¿Y si les paramos bolas a los viejos?
Desde los años 70, el número de personas mayores que viven solas ha ido en aumento. Sin embargo, el país no está preparado institucionalmente para afrontar este reto, ¿por qué? La investigación social intenta explicarlo.
Daniela Quintero Díaz
Nelsa tiene 79 años. Nació en Fómeque (Cundinamarca) y fue una de las pocas mujeres de su generación que pudieron estudiar. Pasó por la Normal de Señoritas, estudió educación con énfasis en literatura en la Universidad Javeriana y en 1983 se graduó como magíster en investigación y tecnología educativa. De joven viajó a Londres y a Brasil a capacitarse. Ahora pinta cuadros y escribe novelas. Mes a mes recibe su pensión, tiene un plan de salud y, además, pertenece a un grupo de adultos mayores que hacen voluntariado con otras personas de la tercera edad. “Estoy vieja”, dice, “pero todavía puedo hacer algo por mis compañeros”. Se queja de algunos “achaques” de salud, pero siente que eso no le impide “gozarse la vida” viviendo sola.
El caso de Nelsa es la excepción a la regla en Colombia, no todos los viejos que viven solos pueden disfrutar así su vejez. Las cifras son alarmantes. En el país, solo el 23 % de la población mayor de 60 años recibe pensión, el 41 % reporta síntomas depresivos y tres de cada 10 se quejan de estar en completo abandono, según el Estudio Nacional de Salud, Bienestar y Envejecimiento (SABE). El Ministerio de Salud reporta que ocho de cada diez sufren más de una enfermedad y que cerca de la mitad de adultos mayores están en riesgo de malnutrición, con el agravante de que menos del 50 % se realiza controles regulares.
***
¿Cómo está envejeciendo la población en Colombia? ¿Cómo ha cambiado la vida de las personas mayores? ¿Qué implicaciones tienen esos cambios para el país? Esas fueron algunas de las preguntas que se hizo la socióloga egresada de la Universidad Nacional Ángela Jaramillo, mientras acompañaba una investigación sobre el envejecimiento demográfico. Una cosa era segura: las sociedades contemporáneas están envejeciendo de manera acelerada, y Colombia no es la excepción. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que entre 2000 y 2050 las personas mayores de 60 años en el planeta pasarán de 605 millones a 2.000 millones. Solo en el país, la población mayor se duplicará entre los años 2000 y 2020, pasando de 3,3 millones a 6,5 millones. Juntos ocuparían una ciudad como Bogotá.
Cuando Jaramillo hizo su maestría en estudios de población se dio cuenta de dos cosas: la primera, la importancia de la demografía en los estudios sociológicos. Las herramientas técnicas y metodológicas de la estadística permitían apuntarle a resolver problemas de gran escala, como los cambios en la población del país. La segunda, que quería que su investigación se centrara en lo local. Una investigación de Colombia para Colombia. Por eso, para su doctorado, que realizó en la Universidad Externado en estudios sociales, quiso integrar todo eso y sumó algo más, la historia. “No puedes darles sentido a esos cambios en las cifras estadísticas si no se construyen los contextos sociohistóricos, si no se comprende de dónde viene el fenómeno”, asegura.
Como resultado, pudo observar cómo envejecía la población en Colombia, a través de los censos de 1973 y 2005, e identificar por qué, cada vez, los viejos se quedaban más solos. Para hacerlo empleó un “Modelo de regresión logística”, que aprendió durante su estancia doctoral en la Universidad de Minnesota y que, en términos menos técnicos, lo que permite es identificar los factores sociodemográficos, geográficos y económicos que se relacionan con el cambio estudiado. Hasta ese momento la investigación social en Colombia no lo había empleado.
Más viejos y más solos
Entre 1996 y 2011 el número de personas que viven solas en el mundo pasó de 153 millones a 277 millones. En Reino Unido, donde se estima que la mitad de los adultos mayores de 75 años viven solos (cerca de 2 millones de personas), el tema se volvió tan importante que se inauguró un Ministerio de la Soledad a principios de 2018.
Sin embargo, mientras que en los países europeos los adultos mayores deciden vivir solos como resultado de altos niveles educativos, independencia y seguridad económica y física, en Colombia pasa todo lo contrario. La mayoría viven en condiciones de pobreza y de dependencia económica. ¿El motivo? En los países industriales de occidente los cambios poblacionales se dieron en largos períodos; en Colombia, de manera acelerada. El país pasó de tener cerca de 4 millones de personas a principios del siglo XX, a tener más de 42 millones para el año 2000. Bajaron las tasas de mortalidad y de fecundidad, y aumentó la esperanza de vida gracias a avances epidemiológicos y educativos, y a la mejora de condiciones sanitarias y la conformación de sistemas de salud. Entonces, las personas pasaron de vivir 31 años a, en promedio, 72.
