“Chappie”, la película del director Neill Blomkamp
La cinta logra explorar asuntos claves de la inteligencia artificial sin perder la potencia emocional y narrativa de una historia inmersa en un futuro cercano pero gris.
Santiago La Rotta
“¿Por qué me hiciste para morir, creador?”. La pregunta. La eterna pregunta, quizá. Una pregunta nueva para un robot, sin embargo: un ser consciente, un nuevo paso en la evolución, así la evolución sea un asunto que no se forja en las costas de las islas Galápagos sino en el interior de un computador. El año, 2016.
Chappie es eso, una película con un personaje, un robot, lleno de carisma y emociones. Algunos nombrarán Wall-E, El hombre bicentenario, Cortocircuito o Inteligencia artificial como productos similares. Puede ser, aunque lo que propone el director Neill Blomkamp (Sector 9, Elysium) es otra liga: IA (inteligencia artificial) como pocas veces se había visto en la pantalla.
Todo sistema de representación tiene sus riesgos, claro; toda comedia puede fallar, todo libro puede terminar siendo pulpa. Pero también toda historia puede voltear el espejo, quebrarlo en mil pedazos. Chappie es una película acerca de robótica que rueda en medio de la distopía de una Sudáfrica carcomida por el crimen y la corrupción, 300 homicidios por día, como cuenta un reporte de noticias en la pantalla. En ese escenario, las esperanzas recaen, como suele suceder, en las armas, y mejor si éstas quedan en manos de robots hechos para pacificar. Chappie, en principio, es uno de esos robots policías.
De cierta forma, sin compartir trama o personajes, la película toma forma en un lugar similar a lo descrito por William Gibson en Neuromante: la pesadilla continua de la vida diaria en una sociedad que se consume, que se canibaliza.
La historia, pareciera entonces, es la narración de una humanidad desvalida y salvaje, poblada de individuos dispuestos a sobrevivir, no a mucho más. Y en el cruce de caminos aparece Chappie: una inteligencia artificial que, a diferencia de lo que proponen la mayoría de estas historias, arranca siendo un niño, un ser sin lenguaje, lleno de miedos, aunque pleno de curiosidad.
Un niño en medio de una guerra entre la autoridad y el crimen, cuando el crimen es la expresión de una sociedad quebrada y desigual bajo la visión del director Blomkamp. La confrontación obvia en este punto se da entre la inocencia y la maldad, entre la ingenuidad y la violencia. No se trata de elegir ganadores, ni de impartir lecciones, no hay fábula para aprender, aunque sí algunas notas para tomar.
Blomkamp logra insertar hábilmente, sin perder potencia narrativa, sin tecnificar el discurso, la preocupación más grande e inmediata con la tecnología, que acá encarna en la frontera próxima de la inteligencia artificial. El problema no son las máquinas. El problema es el humano. La pregunta de Chappie resuena aún más fuerte: “¿Por qué me hiciste para morir, creador?”.
Aunque nadie espera que próximamente emerja un nuevo organismo de las entrañas de un computador, algunas de las preguntas fundamentales en el campo de la IA tienen que ver con la forma como se puede definir en términos computacionales cosas como la ética y ciertas nociones morales que aún hoy nos resultan difíciles de resolver, como la frontera entre el bien y el mal. Además, ¿cómo se define una nueva forma de vida? ¿Acaso por que es consciente de su propia existencia? ¿Qué es la conciencia?
Próximamente es una palabra compleja si se tiene en cuenta que el poder de un teléfono inteligente hoy es varias veces mayor al de los computadores de las misiones Apolo, y esto fue hace menos de 50 años. No está de más comenzar a considerar estas cuestiones, como el impacto de la IA en la economía y las consideraciones legales detrás de vehículos que se manejan solos y sistemas de armas autónomos, apenas dos de las tecnologías que ya comienzan a mostrar avances.
Recientemente, un nutrido grupo de investigadores firmó una carta abierta pidiendo más vigilancia sobre el desarrollo de IA: “Hay un amplio consenso en que la investigación en este campo está creciendo sostenidamente. Los beneficios potenciales son enormes, pero como todo lo que la civilización tiene para ofrecer ha sido un producto de la inteligencia humana no podemos predecir lo que podremos alcanzar una vez esta inteligencia sea amplificada con las herramientas de la IA”.
Los expertos que firman la carta aseguran que es necesario establecer prioridades para que la IA resulte beneficiosa para la humanidad en campos como el impacto en la economía, en tareas específicas como la reducción de la pobreza extrema o en el análisis de vastas cantidades de información en investigaciones del campo de la salud.
Al final, Chappie, un organismo vivo de titanio y silicio, es un ser que se enfrenta a los dilemas alrededor de la identidad y la mortalidad y en el camino ofrece una revisión de ciertas fibras básicas de eso que llamamos la condición humana.
