Un medicamento contra la malaria, ¿la solución soñada contra el coronavirus?
Donald Trump anunció que la hidroxicloroquina podría ayudar a los pacientes con coronavirus. Chinos y coreanos también lo han ensayado. Un grupo de investigadores franceses dio alguna esperanza. Aquí le contamos lo que se sabe sobre este medicamento.
Redacción Vivir*
*Este artículo fue elaborado entre Pablo Correa, Juliana Jaimes, Paula Casas y Camila Taborda y Sergio Silva, periodistas de salud y ciencia de El Espectador.
Si algo tienen las palabras de Donald Trump, sean verdad o mentira, es que se expanden como un mal virus. En una rueda de prensa dijo algo que, por supuesto, lleno de esperanza a unos y de desconfianza a otros: “La hidroxicloroquina es una droga para la malaria, que se usa también para una artritis muy seria, que es muy poderosa y está allí desde hace tiempo. Si las cosas no salen como lo planeamos no va a matar a nadie. Con una droga nueva eso no se sabe. Esta droga a demostrado resultados muy alentadores. Vamos a hacer que esté disponible casi de inmediato”.
En esas palabras Trump recogió algo que la farmacología viene sospechando hace unos años: que el viejo medicamento para tratar la malaria parece tener cierto efecto contra virus pertenecientes a la misma familia que el nuevo coronavirus SARS-CoV-2.
Uno de los primeros artículos en sugerir ese potencial uso para la cloroquina fue el publicado en 2006 por el científico Martin J Vincent, del Centers for Disease Control and Prevention en la revista Virology. Luego de hacer pruebas sólo con células, el grupo de Vincent concluyó que “la cloroquina es efectiva para prevenir la propagación del virus en el cultivo celular... El hecho de que la cloroquina ejerza un efecto antiviral durante las condiciones previas y posteriores a la infección sugiere que es probable que tenga ventajas tanto profilácticas como terapéuticas”.
Pero el estudio que por estos días está circulando en grupos de WhastApp de médicos colombianos, generando esperanza frente al miedo detonado por la pandemia, es uno firmado por un Philippe Gautret como cabeza de un amplio grupo de investigadores de varias instituciones en Francia y en revisión para ser publicado en el International Journal of Antimicrobial Agents. Como muchos de los más de 44.000 publicaciones científicas que han aparecido sobre coronavirus en los últimos tres meses, el trabajo no ha pasado todos los tradicionales filtros de verificación médica. Sin embargo, permite entender de donde viene el optimismo de Trump y otras personas.
Lo que hicieron a contrarreloj los franceses, que ya suman 10.886 contagiados por SARS-Cov-2 en su país, fue reclutar a 36 pacientes desde principios de marzo hasta el 16 de marzo. Seis pacientes eran asintomáticos, 22 tenían síntomas de infección del tracto respiratorio superior y ocho tenían síntomas de infección del tracto respiratorio inferior. Veinte de ellos recibieron 600 mg de hidroxicloroquina diariamente. En las conclusiones del trabajo se mostraron optimistas: “A pesar del pequeño tamaño de la muestra, nuestro estudio muestra que el tratamiento con hidroxicloroquina se asocia significativamente con la reducción / desaparición de la carga viral en pacientes con COVID-19 y su efecto se ve reforzado por la azitromicina”. Carga viral se refiere a la cantidad del virus en un organismo.
Tanto los indicios arrojados por las pruebas con células, en 2006, así como la leve evidencia clínica posterior llevaron a los médicos chinos y coreanos, dos de los lugares donde la actual pandemia se manifestó con más fuerza, a arriesgarse en el uso de este fármaco para atender algunos de los pacientes que llegaron a sus hospitales.
