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A finales del mes pasado, el DANE publicó las cifras pospandémicas de embarazo infantil y adolescente, y el diagnóstico es de gravedad. En el segundo trimestre de 2021 hubo un incremento del 22,2 % de los nacimientos en niñas menores de 14 años, en comparación con el mismo período de 2020.
Eso quiere decir que mientras en ese período de 2020 hubo 946 nacimientos, este año hubo 1.156. En el caso de las mujeres entre 14 y 19 años también hubo un aumento anual: 24.849 nacimientos, mientras que en 2021 hubo 26.405.
Sin duda, la pandemia incrementó el riesgo de embarazo para las niñas latinoamericanas, y Colombia no fue la excepción. El encierro hizo evidente que el lugar más peligroso para niñas y adolescentes es su propia casa. De hecho, según Medicina Legal, estas son las principales víctimas de delitos sexuales (representan el 73 % de los casos registrados), que pueden llevar a embarazos y a partos no deseados.
Durante el confinamiento ocasionado por la pandemia, la situación de violencia sexual contra niñas y adolescentes se exacerbó. Según la Fiscalía General de la Nación (FGN), en la primera mitad de 2020, 2.451 niños, niñas o adolescentes sufrieron violencia sexual, lo que se traduce en un promedio de 27,2 abusos sexuales cada día contra menores de edad.
A este difícil panorama para las niñas y adolescentes del país se suma una decisión de la Sala Civil de la Corte Suprema de Justicia, que determinó en agosto de este año que los menores de edad (entre los 14 y 18 años) pueden unirse libremente con una persona sin permiso de sus padres.
Incluso, el Ministerio de Salud envió un concepto a la Corte Constitucional diciendo que “las normas demandadas continuarían perpetuando el matrimonio en menores de 18 años, práctica nociva que afecta a las mujeres y niñas en Colombia. La evidencia ha demostrado que el matrimonio en menores de 18 años es un factor de riesgo para aumentar los embarazos en la adolescencia, y la maternidad y paternidad temprana”.
A pesar de la polémica, los embarazos en adolescentes no se dan entre pares: entre las mujeres de 13 a 19 que ya son madres, la edad del padre de su primer hijo la supera por lo menos seis años en el 44,6 % de casos; en 19,5 % el padre fue por lo menos 10 años menor que la madre, y en el 4,6 % el padre es 20 años mayor.¿Qué está pasando en las vidas de las niñas que quedan en embarazo? ¿Se está considerando un problema de salud pública? ¿Qué se está haciendo en Colombia para protegerlas?
Los efectos en sus cuerpos
Laura Gil, ginecoobstetra y miembro de la Federación Colombiana de Obstetricia y Ginecología (Fecolsog), explica que el embarazo requiere una cantidad de ajustes fisiológicos en el cuerpo de la madre, desde la función cardíaca o renal hasta el tamaño del útero. Para una niña en crecimiento esto se traduce en mayores complicaciones obstétricas.
“A partir de los seis meses hay mayor riesgo de preeclampsia, que es la principal causa de muerte materna en Colombia y el mundo, porque implica que los vasos sanguíneos se adapten, y cuando la mujer es muy joven aumenta el riesgo de sufrirla. Si llegan con desventajas nutricionales (como puede ser el caso de niñas en condiciones de pobreza) tienen más riesgos de anemia, y súmale que a veces se dan cuenta de los embarazos ya muy avanzados, o los quieren ocultar, pues los controles prenatales son muy escasos”, explica la médica.
De hecho, el riesgo de morir durante el parto es dos veces más alto para una adolescente que para una mujer adulta. Si la adolescente es menor de 15 años el riesgo es cinco veces mayor, y solo durante 2010 murieron 17 niñas como resultado del embarazo o el parto. Las niñas embarazadas entre 10 y 14 años tuvieron el doble de riesgo de morir, comparado con las embarazadas de 15 a 19 años.
Los cuerpos de las adolescentes y niñas son más pequeños que los de una mujer adulta. Sus pelvis por ejemplo llevan la peor parte: además de sentir más dolor, el bebé tiene menos probabilidades de pasar por el canal vaginal y la pelvis (aún muy estrechos) y es probable que se vean obligadas a una cesárea. “Por eso también se aumenta el riesgo de desgarros vaginales que incluso pueden ir hasta el ano y causar problemas graves”, agrega Gil.
Las consecuencias no paran ahí. Los estudios que se han hecho en mujeres con maternidades tempranas (deseadas o no) demuestran que tienen mayor riesgo de sufrir de depresión y ansiedad. Durante el embarazo y el posparto, que pueden llegar a alcanzar una prevalencia de hasta 57 % durante los primeros cuatro años después del parto (según los cálculos de la OMS), el doble que en la población adulta. Por otro lado, un estudio publicado en la Revista Colombiana de Obstetricia y Ginecología, que siguió a 125 adolescentes colombianas embarazadas, demostró una incidencia de depresión del doble, en comparación con las que no cursaban con un embarazo.
