“Reprogramando” el cerebro de las víctimas con estrés postraumático
En Colombia el estrés postraumático es hasta 5,1 veces más frecuente en desplazados internos que en la población general. Se trata de un trastorno mental que puede desarrollarse en algunas personas después de haber experimentado o presenciado un evento traumático. Aunque es difícil recuperarse de ello, un grupo de investigadores cree que hay una salida.
Juan Diego Quiceno
¿Qué es el estrés? Recibes un correo con trabajo que no puedes hacer. Mañana presentas una entrevista clave, un examen importante, una prueba definitiva. No duermes bien o duermes demasiado. Te duele el estómago, te sudan las manos, tu corazón comienza a latir más rápido. Es tu cuerpo, produciendo hormonas de estrés como el cortisol, que se liberan cuando nos enfrentamos a un reto o peligro, cualquiera que sea: sobrevivir al día a día en la universidad o escapar de un tiroteo.
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¿Qué es el estrés? Recibes un correo con trabajo que no puedes hacer. Mañana presentas una entrevista clave, un examen importante, una prueba definitiva. No duermes bien o duermes demasiado. Te duele el estómago, te sudan las manos, tu corazón comienza a latir más rápido. Es tu cuerpo, produciendo hormonas de estrés como el cortisol, que se liberan cuando nos enfrentamos a un reto o peligro, cualquiera que sea: sobrevivir al día a día en la universidad o escapar de un tiroteo.
Cuanto más retadora percibimos la situación, más cortisol producimos. “La disociación que hacen las personas de mente y cuerpo, como si fueran algo distinto, es errónea: si percibimos peligro, si nuestro cerebro reconoce un reto, nuestro cuerpo se va a comportar distinto”, explica Diana Ortiz, psiquiatra del Hospital San Vicente Fundación, de Medellín. Imaginemos algo, propone la médica: estás en un bosque oscuro, completamente solo. De repente, ves un tigre. “Sientes miedo, liberas cortisol: tu ritmo cardiaco aumenta, sudas, hay una descarga de adrenalina que activa tu cuerpo. Estás listo para huir o para defenderte. El cortisol es imprescindible para la vida”.
Lo es, en su justa cantidad. “El cortisol es tu amigo”, lo resumió en The New York Times Gregory Fricchione, jefe adjunto de Psiquiatría del Hospital General de Massachusetts, “hasta que tienes demasiado”. Escapas, entonces, del tigre. Llegas a tu casa, estás en tu cuarto, pero tu cerebro, de alguna u otra manera, permanece en el bosque. “Hay experiencias traumáticas que superan nuestros esquemas mentales: cuando eso pasa, el cerebro comienza a funcionar de una manera errática y el recuerdo de ese evento con el tigre, por ejemplo, no se fija como debería”, cuenta Ortiz.
En ese procesamiento alterado, cualquier estímulo puede terminar siendo un disparador. “Una imagen, un olor, incluso un ruido, todo nos puede devolver a la situación original. Sentimos que estamos reviviéndola y se produce la misma reacción ante el recuerdo que en la situación original. Es decir, es como si nos quedáramos pegados al recuerdo”, explica Ortiz.
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En ese escenario, y para sobrevivir, se libera cortisol, pero no hay un peligro del que defenderse, no hay un riesgo de vida o muerte. Esa adrenalina, que en otras circunstancias ayudaría a escapar, termina alterando la vida en situaciones tan cotidianas como ir a la tienda. En Colombia muchas personas han tenido que vivir con un “tigre” en su cabeza por nuestro severo conflicto armado. No es fácil expulsarlo, pero un grupo de psiquiatras cree que hay un camino para hacerlo.
Un bucle cerebral
¿Qué mantiene al cerebro atrapado en ese bucle? “Eso no pasa con un evento cualquiera. Es un evento tan intenso que la persona empieza a desarrollar un desajuste en la mayoría de las áreas de su vida”, aclara Carolina Botero, docente de la U. Javeriana, magíster y doctora en Psicología. Es difícil hablar de tiempos; no hay una fecha, un día fijo en el calendario en el que todo deba volver a la normalidad después de un trauma, pero los psicólogos suelen hablar de tres meses. Si durante y después de ese tiempo, agrega Botero, ese evento sigue regresando al cerebro, como el encuentro con el tigre, hablamos de estrés postraumático.
Postraumático: después del trauma. “La mayoría de los primeros estudios de estrés postraumático (TEPT, por sus siglas en inglés) se originaron primero en Estados Unidos, producto de la guerra de Vietnam, y después de Irak y de Afganistán”, cuenta Botero. En 1980, el TEPT pasó a formar parte del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales como diagnóstico oficial, impulsado, entre otras cosas, por los sueños tormentosos de los veteranos de guerra. “Las escenas llegan sin que haya un control sobre ellas: sueños angustiosos, pesadillas emocionales muy vívidas”, dice Ortiz.