Esto también cambió la manera de organizarse. Las familias de nuestros abuelos eran generalmente numerosas y convivían padres, hijos, tíos, abuelas y primos (lo que se conoce técnicamente como “familia extendida”). Actualmente, los hogares de cuatro y más personas se han ido reduciendo, y los de quienes viven solos o en pareja han aumentado, incluso en la vejez. La tesis doctoral de Jaramillo evidenció que entre el censo de 1973 y el de 2005 la proporción de los hogares de personas mayores que viven solas se duplicó, pasando del 9,5 al 19 %.
¿Por qué conocer esto es importante? Porque, aunque la población cambia de manera acelerada, las políticas públicas en el país parecen quedarse estancadas. “La principal razón para hacer esta investigación fue mi interés por demostrar que las políticas públicas sobre envejecimiento y vejez en Colombia no estaban considerando los cambios en la organización familiar de los viejos, lo que limita las posibilidades de crear condiciones adecuadas para vivir una vejez autónoma y digna”, asegura Jaramillo. En la Política Pública Nacional de Envejecimiento y Vejez no hay ningún lineamiento acerca de los hogares unipersonales o de pareja… es como si el país proyectara un envejecimiento solamente en estructuras de hogar nucleares o extensas, cuando ya hay otras formas. “Se tienen que adecuar las condiciones sociales, económicas e institucionales del país a estas nuevas demandas. En especial en servicios médicos y sociales domiciliarios que se requieren para compensar la ausencia de otras personas en la misma residencia”, explica.
Aunque para algunos vivir solos es una oportunidad de realización personal o independencia, para otros puede tratarse de una situación dolorosa y frustrante. Como para Adela, una mujer que a sus 78 años todavía necesita trabajar para subsistir. Sale de su casa, en San Cristóbal Sur, faltando 20 para las 4 de la mañana, y llega en bus hasta la carrera 7ª con 51. Antes era trabajadora doméstica, ahora se dedica a vender manillas y artículos religiosos en un puesto callejero. Todos sus trabajos han sido informales, no pudo acceder a educación y hoy no cuenta con una pensión. Como ella hay muchos. El 57 % de los viejos que viven solos reciben menos de un salario mínimo legal vigente (SMLV) al mes. El 58 % trabaja en ocupaciones informales de baja calificación. Sin embargo, los problemas económicos no son los únicos.
Los soportes tradicionales que antes brindaban las familias para superar situaciones adversas como problemas de salud, afectivos, emocionales o económicos no han sido reemplazados en el país con redes de apoyo institucionales y comunitarias que lo compensen. En consecuencia, se pueden intensificar los sentimientos de soledad, aislamiento, depresión y los eventos de violencia intrafamiliar. Según la Encuesta Nacional de Salud Mental de 2015, el 34 % de las personas mayores mencionan que no reciben ningún apoyo, y una tercera parte no confían en sus vecinos. Según el SABE, el 13 % de los adultos mayores reportaron haber sufrido maltrato.
La vejez en el campo
Entre los datos hallados en la investigación, Jaramillo encontró que los viejos que viven solos no solo aumentaron en la ciudad, sino también en el campo. Pese a que de cada 10 personas mayores 8 viven en la zona urbana, la situación en las zonas rurales del país es más grave. El trabajo en el campo no se acaba y hasta el último día los viejos deben cuidar de sus cultivos, sus animales y del hogar. Como agravante están los problemas de infraestructura de transporte y dispersión espacial de las residencias. Felizia, de 75 años, tiene que caminar más de una hora cerro arriba, desde la parada del bus en su vereda, para llegar a su casa. Está enferma, pero tiene que pararse todos los días a trabajar. Como la mayoría de viejos campesinos, no cuenta con una seguridad económica y vive de su tierra. Según el SABE, en estas zonas del país, solo 1 de cada 10 adultos mayores de 60 años cotizó para la pensión.
Cuando hablamos de vejez, el problema no está en vivir solo, sino en las condiciones en que se vive solo. Conocer cómo están envejeciendo las personas y cómo ha cambiado su organización es necesario para diseñar políticas públicas que respondan a las nuevas necesidades y que ayuden a que la vida de los viejos sea más llevadera. Por su aporte en esta dirección, el trabajo doctoral de la socióloga recibió hace unas semanas el IV Premio de Investigación sobre Familia en Colombia, que entrega la Fundación Antonio Restrepo Barco.
