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La semana pasada se suponía que se iba a celebrar la Duodécima Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Ginebra (Suiza). Uno de los puntos claves que probablemente tocaría esta reunión, la más importante de la OMC este año, era ver si los países se pondrían de acuerdo en suspender temporalmente un tratado de propiedad intelectual conocido como el “Acuerdo sobre los aspectos de los derechos de propiedad intelectual relacionados con el comercio” (Adpic), para que varios países pudieran empezar a producir vacunas contra el covid-19, así como otros tratamientos, mientras el mundo se mantuviera bajo la amenaza de la pandemia. (Lea: Los virus cambian, la clave es no perder la pista de sus mutaciones)
Pero la conferencia fue cancelada. Solo unos días antes de su inicio Sudáfrica detectó la variante ómicron y, aún sin saber el nivel de transmisión o riesgo que podría representar, Suiza restringió todos los vuelos que vinieran desde el sur del continente africano e implementó estrictas cuarentenas para viajeros que llegaran de países donde se había identificado la nueva variante.
Se trata, sin embargo, de una situación cargada de paradojas. Sudáfrica, junto a India, fue el país que propuso en octubre del año pasado suspender temporalmente las patentes relacionadas al covid-19 para garantizar un mayor acceso a las vacunas, petición a la que ya se han unido más de 100 países. Y Suiza, junto a Reino Unido, la Unión Europea, Canadá y Australia son los que han bloqueado la propuesta (y donde están, precisamente, varias de las farmacéuticas que están produciendo vacunas contra el coronavirus).
La paradoja es mayor si se tiene en cuenta que, como lo ha mencionado la Organización Mundial de la Salud (OMS), el virus que produce el covid-19 tendrá más espacio para mutar si no todas las personas del mundo, y no solo las del norte global, logran vacunarse. Actualmente el panorama no es muy esperanzador. Mientras algunos países acaparan vacunas, las farmacéuticas de Pfizer, BioNtech y Moderna logran ganancias combinadas que llegan a ser de US$65.000 por minuto. Según Peoples Vaccine Alliance, en África solo cinco países de los 54 lograrán vacunar al 40 % de su población para finales de año.
“Hay herramientas que podrían ayudar a todos los países a lograr la inmunización pronto, pero por temas de patentes y monopolios no lo hemos logrado”, cuenta Felipe Carvalho, coordinador regional de la campaña de acceso de Médicos Sin Fronteras (MSF) y quien iba a viajar a la Conferencia en Ginebra. “La suspensión de patentes sí iba a ser un tema clave y el propio contexto sanitario reforzó la idea de por qué es tan importante tomar una decisión pronto. Lo que queremos es que no se necesite una reunión ministerial para tomarla, sino que en otras instancias de la OMC sea un tema prioritario”.
Pero esta no es la primera vez que Sudáfrica lidera una batalla por el acceso a medicamentos y tratamientos. Hacia mediados de los 90, cuando las infecciones de VIH/Sida iban en aumento, tanto así que se estimaba que el país iba a sufrir un crecimiento poblacional negativo para 2003, el presidente Nelson Mandela tomó una decisión arriesgada: retar a las farmacéuticas que producían los antirretrovirales, un tratamiento que reduce la mortalidad entre las personas con VIH y mejora su calidad de vida. (Lea también: Brasil reporta dos casos preliminares de la variante ómicron, pero no se alarme)
Ben Cashdan, hoy productor de televisión, pero quien para ese entonces trabajó como asesor económico de Mandela, recuerda bien el panorama. En esa época acceder al tratamiento con antirretrovirales en Sudáfrica costaba hasta más de US$12.000 por año, pero el país tenía ingresos bajos. “Era ridículo poder acceder, era más caro tratarse que lo que representaba el salario promedio del país”, comenta. En 1997, entonces, lograron que se aprobara una ley para que el Estado pudiera importar versiones genéricas y más baratas de los antirretrovirales sin tener que pedirles ningún permiso a las compañías farmacéuticas que tenían las patentes. Estas respondieron con furia y, respaldadas por Estados Unidos, con Bill Clinton al poder, 39 compañías demandaron a Sudáfrica.
