Tras el sueño de controlar el dengue
En la Universidad de Antioquia, el médico Iván Darío Vélez lleva varios años implementando una novedosa estrategia para controlar la enfermedad transmitida por el mosquito “Aedes aegypti”. Sus prometedores resultados señalan un posible camino para evitar futuros brotes. Además, su trabajo ha permitido poner el foco en un grupo de enfermedades que no suelen interesar mucho a las multinacionales farmacéuticas.
Sergio Silva Numa
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¿Recuerda cómo empezó su camino como científico y cómo se comenzó a involucrar con las enfermedades desatendidas?
Yo estudié Medicina en la Universidad de Antioquia en los años 70. Era una época en la que había muchos paros y cierres prolongados en la universidad y yo aproveché para trabajar con profesores en sus laboratorios. Había semilleros de investigación en los que me fui involucrando cada vez más. Estaban dirigidos por los doctores Ángela Restrepo, William Rojas y Carlos Jaramillo. Eso me permitió, cuando terminé medicina, hacer una pasantía a las Universidades de Wisconsin y de Notre Dame, en Estados Unidos. Allá hice entrenamiento en las colonias de mosquitos que transmiten el dengue. De regreso al país solicité hacer el año rural en municipios que tuvieran malaria. Fui, entonces, a Necoclí y a San Pedro de Urabá. Allí, mientras investigaba sobre los zancudos que transmiten la malaria, llegó una delegación de la U. de Antioquia, encabezada por el doctor Saúl Franco, que buscaba seleccionar los lugares para hacer una investigación sobre determinantes sociales de la malaria. Vieron que yo hacía investigación entomológica y me invitaron, para cuando terminara el año rural, a trabajar en la universidad. Me vincularon para reemplazar en la docencia a una profesora.
Ahí empecé como docente ocasional. En 1982, llegó el profesor Jean-Antoine Rioux, de la Universidad de Montpellier, en Francia, un experto internacional en el estudio de la Leishmaniasis. Lo acompañé a varios puntos a buscar pacientes y a capturar mosquitos. El profesor Rioux notó mi interés por la investigación y me invitó a Montpellier a formarme con él en su Laboratorio de Ecología Médica. En poco más de 2 años obtuve diplomas de especialización en Parasitología, Medicina tropical y Leprología e hicimos investigaciones de campo en Marruecos, Túnez, España y Francia.
Volví a la Universidad de Antioquia en junio del 1986 y presenté a la administración de la facultad un documento con la Estrategia para el estudio de leishmaniasis en Colombia, donde explicaba lo que quería hacer para estudiar esta enfermedad en Colombia y su metodología. Así fue como creamos, con estudiantes y jóvenes profesionales de otras facultades, un grupo de investigación multidisciplinario que llamamos el Servicio de Leishmaniasis.
El inicio no fue fácil. No había estímulos para investigar y los primeros trabajos en los focos de transmisión fueron autofinanciados. Estudiamos un brote epidémico de leishmaniasis cutánea que se presentó en Montebello, Antioquia, con características muy diferentes a lo que se conocía de esa enfermedad en el país. Luego escribimos una propuesta de investigación que fue aprobada por el IDRC de Canadá. Fue nuestro primer proyecto aprobado y financiado internacionalmente. Con este dinero fuimos dotando el laboratorio y creciendo el grupo de investigación que, posteriormente, se convirtió en el PECET: el Programa de Estudio y Control de Enfermedades Tropicales, para estudiar no solo la leishmaniasis sino las enfermedades tropicales, especialmente las enfermedades tropicales olvidadas.
Hacer ciencia con enfermedades olvidadas no suena nada fácil…
Las Enfermedades Tropicales Olvidadas son enfermedades que tienen una característica especial: afectan a muchas personas en países subdesarrollados, especialmente las que viven en zonas rurales, personas que son ignoradas por los gobiernos y los sistemas de salud y que no son de interés de las multinacionales farmacéuticas, porque son enfermedades de pobres.
Para una multinacional no es un buen negocio desarrollar medicamentos para tratarlas. En nuestro trabajo permanente en zonas rurales, atendíamos a los pacientes, éramos testigos de la magnitud de estos problemas, pero no teníamos buenos procedimientos diagnósticos ni medicamentos para tratarlos. Tampoco se habían desarrollado medidas de prevención y de control. Éramos conscientes de que había una situación injusta con estas poblaciones y que debíamos buscar soluciones.