Un consenso médico publicado por un grupo de colaboración del Departamento de Ciencia y Tecnología de la Provincia de Guangdong y la Comisión de Salud de la Provincia de Guangdong envió un mensaje muy claro: “Todavía no hay un medicamento específico”. Sin embargo, anotaron: “Encontramos que tratar a los pacientes diagnosticados con neumonía por coronavirus novedoso con cloroquina podría mejorar la tasa de éxito del tratamiento, acortar la estadía en el hospital y mejorar el resultado del paciente”.
El consenso recomendó “una tableta de fosfato de cloroquina, 500 mg dos veces al día durante 10 días para pacientes diagnosticados como casos leves, moderados y severos de neumonía por coronavirus novedosos y sin contraindicaciones para la cloroquina”. Algo similar recomendaron las autoridades sanitarias a los médicos coreanos.
¿Es la hidroxicloroquina la bala mágica contra el coronavirus?
Carlos Álvarez, médico infectólogo y expresidente de la Asociación Colombiana de Infectología, luego de leer el artículo publicado por los franceses comentó a El Espectador que “acerca del uso de la cloroquina más azitromicina para el tratamiento del Covid-19 es importante tener en cuenta que lo que muestra el estudio con muy pocos pacientes es la presencia del virus se disminuye cuando se entrega el medicamento”.
Para Álvarez, esto sin duda es promisorio porque “potencialmente” podría ser útil para ayudar a que la persona infectada transmita mucho menos el virus, “disminuyendo la posibilidad de contagio en la población”. Pero fue enfático en que “no se puede con estos pocos datos llegar a concluir nada definitivo. Se requiere un estudio mucho mejor diseñado con muchos más pacientes para corroborar que eso si es efectivo”.
El médico y epidemiólogo clínico Jorge Acosta, de La escuela de salud pública de Uninorte, también evaluó el artículo. Una primera observación de su parte es que la única forma de confiar en las conclusiones de un estudio es que haya sido diseñado siguiendo los más altos estándares de la ciencia. No es el caso de ese trabajo por el poco tiempo que tuvieron sus autores.
Acosta recordó que ante pandémias o epidemias como la H1N1 “se cometieron algunos errores con algunos medicamentos que también salieron a recomendarse a todo el mundo sin un sustento fuerte”. Semanas y meses después sus autores se vieron en la bochornosa tarea de retractarse. Un primer problema con el trabajo de los franceses, en contra de las pautas para este tipo de trabajos, es que tanto los médicos como los pacientes sabían que estaban tomando la medicación. Esto es una fuente de error porque puede generar sesgos a la hora de evaluar.
“Esto trae el primer problema grande y es que yo puedo evaluar de manera diferente a los pacientes sabiendo si están tomando o no están tomando el medicamento. Sin embargo, los autores hacen algo importante para tratar de suplir esta deficiencia que es la evaluación cuantitativa de la medición de la carga viral en el pacientes, es decir, la cantidad del virus en su organismo. Esto, sepa o no sepa quién está tomando el medicamento es una medición más objetiva”, agregó el médico.
Otro punto muy importante para Acosta es que el “tamaño de muestras es pequeño", lo que impide concluir que esas observaciones apliquen a grupos poblacionales más grandes".
Por último, el médico epidemiólogo Julian Fernandez Niño, un colaborador de El Espectador a lo largo del cubrimiento de esta pandemia, comentó que “un solo ensayo clínico puede ser sugestivo sobre una potencialidad de un tratamiento. Pero en una enfermedad con una variabilidad clínica tan alta como esta a mí me parece que necesitarían ensayos clínicos con un tamaño de muestras más grande y con otros diseños metodológicos más robustos”. Y concluyó: “Yo sería precavido sobre estos resultados”.
Otras alternativas
La búsqueda de alternativas terapéuticas no ha parado. Uno de los grupos en la tarea está en la Universidad de California. Como cuenta el periodista Carl Zimmer en The New York Times, allí, el Grupo de Quantitative Biosciences Institute está buscando tratamientos que protejan las proteínas que permiten que el SARS-COV-2 prospere en los humanos.