“¿Por qué me hiciste para morir, creador?”. La pregunta. La eterna pregunta, quizá. Una pregunta nueva para un robot, sin embargo: un ser consciente, un nuevo paso en la evolución, así la evolución sea un asunto que no se forja en las costas de las islas Galápagos sino en el interior de un computador. El año, 2016.
Chappie es eso, una película con un personaje, un robot, lleno de carisma y emociones. Algunos nombrarán Wall-E, El hombre bicentenario, Cortocircuito o Inteligencia artificial como productos similares. Puede ser, aunque lo que propone el director Neill Blomkamp (Sector 9, Elysium) es otra liga: IA (inteligencia artificial) como pocas veces se había visto en la pantalla.
Todo sistema de representación tiene sus riesgos, claro; toda comedia puede fallar, todo libro puede terminar siendo pulpa. Pero también toda historia puede voltear el espejo, quebrarlo en mil pedazos. Chappie es una película acerca de robótica que rueda en medio de la distopía de una Sudáfrica carcomida por el crimen y la corrupción, 300 homicidios por día, como cuenta un reporte de noticias en la pantalla. En ese escenario, las esperanzas recaen, como suele suceder, en las armas, y mejor si éstas quedan en manos de robots hechos para pacificar. Chappie, en principio, es uno de esos robots policías.
De cierta forma, sin compartir trama o personajes, la película toma forma en un lugar similar a lo descrito por William Gibson en Neuromante: la pesadilla continua de la vida diaria en una sociedad que se consume, que se canibaliza.
La historia, pareciera entonces, es la narración de una humanidad desvalida y salvaje, poblada de individuos dispuestos a sobrevivir, no a mucho más. Y en el cruce de caminos aparece Chappie: una inteligencia artificial que, a diferencia de lo que proponen la mayoría de estas historias, arranca siendo un niño, un ser sin lenguaje, lleno de miedos, aunque pleno de curiosidad.
Un niño en medio de una guerra entre la autoridad y el crimen, cuando el crimen es la expresión de una sociedad quebrada y desigual bajo la visión del director Blomkamp. La confrontación obvia en este punto se da entre la inocencia y la maldad, entre la ingenuidad y la violencia. No se trata de elegir ganadores, ni de impartir lecciones, no hay fábula para aprender, aunque sí algunas notas para tomar.
Blomkamp logra insertar hábilmente, sin perder potencia narrativa, sin tecnificar el discurso, la preocupación más grande e inmediata con la tecnología, que acá encarna en la frontera próxima de la inteligencia artificial. El problema no son las máquinas. El problema es el humano. La pregunta de Chappie resuena aún más fuerte: “¿Por qué me hiciste para morir, creador?”.
Aunque nadie espera que próximamente emerja un nuevo organismo de las entrañas de un computador, algunas de las preguntas fundamentales en el campo de la IA tienen que ver con la forma como se puede definir en términos computacionales cosas como la ética y ciertas nociones morales que aún hoy nos resultan difíciles de resolver, como la frontera entre el bien y el mal. Además, ¿cómo se define una nueva forma de vida? ¿Acaso por que es consciente de su propia existencia? ¿Qué es la conciencia?
Próximamente es una palabra compleja si se tiene en cuenta que el poder de un teléfono inteligente hoy es varias veces mayor al de los computadores de las misiones Apolo, y esto fue hace menos de 50 años. No está de más comenzar a considerar estas cuestiones, como el impacto de la IA en la economía y las consideraciones legales detrás de vehículos que se manejan solos y sistemas de armas autónomos, apenas dos de las tecnologías que ya comienzan a mostrar avances.
Recientemente, un nutrido grupo de investigadores firmó una carta abierta pidiendo más vigilancia sobre el desarrollo de IA: “Hay un amplio consenso en que la investigación en este campo está creciendo sostenidamente. Los beneficios potenciales son enormes, pero como todo lo que la civilización tiene para ofrecer ha sido un producto de la inteligencia humana no podemos predecir lo que podremos alcanzar una vez esta inteligencia sea amplificada con las herramientas de la IA”.
Los expertos que firman la carta aseguran que es necesario establecer prioridades para que la IA resulte beneficiosa para la humanidad en campos como el impacto en la economía, en tareas específicas como la reducción de la pobreza extrema o en el análisis de vastas cantidades de información en investigaciones del campo de la salud.
Al final, Chappie, un organismo vivo de titanio y silicio, es un ser que se enfrenta a los dilemas alrededor de la identidad y la mortalidad y en el camino ofrece una revisión de ciertas fibras básicas de eso que llamamos la condición humana.