Luego, inevitablemente, vinieron un par de años de peleas. No obstante, la presión de los ciudadanos, los activistas y las movilizaciones fueron tan fuertes que las farmacéuticas terminaron por retirar la demanda en marzo de 2001. Los precios de los antirretrovirales se desplomaron y la ley siguió en pie.
“Si ahora vas a una farmacia puedes encontrar el tratamiento por US$20 al mes, lo que implica un gasto de menos de US$300 al año. Además, Sudáfrica ahora tiene el programa de tratamiento del VIH/Sida más robusto en el mundo, lo que ha salvado millones de vidas”, agrega Cashdan, quien se ha interesado en el tema del monopolio de las farmacéuticas porque lo toca personalmente. Diariamente Cashdan debe tomar imatinib, un medicamento para la leucemia desarrollado por Novartis, que ha sido protagonista de estas batallas alrededor del mundo. En Colombia fue el primer fármaco declarado “de interés público” cuando Alejandro Gaviria era ministro de Salud.
Un castigo injusto
Sudáfrica es el único país que ha identificado dos variantes del coronavirus que han sido catalogadas como “de preocupación” por la OMS. La beta, en 2020, y la ómicron, en noviembre de este año. La respuesta de varios países a esta última fue bloquear a Sudáfrica, cerrarle las fronteras, pese a que aún no se sabe con claridad si es más transmisible o causa covid-19 más severo. (Puede leer: “Probabilidad de que la variante ómicron se extienda por el mundo es elevada”: OMS)
“Se trata de una opción válida, pero que sola no tiene sentido. No se pueden cerrar las fronteras cuando no hay evidencia ni información clara, pero en cambio sí trae un proceso de estigmatización”, aclara Carvalho, de MSF. “No es justo que el mundo les dé la espalda porque, además, cuando se dan este tipo de alarmas, son los países de ingresos medios o bajos los más afectados económicamente”.
Tanto Carvalho como Cashdan encuentran cierto nivel de sin sentido sobre lo que está sucediendo. El hecho de que Sudáfrica detecte nuevas variantes también se debe a que tienen un programa de vigilancia genómica robusto. “En días recientes conocimos que la ómicron estaba en Europa antes que la detectara Sudáfrica, lo que quiere decir que muchos países también tenían la capacidad de anunciarlo, pero fue este país el que lo hizo”, cuenta Cashdan.
Esto, asimismo, demuestra que países como Sudáfrica tienen una capacidad tecnológica y científica que no se debe subestimar, una de las cosas que suelen hacer las farmacéuticas para argumentar por qué no quieren suspender las patentes y permitir que otras compañías o países produzcan y distribuyan sus vacunas.
Entre otros de los argumentos que ha dado el CEO de Pfizer, Albert Bourla, para no suspender las patentes, es que desincentivará futuras innovaciones en el campo de la salud. “Desplegamos US$2.000 millones antes de saber si podíamos desarrollar con éxito una vacuna, porque comprendimos lo que estaba en juego”, escribió. Pero vale recordar que muchas de las farmacéuticas que hoy lideran las vacunas contra el coronavirus recibieron recursos públicos (US$2,5 mil millones para Pfizer, US$2,4 mil millones para Moderna y US$1,7 mil millones para AstraZeneca, según cálculos de MSF). Pese a esto, sigue existiendo un bloqueo para que este conocimiento sea abierto y más compañías y países entren en el mercado.
Un panorama que para Carvalho, más que irónico es preocupante. “Se ha calculado que los países que se consideran potencias mundiales van a desperdiciar 2.000 millones de dosis de vacunas para final de año. Mientras en África hay profesionales de la salud que no han recibido ni la primera dosis”. (Le puede interesar: ¿Afrobofobia? Africanos se quejan por lluvia de restricciones por variante ómicron)
Cashdan, en cambio, lo ve como una “profunda hipocresía” y una tragedia no solo para África, sino para el mundo. “Lo triste es que creíamos que la comunidad global había aprendido las lecciones sobre el acceso equitativo a medicamentos con lo que nos pasó hace 20 años. Pero seguimos con un sistema de producción farmacéutica donde creemos que aún es válido un monopolio de distribución y venta”. Una forma de hacer las cosas que, si no cambia, seguirá abriendo paso para que el covid-19 tenga espacio para mutar.