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En las noches, cuando estaba hospitalizada en la Clínica Sebastián de Belalcázar de Cali, Mónica Ortiz, gestora médica, escuchaba muchos ruidos. Mientras estaba allí, en el séptimo piso, diagnosticada con un miosarcoma y recuperándose de una ileostomía que se le infectó, el lugar se estaba transformando. Los sonidos que escuchaba eran los cilindros de oxígeno siendo arrastrados en el sexto y octavo piso, donde habilitaban más UCI para pacientes con coronavirus. Aunque Mónica supo de su cáncer en junio de 2018, su momento más drástico lo vivió a mediados de 2020, cuando Colombia entera estaba sumergida en el encierro. (Lea: El extraño caso de un paciente que se curó de un linfoma gracias al coronavirus)
El tratamiento lo recibió sola. Su esposo era el único que podía visitarla. Nadie aparte de él, incluido su hijo de siete años, tenía permiso de entrar al cuarto, por protocolos de bioseguridad. “Así fue durante un mes y medio”, recuerda. Como nos sucedió a muchos, pero sanos y dentro de nuestras casas, su celular y las videollamadas se convirtieron en un escape.
La pandemia ha cambiado la forma en la que pensamos en el sistema de salud. También ha transformado cómo las personas enfrentan el cáncer. Las consultas personalizadas se convirtieron en llamadas de media hora y el mundo exterior, cuando se tiene un sistema inmune debilitado, se transmutó en un escenario de riesgos. Tanto así que el tratamiento de muchos pacientes entró en una peligrosa pausa.
Tras hacer un sondeo en 155 países durante mayo de 2020, la ONU encontró que estos tratamientos se han visto afectados en 42 % de ellos. Además, en la mitad de los países se pospusieron los programas públicos de monitoreo, como los exámenes de detección de cáncer de mama o útero-cervical. La Organización Panamericana de la Salud, por su parte, estima que la telemedicina creció el 61 % en 158 países.
En Colombia, según la Asociación Colombiana de Hematología y Oncología, el diagnóstico de cáncer se redujo en un 39 % durante el primer semestre del 2020, como consecuencia del temor de asistir a hospitales y la cancelación de algunos servicios y medicamentos.
“Las personas que seguían asistiendo a sus tratamientos lo hicieron con un gran temor. Lo que más vimos en los pacientes que nosotros apoyamos era ese temor de infectarse porque, en el caso de los pacientes con cáncer, tienen un doble riesgo. Y ellos tenían mucho susto”, comenta Diana Rivera, directora de la Fundación Ellen Riegner de Casas. (Puede leer: Los estudios sobre el covid-19 olvidan la importancia del sexo en la respuesta a la infección)
De acuerdo con el Chinese Center of Disease Control (CDC de China), la tasa de letalidad del coronavirus es del 2,3 %. Pero estudios realizados en ese mismo país y publicados en The Lancet y Annals of Oncology encontraron que la letalidad puede aumentar del 13 al 28 % en personas con cáncer. Por eso, en el plan de vacunación contra el coronavirus elaborado por Colombia, las personas con comorbilidades, como el cáncer, por ejemplo, hacen parte de la fase 1, etapa 3.
Mientras llega su turno para acceder a una vacuna, varios pacientes con cáncer han tenido que continuar con sus tratamientos pese al temor a un contagio. Esto es lo que recuerdan algunas personas de cómo vivieron su proceso contra esta enfermedad en Colombia:
Dora Leguizamón y el duelo por perder a su mamá por COVID-19
Desde enero de 2020 a Dora le diagnosticaron cáncer de seno y, como parte del tratamiento, le programaron una cirugía para extirpar la masa cancerígena. Su operación quedó para marzo. Dora empezó a ver que en noticias se hablaba de un virus que se propagaba demasiado rápido, que había provocado el colapso del sistema de salud en otros países y que tenía a parte del mundo encerrado. El miedo y la incertidumbre la invadieron. Empezó a llamar a su eps para confirmar su intervención o consultar si lo mejor era postergarlo. Se cansó de marcar y esperó. Sonó su teléfono y le comentaron que había sido asignada para el 25 de abril. La angustia volvió.
“Le tenía miedo al virus, pero me daba más angustia el cáncer. Me sacaron la masita y tuve otra cirugía para el 13 de junio”, cuenta. Su intervención debió ser antes, sin embargo la pandemia la retrasó. Y aunque siempre fue muy cuidadosa con todos los protocolos de bioseguridad, en junio el virus llegó a su casa. Toda su familia salió positiva, entre ellas su mamá. “El 18 de junio murió. Para mi fue un momento demasiado doloroso. De la angustia se me soltó el drenaje y se me infectó. Me tocó ir a urgencias y no pude despedirme de ella por el tema del virus”, dice. Incluso para poder seguir con el tratamiento tuvo que ser asistida con ayuda psicológica. Su tratamiento contra el cáncer de seno sigue.
