Los secretos que revelaron los huesos del escritor Tomás Carrasquilla
Tras la exhumación de los restos de uno de los escritores más célebres de los siglos XIX y XX en Colombia, un grupo de científicos de la Universidad de Antioquia examinó sus huesos para terminar de armar el rompecabezas de su vida. Su investigación muestra que Carrasquilla tuvo fracturas y vivió con intensos dolores físicos que padeció en completo silencio. Aun así, en ese lapso escribió algunas de sus mejores obras.
Juan Diego Quiceno
Durante los últimos años de su vida, Tomás Carrasquilla no pudo escribir más. Inmóvil en una mecedora por los dolores que sufría en la cadera, con unas manos huesudas, fracturadas y agotadas por la artrosis y la osteoporosis, con una visión limitada y a punto de perder la pierna izquierda, les dictó a familiares las mil páginas de Hace tiempos: memorias de Eloy Gamboa, una de sus últimas obras.
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Durante los últimos años de su vida, Tomás Carrasquilla no pudo escribir más. Inmóvil en una mecedora por los dolores que sufría en la cadera, con unas manos huesudas, fracturadas y agotadas por la artrosis y la osteoporosis, con una visión limitada y a punto de perder la pierna izquierda, les dictó a familiares las mil páginas de Hace tiempos: memorias de Eloy Gamboa, una de sus últimas obras.
“Les contarás que estoy tullido y con muchas dolencias del alma y del cuerpo; que dicté estas mil páginas cuando estaba completamente ciego… a cualquiera de la familia, a la hora que se podía y en medio del bullicio de muchachos y visitas, de portón y pordioseros, de teléfono y radio”, le pidió contar a un amigo en una carta en 1936 cuando no pudo viajar a Bogotá a recibir el Premio de Literatura Vergara y Vergara que había ganado.
Moriría cuatro años después, en 1940, a la edad de 82 años. Sus restos, que descansaron durante más de tres décadas en la Catedral Basílica Metropolitana de Medellín, fueron exhumados en noviembre de 2022. Finalmente, hace poco más de dos meses, cientos de personas (incluyendo a familiares, amigos, literatos y seguidores) se reunieron para conocer la historia de cómo caminó el cuerpo frágil, fracturado, diabético y mutilado de uno de los autores más célebres en los siglos XIX y principios del XX en Colombia.
Al frente, contando algunas de las molestias físicas que el escritor vivió, estaba Timisay Monsalve, antropóloga, cofundadora y coordinadora del Laboratorio de Antropología, Osteológica y Forense de la Universidad de Antioquia (U. de. A.). “Nosotros acompañamos el proceso de la exhumación, junto a la familia y el Cementerio Museo San Pedro, con el propósito de hacer una osteobiografía”, dice. Ese proceso es el intento póstumo de la ciencia por narrar el contexto, los vicios, las caídas, las enfermedades y los dolores de cualquiera, a partir del último resto físico que dejan en el mundo: su esqueleto.
Las dolencias de un escritor
Tomás Carrasquilla era blanco, tenía una frente alta y abultada, calvicie en la coronilla y hacia la frente, nariz aguileña con lomo recto y filudo, ojos pequeños, redondos y negros, labios delgados y hundidos, y un mentón prominente y redondeado. Era alto (entre 1,80 y 1,82 metros) y robusto, con espalda ancha y una cabeza pequeña para su tronco. Quienes lo conocieron describen, en textos y cartas recogidos por investigadores como Carlos García Prada (poeta, pintor y crítico literario), que el escritor tenía un caminado firme y reposado, y ya en la vejez, algo “pesado y embarazoso”.
“Mis papás lo conocieron cuando él ya estaba muy mayor. Nunca lo vieron caminar”, cuenta Miguel Arango, descendiente de tercera generación del novelista. Cuando desde el Museo Cementerio San Pedro le propusieron a la familia Carrasquilla exhumar los restos del escritor con el propósito de trasladarlos e inhumarlos junto a los de Jorge Isaacs, tuvo algunas dudas y miedo. “Nos parecía que él toda su vida había vivido con su hermana y su cuñado, y que estaban bien juntos ahora en la muerte. Después, efectivamente, pensamos que esto podía tener una importancia histórica”, dice.
Los restos de Carrasquilla fueron trasladados a un laboratorio en la sede de posgrados de la Universidad de Antioquia, en el sector Guayabal, al sur-occidente de la ciudad. Allí tuvieron un tratamiento conocido como maceración, en el que se remueven los tejidos blandos que aún no están momificados, sin producir ninguna alteración química o física.
Cada hueso fue sometido a una inmersión en alcohol etílico al 70 % para su preservación frente al efecto de hongos y otros peligros, antes de ser llevados a una mesa en la que el cuerpo del novelista fue reconstruido y estudiado desde el cráneo hasta el dedo pequeño del pie derecho, el único que le quedaba tras la amputación de su otra extremidad inferior cuando tenía más de 80 años.
