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Soy una mujer muy apasionada por la epidemiología. Siempre estoy tratando de aprender nuevas técnicas y herramientas de mi campo. En 2019 decidí matricularme en un entrenamiento sobre epidemiología de campo sin la más remota idea de lo que se avecinaba. La epidemiología de campo te entrena para manejo de brotes y epidemias, a través de conceptos técnicos y simulacros frente a una posible amenaza.
En noviembre de 2019 recibí el entrenamiento para una hipotética amenaza de una infección respiratoria. El Instituto Nacional de Salud, que ofrecía el curso, tiene claro que necesitamos epidemiólogos de campo porque, aunque no lo crean, no todos los epidemiólogos saben hacer una investigación de un brote o conocen de aspectos técnicos en el manejo de epidemias o de vigilancia epidemiológica.
El entrenamiento lo disfruté como niña que estrena juguetes. Recuerdo que un día mi curiosidad me hizo preguntarle al profesor: “Basados en los análisis de información y todo lo relacionado con el cambio climático, ¿es posible tener una nueva epidemia como las de 2010 a gran escala?”. Él me respondió: “No lo sabemos, por eso monitoreamos constantemente cualquier amenaza y además por eso es necesaria la preparación en epidemiología de campo y enfermedades infecciosas”. Quién diría que justo en esas semanas, aún silenciosa, avanzaba ya sobre nosotros una nueva epidemia después de casi diez años, desde aquel 11 de junio de 2009, cuando se declaró la pandemia de gripe A (H1N1). China la anunciaría oficialmente los últimos días de diciembre de 2019. Más tarde la conoceríamos como COVID-19.
El COVID-19 llegó a mi vida en enero. Por invitación de Zulma Cucunubá, empecé recolectar todos los datos posibles de América Latina. Creé alertas de notificación de cada uno de los países en redes sociales y juntas empezamos a recolectar información y ponerla en un tablero de datos para Ciencia Abierta, una comunidad de académicos dispuestos a trabajar de manera voluntaria revisando artículos y buscando evidencia para observar qué podría pasar.
Luego llegó el apoyo a la estructuración de un Plan de Desarrollo para el departamento de Antioquia pensando en COVID-19, una invitación a unirme al equipo de epidemiología matemática de EAFIT y también al grupo de Modelamiento Colombia para apoyar al Instituto Nacional de Salud. Una de mis tareas ha sido trabajar en el modelamiento de transporte público para ayudar a ciudades y municipios con la adaptación de este sector a la pandemia. Esto me ha llevado a conocer personas de múltiples disciplinas y eso ha sido fantástico, porque al dejar los egos de lado se logran cosas maravillosas, donde los principales beneficiarios son los colombianos y eso, de manera poética, me llena el alma.
Investigando y tratando de entender esta pandemia, revisando las cifras de cómo nos ha golpeado el nuevo coronavirus y estando en diferentes territorios, reafirmé las grandes inequidades que tenemos, que la atención primaria en salud es necesaria y que los líderes comunitarios son cruciales en la comunicación del riesgo y, por supuesto, que necesitamos vernos como iguales para comunicar en salud.
No niego que muchas veces llega la frustración, especialmente por las malas interpretaciones, por la forma en que comunicamos ciencia y tratar de que todas las poblaciones puedan entendernos. Aquí Zulma tuvo otra gran idea y fue la de juntar un equipo de voluntarios para comunicar en salud. Han existido frustraciones adicionales, porque la verdad es que muchos ciudadanos no sabían de epidemiología o no sabían que existen muchas personas que cuidan de manera silenciosa a las poblaciones a través de lo que llamamos vigilancia epidemiológica, que son héroes a pie, que no solo los cuidan contra COVID-19, sino en más de noventa eventos de salud pública. Para todas estas personas, el trabajo es de sol a sol porque las enfermedades no paran y las metas de eliminación y erradicación hay que sostenerlas, ya que para nosotros, los epidemiólogos y más de campo, las comunidades son lo primero.
Ayudar desde mi trabajo y desde el voluntariado no lo cambiaría por nada del mundo, ni las horas en que no he dormido o los fines de semana que ya no conozco. Incluso quienes me conocen saben que si me llegara a pasar algo moriría haciendo lo que más amo. La pandemia me ha permitido conocer personas increíbles, preocupadas por los colombianos de manera voluntaria y altruista, profesionales que le quieren poner el alma para mejorar en todo lo que esta pandemia ha traído. No veo la hora de poder abrazarlos y decirles lo orgullosa que me siento de haberlos conocido y que definitivamente estar tras bambalinas nos permite hacer muchas cosas en pro de lo que más amamos.
*Epidemióloga colombiana. Medellín.