Valiente: el proyecto que conecta la tradición wayúu con la educación sexual
La Guajira es un departamento con altos índices de embarazo y violencias basadas en género, pero un proyecto está tratando de cambiar esa realidad desde los colegios, hablando y haciendo pedagogía sobre derechos sexuales y reproductivos. Así están intentando que dialogue con la cosmogonía de los wayúus.
Luisa Fernanda Orozco
En una cafetería al aire libre, más de una decena de niñas y niños entre los 15 y 17 años se sientan en mesa redonda. Están en el internado Indígena Camino Verde, a las afueras de Uribia, en La Guajira, acompañados de Aura Iguarán, gestora social del proyecto pero que para muchos es “la profe”. Ella es la única que está de pie. De hecho, el semblante le cambia, se vuelve más serio, cuando comienza a señalar un muro en el que están escritas diferentes preguntas: “ITS: Infecciones de Transmisión Sexual. ¿Cómo se transmiten? ¿Qué síntomas tienen? ¿Se pueden curar?”. La idea es que sean ellos, sus estudiantes, quienes las respondan. Todos pertenecen al pueblo Wayúu, incluida Iguarán, quien visita el internado solo una vez a la semana para dictar una clase que hace parte de un proyecto mucho más grande, llamado “Valiente”.
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En una cafetería al aire libre, más de una decena de niñas y niños entre los 15 y 17 años se sientan en mesa redonda. Están en el internado Indígena Camino Verde, a las afueras de Uribia, en La Guajira, acompañados de Aura Iguarán, gestora social del proyecto pero que para muchos es “la profe”. Ella es la única que está de pie. De hecho, el semblante le cambia, se vuelve más serio, cuando comienza a señalar un muro en el que están escritas diferentes preguntas: “ITS: Infecciones de Transmisión Sexual. ¿Cómo se transmiten? ¿Qué síntomas tienen? ¿Se pueden curar?”. La idea es que sean ellos, sus estudiantes, quienes las respondan. Todos pertenecen al pueblo Wayúu, incluida Iguarán, quien visita el internado solo una vez a la semana para dictar una clase que hace parte de un proyecto mucho más grande, llamado “Valiente”.
El proyecto surgió en 2019 como una iniciativa de Profamilia y la embajada de Canadá para hacer pedagogía sobre derechos sexuales y reproductivos en niñas, niños y adolescentes. Desde entonces, ha llegado a cuatro departamentos de Colombia: Magdalena, Cauca, Chocó y La Guajira. En ese último, tiene presencia en municipios como Dibulla, así como en al menos 5 instituciones educativas de Uribia: 4 de ellas en el casco urbano, y la otra, Camino Verde, en la ruralidad, a diez minutos desierto adentro.
Hasta agosto de 2024, más de tres mil personas han participado de estos procesos en educación sexual en Uribia, de las cuales el 59 % son mujeres. Este municipio, considerado la capital indígena de Colombia, vive una situación compleja en lo que se refiere a embarazos tempranos y violencias de género. Según las Tasas Específicas de Fecundidad (TEFE) del Dane, en Uribia se reportaron 5,1 nacimientos por cada 1.000 niñas entre los 10 y 14 años durante 2019. Durante los últimos 2 años, la tasa se ha mantenido estable con un total de 4,5. Según análisis realizados por Profamilia, de todos los municipios de La Guajira, Uribia es el que más nacimientos por cada 1.000 niñas entre los 10 y 14 presenta. Hay que recordar que, según el Código Penal de nuestro país, todos los embarazos en menores de 14 años son considerados dentro del marco de la violencia sexual.
En medio de ese panorama, la metodología de “Valiente” se adapta a las realidades y contextos de cada territorio: a partir de materiales didácticos y otras herramientas pedagógicas construidas por Profamilia, las llamadas gestoras implementan un plan en educación integral para la sexualidad con temas que pueden ir desde los derechos y deberes que tienen las niñas, niños y adolescentes en la sociedad, hasta cómo identificar las VBG, el inicio de la vida sexual, la menstruación, y los métodos anticonceptivos y preservativos que existen.
La gestora es la figura que guía el proceso de pedagogía con los participantes. Cuando se pensó qué características tenían que cumplir estas personas, dos se consideraron fundamentales: tenían que vivir en el territorio, y conocer y hablar fluidamente en wayuunaiki, la lengua oficial del pueblo Wayúu. “Necesitábamos personas que conocieran y fueran parte del contexto”, explica Marta Royo, directora ejecutiva de Profamilia. Además, el objetivo era facilitar que las niñas y niños desarrollaran confianza con los gestores, agrega Nancy Leonor Zúñiga Epieyú, coordinadora de Camino Verde e integrante del clan Epieyú.