Juan Camilo Tamayo, el miedo a un diagnóstico tardío
En febrero, el urólogo le dijo a Juan Camilo que había encontrado un tumor en su próstata y le indicó que era necesario realizarse lo antes posible una biopsia para determinar si era maligno y empezar un tratamiento oportuno. Juan Camilo averiguó un procedimiento con anestesia y agendó su cita para mediados de marzo. Apenas se decretó la cuarentena estricta en Colombia, llamó y le explicaron que la entidad estaba cerrada y no sabían cuándo iba a abrir. La incertidumbre y el estrés empezaron a tomar protagonismo y, para evitar que alguien viera su miedo, se iba de la casa a dar una vuelta y le hablaba a su tumor. “Le pedía que, por favor, no se fuera a salir de ahí”, cuenta Juan Camilo. (Le puede interesar: Pandemia de COVID-19 amenaza tratamiento de niños con cáncer)
Hasta agosto le pudieron realizar la biopsia y le confirmaron que tenía cáncer. Su urólogo le explicó que debían operarlo y sacarle la próstata, pero Juan Camilo empezó a investigar cuáles eran los otros procedimientos que estaban avalados para tratar esta enfermedad. Encontró la radiocirugía Cyberknife, un método que es a través de una máquina de un brazo robótico. Y aunque en Colombia lleva entre 10 o 12 años funcionando, solo hay dos máquinas, una en Santander y otra en Medellín. Por medio de este tratamiento que, asegura, es sin sangrado o dolor ha tratado su cáncer. Ya lleva cinco sesiones y está a la espera de nuevos exámenes de antígeno para determinar cómo va el tumor.
Patricia Arango, la experiencia de ser operada dos veces en pandemia
Patricia lleva tratando su cáncer de vejiga desde septiembre de 2019, cuando se lo detectaron y, tras una cirugía, los doctores notaron que tenía un brote nuevo. La decisión fue programar una nueva cirugía. Quedó programada para abril. Pero, un mes antes el gobierno había decretado cuarentena estricta por un virus que estaba circulando y del que poco se conocía. Bajo el lema “quédate en casa” impusieron la restricción de movilidad. “Me operaron en plena pandemia. En la clínica tenía todos los protocolos de bioseguridad. Las personas contagiadas estaban bastante retiradas de oncología”, dice.
Toda su hospitalización la pasó encerrada en la habitación de la clínica, incluso las caminatas que debía realizar para su recuperación. Pese a las restricciones, Patricia pudo continuar con su tratamiento. En octubre, nuevamente por un brote, Patricia tuvo que ser operada y, aunque le tenía miedo al virus, le tocó regresar al hospital. “En ningún momento me negaron una cita o procedimiento durante la pandemia. Para mi EPS ser paciente de oncología es una prioridad. Nunca me pospusieron la cirugía, ni tampoco me dijeron que debía volver en un año porque en mi caso, por ejemplo, el cáncer puede extenderse y hacer metástasis”, añade.
Julio Mogollón, la angustia por infectarse de COVID-19 durante el tratamiento
En enero de 2020 Julio, de 77 años, empezó a tratar el cáncer de recto, el tercero al que se enfrentaba. Luego de que los doctores le confirmaran que el tumor encontraron era maligno le asignaron una cita prioritaria para marzo, justo en los días en que el país se enfrentaba a una cuarentena estricta. “Yo vivo en San Francisco, Cundinamarca, y debía desplazarme hasta Bogotá. Le tocó ir a mi yerno por mi, el transporte público no funcionaba e igual estaba descartado por miedo a contagiarme de coronavirus. Nos tocó pedir permiso a la Policía para poder salir del pueblo, estaban muy estrictos con el tema de movilidad”, asegura.
Le ordenaron 28 sesiones de quimioterapia y 28 de radioterapia. Julio se trasladó a Bogotá y aunque le tenía miedo a las citas en el hospital, accedió al procedimiento. Los primeros días fueron llevaderos, pero, al avanzar el tratamiento su salud se fue deteriorando. “Me debilité. Me dieron náuseas, vómito, tenía mucho dolor en el cuerpo. Al llegar a casa desinfectábamos todo, mándabamos la ropa a lavar y nos bañábamos. Yo venía muy agotado, pero me tocaba seguir el protocolo”, dice. Hoy sigue en exámenes, pero los últimos los debió postergar unos días porque en el piso donde se realizan los procesos de colonoscopia se presentó un brote de COVID-19. (Puede leer: La salvaron de un tumor inoperable, en tiempos de COVID-19)
Luisa Varela: el estrés por la pandemia debilitó su sistema inmunológico
El 6 de marzo, cuando se confirmó el primer caso positivo de coronavirus en Colombia, Luisa decidió comenzar su aislamiento voluntario. Por las noticias se había enterado que este virus estaba propagándose muy rápido y, como aún no se conocía cuáles eran los pacientes que más podían sufrir al contraerlo, ella por tener cáncer de ovario podía ser más vulnerable a sus consecuencias. “El 18 de marzo tenía mi tercera quimioterapia, pero las semanas anteriores fueron muy estresantes para mí por causa de la pandemia. Me sentía vulnerable y me afectaba el comportamiento de mi esposo y mi mamá. Ellos hacían su vida como si nada. Se reunían con otras personas, iban a jugar fútbol y asistían a misa”, dice.