Así se hace, en realidad, con todos los huesos que llegan a ese lugar. “Tenemos convenios con los cementerios para hacer investigaciones de este tipo, que arrojan luz sobre las patologías y los traumas físicos de los individuos, respetando su dignidad”, detalla Monsalve.
Sin embargo, saber lo que le sucedió a un cuerpo sin conocer cómo habitó un contexto social es revelar solo una parte de su historia. Por eso, durante unos ocho meses, antes de la exhumación, el equipo estudió y recolectó cartas, biografías y autobiografías buscando menciones, relatos y descripciones que aludieran a la vida y salud de Carrasquilla, desde lo que comía hasta sus vicios más básicos y cotidianos.
“Le gustaba beber y fumar”, señala Monsalve para empezar a perfilarlo. Visitaba cafés y cantinas de la Medellín de finales del siglo XIX y principios del XX como La Bastilla, Chantecler, El Globo y El Blumen, en donde se podía tomar hasta 40 o 50 aguardientes. Su marca favorita de tabaco era Dandy; fumaba hasta 70 cigarrillos al día. “En nuestra tierra de infieles montañeros tiene Santa Nicotina bendita una basílica en cada casa y en cada corazón un ara”, le escribió Carrasquilla al tabaco en “Humo”, una de sus crónicas. Fueron hábitos que contribuyeron con el perfil de un hombre que al final de su vida sería un paciente pluripatológico; es decir, en el que coexisten dos o más enfermedades crónicas.
“Entre 1898 y 1926, Carrasquilla gozó de una vida bohemia y sin muchos quebrantos visibles de salud. Así lo dejan ver algunas cosas que le escribió a su hermana Isabel entre 1915 y 1917: ‘He tenido una salud y un apetito de estudiante alentado’, le dice en una. Y en otra le reitera: ‘… he disfrutado de una salud de bobo: el idiotismo siempre fue sano’”, cuenta Monsalve. Durante estos años, varias cosas ya sucedían en el cuerpo del escritor.
“Él tuvo una caída de un caballo en los primeros meses de 1897”, dice la profesora Monsalve. En aquellos años viajaba frecuentemente entre Santo Domingo, Medellín y lo que hoy es El Retiro. Durante el ascenso al alto de San Luis, Carrasquilla cayó del caballo. En carta a su amigo Max Grillo, el 21 de abril de 1898, le relató lo sucedido: “Mi querido Grillito: Hace ya como un mes, al regresar de Medellín, donde una pata enferma me retuvo once meses…. Pues has de saber, para que lo deplores, que si no vuelo de aquel caballo y si no se me sale la tal sinovia de la rodilla, nos hubiéramos topado mano a mano en la propia Manizales…”.
Carrasquilla tuvo un derrame del líquido sinovial en la rodilla. Esta es una sustancia viscosa y clara que está en las articulaciones y es fundamental para su movilidad, ya que evita la fricción y el desgaste de los cartílagos. Luego de la lesión, el médico que lo atendió le recomendó inicialmente inmovilidad absoluta, pero después le sugirió, según los documentos que estudió el equipo, el uso de muletas durante, por lo menos, 13 meses. El escritor no dejaría de usar un bastón el resto de su vida.
Ese uso reiterado y persistente comenzó a desgastar sus manos, especialmente, la derecha, con la que sostenía el bastón. La “deambulación asistida por muletas y bastón”, explican los médicos, impone cargas de soporte de peso anormal. El cuerpo aumenta la demanda de energía fisiológica y genera mayores fuerzas en la flexión del brazo. Se estima, por ejemplo, que, para aproximadamente un segundo de tiempo de movilidad se requiere apoyar de 1,1 a 3,4 veces el peso corporal total en las manos.
Es normal que se generen cambios degenerativos y tempranos en las articulaciones del hombro, el codo y la mano a nivel de todas las estructuras (desde las nerviosas hasta las óseas), como lo revelan los restos de Carrasquilla. Sus huesos, detalló el equipo, presentan quistes; algunos puntos negros y un brillo especial, los signos más evidentes de la artrosis.
Entre 1934 y 1936 Carrasquilla recibió la visita del también escritor antioqueño Fernando González. En la foto que sobrevive de aquella reunión, el autor de La marquesa de Yolombó aparece con un cigarrillo en la mano derecha y la mano izquierda en una extraña posición invertida.
“Esa curvita que se alcanza a ver en su mano izquierda es una fractura”, explica Monsalve. En específico, el análisis de sus huesos revela que Carrasquilla sufrió una fractura no tratada de muñeca de Colles, conocida por el rompimiento del radio (el más grande de los huesos que van del codo a la muñeca), cerca de la muñeca. Este tipo de lesiones suelen ser causadas por golpes fuertes y los investigadores creen que pudo deberse a una caída.
