¿Sueña con irse de la ciudad? Revise estos datos de la mortalidad
Un equipo de 15 investigadores hizo un robusto análisis sobre cómo se comporta la mortalidad en más de 700 ciudades de América Latina y Estados Unidos. Sus conclusiones muestran que las urbes grandes no siempre son las que tienen los mayores problemas.
Juan Diego Quiceno
Desde el tercer pico de covid-19 las llamadas entre mi abuelo y mi papá comienzan con una pregunta: ¿cómo nos fue hoy? Uno de ellos, entonces, responde: X muertos. “Bien”, “mal” o “no ha cambiado”, replica el otro con cálculo frío. La pandemia nos ha obligado, casi obsesivamente, a contar muertos.
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Desde el tercer pico de covid-19 las llamadas entre mi abuelo y mi papá comienzan con una pregunta: ¿cómo nos fue hoy? Uno de ellos, entonces, responde: X muertos. “Bien”, “mal” o “no ha cambiado”, replica el otro con cálculo frío. La pandemia nos ha obligado, casi obsesivamente, a contar muertos.
“Suele ser más preciso contar muertos que enfermos”, dice Felipe Montes, docente de la Universidad de los Andes e investigador en Modelación y Simulación de Sistemas Complejos. Durante la pandemia la certeza de los muertos, por ejemplo, ha sido un poco más clara que la de los infectados, porque ha habido muchos portadores del virus sin siquiera saberlo.
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“La mortalidad es una cifra generalmente precisa. Obviamente hay subreportes, pero son un dato observable y relevante porque partimos de una base: lo que busca la salud es extender la calidad de vida. La mortalidad es un indicador clave para entender la efectividad de los sistemas de salud, de las intervenciones que se hacen y de la prevención que se genera”, dice Montes, quien junto con otros 14 investigadores acaban de publicar un estudio en la revista Science Advances que revisa cómo escala la mortalidad según el tamaño de 742 ciudades de 11 países de América Latina, más Estados Unidos.
En el estudio, titulado “Scaling of mortality in 742 metropolitan areas of the Americas” (“Escala de mortalidad en 742 áreas metropolitanas de las Américas”), se analizan ciudades que abarcan una población de más de 560 millones de personas.
El mundo se ha urbanizado muy rápido en los últimos 30 años. En 2010, según la ONU, más del 50 % de la población global vivía en ciudades, y la estimación es que en 2050 ese porcentaje suba al 70 %. Esa urbanización ha provocado que existan ciudades pequeñas, medianas y grandes. “Lo que quisimos saber es qué dinámicas en la mortalidad se pueden observar cuando las ciudades van creciendo en escala. ¿Será que tener ciudades grandes nos va a llevar a algo mejor en términos de mortalidad?”, explica Montes. Como los organismos vivos, a medida que las ciudades crecen, sus complejidades también lo hacen.
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Para responder a esa pregunta, y a otras, los investigadores obtuvieron registros de mortalidad de 366 ciudades de América Latina y 376 de Estados Unidos con más de 100.000 habitantes para el período 2012-2016. Las fuentes de datos, para el caso del país norteamericano, fueron el Sistema Nacional de Estadísticas Vitales y la Oficina del Censo; para las ciudades latinoamericanas se consultaron cifras del registro civil de cada país consolidados por el proyecto Salud Urbana en América Latina (Salurbal).
Los investigadores analizaron los datos de seis grupos de causas de muertes: enfermedades cardiovasculares y otras no transmisibles, enfermedades transmisibles, maternas, neonatales y nutricionales, lesiones no violentas, suicidios, cáncer y homicidios.
“Encontramos que, en general, en las ciudades más grandes no necesariamente hay mayor mortalidad, en proporción. Hemos visto que, por ejemplo, mientras más grande sea una ciudad en Latinoamérica hay menos suicidios per cápita y menos mortalidad atribuible a lesiones o accidentes no violentos per cápita. También hay una relación casi uno a uno de enfermedades crónicas no transmisibles. Lo mismo pasa con el cáncer e incluso con todas las causas de mortalidad materna, neonatales y de condiciones nutricionales”, resume Montes. La única causa de muerte que sube a medida que la ciudad crece es por homicidios.
“Que la mayoría de índices no aumenten sustancialmente con el tamaño de la ciudad es una buena noticia para un mundo con ciudades cada vez más grandes. Ahora, ese efecto de entre más grande menos mortalidad en los factores estudiados es más marcado en Estados Unidos y revela diferencias entre las ciudades norteamericanas y latinoamericanas, e incluso entre las mismas latinoamericanas”, explica el investigador. El análisis compara la mortalidad del grupo de ciudades latinoamericanas con las estadounidenses y encuentra varios datos valiosos. Por ejemplo, en cuanto a la tuberculosis.
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Mientras en las ciudades de América Latina fue la segunda causa de muerte más superlineal (ocurre a una tasa más alta a medida que las ciudades crecen), en las estadounidenses fue la segunda más sublineal (aumenta a un ritmo más lento que el crecimiento poblacional). Para ponerlo en cifras: sobre una base de 1, la mortalidad por tuberculosis en las ciudades latinoamericanas fue de 1,10, y de 0,88 para las norteamericanas. Esto cambia cuando se comparan las ciudades mexicanas con las brasileñas: las primeras tuvieron una tasa de 0,83 y las segundas una de 1,18.
“Las grandes ciudades de los países de ingresos bajos y medianos muestran una gran heterogeneidad en las condiciones que dan lugar a la tuberculosis, incluidas la pobreza y el hacinamiento, y también pueden diferir en el acceso a servicios de atención de salud de alta calidad”, aventura como explicación el estudio.
“Dada la forma en que se urbanizó Latinoamérica, las condiciones socioeconómicas y de entorno que tenemos, se observan algunas diferencias con Estados Unidos, sin embargo, quisiera resaltar que no vemos en el estudio que haya una superlinealidad de la mortalidad en nuestras ciudades, sino más bien al contrario, una linealidad o sublinealidad. Eso quiere decir que, según este estudio, uno podría decir que las ciudades grandes sí están siendo, al menos igual de capaces que las pequeñas de responder a los eventos de salud. No pareciera que la mortalidad se esté saliendo de control cuando las ciudades crecen”, asevera Montes.
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Esa conclusión es importante hoy. En medio de una pandemia que tuvo como epicentro las ciudades, se ha cuestionado que la vida urbana se traduzca en beneficios, incluidos mejoras en salud. El estudio de Montes y sus colegas parece apuntar a que eso todavía sigue siendo una realidad, si bien deja abierta una puerta.
“Es posible que la capacidad de las ciudades para maximizar los entornos sanitarios, sociales, físicos y de servicios beneficiosos disminuya por encima de cierto tamaño. Identificar la presencia de un punto de inflexión y comprender los factores histórica y socialmente situados que impulsan su ubicación son cruciales para fines de planificación y para la preparación y capacidad de respuesta de la salud pública”, señala el estudio. El tamaño “ideal”, sanitariamente hablando, de la ciudad para vivir podría ser el próximo gran objetivo social y universal de la urbanización del planeta.