¿Terminó la pandemia del COVID-19 en Colombia?
Con la disminución de casos y el incremento de la vacunación, ¿se puede decir que la pandemia está en su recta final? Un experto, PhD en Epidemiología, analiza el nuevo contexto. Opinión.
Álvaro Javier Idrovo*
Todas las epidemias, incluyendo la pandemia de COVID-19, tienen un inicio que se define con la detección de un primer caso enfermo y el subsecuente incremento rápido en el número de casos. Este evento suele conocerse relativamente bien, lo cual contrasta con el final de la epidemia, que suele ser difícil de identificar con claridad. Teóricamente se puede decir que una epidemia termina cuando ya no hay casos, pero esto en la realidad es raro que ocurra, a menos que sean eventos como las intoxicaciones por alimentos o con agentes químicos. Lo frecuente es que la ocurrencia de casos baje hasta un número de casos que ya no genere una crisis sanitaria; que no haya riesgo de que los hospitales tengan una ocupación elevada o colapsen por la excesiva demanda, o que los casos de enfermos o fallecidos no ameriten la atención de la sociedad de una manera especial; es decir, que se vuelva una enfermedad con un número de casos con los cuales se puede convivir, lo que se conoce técnicamente como una endemia. (Lea Variante delta duplica riesgo de hospitalización entre los no vacunados)
Como se puede entrever, es un asunto en gran medida subjetivo para cada grupo social, pues no todos dejarán de tener interés en la epidemia al mismo tiempo. Algunos lo harán muy rápido y otros lo harán más tardíamente, dependiendo de circunstancias socioculturales, políticas o económicas, entre muchas otras. Para sociedades donde la muerte es un acontecimiento relativamente cotidiano, sea por causa de enfermedad o violencia, por ejemplo, es más probable que tarden menos tiempo en quitarle el interés en la epidemia. Esto implica que una epidemia puede terminar para una sociedad así se mantenga un número de casos, incluso alto, si otros hechos o circunstancias hacen que se pierda el interés, de manera que las conductas de cuidado o relacionadas incluso con el miedo dejan de realizarse. Pensemos en el caso de una sociedad que en medio de una pandemia sufra una guerra o un desastre de grandes proporciones; en estos casos, la relevancia que adquiere este hecho nuevo puede hacer que se desatienta la epidemia y se tenga interés en los acontecimientos emergentes. De ambos ejemplos, hemos tenido noticia durante la pandemia de COVID-19, y en todos los casos la atención del público disminuyó, por lo menos temporalmente.
Colombia en medio de la pandemia es, sin duda ,un caso particular de análisis. Aquí, varios hechos sugieren que la pandemia de COVID-19 ya terminó o está terminando para algunos individuos o grupos sociales. Antes de seguir resalto que no es la visión desde la epidemiología, sino la visión desde algunos sectores de la sociedad que en su escala de prioridades tienen otros asuntos que ponen en primer lugar, y la pandemia y el cuidado frente a su contagio pierde importancia. Lo que sí es claro es que entre más tiempo dure la pandemia, es más común que vaya disminuyendo su importancia entre la sociedad porque las actividades se van retomando hasta volver a la cotidianidad. En algunos lugares ya se vive muy parecido a antes de la pandemia, o se va en ese camino mediante la reapertura de cada vez más lugares y eventos públicos.