“Cuando te vas a caer, lo natural es extender la palma de la mano en posición supina para amortiguar el golpe, pero en ese proceso se corren otros riesgos, como el de invertir la fractura, que fue lo que es posible que le haya pasado a él. Esto, además, fracturó el escafoides (uno de los huesos pequeños de la muñeca)”, agrega Monsalve.
Esto le produjo a Carrasquilla algo conocido como pseudoartrosis en toda la muñeca izquierda, una condición que ocurre cuando el hueso carece de estabilidad o flujo sanguíneo. Para que esto pasara, los investigadores suponen que la fractura debió ser muy grande y dolorosa. Los tiempos bohemios del antioqueño no terminaron nunca, pero sí cambiaron abruptamente una noche de 1927.
Osteoporosis, diabetes y una amputación
“En la familia hay varias anécdotas, recuerdos que se siguen contando con los años. Mis papás, que nunca lo vieron caminar, contaban que Tomasito nunca quiso que lo transportaran en una silla de ruedas. Siempre estaba en una mecedora, de esas que son tradicionales en Medellín y que había que arrastrar por todos lados”, recuerda Arango, su sobrino nieto. Desde su mecedora, Carrasquilla recibía visitas y animaba las muchas tertulias en su casa, de la calle de Bolivia, o en la finca de la familia, ubicada en La Estrella.
A esa silla quedó postrado una noche de mediados de 1927. Su amigo Ernesto Vate lo encontró tirado en una vía pública de Medellín. Fue reportado entonces como un ataque de ciática. El ciático es un nervio que se extiende desde la parte inferior de la columna vertebral, pasa por las nalgas y se ramifica hacia abajo por la parte posterior de cada pierna y hasta los pies. Es el más largo y el más ancho del cuerpo humano y cuando se ve irritado o comprimido provoca un dolor intenso que puede generar inmovilidad, lo que se pensó le pasó esa noche a Carrasquilla.
“Sin embargo, al revisar su esqueleto, nosotros estamos sosteniendo otra hipótesis”, dice Monsalve. El equipo cree que es posible que la incapacidad absoluta de movilidad que tuvo a partir de esa fecha el escritor antioqueño se deba, también, a una lesión de cadera que no se había reportado y que nadie de la familia conocía. Los restos del autor revelan una fractura en el fémur derecho. Su curación inadecuada habría producido algo que los médicos llaman eburnación, un proceso de fricción entre las articulaciones que produce un intenso dolor.
Es decir, es posible que desde 1927, casi 12 años antes de su muerte, Carrasquilla haya estado sometido a un dolor agudo que no lo dejó caminar más. Aunque no hay certeza de cómo se habría fracturado, los investigadores detallan que se trata de una típica lesión de fragilidad, frecuente en adultos mayores. Por aquel año, el antioqueño ya tenía casi 70 años y sus huesos estaban debilitados debido a la osteoporosis que sufría y a otras enfermedades que afectan la calidad y densidad ósea.
Durante sus últimos diez años de vida, la fragilidad física lo acompañó. Padecía osteoporosis, diabetes, unas cataratas que lo tenían casi ciego y reumatismo. Sus arterias estaban inflamadas por la formación de coágulos sanguíneos en algo conocido médicamente como arteritis obliterante, lo que, según su médico, le provocó gangrena seca y obligó a la amputación de la pierna izquierda. Es posible, sin embargo, que esta arteritis no fuera la única responsable de ello.
“Al analizar los huesos de su extremidad derecha, encontramos una serie de afectaciones en sus falanges muy típicas del pie diabético”, dice Monsalve. No está claro si la amputación de su extremidad izquierda se debió a la gangrena seca como una respuesta de la arteritis o como un síntoma de pie diabético. Lo que sí parece muy probable es que si hubiera vivido más, es posible que Carrasquilla hubiera perdido también el pie derecho.
“Con todo esto, y después de describir las dolencias que tenía, yo quisiera que la gente se devolviera y dimensionara el momento en el que escribió Hace tiempos: memorias de Eloy Gamboa”, pide la profesora. Como el mismo Carrasquilla lo cuenta, estaba tullido cuando dictó una obra de tres volúmenes y más de 200 personajes, considerada una de sus creaciones más destacadas y en la que reflejó su estilo y una exploración, justamente, de la vida y del día a día.
El 19 de diciembre de 1940, cinco días después de la amputación del pie izquierdo, el doctor Alberto Saldarriaga, quien lo atendió, escribió: “Fue necesario amputar el muslo. El señor Carrasquilla soportó bien el acto quirúrgico, pero a los pocos días sucumbió por uremia”. Tras 82 años, el esqueleto de Tomás Carrasquilla revela que el escritor habitó un cuerpo que, en medio de la enfermedad y el dolor, conservó durante toda su vida un cráneo hermoso, finaliza Monsalve, tan robusto y sólido como el de un joven de 20 años.