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Me disponía a hacer una larga lista, no exhaustiva, de las cosas que extraño. Comenzaría con cosas muy básicas o, como ahora les digo, los “pequeños grandes placeres” que no sabía que eran placeres: bajar las escaleras, preparar un café y sostener la taza con suficiente solvencia como para evitar tirármelo encima y disfrutarlo plenamente (algo que solo ocurre después de haber logrado todo lo anterior). Poder expresar mi humor cáustico por escrito en los chats sin tener que grabar audios porque finalmente no logré escribir lo que quería. Las largas caminatas conversando con amigos y con Andrés Elías. Luego, habría incluido los “grandes, grandes placeres” como el sexo apasionado y el baile apretujado.
Me costó muchísimo trabajo, pero desistí de hacer la lista. Probablemente, iba a ser muy larga y un poco plañidera. Al final, básicamente, extraño estar en el mundo plenamente, como solía estar, como la gente que me conoce y me quiere, dice recordarlo. Extraño que mi vida no sea un simulacro, que no sea el ensayo de una obra de teatro. Estoy exhausta y quiero levantar el telón.
Por alguna razón, desconocida para mí, siento que lo que escribo debe ser motivacional y, a la vez, no puedo ser motivacional. Creo que es mucho pedirle a la moribunda que, además, motive a los vivos a vivir. No tener un cáncer terminal debería ser motivación suficiente.
Andrés Elías me critica por querer escribir sobre esta experiencia. Incluso ha llegado a decirme Jesucrista, siempre en tono burlón y medio en chiste. Pero igual, entiendo el mensaje: no hay necesidad de exponer la vida “privada” a este nivel. Sin embargo, siento la necesidad de hacerlo, quiero hacerlo porque nadie habla de esto y si mis palabras son medianamente útiles para alguien más, me parece que ya habría valido la pena.
Morirse no es fácil, aunque sea un proceso natural que nos espera a todos. Yo misma sobre simplifiqué la eutanasia. Pero no es tan fácil, no es solo un trámite. Como muchos otros derechos fundamentales es bueno y da tranquilidad que exista en el papel, pero ejercerlo en la práctica es otra historia. Y no es por ninguna barrera administrativa, sino por las barreras culturales y sociales.
El acto más natural de todos, al que todos llegamos tarde o temprano, está lleno de mitos. A pesar de que todos sabemos que nos vamos a morir, no sabemos lidiar con la muerte, ni con la propia, ni con la de nuestros seres queridos. Por eso, a veces, no solo no ayudamos a quienes amamos al tránsito hacia la muerte, sino que lo obstaculizamos.
Ahora me doy cuenta de que hacer la lista de lo que extraño no era más que una justificación para los demás, para explicar por qué me dispongo a tirar la toalla. Se me olvida que es mi vida, y es mi derecho decidir cuándo termina.
Se acabó la fiesta, justamente porque dejó de ser una fiesta y se convirtió en un suplicio. Y no tengo que demostrarle a nadie cuánto sufro. No es menester que la gente vea que, incluso en mi decaída, sigo con el balón en la mano. Simplemente, se acabó la fiesta. Me apagaron la música. Me retiro con dignidad.
*Tatiana me envió este escrito el 2 de febrero de 2025. Me pidió que lo revisara y lo enviara a El Espectador cuando ella hubiese fallecido. Hice ajustes menores, pero el contenido es totalmente de ella. Esta fue una de sus últimas voluntades y, con el corazón roto, me alegra haber podido honrarla. Jose Luis Ortiz.
**Los otros textos escritos por Tatiana Andia y publicados en El Espectador son los siguientes: Las líneas grises: lo que he aprendido de la última etapa del cáncer, Los hombres que me cuidan, Mi calendario, Observar y describir. El método y los metodólogos; Poesía matutina, escritura y la carrera contra el cáncer, y Cosas que extraño.
Sus primeras columnas pueden leerse en el portal Razón Pública.
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Por Tatiana Samay Andia Rey*
