Cincuenta años del microprocesador de Intel: un chip que revolucionó la industria
La compañía celebra esta semana medio siglo de su primer microprocesador, un hito que permitió el avance de la revolución tecnológica. Hablamos con Juan Carlos Garcés, gerente de la compañía en Colombia, sobre el panorama del negocio en el país y en la región.
Santiago La Rotta
Esta semana marca el aniversario número 50 del primer microprocesador lanzado por Intel, el 4004, que se convirtió en un parte fundamental de la revolución tecnológica que permitió cosas como la era del computador personal y el advenimiento de internet.
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Esta semana marca el aniversario número 50 del primer microprocesador lanzado por Intel, el 4004, que se convirtió en un parte fundamental de la revolución tecnológica que permitió cosas como la era del computador personal y el advenimiento de internet.
Si bien ambas son cosas que sucedieron años después de la introducción del 4004, y cuya consolidación como fenómenos globales y masivos tomó décadas, este dispositivo se convirtió en una de las piedras angulares sobre las cuales se construyó toda la infraestructura de tecnología que permitió, con el tiempo, la revolución que nos alcanza hasta hoy en día.
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Entre otros aspectos, lo revolucionario del 4004 fue que representaba la posibilidad de incluir una gran cantidad de transistores y otros componentes en una pieza del tamaño de una uña. En otras palabras, se trata de ofrecer una mayor cantidad de procesamiento, pero en un empaque menor. Y esta es, de cierta forma, la ecuación que ha permitido el desarrollo de la computación moderna.
A grandes rasgos, esta es la promesa detrás de lo que se conoce como Ley de Moore (establecida en 1965 por Gordon Moore, una de las cabezas detrás de Intel, por cierto). En palabras simples, Moore aseguró que la cantidad de transistores que caben en un microchip se duplicaría cada año durante 10 años, hasta 1975. Sus observaciones fueron publicadas en un artículo en abril de la revista Electronics en el que el doctor en química y física escribió que “los circuitos integrados llevarán a maravillas como computadores en la casa (o al menos terminales conectadas a un computador central), controles automáticos para carros y equipos de comunicación personales y portables”.
El texto de Moore rápidamente fue apodado la Ley de Moore porque, básicamente, su predicción se cumplió a la perfección durante una década. En 1975, él mismo perfeccionó sus observaciones y calculó que el tiempo en el que un microchip duplicaría la cantidad de transistores que contiene sería de dos años, en vez de uno. Una vez más, el científico estuvo en lo correcto.
Hay varias perspectivas desde las cuales se puede analizar la Ley de Moore, pero quizá una de las más atractivas es el impacto espiritual que tuvo en una generación crucial de empresarios y científicos que apenas comenzaban a dibujar las bases de la tecnología que ha evolucionado hasta hoy. Con sus observaciones, Moore se arriesgó a soñar un futuro lleno de herramientas y posibilidades: no a predecir el éxito de un proyecto específico, pero sí a imaginar los recursos que habría para realizarlo, como dijo alguna vez Ray Kurzweil, pionero de la inteligencia artificial.
El 4004 fue, entonces, una herramienta fundamental para comenzar a dibujar un tiempo en el que la computación sería el habilitante y motor de muchas otras transformaciones sociales y económicas. “Cuando este procesador se creó era para una calculadora. Hoy tenemos procesadores en todo lado. Hay quien dice que el software se está comiendo el mundo. Y el silicio son los dientes del software”, dice Juan Carlos Garcés, director de Intel para Colombia.
La compañía sigue siendo un sinónimo directo de procesadores en el mundo y el mayor fabricante de chips para computadores a nivel global. Lo que haga, o deje de hacer, tiene ramificaciones mundiales, con profundas consecuencias para prácticamente cualquier aspecto de la vida diaria que esté atado a un computador, o sea, en todo.
Como en cualquier otra industria, la pandemia trajo retos y problemas muy específicos. En el caso de la tecnología en general, y en el particular de la fabricación de chips, el problema no fue de ausencia de mercado o recortes en la demanda, sino de un crecimiento exponencial en el consumo de los usuarios, pero con problemas en la fabricación y la distribución.
Los cuellos de botella para conectar producción con demanda es lo que comúnmente se conoce como la crisis de los chips, que se puede ver mejor de esta forma.
Para 2020, las ventas de semiconductores llegaron a US$439.000 millones, un aumento del 6,5 % frente a los números registrados en 2019 (US$412.300 millones), de acuerdo con la SIA, gremio global de los fabricantes de esta tecnología. El incremento se explica como efecto colateral del COVID-19: las necesidades de la vida remota dispararon la demanda de todo tipo de aparatos electrónicos (desde portátiles y celulares, hasta las olvidadas impresoras de casa, por poner un ejemplo).
Y esto se dio en medio de problemas de producción en todo el mundo por cuenta de las restricciones para mitigar el avance de la pandemia, que pegó primero en varios países de Asia, en donde se concentra una porción importante de la fabricación de estos dispositivos.
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“Fue un reto grande cumplir con la demanda. Pero lo cierto es que mucha gente se dio cuenta de que no tenía la tecnología que necesitaba para sus necesidades en pandemia. Aumentamos producción en la medida de los posible: en los últimos años la capacidad de fabricación ha crecido en 50 % a nivel global. Pero la verdad es que nuestra parte de la economía se fortaleció”, cuenta Garcés.
Los problemas en la satisfacción de la demanda han llevado a la compañía a explorar otra rama de su propio negocio: la fabricación de procesadores para otras compañías, de la misma forma que lo hacen los pesos pesados de esa operación (conocida como fundición), TSMC y Samsung.
En marzo de este año, el CEO de Intel, Pat Gelsinger, reveló un ambicioso plan en el que invertirá miles de millones de dólares para construir nuevas plantas. Las dos primeras se situarán en Arizona (con un costo conjunto de US$20.000 millones).
Durante décadas, Intel dominó la industria de US$400.000 millones al hacer los mejores diseños en sus propias fábricas. Este liderazgo empezó con el 4004 justamente, pero se ha ido degradando con la aparición de nuevos competidores, así como problemas en la entrega de nuevas tecnologías.
Durante la pandemia, a escala local y regional, empresas de tecnología crecieron en los renglones de consumo masivo, pero también en pequeña y mediana empresa, así como los computadores de escritorio. Y una parte de este último renglón va de la mano con un interés por los videojuegos.
“En nuestra región ha crecido mucho el tema de juegos, en Colombia en particular ha crecido 20 % anual. Este año, el mercado local se proyecta que llegue a los 2,5 millones de computadores personales, una cifra que escasamente se rozó hace 10 años”, cuenta con entusiasmo Garcés. Y añade: “Es algo increíble, pero estamos creciendo un 20 % de las cifras de 2019″.
El mayor fabricante de chips del mundo está creando una nueva unidad, denominada Intel Foundry Services, que tiene como objetivo “convertirse en un importante proveedor de capacidad de fundición con sede en Estados Unidos y Europa para satisfacer la increíble demanda mundial de fabricación de semiconductores”, según dijo la compañía en un documento de prensa este año.
Buena parte de esta inversión se realizará en Estados Unidos y Europa. Sin embargo, Garcés asegura que las operaciones regionales se fortalecerán en lugares como Costa Rica, en donde opera un gran centro de investigación. En México, la empresa tiene el segundo mayor grupo de verificación de sus productos por fuera de Estados Unidos.
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