“Las adolescentes más propensas al embarazo son las más pobres. Al ver truncado su proyecto de vida por la maternidad, encuentran aún más difícil lograr su potencial educativo, laboral y económico, tienen una mayor probabilidad de tener en el futuro familias más grandes, todos factores determinantes de pobreza, lo que contribuye a que permanezcan dentro del grupo menos favorecido”, escribe el Grupo Médico por el Derecho a Decidir en un diagnóstico sobre embarazo y aborto en adolescentes, publicado en 2015.
Ya había advertido la OMS, en abril del año pasado, que era probable que los embarazos adolescentes iban a aumentar a causa del encierro de niñas y adolescentes con posibles agresores y la falta de acceso a métodos anticonceptivos e información sobre salud sexual. ¿Por qué ante tanta evidencia siguen aumentando las cifras?
Niñas, no madres
El gran efecto para las niñas forzadas a llevar sus embarazos a término es que sus proyectos de vida se truncan y son robadas de su infancia. Esta es al menos la conclusión de Niñas no Madres, un movimiento regional a favor de los derechos de las niñas latinoamericanas. La coalición la integran Planned Parenthood Global, Surkuna, Promsex y otras organizaciones feministas, que informan sobre las graves consecuencias de la violencia sexual y las maternidades forzadas, y ayudan a las menores de 14 años a denunciar abusos sexuales y la falta de acceso a abortos seguros, entre otros casos.
Aunque a Catalina Martínez Coral, directora regional para América Latina y el Caribe, del Centro de Derechos Sexuales y Reproductivos, no la sorprende la permisividad con los embarazos infantiles y las uniones tempranas en Colombia, sí la preocupa. “Va directamente en contra de los derechos de los niños y niñas, además replica estos modelos en donde el único fin en la vida es casarse y parir. Replica los estereotipos que tratamos de eliminar para vivir en un mundo más libre e igualitario”.
¿Quién piensa en las niñas?
Luis Bermúdez, profesor de la localidad de Suba (Bogotá), fue ganador del Premio Compartir al Maestro en 2017 por reducir el embarazo adolescente en el colegio Gerardo Paredes. A través de un currículo concentrado en las preguntas de sus estudiantes y no en los prejuicios de los adultos a su alrededor, el colegió pasó de 70 casos al año a cero. El caso fue reconocido en su momento como la eficacia de escuchar a las y los adolescentes, y el éxito, según cuenta, es que se incluyó la materia de educación sexual como obligatoria y que se terminó educando no solo a estudiantes, sino a familias enteras y docentes en cómo hablar de educación sexual.
Sin embargo, el camino no fue fácil. Bermúdez cuenta que siempre observó que los lugares más peligrosos para ser niño o niña es con la familia y en la iglesia, y que cuando sus estudiantes comenzaron a empoderarse de la información que recibían en el colegio, eran reprendidos en sus casas por querer hablar del tema, o cuando comenzaron a ir a sus EPS para planificar, se rompían los acuerdos de confidencialidad y las enfermeras o funcionarios terminaban por llamar a sus padres.
“Los papás son una barrera porque no hablan de sexo con sus hijos y porque en muchos casos el lugar más peligroso para niños y adolescentes es la casa o la familia, entonces encubren las cosas que les pasan. Otra barrera para resolver los embarazos no deseados es el famoso discurso de la ideología de género, que es el contradiscurso más dañino que ha tenido el país en los avances sobre educación sexual integral”.
Bermúdez recuerda que, en 2016, cuando su proyecto apenas despegaba, estaba emocionado por conocer los resultados de la Encuesta de Comportamientos y Factores de Riesgo en Niñas, Niños y Adolescentes Escolarizados (ECAS), que hacía el DANE cada dos años desde 2006 para conocer las relaciones familiares, actividades y actitudes frente a la sexualidad de más de 50.000 niños en edad escolar. Se alcanzaron a hacer seis de estas encuestas antes de que suspendieran por presuntas presiones conservadoras.
Curiosamente, gracias a estas encuestas es que se comenzaron a alimentar los datos tan precisos que hay en Colombia sobre embarazo infantil y adolescente. Es decir que, de alguna manera, el asunto está diagnosticado en rigor: en Colombia, las niñas están en peligro de embarazos no deseados.
“El machismo está en el centro del embarazo infantil y adolescente, sin duda. Hay un consenso en que el embarazo infantil y adolescente es negativo y lo condenamos, pero también hay una tendencia cultural a felicitarlas cuando se vuelven madres, porque dizque se “ajuician”, o porque ya no van a tener miedo en la casa de que salga a fiestas. Se les está diciendo a las niñas que se van a realizar cuando sean madres y no importa si lo hacen a los 14 o a los 30, ¡y sí importa! También hay muchos más efectos en su salud mental o en su derecho a la educación o al trabajo. Por ejemplo, ellas deben dejar el colegio y acceder a un trabajo, pero no porque les apasione sino porque tienen que mantener a sus hijos. Eso no las deja ser autónomas y las mete en un ciclo de pobreza terrible. Hay una doble moral acá de la que nadie está hablando”, explica Bermúdez.