Sibaté y el asbesto, las pruebas que faltaban

Investigadores colombianos, italianos y franceses demostraron que la incidencia de un cáncer conocido como mesotelioma en Sibaté es una de las más altas del mundo. Las pruebas apuntan a que algunas zonas del embalse del Muña se rellenaron con materiales mezclados con asbesto.

Pablo Correa / @pcorrea78
28 de mayo de 2019 - 02:00 a. m.
Sibaté se encuentra a 38 kilómetros de Bogotá.
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Una noche de noviembre de 2014, Juan Pablo Ramos-Bonilla, investigador de la Universidad de los Andes, experto en contaminación ambiental y sus impactos en la salud, quedó intrigado al ver un programa de RCN en el que se denunciaba un alto número de personas afectadas por enfermedades relacionadas con el asbesto en el municipio de Sibaté. El poblado, de unos 38.000 habitantes, a 38 kilómetros de Bogotá, por muchos años albergó a centenares de pacientes con enfermedades mentales remitidos por médicos de Bogotá y otras ciudades aledañas. Casi a la par con la construcción del famoso hospital psiquiátrico en 1937, se levantó la primera fábrica de asbesto del país en 1942. Ese día Ramos-Bonilla comenzó a jalar un hilo que lo llevaría junto a otros colegas y un grupo de estudiantes a descubrir una delicada situación ambiental.

“A los pocos días de ver ese programa tomé la decisión de averiguar qué pasaba desde una perspectiva científica. Averiguar qué evidencia existía”, cuenta el profesor del Departamento de Ingeniería Civil y Ambiental de la U. de los Andes. Hasta ese momento no eran más que rumores, testimonios y quejas que exigían una comprobación más seria.

Los primeros seis meses se le fueron en planeación y todo las aprobaciones ante el comité de ética de la universidad para poder realizar un estudio con tantas implicaciones médicas y sociales. Por esa misma época, en el Congreso de la República, se intensificaba la discusión en torno a la prohibición del asbesto en Colombia.

Ramos-Bonilla les contó a algunos estudiantes en qué andaba metido y les propuso sumarse a la investigación. La primera tarea para muchos de ellos fue viajar hasta Sibaté e ir puerta a puerta, por cuatro barrios del municipio, aplicando una encuesta socioeconómica y de salud. Necesitaban identificar a todas las personas que se “autoconsideraran” afectadas por enfermedades asociadas con el asbesto. La literatura médica las divide en dos grupos: unas oncológicas, como el mesotelioma (cáncer en el tejido que envuelve los pulmones), cánceres de pulmón, de laringe y ovario, y otras no cancerígenas como la asbestosis.

Ese proceso los llevó a identificar 29 casos de mesotelioma, 26 reportes de cáncer de pulmón, un caso de cáncer de laringe, tres casos de cáncer de ovario y siete de asbestosis. Pero una cosa es la que dicen los pacientes y otra la que certifican los médicos. Así que Ramos-Bonilla invitó al grupo de trabajo a cinco médicos especialistas de la Fundación Santa Fe de Bogotá, tres de ellos patólogos, un cirujano torácico y una radióloga. También se involucró en la investigación a una de las máximas autoridades mundiales en diagnóstico de mesotelioma, una patóloga italiana de la Universidad Sapienza de Roma y otros expertos del Instituto Nacional de Salud de Italia (ISS), Instituto Francés de Investigación para el Desarrollo (IRD), y las Universidades de Turin y de Boloña.

Decidieron concentrarse en los casos de mesotelioma. Esta enfermedad, a diferencia de las otras, está casi exclusivamente ligada a la exposición al asbesto. Es una enfermedad “centinela”, es decir, que su aparición constituye una clara señal de alarma.

Luego de rastrear las historias clínicas de esos 29 pacientes con mesotelioma, el grupo de médicos se concentró en las 17 a las que tuvieron acceso. Al final sólo 15 cumplían todos los criterios establecidos. Así evitaban perturbaciones en los datos y elevaban la certeza de las conclusiones.

La primera sorpresa de la investigación surgió al calcular la tasa de incidencia, es decir, el número de casos nuevos en una ventana de tiempo. De acuerdo con sus cálculos, en Sibaté la incidencia de mesotelioma en hombres es de 2,6 por cada 100.000 habitantes por año y para mujeres de 2,1.

Ramos-Bonilla explica la seriedad de ese número comparándolo con los de otras ciudades y países. En el caso de los hombres, en una ciudad como Bucaramanga esa cifra es apenas de 0,2 por cada 100.000 habitantes. En Cali llega a 0,4; en Pasto, a 0,2, y en Manizales no hay casos reportados. Canadá, uno de los países que más utilizó asbesto, llegó a tener una tasa de 1,4. Los resultados fueron publicados en la revista Environmental Research.

Ramos-Bonilla realizó un viaje a Italia en 2018 para visitar la ciudad de Casale Monferrato, en la región del Piamonte, en la provincia de Alessandria. Este es el sitio con la mayor tasa de pacientes con enfermedades por asbesto del mundo. Allí la tasa llegó a 8,2. Cada semana se sigue diagnosticando un caso de mesotelioma entre sus habitantes, a pesar de que las autoridades de salud lograron “remediar” la contaminación local por asbesto. El problema con este tipo de cáncer es que suele aparecer entre 30 y 50 años después de que ocurre la exposición.

“La tasa de Sibaté es algo que marca una alarma. Y es especialmente preocupante en mujeres. La única ciudad del mundo que supera la tasa reportada aquí es Casale Monferrato”, dice.

Ramos-Bonilla y sus colegas comenzaron a buscar la causa. Escuchando a los pobladores, decidieron buscar primero debajo de sus pies. La historia que circulaba en el pueblo señalaba que a principios de los años 70 se desecaron algunas entradas del embalse del Muña y para ello se usó asbesto mezclado con otros materiales. Sobre algunos de esos antiguos territorios inundados hoy están construidos el estadio y una cancha con pista atlética.

“Decidimos hacer muestreo de suelos y nos encontramos una sorpresa poco agradable: en tres de las cuatro perforaciones encontramos una capa de asbesto friable, es decir, que está suelta, lo que implica que se puede liberar al aire muy fácilmente”, cuenta Ramos-Bonilla, y añade preocupado: “Eso no debería pasar. Es grave”.

El investigador, además, es insistente en la importancia de manejar estas conclusiones con prudencia. No le resta relevancia al hallazgo, pero cree que las autoridades ambientales y de salud deben coordinarse para iniciar un plan de manejo de riesgo. Es necesario seguir buscando pacientes, lo que puede conducir a que esa tasa de incidencia se haga aún más elevada.

“Lo que estamos descubriendo en Sibaté es algo que podría haber ocurrido en cualquier municipio de Colombia, debido al escaso, por no decir nulo, control que ha habido sobre el asbesto en el país. Como sociedad debemos ser solidarios con Sibaté, porque ante esta situación sus habitantes necesitan el apoyo del país. Sería absurdo e inhumano que a la difícil situación que están viviendo ahora se sume una estigmatización, aislamiento y abandono de las personas de Sibaté por parte de los demás colombianos”, recalca el doctor Ramos-Bonilla.

Los investigadores son optimistas. El conocimiento y la tecnología utilizada en otras regiones para remediar el problema ambiental ha sido efectivo. Todo dependerá de la atención que le presten las autoridades.  

Mientras tanto, el proyecto de ley 302, conocido como la Ley Ana Cecilia Niño, que prohibiría el uso de asbesto en el país, espera un último debate en el Congreso de la República para ser aprobado.

Por Pablo Correa / @pcorrea78

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