Por los resultados de nuestros trabajos fuimos invitados a participar de varios comités de la Organización Mundial de la Salud (OMS), donde se sabía que era necesario buscar medicamentos, vacunas y medidas de prevención para estas enfermedades olvidadas. Hicimos parte de un grupo de cuatro países, Japón, China, Tailandia y Colombia, que organizamos y ofrecimos un Doctorado para el desarrollo de productos, es decir, de medicamentos, vacunas y medidas de prevención, con la idea de crear capacidad en los países para desarrollar productos con el apoyo local, sin depender de una multinacional.
Comenzamos en 1987, financiados por la OMS, a hacer ensayos clínicos de medicamentos para la Leishmaniasis. Luego, en 1995, empezamos a evaluar vacunas, inicialmente para la leishmaniasis, pero también para otras enfermedades. Pero no era suficiente; era preciso crear capacidad local para hacer desarrollos propios de medicamentos para nuestras poblaciones olvidadas, que fueran más seguros, más económicos y de mayor asequibilidad. Hicimos, entonces, un llamado a la empresa farmacéutica nacional, a grupo de investigación de otras universidades, a la IPS universitaria y, con el apoyo de la Administración central de la universidad, creamos una corporación privada sin ánimo de lucro que se llama CIDEPRO: Corporación de Investigaciones para Desarrollar Productos. Hoy ya tenemos 12 patentes y productos que están pendientes de aprobación por parte del Invima para salir al mercado. Para la leishmaniasis cutánea desarrollamos unas cremas que han mostrado ser seguras y eficaces.
Dentro del grupo de las enfermedades que hemos trabajado para controlar está el dengue.
El dengue es, ahora, una de sus principales líneas de investigación. ¿Cómo surge esa idea de infectar mosquitos con la bacteria Wolbachia para inhibir la capacidad de transmisión?
Sabemos que el dengue es un problema muy grave, así que empezamos a estudiarlo, a tratar de entender la historia natural de la enfermedad, con búsqueda activa de pacientes, analizando los criaderos de los mosquitos que lo transmiten y a evaluar si eran susceptibles o no a los insecticidas que usaba el Gobierno. Llevamos a cabo los estudios Fase I y Fase II de una vacuna. Por esos días, recibimos la visita del profesor Scott O’Neil de la Universidad de Monash, de Australia, quien conocía nuestros trabajos. Nos propuso evaluar en Colombia el método que había desarrollado para controlar el dengue. Se trataba de liberar mosquitos con una bacteria que se llama Wolbachia. A mí me pareció fascinante esa metodología; le dije que sí, y empezamos a trabajar en 2013.
¿Por qué ha sido novedoso ese método?
El método consiste en liberar mosquitos Aedes aegypti criados en el laboratorio y que albergan una bacteria que se llama Wolbachia. La idea es que esos mosquitos liberados se apareen con mosquitos locales y pasen la bacteria a su descendencia; así se extiende en la población local de mosquitos. Esos insectos con Wolbachia, no pueden transmitir dengue, ni zika, ni chikungunya. Tampoco la fiebre amarilla, ni el virus de Mayaro. Es una bacteria que no le produce absolutamente ningún problema a un humano, porque no infecta a células de mamíferos. Es una estrategia extremadamente segura.
Recordemos que en 2014 tuvimos en América Latina una gran epidemia de Chikungunya; al año siguiente, la epidemia fue de Zika y en 2016, de dengue. Todas esas enfermedades son transmitidas por el mismo mosquito: el Aedes aegypti, a pesar del enorme esfuerzo hecho por el Ministerio de Salud y las secretarías de Salud para esparcir toneladas de insecticidas, que no lograban controlar la transmisión. Así que hicimos una prueba piloto en el barrio París, de Bello. Fue muy exitosa, comprobamos la aceptación de la comunidad a la liberación de mosquitos con Wolbaquia.
Después ampliamos las liberaciones a toda la ciudad de Bello y, luego, a todo Medellín e Itagüí. Ha sido el despliegue más grande que se ha hecho en el mundo, en los 11 países donde se ha estado utilizando la Wolbachia. Estamos impactando positivamente a más de 3,3 millones de habitantes. Eso implicó dividir cada ciudad, en total más de 130 kilómetros cuadrados, en cuadraditos de 50 por 50 metros. A cada cuadradito fuimos semanalmente, durante 20 semanas, a liberar unos 120 o 130 mosquitos por semana.