Durante el sueño REM, que es cuando la actividad cerebral se asemeja mucho a la que ocurre cuando estamos despiertos, el cerebro se plaga de sueños cargados de emociones, “una y otra vez”, señala Sujith Vijayan, neurocientífico de Virginia Tech. A inicios de este año, Vijayan publicó un estudio en The Journal of Neuroscience en el que sostiene que el cerebro parece traer de vuelta los malos sueños, noche tras noche.
“Se producen cambios a largo plazo en los “circuitos” cerebrales involucrados en la respuesta al estrés (en regiones como el hipocampo, la ínsula, la amígdala y la corteza prefrontal medial). Se manifiesta clínicamente como pensamientos intrusivos, o sea una idea o imagen vívida, que aparece en nuestra mente de manera automática, o como en el cine las escenas retrospectivas, hiperexcitación, pesadillas y trastornos del sueño, cambios en la memoria y la concentración, y respuestas de sobresalto”, agrega el médico Luis Roberto Amador López, neurólogo y docente de la Universidad Nacional.
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La guerra es un evento traumático severo. “Ahora, imagine la situación en Colombia”, propone Leonidas Castro, docente de la U. de los Andes, psicólogo y doctor en Psicología Clínica de la State University of New York. “Sabemos, por ejemplo, que el estrés postraumático es hasta 5,1 veces más frecuente en desplazados internos que en la población general”. Más de 60 años de conflicto armado han dejado cerca de 9 millones de personas registradas en la Unidad de Víctimas.
En Colombia no hay cifras claras sobre el estrés postraumático en víctimas y excombatientes. En 2017, el periodista y escritor Santiago Wills detallaba en una crónica para este periódico que el Ejército colombiano estimaba que alrededor de 24.000 miembros de las Fuerzas Armadas sufrirían de TEPT. Mucho menos se sabe con certeza cuántos excombantientes de grupos armados al margen de la ley, hoy reincorporados, sufren día a día las escenas y reacciones físicas de la guerra.
“Yo estudié el tema en Europa, en zona de guerra en los Balcanes. ¿Qué pasaba? Una vez el combatiente perdía un miembro de su cuerpo, o se declaraba con estrés postraumático, lo retiraban y lo regresaban a su país, que estaba en paz. Aquí la persona, una vez diagnosticada, no sale a un contexto tranquilo, sino que sigue exponiéndose a situaciones que lo que hacen es aumentar la probabilidad de que se sigan manteniendo los síntomas”, agrega Botero. La vida en las ciudades colombianas no es un mar de tranquilad.
“Las personas desplazadas por el conflicto al reubicarse, se encuentran en contextos urbanos hostiles con nuevas formas de violencia como pandillas, el acoso en las escuelas, abuso de alcohol y el uso de drogas ilícitas, el empleo informal, el hambre y el abuso de pareja en el hogar. Esto produce un contexto adverso para un gran número de personas afectadas por trauma/estresor”, dice el profesor Amador.
En ese contexto, ¿es posible reprogramar un cerebro que padece estrés postraumático?
Reprogramando una mente
Antes del tiroteo que terminó en masacre, se sintió en el pueblo el rugido de los motores de decenas de motos. “Yo atendí a esa persona 20 años después de eso, como parte de nuestra investigación para el tratamiento de TEPT en víctimas del conflicto armado”, cuenta Castro.
Durante ese tiempo, su paciente no podía escuchar el ruido de una moto. Cuando pasaba, su cerebro reaccionaba y activaba el escape como si la moto anunciara la muerte. “Corría a encerrarse en su casa. Había que enfrentarla y exponerla al ruido de muchas motos. Teníamos que actualizar esa información en su cerebro, que entendiera que las motos no eran señal de peligro”.
Durante los últimos cinco años, Castro y su equipo de investigadores del Laboratorio de Psicología Clínica de la U. de los Andes e investigadores de la U. de Boston han explorado los mejores métodos para sacar al cerebro del bucle del estrés postraumático. “Teníamos dos preocupaciones: ¿cómo estamos seguros de que lo que le estamos haciendo a las personas funciona? y ¿cómo hacemos accesibles tratamientos psicológicos que sean eficaces?”, explica el investigador. Ambas preguntas son usuales hace varias décadas entre los profesionales de salud mental, pero con nuestra historia, agrega el docente, “encontrar respuestas se vuelve mucho más apremiante”.