Con sus esfuerzos, en palabras de Nevan Krogan, director de este instituto, han logrado en unas pocas semanas lo que, normalmente, les suele tomar dos años de trabajo. “Es lo más agotador y sorprendente”, dijo Krogan, quien hace unos años participó en la creación del primer “mapa” para el VIH, tras identificar las proteínas con las que interactúa.
Con ayuda de los 22 laboratorios que se juntaron para llevar a cabo este nuevo trabajo, en febrero, descubrieron que hay cerca de 400 proteínas que el SARS-COV-2 usa para “prosperar”. Eso les ha permitido probar medicamentos que ya han sido aprobados por la FDA (el Invima de EE.UU.) para otras enfermedades con la esperanza de que alguno funcione para tratar el Covid-19. Por el momento, dice The New York Times, hay 50 candidatos prometedores, de los cuales, diez fueron enviados a otro grupo de científicos en Nueva York.
Adolfo García-Sastre, director del Instituto de Salud Global y Patógenos Emergentes de la Escuela de Medicina Icahn en el Hospital Mount Sinai, fue quien los recibió. El pasado fin de semana empezó a ensayarlos en células de monos que, previamente, había infectado con el SARS-COV-2. Aunque aún es muy pronto para saber qué funcionó y qué no. En una semana, dijo García-Sastre, apenas tendrán algunos datos.
Otro de los grupos que recibió los medicamentos está en el Instituto Pasteur, en París, Francia. Dependiendo de si encuentran una ruta que indique la posibilidad de un tratamiento, empezarán pruebas en animales. Como en el caso de García-Sastre, aún se requiere tiempo para dar conclusiones. A la hora de ensayar un medicamento en humanos es indispensable tener certeza de que son seguros y que no va a generar graves efectos secundarios.
Pero, además de este gran grupo internacional, hay otro dos que están buscando medicamentos para combatir el SARS-COV-2. Uno está en la U. de Stanford, cuyos integrantes optaron por usar la conocida técnica de edición genética CRISPR. Otro más, como lo reportó la revista Nature, está probando la efectividad de antirretrovirales que ya son usados como el remdesivir.
*Este artículo fue elaborado entre Pablo Correa, Juliana Jaimes, Paula Casas y Camila Taborda y Sergio Silva, periodistas de salud y ciencia de El Espectador.
Si algo tienen las palabras de Donald Trump, sean verdad o mentira, es que se expanden como un mal virus. En una rueda de prensa dijo algo que, por supuesto, lleno de esperanza a unos y de desconfianza a otros: “La hidroxicloroquina es una droga para la malaria, que se usa también para una artritis muy seria, que es muy poderosa y está allí desde hace tiempo. Si las cosas no salen como lo planeamos no va a matar a nadie. Con una droga nueva eso no se sabe. Esta droga a demostrado resultados muy alentadores. Vamos a hacer que esté disponible casi de inmediato”.
En esas palabras Trump recogió algo que la farmacología viene sospechando hace unos años: que el viejo medicamento para tratar la malaria parece tener cierto efecto contra virus pertenecientes a la misma familia que el nuevo coronavirus SARS-CoV-2.
Uno de los primeros artículos en sugerir ese potencial uso para la cloroquina fue el publicado en 2006 por el científico Martin J Vincent, del Centers for Disease Control and Prevention en la revista Virology. Luego de hacer pruebas sólo con células, el grupo de Vincent concluyó que “la cloroquina es efectiva para prevenir la propagación del virus en el cultivo celular... El hecho de que la cloroquina ejerza un efecto antiviral durante las condiciones previas y posteriores a la infección sugiere que es probable que tenga ventajas tanto profilácticas como terapéuticas”.