Zúñiga cuenta que Camino Verde funciona como un internado porque, para muchos menores, es difícil desplazarse desde sus rancherías todos los días. “La mayoría vive a horas de acá, muy desierto adentro”, dice. “Por eso, es mejor que se queden”. En sus palabras, desde la llegada del proyecto, se han notado cambios significativos entre los jóvenes.
Por ejemplo, según datos del proyecto, solo el 20% de los jóvenes participantes se referían al condón como método anticonceptivo en 2019, cuando “Valiente” comenzó su implementación. Hoy en día, el 48 % de ellos afirman haberlo usado durante su primera relación sexual, lo que contribuye a reducir el riesgo de embarazos a edad temprana y las posibilidades de contraer alguna ITS.
El trabajo por disminuir los embarazos adolescentes ha sido uno de los más difíciles. En Camino Verde, Zúñiga explica que hace cuatro años siempre se presentaban casos de alumnas embarazadas. “Desde hace dos años no tenemos”, dice. “Solo hemos tenido un caso este año, pero no es nada comparado a lo que pasaba antes”. En Uribia, la tasa de nacimientos en mujeres de 15 a 19 años era de 78,5 por cada 1.000 adolescentes. En 2021, esa cifra aumentó a 93,6, hasta que, durante los últimos dos años, se ha visto una reducción: 82,9 en 2023, y 21,2, hasta abril de este 2024. Este comportamiento se puede deber a intervenciones como “Valiente”, pero también a otras acciones y planes desarrolladas por otros actores en el sistema de salud, como el propio Ministerio de Salud.
Aun así, no todo ha sido fácil. La mayoría de las niñas, niños y adolescentes que participan de “Valiente” son del pueblo Wayúu. “Los padres de familia de los estudiantes pensaban que, con las formaciones, íbamos a corromper a sus hijos o a incitarlos a que tuvieran relaciones sexuales. Luego la cosa cambió cuando se dieron cuenta de que el proyecto quería dialogar con ellos. Escucharlos antes para crear algo en común que, en primer lugar, respetara nuestra cultura”, dice Zúñiga. Este proceso ha generado importantes preguntas: ¿cómo compaginar la cosmovisión wayúu con una pedagogía sobre derechos sexuales y reproductivos? ¿Qué tiene que ver con todo esto con el embarazo adolescente y las violencias basadas en género (VBG)?
¿Cómo hablar de sexualidad sin imponer una visión occidental?
Cada cultura tiene sus propios conceptos para comprender las dimensiones del mundo. Así lo explica Pablo Martínez, médico y antropólogo. Entre los pueblos indígenas y quienes habitamos las ciudades de occidente hay diferentes visiones de las capas que componen la vida, entre ellas la sexualidad. “Ellos no la viven como nosotros”, reitera Martínez, “sino que tienen una visión propia de lo que nosotros llamamos derechos sexuales y reproductivos. Pero, muchas veces, desde las ciudades hacemos una exotización de la cultura indígena porque nos resulta ajena”.
Para profundizar en esto, debemos remitirnos a una pregunta un poco más básica: ¿cuál es papel de la mujer en la cosmovisión Wayúu? Partamos del hecho de que su organización social se sustenta en clanes definidos por la línea materna. “Pero cada pueblo tiene su especificidad”, dice Martínez. “El poder está distribuido en distintas capas con diferentes alcances. La matrona Wayúu, por ejemplo, tiene poderes que se amplían a algunas áreas, pero se restringen otras”. Iguarán lo complementa al explicar que, aunque los Wayúu son intrínsecamente matriarcales, continúan teniendo acciones bastante patriarcales.
En cuanto a temas como la autonomía de las mujeres, Martínez hace un paralelismo: si bien en Occidente existe la concepción de “mi cuerpo, mi decisión”, en la cultura Wayúu hay un llamado a preservar el linaje. En otras palabras, lo que esto significa es que para los wayúu las decisiones individuales sobre el cuerpo, como el hecho de estar en embarazo y tener hijos, tiene repercusiones directas, espirituales y políticas en la construcción de su sentido colectivo.