Nelsa tiene 79 años. Nació en Fómeque (Cundinamarca) y fue una de las pocas mujeres de su generación que pudieron estudiar. Pasó por la Normal de Señoritas, estudió educación con énfasis en literatura en la Universidad Javeriana y en 1983 se graduó como magíster en investigación y tecnología educativa. De joven viajó a Londres y a Brasil a capacitarse. Ahora pinta cuadros y escribe novelas. Mes a mes recibe su pensión, tiene un plan de salud y, además, pertenece a un grupo de adultos mayores que hacen voluntariado con otras personas de la tercera edad. “Estoy vieja”, dice, “pero todavía puedo hacer algo por mis compañeros”. Se queja de algunos “achaques” de salud, pero siente que eso no le impide “gozarse la vida” viviendo sola.
El caso de Nelsa es la excepción a la regla en Colombia, no todos los viejos que viven solos pueden disfrutar así su vejez. Las cifras son alarmantes. En el país, solo el 23 % de la población mayor de 60 años recibe pensión, el 41 % reporta síntomas depresivos y tres de cada 10 se quejan de estar en completo abandono, según el Estudio Nacional de Salud, Bienestar y Envejecimiento (SABE). El Ministerio de Salud reporta que ocho de cada diez sufren más de una enfermedad y que cerca de la mitad de adultos mayores están en riesgo de malnutrición, con el agravante de que menos del 50 % se realiza controles regulares.
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¿Cómo está envejeciendo la población en Colombia? ¿Cómo ha cambiado la vida de las personas mayores? ¿Qué implicaciones tienen esos cambios para el país? Esas fueron algunas de las preguntas que se hizo la socióloga egresada de la Universidad Nacional Ángela Jaramillo, mientras acompañaba una investigación sobre el envejecimiento demográfico. Una cosa era segura: las sociedades contemporáneas están envejeciendo de manera acelerada, y Colombia no es la excepción. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que entre 2000 y 2050 las personas mayores de 60 años en el planeta pasarán de 605 millones a 2.000 millones. Solo en el país, la población mayor se duplicará entre los años 2000 y 2020, pasando de 3,3 millones a 6,5 millones. Juntos ocuparían una ciudad como Bogotá.
Cuando Jaramillo hizo su maestría en estudios de población se dio cuenta de dos cosas: la primera, la importancia de la demografía en los estudios sociológicos. Las herramientas técnicas y metodológicas de la estadística permitían apuntarle a resolver problemas de gran escala, como los cambios en la población del país. La segunda, que quería que su investigación se centrara en lo local. Una investigación de Colombia para Colombia. Por eso, para su doctorado, que realizó en la Universidad Externado en estudios sociales, quiso integrar todo eso y sumó algo más, la historia. “No puedes darles sentido a esos cambios en las cifras estadísticas si no se construyen los contextos sociohistóricos, si no se comprende de dónde viene el fenómeno”, asegura.
Como resultado, pudo observar cómo envejecía la población en Colombia, a través de los censos de 1973 y 2005, e identificar por qué, cada vez, los viejos se quedaban más solos. Para hacerlo empleó un “Modelo de regresión logística”, que aprendió durante su estancia doctoral en la Universidad de Minnesota y que, en términos menos técnicos, lo que permite es identificar los factores sociodemográficos, geográficos y económicos que se relacionan con el cambio estudiado. Hasta ese momento la investigación social en Colombia no lo había empleado.
Más viejos y más solos
Entre 1996 y 2011 el número de personas que viven solas en el mundo pasó de 153 millones a 277 millones. En Reino Unido, donde se estima que la mitad de los adultos mayores de 75 años viven solos (cerca de 2 millones de personas), el tema se volvió tan importante que se inauguró un Ministerio de la Soledad a principios de 2018.
Sin embargo, mientras que en los países europeos los adultos mayores deciden vivir solos como resultado de altos niveles educativos, independencia y seguridad económica y física, en Colombia pasa todo lo contrario. La mayoría viven en condiciones de pobreza y de dependencia económica. ¿El motivo? En los países industriales de occidente los cambios poblacionales se dieron en largos períodos; en Colombia, de manera acelerada. El país pasó de tener cerca de 4 millones de personas a principios del siglo XX, a tener más de 42 millones para el año 2000. Bajaron las tasas de mortalidad y de fecundidad, y aumentó la esperanza de vida gracias a avances epidemiológicos y educativos, y a la mejora de condiciones sanitarias y la conformación de sistemas de salud. Entonces, las personas pasaron de vivir 31 años a, en promedio, 72.