Un primer grupo que ya dio por terminada la pandemia (o que para ellos nunca ocurrió) es el conformado por los negacionistas; aquellos que pese a los hechos de sufrimiento, dolor, enfermedad y muerte han cerrado los ojos y el corazón, y nunca consideraron que la pandemia existió. Su número, afortunadamente pequeño, se puede entrever en los resultados de las varias encuestas que han indagado por la pandemia y la necesidad de vacunación. En algunos países, los mismos gobernantes asumieron una postura negacionista y los resultados de su gestión han mostrado el gran error. En el extremo contrario están los optimistas extremos que ya han sido vacunados, y que por este hecho piensan que pueden volver a realizar todas las actividades como hacían antes de la pandemia. Esta falsa seguridad surge de no comprender que la pandemia es un hecho social, no individual, por lo que el no infectarse o enfermarse no implica que la crisis sanitaria no exista. El excesivo individualismo, muy acorde a los valores de una sociedad capitalista, es una de las características de este grupo de personas. Otro grupo, numeroso, muy heterogéneo en sus características, incluye individuos vulnerables, con diversos niveles de pobreza y discriminación, que sobreviven en el día a día, o que tenían unos pocos ahorros que rápidamente agotaron. Para todos ellos la necesidad de vivir, de alimentarse diariamente resultaba ser más importante que interesarse por un bicho pequeño, invisible a la vista, que muchas veces infecta sin muchas complicaciones; que cuando llega y enferma, o incluso lleva a la muerte, es algo que consideran “inevitable” y que la vida debe seguir. Hasta aquí, lo que puede observarse en todos los países.
A estos, y de manera especial en Colombia, se suman los indignados o descontentos con la situación del país, los que se manifestaron en las marchas que desde finales de abril vivió el país, o que desde sus casas están insatisfechos con la realidad nacional. Ya sea por estar afectados por los hechos recientes, o por simple empatía con los afectados, para este grupo numeroso resulta cada vez más importante el pensar en tener un país o una vida diferente, lo que sin duda conlleva a pensar en las elecciones del próximo año, y realizar un sinnúmero de acciones en procura de su bienestar. Sin duda, las masivas protestas sociales de 2021 marcaron un antes y un después, que puede significar el inicio del fin de la pandemia en Colombia pese a que el riesgo de una nueva ola de la pandemia, asociada con las nuevas variantes, está aún latente. El entender los cambios en la percepción del riesgo que la sociedad experimenta es fundamental para gestionar adecuadamente la pandemia. Ya sabemos que no es sólo la ciencia la que determina que se hace, sino que la política es en últimas la que decide el rumbo de la situación como sociedad, y en ello lo que piensan y sienten los gobernantes y ciudadanos resulta extremadamente importante.
Todas las epidemias, incluyendo la pandemia de COVID-19, tienen un inicio que se define con la detección de un primer caso enfermo y el subsecuente incremento rápido en el número de casos. Este evento suele conocerse relativamente bien, lo cual contrasta con el final de la epidemia, que suele ser difícil de identificar con claridad. Teóricamente se puede decir que una epidemia termina cuando ya no hay casos, pero esto en la realidad es raro que ocurra, a menos que sean eventos como las intoxicaciones por alimentos o con agentes químicos. Lo frecuente es que la ocurrencia de casos baje hasta un número de casos que ya no genere una crisis sanitaria; que no haya riesgo de que los hospitales tengan una ocupación elevada o colapsen por la excesiva demanda, o que los casos de enfermos o fallecidos no ameriten la atención de la sociedad de una manera especial; es decir, que se vuelva una enfermedad con un número de casos con los cuales se puede convivir, lo que se conoce técnicamente como una endemia. (Lea Variante delta duplica riesgo de hospitalización entre los no vacunados)
Como se puede entrever, es un asunto en gran medida subjetivo para cada grupo social, pues no todos dejarán de tener interés en la epidemia al mismo tiempo. Algunos lo harán muy rápido y otros lo harán más tardíamente, dependiendo de circunstancias socioculturales, políticas o económicas, entre muchas otras. Para sociedades donde la muerte es un acontecimiento relativamente cotidiano, sea por causa de enfermedad o violencia, por ejemplo, es más probable que tarden menos tiempo en quitarle el interés en la epidemia. Esto implica que una epidemia puede terminar para una sociedad así se mantenga un número de casos, incluso alto, si otros hechos o circunstancias hacen que se pierda el interés, de manera que las conductas de cuidado o relacionadas incluso con el miedo dejan de realizarse. Pensemos en el caso de una sociedad que en medio de una pandemia sufra una guerra o un desastre de grandes proporciones; en estos casos, la relevancia que adquiere este hecho nuevo puede hacer que se desatienta la epidemia y se tenga interés en los acontecimientos emergentes. De ambos ejemplos, hemos tenido noticia durante la pandemia de COVID-19, y en todos los casos la atención del público disminuyó, por lo menos temporalmente.
