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En las nuevas guerras, aquellas en las que tal vez nadie muere (al menos no aún), se desactivan centrales nucleares en países extranjeros, se rastrean opositores políticos de cierta corriente ideológica o se consolida la censura oficial sobre la información. Todo se hace en línea y en el proceso el usuario común y corriente no sólo resulta afectado, sino utilizado como munición.
El problema con internet no es sólo la vigilancia masiva de gobiernos y agencias de inteligencia, la recolección indiscriminada de datos, metadatos, o la utilización de herramientas diseñadas para monitorear criminales, pero que terminan siendo usadas para rastrear a cualquiera, sospechoso tan sólo porque puede ser investigado. Claro, internet tiene 1.000 problemas, 1.500, 4.500. La cifra cambia según el observador. Pero quizás uno de los mayores riesgos para la red es su creciente transformación de medio de comunicación a campo de batalla para militares y gobiernos de todo el planeta.
La dinámica no es nueva, pues en últimas una guerra es, al menos en parte, el aprovechamiento de una tecnología para superar a un rival, desde la pólvora, pasando por el gas mostaza, el fósforo blanco y el poder del átomo hasta la manipulación del universo digital del enemigo, así éste sean los usuarios civiles de ese universo.
Y en esa tajada moderna de la competencia de los poderes hay cosas como los programas usados por la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU. y su contraparte británica, GCHQ (con la posibilidad de manipular el tráfico de la red, según revelaciones de Edward Snowden, extécnico de la CIA) y más recientemente el descubrimiento del “Gran Cañón”, una herramienta desarrollada en China para lograr mayor control sobre la información disponible para los usuarios de este país.
De acuerdo con un detallado reporte del Citizen Lab, de la Universidad de Toronto, “Gran Cañón” permite realizar una tarea esencial que, a la vez, puede servir a dos propósitos. La herramienta logra manipular el tráfico en línea para redirigirlo hacia un blanco determinado y, de esta forma, utilizar ese flujo de datos (conexiones de usuarios que no saben qué sucede) como munición para tumbar un sitio web determinado.
Un ataque de estas características sucedió a finales de marzo de este año contra dos portales que no son bien vistos por los censores del gobierno chino, por decirlo de cierta forma. Según el Citizen Lab, los rastros de esta acción los llevaron hasta el sistema que utiliza Beijing para restringir el acceso a información que, según su visión, es nociva para la seguridad nacional. Al llegar hasta allí notaron que la acción contra los sitios GitHub y GreatFire no fue obra de este sistema, sino que era una operación de una nueva herramienta, denominada, entonces, “Gran Cañón”.
No es la primera vez que Citizen Lab detecta este tipo de acciones, aunque quizá sí es la primera ocasión en la que se observa cómo el usuario común y corriente es convertido en munición para lograr un fin específico. En últimas, el objetivo es lograr poder. En otras oportunidades los investigadores de este centro han encontrado cómo el software de rastreo en línea ha sido vendido, sin restricciones ni condiciones, a países que, quizá, no lo usen para monitorear conductas criminales; entre la lista de compradores de herramientas como FinSpy se encuentran Baréin, Etiopía, Turkmenistán, entre otros.
“Tenemos estas enormes agencias que son reliquias de la Guerra Fría, cuyos presupuestos han crecido enormemente desde el 11 de septiembre, y que operan en total secreto. Y al mismo tiempo estamos en medio de la que probablemente es la revolución en comunicaciones más profunda en la historia de la humanidad”, en palabras de Ron Deibert, fundador de Citizen Lab.
Entre otros asuntos, el problema de usar internet como un vehículo de combate es su potencial para fracturar la globalidad y apertura de este medio de comunicación mediante lo que se conoce como balcanización de la red: la creación de redes locales que, bajo la premisa de ser más seguras, aíslan ciertas porciones del tráfico en línea del resto de las conexiones mundiales, algo así como parcelar internet.
Y en esa parcelación se pierde el alcance de una herramienta que ha resultado efectiva en la abolición de fronteras, tanto físicas como intelectuales. Y también es posible matar el espíritu mismo de la red y con éste un sueño que, bordeando la utopía, nos acercó los unos a los otros: la delgada línea entre un medio de comunicación y un arma para la guerra.