Pero el estudio que por estos días está circulando en grupos de WhastApp de médicos colombianos, generando esperanza frente al miedo detonado por la pandemia, es uno firmado por un Philippe Gautret como cabeza de un amplio grupo de investigadores de varias instituciones en Francia y en revisión para ser publicado en el International Journal of Antimicrobial Agents. Como muchos de los más de 44.000 publicaciones científicas que han aparecido sobre coronavirus en los últimos tres meses, el trabajo no ha pasado todos los tradicionales filtros de verificación médica. Sin embargo, permite entender de donde viene el optimismo de Trump y otras personas.
Lo que hicieron a contrarreloj los franceses, que ya suman 10.886 contagiados por SARS-Cov-2 en su país, fue reclutar a 36 pacientes desde principios de marzo hasta el 16 de marzo. Seis pacientes eran asintomáticos, 22 tenían síntomas de infección del tracto respiratorio superior y ocho tenían síntomas de infección del tracto respiratorio inferior. Veinte de ellos recibieron 600 mg de hidroxicloroquina diariamente. En las conclusiones del trabajo se mostraron optimistas: “A pesar del pequeño tamaño de la muestra, nuestro estudio muestra que el tratamiento con hidroxicloroquina se asocia significativamente con la reducción / desaparición de la carga viral en pacientes con COVID-19 y su efecto se ve reforzado por la azitromicina”. Carga viral se refiere a la cantidad del virus en un organismo.
Tanto los indicios arrojados por las pruebas con células, en 2006, así como la leve evidencia clínica posterior llevaron a los médicos chinos y coreanos, dos de los lugares donde la actual pandemia se manifestó con más fuerza, a arriesgarse en el uso de este fármaco para atender algunos de los pacientes que llegaron a sus hospitales.
Un consenso médico publicado por un grupo de colaboración del Departamento de Ciencia y Tecnología de la Provincia de Guangdong y la Comisión de Salud de la Provincia de Guangdong envió un mensaje muy claro: “Todavía no hay un medicamento específico”. Sin embargo, anotaron: “Encontramos que tratar a los pacientes diagnosticados con neumonía por coronavirus novedoso con cloroquina podría mejorar la tasa de éxito del tratamiento, acortar la estadía en el hospital y mejorar el resultado del paciente”.
El consenso recomendó “una tableta de fosfato de cloroquina, 500 mg dos veces al día durante 10 días para pacientes diagnosticados como casos leves, moderados y severos de neumonía por coronavirus novedosos y sin contraindicaciones para la cloroquina”. Algo similar recomendaron las autoridades sanitarias a los médicos coreanos.
¿Es la hidroxicloroquina la bala mágica contra el coronavirus?
Carlos Álvarez, médico infectólogo y expresidente de la Asociación Colombiana de Infectología, luego de leer el artículo publicado por los franceses comentó a El Espectador que “acerca del uso de la cloroquina más azitromicina para el tratamiento del Covid-19 es importante tener en cuenta que lo que muestra el estudio con muy pocos pacientes es la presencia del virus se disminuye cuando se entrega el medicamento”.
Para Álvarez, esto sin duda es promisorio porque “potencialmente” podría ser útil para ayudar a que la persona infectada transmita mucho menos el virus, “disminuyendo la posibilidad de contagio en la población”. Pero fue enfático en que “no se puede con estos pocos datos llegar a concluir nada definitivo. Se requiere un estudio mucho mejor diseñado con muchos más pacientes para corroborar que eso si es efectivo”.
El médico y epidemiólogo clínico Jorge Acosta, de La escuela de salud pública de Uninorte, también evaluó el artículo. Una primera observación de su parte es que la única forma de confiar en las conclusiones de un estudio es que haya sido diseñado siguiendo los más altos estándares de la ciencia. No es el caso de ese trabajo por el poco tiempo que tuvieron sus autores.
