Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El libro Cuarenta años de periodismo médico, del “Doctor Juanito”, como le decían cariñosamente, cuenta que hace 60 años un veinteañero subía las estrechas escaleras de caracol de la redacción de El Espectador con la firme convicción de convertirse en reportero. Acababa de perder una beca para estudiar medicina por apoyar la fatal movilización estudiantil de 1954. Aunque estaba en primera línea, se salvó de milagro cuando retrocedió unos metros a buscar algo y oyó los disparos que mataron a dos de sus compañeros.
Tiempo después, ya en la redacción del periódico, se encontró de frente con un desconocido: “¿Usted sabe dónde puedo encontrar a Fidel Cano”. Así empezó la larga relación de Mendoza Vega con el periodismo, junto a otras grandes plumas de la época, como Felipe González Toledo, Gabo o don Guillermo Cano, quien fue incluso su padrino de bodas. Luego Mendoza se volvería neurocirujano de la Universidad Nacional y abandonaría la redacción, pero no su “Columna médica”, un referente del periodismo científico en el país que se imprimió durante 40 años en estas páginas.
De acuerdo con su colega José Félix Patiño, “era un intelectual puro, un académico de verdad”. Fue presidente de la Asociación Colombiana de Periodistas Científicos, a la vez que lo fue de la Academia Nacional de Medicina, entre otras. De su vida de neurocirujano se retiró “antes de que lo retiraran”, cuando le empezó a fallar el pulso.
Cuando llegó a la presidencia de la Academia Nacional de Medicina, dijo así en una entrevista en El Tiempo: “Es que la salud ha sido tratada como mercancía (...). Nosotros hemos propuesto que el sistema de la salud se centre en la persona. Que prime el concepto de salud, no de enfermedad. Empezar a formar médicos que cuiden la salud será un cambio en la manera de enseñar la medicina”.
Aunque se le considera uno de los médicos y bioeticistas más importantes del país, su aporte más grande a la ética de la medicina colombiana son los debates sobre la muerte asistida que asumió como profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad del Rosario y como presidente de la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente.
Su definición de “medicina” puede ser esclarecedora con respecto a su postura: “Profesión rara y singular (…) Quien entra en ella antepone los intereses de los demás a los suyos propios, hasta llegar, si fuere el caso, a poner su vida en peligro para cuidar las ajenas. Y singular como lo es el empeño de educar a la gente para que no crea en supercherías ni magias”.
Su último trabajo como presidente de la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente consistió en rondar los conceptos que atañan a la muerte para desmitificar el miedo, recordar la mortalidad que acecha a toda hora. Entonces, temas como la eutanasia y la responsabilidad médica en casos de muerte cerebral volvieron a la agenda pública: “La persona humana es persona por las cualidades que la distinguen, entre ellas la libertad para obrar o la capacidad de conciencia para hacer contacto con uno mismo y con lo que lo rodea. Esa cualidad humana se manifiesta a través del cerebro, y si no hay cerebro, no hay vida. Lo que está sobre la cama ya no es una persona”, decía.
Habló muchas veces en salas de redacción, quirófanos, aulas, anfiteatros y auditorios sobre el derecho de irse de manera pacífica, amorosa y amable. Y así se lo procuró: “Mi papá murió en su ley, en su casa. Abrazó la muerte tranquilo, como la profesó en vida”, dijo Pilar su hija.