Colombia en medio de la pandemia es, sin duda ,un caso particular de análisis. Aquí, varios hechos sugieren que la pandemia de COVID-19 ya terminó o está terminando para algunos individuos o grupos sociales. Antes de seguir resalto que no es la visión desde la epidemiología, sino la visión desde algunos sectores de la sociedad que en su escala de prioridades tienen otros asuntos que ponen en primer lugar, y la pandemia y el cuidado frente a su contagio pierde importancia. Lo que sí es claro es que entre más tiempo dure la pandemia, es más común que vaya disminuyendo su importancia entre la sociedad porque las actividades se van retomando hasta volver a la cotidianidad. En algunos lugares ya se vive muy parecido a antes de la pandemia, o se va en ese camino mediante la reapertura de cada vez más lugares y eventos públicos.
Un primer grupo que ya dio por terminada la pandemia (o que para ellos nunca ocurrió) es el conformado por los negacionistas; aquellos que pese a los hechos de sufrimiento, dolor, enfermedad y muerte han cerrado los ojos y el corazón, y nunca consideraron que la pandemia existió. Su número, afortunadamente pequeño, se puede entrever en los resultados de las varias encuestas que han indagado por la pandemia y la necesidad de vacunación. En algunos países, los mismos gobernantes asumieron una postura negacionista y los resultados de su gestión han mostrado el gran error. En el extremo contrario están los optimistas extremos que ya han sido vacunados, y que por este hecho piensan que pueden volver a realizar todas las actividades como hacían antes de la pandemia. Esta falsa seguridad surge de no comprender que la pandemia es un hecho social, no individual, por lo que el no infectarse o enfermarse no implica que la crisis sanitaria no exista. El excesivo individualismo, muy acorde a los valores de una sociedad capitalista, es una de las características de este grupo de personas. Otro grupo, numeroso, muy heterogéneo en sus características, incluye individuos vulnerables, con diversos niveles de pobreza y discriminación, que sobreviven en el día a día, o que tenían unos pocos ahorros que rápidamente agotaron. Para todos ellos la necesidad de vivir, de alimentarse diariamente resultaba ser más importante que interesarse por un bicho pequeño, invisible a la vista, que muchas veces infecta sin muchas complicaciones; que cuando llega y enferma, o incluso lleva a la muerte, es algo que consideran “inevitable” y que la vida debe seguir. Hasta aquí, lo que puede observarse en todos los países.
A estos, y de manera especial en Colombia, se suman los indignados o descontentos con la situación del país, los que se manifestaron en las marchas que desde finales de abril vivió el país, o que desde sus casas están insatisfechos con la realidad nacional. Ya sea por estar afectados por los hechos recientes, o por simple empatía con los afectados, para este grupo numeroso resulta cada vez más importante el pensar en tener un país o una vida diferente, lo que sin duda conlleva a pensar en las elecciones del próximo año, y realizar un sinnúmero de acciones en procura de su bienestar. Sin duda, las masivas protestas sociales de 2021 marcaron un antes y un después, que puede significar el inicio del fin de la pandemia en Colombia pese a que el riesgo de una nueva ola de la pandemia, asociada con las nuevas variantes, está aún latente. El entender los cambios en la percepción del riesgo que la sociedad experimenta es fundamental para gestionar adecuadamente la pandemia. Ya sabemos que no es sólo la ciencia la que determina que se hace, sino que la política es en últimas la que decide el rumbo de la situación como sociedad, y en ello lo que piensan y sienten los gobernantes y ciudadanos resulta extremadamente importante.