Acosta recordó que ante pandémias o epidemias como la H1N1 “se cometieron algunos errores con algunos medicamentos que también salieron a recomendarse a todo el mundo sin un sustento fuerte”. Semanas y meses después sus autores se vieron en la bochornosa tarea de retractarse. Un primer problema con el trabajo de los franceses, en contra de las pautas para este tipo de trabajos, es que tanto los médicos como los pacientes sabían que estaban tomando la medicación. Esto es una fuente de error porque puede generar sesgos a la hora de evaluar.
“Esto trae el primer problema grande y es que yo puedo evaluar de manera diferente a los pacientes sabiendo si están tomando o no están tomando el medicamento. Sin embargo, los autores hacen algo importante para tratar de suplir esta deficiencia que es la evaluación cuantitativa de la medición de la carga viral en el pacientes, es decir, la cantidad del virus en su organismo. Esto, sepa o no sepa quién está tomando el medicamento es una medición más objetiva”, agregó el médico.
Otro punto muy importante para Acosta es que el “tamaño de muestras es pequeño", lo que impide concluir que esas observaciones apliquen a grupos poblacionales más grandes".
Por último, el médico epidemiólogo Julian Fernandez Niño, un colaborador de El Espectador a lo largo del cubrimiento de esta pandemia, comentó que “un solo ensayo clínico puede ser sugestivo sobre una potencialidad de un tratamiento. Pero en una enfermedad con una variabilidad clínica tan alta como esta a mí me parece que necesitarían ensayos clínicos con un tamaño de muestras más grande y con otros diseños metodológicos más robustos”. Y concluyó: “Yo sería precavido sobre estos resultados”.
Otras alternativas
La búsqueda de alternativas terapéuticas no ha parado. Uno de los grupos en la tarea está en la Universidad de California. Como cuenta el periodista Carl Zimmer en The New York Times, allí, el Grupo de Quantitative Biosciences Institute está buscando tratamientos que protejan las proteínas que permiten que el SARS-COV-2 prospere en los humanos.
Con sus esfuerzos, en palabras de Nevan Krogan, director de este instituto, han logrado en unas pocas semanas lo que, normalmente, les suele tomar dos años de trabajo. “Es lo más agotador y sorprendente”, dijo Krogan, quien hace unos años participó en la creación del primer “mapa” para el VIH, tras identificar las proteínas con las que interactúa.
Con ayuda de los 22 laboratorios que se juntaron para llevar a cabo este nuevo trabajo, en febrero, descubrieron que hay cerca de 400 proteínas que el SARS-COV-2 usa para “prosperar”. Eso les ha permitido probar medicamentos que ya han sido aprobados por la FDA (el Invima de EE.UU.) para otras enfermedades con la esperanza de que alguno funcione para tratar el Covid-19. Por el momento, dice The New York Times, hay 50 candidatos prometedores, de los cuales, diez fueron enviados a otro grupo de científicos en Nueva York.
Adolfo García-Sastre, director del Instituto de Salud Global y Patógenos Emergentes de la Escuela de Medicina Icahn en el Hospital Mount Sinai, fue quien los recibió. El pasado fin de semana empezó a ensayarlos en células de monos que, previamente, había infectado con el SARS-COV-2. Aunque aún es muy pronto para saber qué funcionó y qué no. En una semana, dijo García-Sastre, apenas tendrán algunos datos.
Otro de los grupos que recibió los medicamentos está en el Instituto Pasteur, en París, Francia. Dependiendo de si encuentran una ruta que indique la posibilidad de un tratamiento, empezarán pruebas en animales. Como en el caso de García-Sastre, aún se requiere tiempo para dar conclusiones. A la hora de ensayar un medicamento en humanos es indispensable tener certeza de que son seguros y que no va a generar graves efectos secundarios.
Pero, además de este gran grupo internacional, hay otro dos que están buscando medicamentos para combatir el SARS-COV-2. Uno está en la U. de Stanford, cuyos integrantes optaron por usar la conocida técnica de edición genética CRISPR. Otro más, como lo reportó la revista Nature, está probando la efectividad de antirretrovirales que ya son usados como el remdesivir.