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Entonces, enfrentarse al ruido de las motos no fue el primer paso. “Estudiamos cuáles eran los tratamientos psicológicos que han mostrado eficacia con estos problemas y encontramos un tratamiento cognitivo-conductual breve, de 12 a 14 sesiones, que ha mostrado que funciona muy bien en muchos problemas emocionales al tiempo; el llamado Protocolo Unificado. Construimos una ruta y lo adaptamos a las condiciones culturales de las víctimas. Luego lo sometimos a prueba con 200 personas que habían sido expuestas al conflicto armado que viven en Bogotá con diagnósticos de estrés postraumático, depresión, ansiedad y otros trastornos”, detalla Castro. Por sorteo, la mitad de los participantes recibió el tratamiento, mientras la otra mitad permaneció en una lista de espera, para evaluar la eficacia del procedimiento. Los resultados se publicaron en la revista JAMA Psychiatry, de la Asociación Médica Americana de EE. UU.
Las primeras sesiones fueron para establecer confianza entre los pacientes y los terapeutas. “Las víctimas han tenido muchas veces que rendir testimonios y hablar de las experiencias más dolorosas con personas que no les responden, que no los validan. Eso es lo que se llama retraumatización y no queríamos caer en ello”, dice Castro. A medida que fueron avanzando las sesiones, los terapeutas se concentraron en hacer conscientes a los pacientes de sus emociones, sobre cómo el miedo, por ejemplo, desata reacciones fisiológicas en el cuerpo que se pueden controlar. Llevaron, también, un registro de sus emociones.
“Es usual que, al tener una exaltación, se hagan cosas que son contraproducentes. Una persona que tiene mucha ansiedad puede optar por tomar trago para tranquilizarse. Sí, le baja la ansiedad por un rato, pero le va a generar otros problemas”. Por esto último, no es difícil encontrar que personas que sufren estrés postraumático también tienen varios tipos de adicciones.
Con esa preparación, los pacientes llegaban a la confrontación con sus miedos. “Esto no era un tratamiento de solo sentarnos a hablar: las últimas sesiones eran de exposición. Ya sabiendo cómo son las emociones, cómo se manejan, necesitábamos que ellos las experimentaran en la vida real y respondieran”, agrega Castro. Escuchar el ruido de las motos, por ejemplo, y ser consciente de que no era una señal de peligro.
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Tras hacer mediciones antes, durante y después del tratamiento, solo el 0,7 % de las personas presentaron algún diagnóstico frente al 83 % del inicio. Los indicadores de todos los trastornos mejoraron en el grupo que tomó el tratamiento, frente al grupo de control, que no se sometió a las sesiones. Por ejemplo, personas que marcaban un puntaje de 12,7 en ansiedad (cuanto más alto, más severo es el trastorno), terminaron al final del tratamiento con puntajes de 1,71. Lo mismo pasó con la depresión, que pasó de 13,3 a 1,75.
“¿Qué nos indica esto? Fundamentalmente, que sí es posible desarrollar tratamientos cortos, eficaces y no farmacológicos para las personas que sufren trastornos emocionales. Lo hicimos con población de víctimas, pero estos resultados sugieren que podría funcionar con muchas otras personas”, explica Castro.
Ahora, tratamientos de este tipo no se pueden copiar, pegar y aplicar en todo el mundo. El equipo tomó un original, diseñado por un grupo de investigadores de la Universidad de Boston, y lo adaptó culturalmente a las necesidades y circunstancias colombianas. Tanto en Bogotá como en Boston se entrenó a las terapeutas, se construyó un manual de aplicación y, antes de llegar a los pacientes, se realizaron decenas de pruebas para perfeccionar el método. Creen que esa fue la clave de que haya funcionado tan bien en el país.
“Si bien el ideal de las terapias debería ser de tipo individual, tienen un gran costo social, económico, e inviable ante la situación de nuestro país. Así, la importancia de grandes proyectos como el Protocolo Unificado (UP) (...) deben convertirse en plataforma y enriquecerse como protocolos mixtos conversación/ corporeidad, en la búsqueda de un alivio integral de los síntomas”, opina Amador, que no participó del estudio. No basta, sin embargo, con encontrar un tratamiento y saber que sirve, hay que hacerlo accesible.
La ley en Colombia establece que las víctimas de conflicto armado tienen derecho a un acompañamiento psicosocial y mental, pero “desafortunadamente, lo que sabemos de las intervenciones que presta el Estado es que consisten en una atención de crisis, cuando existe la posibilidad, con un espacio de escucha en dos o tres oportunidades. Esa persona no va a lograr hacer el proceso de resignificación adecuada de sus recuerdos. A veces es peor atenderla en tres ocasiones que no atenderla”, explica la profesora Botero.
Para ella, que no participó en la investigación, estudios como el de la U. de los Andes son un avance, pero no el fin del camino: “En Colombia tenemos que esforzarnos más por garantizar la calidad de los servicios de salud mental”.