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La percepción del riesgo es clave para definir las políticas sanitarias. Esta puede ser entendida como una opinión personal y, por lo tanto, subjetiva sobre las características de un riesgo o peligro, como la posibilidad de ocurrencia, su severidad o gravedad. Es un concepto con el que variadas vertientes de la psicología social, la antropología y otras disciplinas sociales pueden entender por qué una persona tiene una u otra conducta frente a algo que lo amenaza. En salud es importante, pues está incorporada en diversos modelos teóricos que estudian, por ejemplo, los cambios de comportamiento. Para los tomadores de decisiones es fundamental la percepción del riesgo que la sociedad tiene sobre un problema de salud, porque si no se comprende bien las decisiones que se tomenpor bien intencionadas y técnicas que sean, no lograrán susanhelados beneficios.
(Le sugerimos: La salida de esta ola extendida de COVID-19, una reflexión de Laura Andrea Rodríguez Villamizar, epidemióloga)
Teniendo ya más claro el concepto, veamos cómo ha sido la percepción de riesgo relacionado con la enfermedad, la muerte y el dolor asociado con el COVID-19 en Colombia. Al igual que muchos países, la pandemia generó zozobra e incertidumbre en sus primeros momentos. Fue la época en que se tomaron decisiones como el confinamiento, que en general tuvo una buena aceptación socialdebido a que se consideraba la forma adecuada de protegerse ante el peligro, que parecía muy grande e inminente. Aunque, para ser justos, debemos reconocer que existía un grupo negacionista de la pandemia, diseminando ideas anticientíficas que en general no tuvieron mayor impacto. Luego vino un período en el que las condiciones socioeconómicas de gran parte de la población empeoraron, en especial los de mayor pobreza monetaria y del sector informal. Muchos tuvieron que empezar a escoger entre suplir las necesidades más básicas y cuidarse del contagio viral. Tal decisión, con el paso del tiempo y sin muchos apoyos económicos gubernamentales, cada vez se inclinaba más a escoger la suplencia de las necesidades.
Para complicar aún más las cosas, en 2021 reapareció el descontento social con la fallida reforma tributaria. Este tenía como antecedente el gran paro nacional de finales de noviembre de 2019, en el que los estudiantes universitarios fueron protagonistas. Rápidamente se sumaron diversas quejas de muy variada índole, que involucraban problemas locales, regionales y nacionales. Las manifestaciones sociales hicieron su aparición, siendo las marchas de gran contenido artístico y los actos violentos, entre policías y un grupo extremo de manifestantes, los dos polos de expresión. Todo esto llevó a un cambio sustancial en la percepción del riesgo en la sociedad. Gran parte de la población, de acuerdo con algunas encuestas que se hicieron públicas hace pocas semanas, compartía el descontento social y apoyaba las manifestaciones pacíficas. Las numerosas reuniones al aire libre, en las calles, fueron parte cotidiana de las grandes ciudades hasta hacer tambalear la economía. Esto generó problemas como el desabastecimiento de alimentos, dificultades en suministros vitales y disminución de muchas actividades comerciales, haciendo evidente la gran vulnerabilidad social de la mayor parte de la población. El país del inicio de la pandemia había cambiado, teniendo como consecuencia una evidente disminución de la percepción del riesgo ante el COVID-19.
Allí es que precisamente se requería un cambio en las políticas sanitarias de manejo de la pandemia, que lastimosamente no se ha visto. Se mantienen básicamente las mismas ideas, debo decir muchas con muy buen sustento técnico para una sociedad sin percepción del riesgo disminuida, no así para la colombiana golpeada por la vulnerabilidad social y viviendo el descontento socialmás evidente de toda la historia. Contrariamente a lo esperado, las políticas sanitarias se enfocaron en buscar la reactivación económica, social y productiva con innovaciones interesantes (por algunos otros, muy criticadas) como el índice de resiliencia epidemiológica, que no incorporó esa nueva realidad nacional de la baja percepción del riesgo frente a los efectos de la pandemia. A mi parecer, exageró en la importancia de la vacunación y olvidó lo fundamental del manejo de la pandemia, que es, fue y será la vigilancia en salud pública, junto a la comunicación, educación y empoderamiento de las comunidades.
Como bien decía un alto funcionario del Ministerio de Salud, esta fase de la pandemia es más de los científicos sociales que de los epidemiólogos y salubristas clásicos, pero precisamente eso es lo que ha faltado. Y no es algo nuevo, pues realmente muestra las dificultades de entender la complejidad de los determinantes sociales sobre la salud y la enfermedad; el buen manejo de la pandemia no es responsabilidad exclusiva del Ministerio de Salud, sino es en una muy alta proporción de otros sectores que impactan fuertemente en las decisiones personales, en la economía y en seguridad personal y familiar y, por supuesto, en la percepción del riesgo. Que sea esto un llamado a los técnicos para que incorporen lo social en las políticas sanitarias, de una manera humanística y no centrada en la economía, pues no todo es economía.Un texto personal con líneas argumentativas similares está disponible en la reconocida revista “The Lancet”.
* Médico PhD en epidemiología, Universidad Industrial de Santander.