Para lograr esto fue preciso construir un gran insectario que permite atender las necesidades de suministro de mosquitos con Wolbaquia no solo de Colombia, sino de otros países de América Latina. Fuimos muy cuidadosos e hicimos un gran programa de socialización con las comunidades, que nos dieron todo su respaldo. Una encuestadora independiente nacional encontró que lmás del 90% de la gente de Medellín, Bello e Itagüí conocía y respaldaba el control biológico con Wolbachia. Fue algo extraordinario. Hoy la estrategia se está implementando en Cali, con el World Mosquito Program, para proteger a los habitantes de esa ciudad, que por décadas han sufrido el dengue.
Ayúdenos a entender mejor esos resultados…
En Colombia, desde el año 2001 es obligatorio notificar los casos de dengue. El Instituto Nacional de Salud publica el número de casos diagnosticados semanalmente en cada ciudad de Colombia. Hubo años en los que Medellín era la segunda ciudad con mayor en número de casos de dengue. En el año 2016 se notificaron cerca de 18.000 casos en la ciudad. Pero con la liberación de mosquitos con Wobachia, pasamos a ser una de las ciudades con menor número de casos de las zonas endémicas. Las liberaciones en Medellín terminaron en el 2019 y en el 2021 y 2022, mientras Colombia estaba en brote epidémico, en Bello, Medellín e Itagüí, tuvimos los menores números históricos de casos de dengue. ¡Los menores números de casos en más de 20 años, desde que es obligatoria la notificación de los casos! Esto es un hito de investigación - acción, de la investigación operativa, donde la Universidad, de la mano de una entidad como el World Mosquito Program, enfrenta un problema importante de salud pública y logra resultados realmente extraordinarios.
¿Eso quiere decir que podemos soñar en algún momento con detener las epidemias de dengue?
La experiencia internacional, como lo muestra el World Mosquito Program en muchos países, es que donde se empiezan a liberar mosquitos con Wolbaquia, no vuelve a presentarse brotes epidémicos. Más aún, no solo evita los brotes, sino que controla la transmisión de la enfermedad. Se acepta que una enfermedad está controlada cuando el número de casos es tan poco, que deja de ser un problema de salud pública. Cuando estuve hace poco, en Villavicencio y en Riohacha, había brotes de dengue que coparon totalmente la capacidad de los hospitales locales y pude observar pacientes con síntomas de alarma, acostados en camillas en los corredores. El hospital estaba totalmente desbordado. Hay que tener en cuenta que en Colombia, más de la mitad de los pacientes con dengue tienen signos de alarma y hay que hospitalizarlos.
Entonces, si tenemos, por ejemplo, 80,000 o 100,000 casos anuales, estamos hablando de 40 mil o 50 mil hospitalizaciones en zonas de transmisión del dengue. Esto desborda las capacidades del sistema. Pero cuando yo logro, con la Wolbachia, controlar la enfermedad, no vuelvo a tener brotes. Así gana la comunidad, que va a estar más sana; ganan las EPS y las IPS, y va a haber mayor capacidad para atender a los pacientes con otras enfermedades. También contribuye a tener un país más sano y menos pobre, al no tener que invertir mayores recursos por causa del dengue. Esto, además, contribuye al logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
¿Y qué hace falta para que lleven esa estrategia al resto de municipios donde no ha llegado y donde el dengue es endémico?
Nosotros ya le presentamos nuestros resultados al Ministerio de salud. También les dimos los estudios económicos. Los están estudiando. Yo espero que adopten la estrategia del control biológico con Wolbachia como parte del Programa nacional de control de dengue. Necesitamos que haya voluntad política para que eso suceda. La evidencia científica y la capacidad de lograrlo ya está demostrada.
¿Qué ha sido lo más complejo de sortear en ese camino de desarrollar productos, como medicamentos, contra las enfermedades olvidadas o desatendidas?