En línea con esa forma de ver el mundo, los pueblos indígenas, no solo el Wayúu, tienen sus propias vías para hablar de sexualidad. Por ejemplo, como ya lo hemos mencionado en El Espectador, la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) ya se practicaba en algunas culturas a través de plantas medicinales por parte de matronas y abuelas indígenas con motivos específicos, antes de que se regulara en la sociedad occidental colombiana. “De esa misma manera, los pueblos indígenas tienen su propio conocimiento sobre la planeación familiar. La discusión sobre cuántos hijos tener, cómo y para qué”, dice Martínez. Lo mismo pasa con la menstruación, un tema clave para las mujeres Wayúu.
En esa cultura indígena -y en otras muchas más a nivel global-, la primera menstruación de una mujer es conocida como menarquia e implica un proceso compuesto por diferentes rituales que define la abuela materna: el corte de cabello de las niñas, la ingesta de ciertos alimentos, y la realización de algunos movimientos con el cuerpo. Uno de los más fundamentales es un encierro al que se someten las mujeres, cuya cantidad -días, semanas o incluso meses- también es estipulada por la abuela.
Aunque desde Occidente, rituales como ese encierro son vistos como una práctica agresiva. “para esas culturas tiene un sentido desde la educación sexual misma, porque son las mujeres con experiencia quienes le transmiten a otras su conocimiento”, dice Martínez.
“Las niñas en la ciudad no tienen la misma costumbre”, explica Karla Yadira Fajardo Epinayú. trabajadora social en formación,”Puede que, para ellas, la primera menstruación no se viva de la misma manera. Por eso, nosotras sí queríamos hablar de sexualidad a partir del proyecto Valiente, pero desde los rituales que se hacen en nuestra cultura”. Fajardo hace parte de la Escuela de artes tradicionales Saüu’yepia, donde, a través de la música, se le enseña a niños, niñas y jóvenes Wayúu de diferentes instituciones educativas cómo mantener viva su cultura. La escuela es aliada de Valiente y ha sido fundamental para comprender mejor las tradiciones del pueblo
La llegada de proyectos de derechos sexuales y reproductivos como “Valiente”, dice Martínez, tiene que implicar una investigación que permita conocer el contexto antes de aplicar cualquier metodología. Así lo hizo Valiente en Camino Verde, donde lo primero que se creó fue una escuela de padres, en las que se les dijo qué se les iba a enseñar a sus hijos. También se formó un “círculo de la palabra” al que se invitó a las autoridades indígenas, la matrona, la médica Wayúu y el palabrero, una figura encargada de resolver los conflictos en esta cultura.
“Cuando el proyecto comenzó a realizar esos acercamientos, se dieron cuenta de que, en nuestra cultura, sí se vivía la sexualidad. La diferencia era que lo hacíamos de una manera muy cerrada”, recuerda Zúñiga. Además, se tuvo también un acompañamiento de la Comisaría de Familia de Uribia, la Secretaría de Salud de ese municipio, e, incluso, miembros de la Policía Nacional.
Las mujeres Wayúu que consultamos para este artículo dijeron que les hubiera gustado contar con más conocimiento sobre sus derechos sexuales y reproductivos desde temprana edad. A Iguarán no le hablaron mucho más allá de su menarquia, a Zúñiga tampoco, y a Fajardo no le mencionaron muchos detalles sobre métodos de planificación y preservativos. “Valiente entró a conciliar con lo que nosotros somos como pueblo y lo que ellos podían ofrecernos: herramientas para desarrollar nuestro proyecto de vida, prevenir embarazos tempranos e identificar situaciones de violencia”, dice Zúñiga.
Paralelo a esta pedagogía, uno de los propósitos de Valiente es lograr que los estudiantes propongan sus propias iniciativas, y, cuando así lo requieran, financiarlos. Dos de ellos, Roxiveth Matilde Carvajal, de 18 años, y Sander Jose Cambar Uriana, de 17 años, crearon un sistema de válvulas para que el agua potable llegara hasta los dormitorios de Camino Verde. Desde finales del año pasado, el proyecto fue financiado y ahora se está materializando. Y es que más allá de aprender a identificar situaciones de violencia y contribuir a la educación sexual, Zúñiga cuenta que, anteriormente, muchos de los estudiantes del internado se conformaban con graduarse y regresar a sus rancherías.
“Ahora no”, dice. “Muchos de ellos tienen claro qué quieren hacer con sus vidas para desarrollar su potencial”. Carvajal dice que quiere estudiar Medicina y Cambar Uriana, Ciencias Políticas. Pero lo que ambos esperan lograr a través de sus carreras es que no se olviden las costumbres Wayúu. Carvajal lo resume en pocas palabras: “hemos aprendido que no nos debemos sentir mal por ser quienes somos. Al contrario, debemos mostrar nuestras costumbres y sentirnos orgullosos”.