Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Hace unos días el ministro de Salud, Fernando Ruiz, publicó una imagen en su Twitter que pasó inadvertida y no tuvo tanto eco en los medios de comunicación. En ella se observaba el “mapa” de las variantes del SARS-CoV-2 que habían predominado en Colombia durante la tercera ola de COVID-19, la más grave que hasta el momento ha vivido el país. Esa gráfica, que también acompaña este artículo, mostraba que una variante llamada B.1.621 había prevalecido por encima de las demás, incluso sobre alfa y gama, que han sido designadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como “variantes de preocupación”. (Le puede interesar: La salud es ahora la prioridad y Duque tiene un año para “rescatarla”)
Las suspicacias no tardaron en aparecer sobre lo que implicaba esa variante que había sido descrita por el Instituto Nacional de Salud (INS) a principios de este año. Incluso, a medida que ha sido detectada en otros países, algunos medios erráticamente, como Le Parisien, en Francia, la siguieron apodando la “variante colombiana” hasta hace un par de días, una equivocación que Martha Ospina, directora del INS, ha aclarado hasta el cansancio: que la hayan descrito investigadores colombianos no quiere decir que su origen sea de Colombia. Estados Unidos, de hecho, también estaba en un proceso similar cuando los científicos de esa entidad la reportaron.
Pero más allá de ese desatino periodístico de ponerle nacionalidad a las variantes, hay una pregunta que varios se están formulando: ¿por qué fue la predominante en Colombia? ¿Debería inquietarnos por algún motivo particular? La respuesta corta es que, para resolver esos interrogantes con precisión, hay que tener paciencia. Como apuntan los investigadores del INS en un artículo que aún no ha sido revisado por pares, su propagación durante el tercer pico puede explicarse por una combinación de factores, incluido el agotamiento social que han vivido los ciudadanos durante la pandemia y los antecedentes genéticos de ese linaje. (Le puede interesar: ¿Es necesaria una tercera dosis? Es muy pronto para saberlo)
“Hasta ahora su comportamiento ha mostrado que podría tener una capacidad de transmisión más elevada con otras variantes, con las cuales compite”, explica Ospina. Sin embargo, señala Julián Villabona-Arenas, investigador de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, en Reino Unido, hace falta ver si esa transmisibilidad tiene que ver con las propiedades de la variante o con asuntos epidemiológicos como la relajación de medidas en el país.
Lo cierto, por el momento, es que varios países también la tienen en el radar. El Public Health England (PHE), de Reino Unido, la designó hace un par de semanas como “variante de investigación” por la “aparente propagación en algunos países y por mutaciones preocupantes como las E484K, N501Y y K417N”, que han sido detectadas en otras variantes de interés. Hasta el 4 de agosto, en Inglaterra, se habían detectado 37 casos con la B1.621 en seis diferentes regiones. (Puede leer: Automedicación y pandemia, una combinación muy inquietante en Latinoamérica)
La publicación del PHE era clara en advertir que hasta ahora los datos son muy limitados para atreverse a sacar conclusiones apresuradas, pero hay algunas pistas de análisis en laboratorio que parecen indicar que la infección previa puede ser menos efectiva para prevenir la infección por esa variante, aunque tampoco hay evidencia “de que sea más transmisible que la variante delta”.
El Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades, por su parte, optó por declarar la B.1.621 como “variante de interés”, pues hay “evidencia sobre sus propiedades genómicas, evidencia epidemiológica e in vitro” que podría mostrar una impacto significativo en la transmisibilidad o severidad. Pero, de nuevo, aclara que es una “evidencia muy preliminar que está asociada a una gran incertidumbre”.
La OMS también la tiene en el radar. En su página de seguimiento a las variantes del SARS-CoV-2 la tiene designada bajo una categoría que traduce algo así como de “seguimiento adicional”, en la que hay más de diez variantes. Para este organismo, las de preocupación continúan siendo las variantes alfa, beta, gama y delta.
En palabras de Carlos Franco, investigador del grupo genómico de microorganismos emergentes del INS, el interés que ha despertado la B.1.621 tiene que ver con que esta variante presenta tres mutaciones de interés en la proteína S del virus (la llamada proteína Spike), lo que implica que “merece un especial seguimiento y observación, porque su presencia puede asociarse a características como alta transmisibilidad y afectación de la inmunidad natural o artificial a través de vacunación, entre otras”.
Sin embargo, dice, “estamos hablando de condiciones que siguen siendo hipotéticas en el mundo de la ciencia. Por ahora no se ha comprobado que alguna de estas variantes del virus sean resistentes a las vacunas. Como lo ha explicado la OMS, todas las vacunas existentes funcionan contra las variantes identificadas y las medidas individuales”.
Hoy la variante está en 28 países y desde que fue detectada la variante B.1.621 en el departamento del Magdalena, se ha detectado en 1.793 secuenciaciones genéticas (con corte al 9 de agosto). Como le dijo a The Washington Post John Sellick, profesor de la Facultad de Medicina y Ciencias Biomédicas de la State University of New York at Buffalo, en Estados Unidos, lo mejor es esperar algunas semanas para entender mejor su comportamiento. Entonces se sabrá con más precisión si debería inquietarnos realmente o si terminará siendo una variante más.
Por lo pronto, añadía Jenny Harries, directora ejecutiva de la Agencia de Seguridad Sanitaria de Reino Unido, lo importante es que “todos nos presentemos para recibir ambas dosis de la vacuna. La vacunación es la mejor herramienta que tenemos para mantenernos a nosotros y a nuestros seres queridos a salvo del grave riesgo de la enfermedad que puede representar el COVID-19”.