Lo más complejo ha sido terminar las fases clínicas del desarrollo del producto, sea un medicamento, una vacuna o una medida de prevención y obtener los registros del Invima. Para desarrollar un medicamento o una vacuna hay que pasar por varias fases: la primera es la de descubrimiento; luego hay que llevar a cabo una serie de estudios preclínicos, en el laboratorio, donde miramos que ese producto no sea tóxico para las células. Luego, pasamos a evaluarlo en animales de laboratorio y si encontramos que es un producto promisorio, pasamos a las fases clínicas, que son en humanos. Eso está supremamente bien regulado y debemos probar el producto en diferentes fases para evaluar la seguridad y la eficacia.
La dificultad es que para hacer un ensayo clínico hay unos requisitos internacionales muy estrictos, como tener un seguro para cada paciente, contratar una empresa para que haga monitoreo y auditorías. También hay que pagar a las autoridades regulatorias, desde comités de ética hasta al Invima, y todo eso vale muchísimo dinero; tanto que en Colombia no hay ninguna entidad que financie los estudios clínicos. Solo las multinacionales farmacéuticas tienen capacidad de llevarlos a cabo y así caemos en un círculo vicioso: a pesar de tener el interés y la capacidad y medicamentos muy promisorios, no se puede terminar el proceso de desarrollar medicamentos contra las enfermedades olvidadas.
Entonces, nosotros estamos listos para terminar las evaluaciones clínicas de los productos que hemos desarrollado y tenemos patentados, pero no hay en Colombia nadie que financie esto. Hablamos de varios millones de dólares. Estamos en ese cuello de botella. A pesar de las gestiones, no hemos logrado ofrecer productos registrados para las enfermedades olvidadas.
¿Pero siente que con la pandemia cambió algo? ¿No le ponen más atención a la investigación en salud?
La pandemia tuvo la gran ventaja que hizo consciente al Estado, en este caso al Ministerio de Salud, de que Colombia tiene que invertir en crear capacidad para desarrollar productos. Eso les quedó muy claro. Con el anterior ministro de Salud estuvimos en la India, viendo las industrias farmacéuticas, aprendiendo de la experiencia del país y firmando convenios para transferencia de tecnología para desarrollar vacunas. Ya hay algunas iniciativas nacionales en este sentido. En Bogotá, por ejemplo, está en marcha una propuesta muy interesante para hacer una fábrica de vacunas, de la mano de la secretaría de Salud y de la Alcaldía. En Medellín se creó una empresa privada también para fabricar vacunas; lo mismo está ocurriendo en Cali. Estas son consecuencias positivas de la pandemia que sufrimos.
Pero, ahora, necesitamos impulsar medicamentos para enfermedades tropicales, un tema muy desatendido. Nosotros venimos trabajando desde hace muchos años, juntando industria, sector privado, academia y ya hay más conciencia de la importancia y necesidad de esta iniciativa. Ahora necesitamos respaldo de las autoridades, del Invima, del Ministerio de Ciencias y, en general, de todo el gobierno y de las entidades financiadoras para hacer una apuesta país y darles, por fin, una primera oportunidad a las poblaciones más olvidadas, que son las que más sufren las enfermedades tropicales desatendidas.
Nuevos lideragos en salud
Olga Lucía Sarmiento
La profesora Olga Lucía Sarmiento no necesita presentación entre quienes se mueven en el mundo de la salud. Médica, máster en salud pública y Ph. D. en Epidemiología de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, Sarmiento ha liderado estudios sobre la relación entre el ambiente y la promoción de hábitos saludables en poblaciones de nuestro país y de América Latina. Según el AD Scientific Index, está en el segundo lugar en el listado de investigadores colombianos en el área de ciencias de la salud.
Carolina Wiesner
El Instituto Nacional de Cancerología se ha convertido en una entidad pública esencial para los pacientes oncológicos y quienes investigan esta enfermedad. Su liderazgo ha sido posible, en gran parte, a la gestión de Carolina Wiesner, quien, desde hace 9 años, es su directora. Uno de sus últimos logros fue impulsar en el Congreso una ley que le dio autonomía técnica y financiera a este instituto.
Andrea Gálvez
En abril del 2022 la revista “The New England Journal of Medicine” publicó los resultados de una investigación que le dio la vuelta al mundo: un grupo del centro NeuroRestore, en Suiza, logró hacer caminar a cuatro personas, tres de ellas parapléjicas. En el equipo de científicos estaba Andrea Gálvez, neuroingeniera colombiana. En el proceso estuvo encargada de parte mecánica, del “software” y de los elementos que permitieron obtener un resultado exitoso.