que se culparon y castigaron por hacerlo. (Puede ver: El Icetex lanzó un programa de salud mental, ¿cómo puede inscribirse?)

                                                                                                                                  En el fondo, sugerían los autores en una de esas investigaciones, no sirve de mucho llamarse estúpido o inútil. Tener una postura amable y comprensiva hacia uno mismo en momentos de dolor o fracaso, como el que implica procrastinar, puede ser el mejor “amortiguador” contra el estrés habitual de la vida.

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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