Esto también cambió la manera de organizarse. Las familias de nuestros abuelos eran generalmente numerosas y convivían padres, hijos, tíos, abuelas y primos (lo que se conoce técnicamente como “familia extendida”). Actualmente, los hogares de cuatro y más personas se han ido reduciendo, y los de quienes viven solos o en pareja han aumentado, incluso en la vejez. La tesis doctoral de Jaramillo evidenció que entre el censo de 1973 y el de 2005 la proporción de los hogares de personas mayores que viven solas se duplicó, pasando del 9,5 al 19 %.
¿Por qué conocer esto es importante? Porque, aunque la población cambia de manera acelerada, las políticas públicas en el país parecen quedarse estancadas. “La principal razón para hacer esta investigación fue mi interés por demostrar que las políticas públicas sobre envejecimiento y vejez en Colombia no estaban considerando los cambios en la organización familiar de los viejos, lo que limita las posibilidades de crear condiciones adecuadas para vivir una vejez autónoma y digna”, asegura Jaramillo. En la Política Pública Nacional de Envejecimiento y Vejez no hay ningún lineamiento acerca de los hogares unipersonales o de pareja… es como si el país proyectara un envejecimiento solamente en estructuras de hogar nucleares o extensas, cuando ya hay otras formas. “Se tienen que adecuar las condiciones sociales, económicas e institucionales del país a estas nuevas demandas. En especial en servicios médicos y sociales domiciliarios que se requieren para compensar la ausencia de otras personas en la misma residencia”, explica.
Aunque para algunos vivir solos es una oportunidad de realización personal o independencia, para otros puede tratarse de una situación dolorosa y frustrante. Como para Adela, una mujer que a sus 78 años todavía necesita trabajar para subsistir. Sale de su casa, en San Cristóbal Sur, faltando 20 para las 4 de la mañana, y llega en bus hasta la carrera 7ª con 51. Antes era trabajadora doméstica, ahora se dedica a vender manillas y artículos religiosos en un puesto callejero. Todos sus trabajos han sido informales, no pudo acceder a educación y hoy no cuenta con una pensión. Como ella hay muchos. El 57 % de los viejos que viven solos reciben menos de un salario mínimo legal vigente (SMLV) al mes. El 58 % trabaja en ocupaciones informales de baja calificación. Sin embargo, los problemas económicos no son los únicos.
Los soportes tradicionales que antes brindaban las familias para superar situaciones adversas como problemas de salud, afectivos, emocionales o económicos no han sido reemplazados en el país con redes de apoyo institucionales y comunitarias que lo compensen. En consecuencia, se pueden intensificar los sentimientos de soledad, aislamiento, depresión y los eventos de violencia intrafamiliar. Según la Encuesta Nacional de Salud Mental de 2015, el 34 % de las personas mayores mencionan que no reciben ningún apoyo, y una tercera parte no confían en sus vecinos. Según el SABE, el 13 % de los adultos mayores reportaron haber sufrido maltrato.
La vejez en el campo
Entre los datos hallados en la investigación, Jaramillo encontró que los viejos que viven solos no solo aumentaron en la ciudad, sino también en el campo. Pese a que de cada 10 personas mayores 8 viven en la zona urbana, la situación en las zonas rurales del país es más grave. El trabajo en el campo no se acaba y hasta el último día los viejos deben cuidar de sus cultivos, sus animales y del hogar. Como agravante están los problemas de infraestructura de transporte y dispersión espacial de las residencias. Felizia, de 75 años, tiene que caminar más de una hora cerro arriba, desde la parada del bus en su vereda, para llegar a su casa. Está enferma, pero tiene que pararse todos los días a trabajar. Como la mayoría de viejos campesinos, no cuenta con una seguridad económica y vive de su tierra. Según el SABE, en estas zonas del país, solo 1 de cada 10 adultos mayores de 60 años cotizó para la pensión.
Cuando hablamos de vejez, el problema no está en vivir solo, sino en las condiciones en que se vive solo. Conocer cómo están envejeciendo las personas y cómo ha cambiado su organización es necesario para diseñar políticas públicas que respondan a las nuevas necesidades y que ayuden a que la vida de los viejos sea más llevadera. Por su aporte en esta dirección, el trabajo doctoral de la socióloga recibió hace unas semanas el IV Premio de Investigación sobre Familia en Colombia, que entrega la Fundación Antonio Restrepo Barco.