El estrés provocó que su sistema inmunológico se debilitará y, para poder seguir con la quimioterapia, le recetaron medicamentos adicionales. En una de las consultas, la doctora le recomendó cómo manejar la ansiedad y cuáles eran los protocolos de bioseguridad que debía implementar. “Gracias a sus consejos pude seguir adelante y superar ese episodio de estrés que fue muy duro para mí”, añade. Su tratamiento es parte de un estudio que adelanta una organización que, además, le garantiza el transporte para poder asistir sin falta a sus controles y tratamiento. “No sé si con la EPS hubiese podido realizar de manera cumplida todo el proceso. Las citas estaban demoradas por la pandemia”, sostiene.
Dury Yaneth Alfonso: cuando se desvanecen las redes de apoyo médico
A Dury Yaneth Alfonso la diagnosticaron con cáncer de estómago, que luego hizo metástasis en un ovario, el 18 de marzo. Una semana después el gobierno de Duque decretó la cuarenta. De poder estar con su hija América acompañándola todo el día en el hospital, las visitas pasaron de ser de 5 a 7 pm. Después la mandaron a hacer quimioterapia a casa. “Le autorizaron hacer quimio oral, y no intravenosa, por dos razones: la pandemia y porque estaba anémica. Era muy riesgo ponerla a movilizarse en medio del coronavirus”, comenta su hija. Tenía que tomar tres pastas en la mañana y tres en la noche. La reacción a este tratamiento, que incluía debilidad y manchas en la piel, la enfrentaron solas.
Su tratamiento de cáncer, uno que se suele dar rodeado de médicos, médicas y enfermeras, fue todo virtual. “La mayor asesoría era una llamada de un minuto de la oncóloga, aunque con la Liga Contra el Cáncer sí hubo un bien acompañamiento”. Los médicos de Dury, después de la recaída que tuvo a finales del año pasado, le aconsejaron no seguir el tratamiento e inclinarse por el camino de los paliativos. “Nos sentimos solas, pero no porque no tuviéramos familia o amigos, sino porque ahora todo era el virus, y se olvidaron de los que teníamos cáncer”.
María Elena Torres, sanar al cáncer desde lo virtual a los 86 años
Los tratamientos contra el cáncer los ha vivido desde el año 2000. Por ese entonces, y cuando tenía 66 años le dieron su primer diagnóstico: cáncer de seno. Desde entonces María Elena Torres de Mesa ha salido y entrado de esta enfermedad. En el 2011 tuvo cáncer de estómago, en el 2013 de colón y en el 2019, de piel. Su hijo, Camilo Mesa, cree que este último diagnóstico implicó unas complejidades que nunca había sentido: durante el 2020, en medio de la pandemia, le hicieron dos cirugías ambulatorias, no sin que antes una de estas fuera aplazada por el cierre de los servicios hospitalarios en casi toda Bucaramanga. “Mi madre tiene 86 años, es adulta mayor, así que solo salía de la casa para ciertos procedimientos. Intentamos que sean los menos posibles, pero a uno le da afán porque si la mayoría de los fallecimientos son mayores de 80, el cuidado con mi mamá ha sido excepcional”. (Lea: Por cuarentena, escasean radiactivos contra el cáncer en Colombia)
Los cuatro meses de la pandemia en Colombia, también recuerda Camilo, fueron los más duros. María Helena estaba muy aislada, no se podían recibir visitas. Pero él y su madre han aprendido. Él a hacerle las terapias físicas, que aún siguen suspendidas por el coronavirus, y ella a acercarse al mundo de la virtualidad a sus 86 años, que es su contacto con los médicos que sólo pueden verla a través de una pantalla.
Mónica Ortiz, mes y medio de pandemia en un hospital
Mónica Ortiz, gestora médica, mientras estaba hospitalizada en el séptimo piso de la Clínica Sebastián de Belalcázar de Cali, veía cómo el lugar se estaba transformando. Adaptándose a las exigencias de un nuevo virus. Los sonidos que escuchaba eran los cilindros de oxígeno siendo arrastrados en el sexto y octavo piso, donde habilitaban más UCI para pacientes con coronavirus. Aunque Mónica conoció sobre su cáncer desde junio 2018, su momento más drástico lo vivió a mediados de 2020, cuando Colombia entera estaba sumergida en el encierro.
Por las medidas de bioseguridad debió recibir su tratamiento sola. Su esposo era el único que podía visitarla. Nadie aparte de él, incluido su hijo de siete años, tenía permiso de entrar al cuarto por protocolos de bioseguridad. “Así fue durante un mes y medio”, recuerda.