Es aterrador lo dominante que se ha vuelto Apple, ¿pero qué tan aterrador?
¿Cuán importante es que una película de Apple, fundada como una empresa de computadoras, acabe de ganar tres premios de la Academia, entre ellos mejor película? Si eres de esas personas preocupadas por el inescapable dominio económico, político y cultural que tiene ese conjunto de gigantes tecnológicos que reivindican a los nerds y se les conoce como Big Tech en inglés, ¿cuánto más pánico debería producir esto?
Farhad Manjoo - The New York Times
Tal vez nada. Por sí solo, el éxito de la temporada de premios que fue “CODA” —una película optimista sobre una familia de personas sordas que Apple compró para su servicio de televisión por suscripción en el Festival de Cine de Sundance del año pasado— será irrelevante para el inmenso balance de la empresa. Además, de cualquier modo, Apple está lejos de ser el primer intruso corporativo en encontrar fortuna (o, más a menudo, fracaso) en el negocio del entretenimiento. Durante décadas, las empresas de autopartes, los magnates canadienses del licor y las históricas corporaciones estadounidenses han ido a Hollywood en busca de otros flujos de ingreso lucrativos y joyas corporativas que realcen la marca. Sony, cuyo Walkman fue el iPod de su época, entró en el negocio del entretenimiento hace mucho, en 1989; ahora, la espaciosa biblioteca de películas de Sony incluye una docena de ganadoras del Oscar a mejor película.
No obstante, cuando “CODA” ganó la noche del domingo, me impactó una serie de reflexiones complicadas sobre este, el más grande de los titanes de las Big Tech. Y de nuevo me dejó pensando: como una fuerza cultural y tecnológica, ¿deberíamos estar más inclinados a celebrar a Apple o a temerle?
A continuación, algunas de mis epifanías.
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Primera: Vaya que Apple se está desempeñando bien estos días. Tan solo a finales de la década de 2010, con la línea Mac en picada, unos servicios de segunda en la nube y cada nuevo iPhone apenas mejor que el anterior, daba la impresión de que Apple se había vuelto un poco floja, incluso aburrida. En la década de 2020, se ha sacudido toda esa desazón. Durante el último año, me ha impresionado un desfile de productos de Apple: la velocidad de sus nuevas Mac, las cámaras y la vida útil de la batería de los iPhone más recientes, la manera en que las nuevas versiones de iPadOS y MacOS se han vuelto interoperables por arte de magia, la manera en que Face ID ahora funciona con mascarillas. En la actualidad, incluso Siri a veces es medio útil. Las victorias para “CODA” y el éxito de Apple en la emisión de video en continuo satisfacen esa historia de mayor envergadura: esta es una empresa muy bien manejada que fabrica muy buenos productos en los que los clientes están dispuestos a gastar mucho dinero.
Segunda: Sin embargo, el hecho de que una película de Apple se volviera la primera cinta de un servicio de emisión en continuo en ganar el Oscar a mejor película no solo habló de una máquina corporativa bien aceitada. Apple ingresó en el mundo del cine de la misma manera que muchos de los gigantes tecnológicos hacen muchas cosas estos días: gastó un montón de dinero para obtener un lugar prominente en un mercado dominado por empresas mucho más pequeñas y, cuando el dinero no bastó, usó sus ventajas como plataforma tecnológica para ayudarse. La primera vez que vimos este tipo de prepotencia fue en la música. En 2015, en un esfuerzo por competir con Spotify y otras emisoras de música, Apple lanzó un servicio de música que venía instalado en el iPhone y regalaba suscripciones gratuitas durante tres meses a cualquiera que lo quisiera. Las primeras reseñas contradictorias de Apple Music no importaron; debido a que estaba integrado en el dispositivo, el plan de música de Apple muy pronto obtuvo millones de usuarios dispuestos a pagar y en la actualidad en teoría tiene más suscriptores que todos sus rivales menos Spotify.
En 2019, hizo algo similar con la televisión. Apple supuestamente gastó 6000 millones de dólares en contenido para iniciar Apple TV+ y regaló un año del servicio con la venta de los nuevos dispositivos Apple. La programación de Apple TV+ estaba llena de éxitos inesperados —incluso a “Ted Lasso”, su programa más querido, le costó entrar en calor—, pero con una audiencia integrada en cada usuario de los nuevos iPhone, iPad y Mac, la empresa pudo darse el lujo de tomarse su tiempo para sentirse cómoda antes de pedirle a la gente que pagara. El éxito de “CODA” también fue una historia de la riqueza de Apple: los 25 millones de dólares que Apple gastó en los derechos de distribución de la película batieron récord en Sundance. Según The Wall Street Journal, un consultor veterano especializado en los premios estimó que Apple gastó más de 10 millones de dólares en la campaña de “CODA” para el Oscar, una cantidad mayor al costo de producción de la cinta.
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Apple puede seguir metiéndole dinero a su servicio de televisión de manera indefinida; sin ningún problema podría permitirse nunca ganar nada de dinero de TV+ y simplemente tener el servicio como una especie de proyecto para promover la marca. El ingreso de la empresa fue de unos 366.000 millones de dólares en el año fiscal 2021. El ingreso de Netflix el año pasado fue apenas inferior a 30.000 millones de dólares, más o menos el ocho por ciento del de Apple.
Tercera: Todo esto podría parecer malo: malo en el sentido de las corporaciones inmensas que engullen todo y llaman la atención de los reguladores antimonopolios. Netflix y Spotify siguen siendo empresas boyantes, pero no parece justo ni favorable para la competencia que Apple aproveche su dominio en un mercado, los teléfonos inteligentes, para sacar ventaja en otros mercados, como la música y el cine. Es especialmente problemático cuando consideras todas las reglas onerosas que Apple les impone a sus rivales por medio de su App Store. Por ejemplo, suele llevarse hasta un 30 % del ingreso que los fabricantes de aplicaciones ganan por medio de las compras dentro de las aplicaciones. Las aplicaciones de Apple no tienen que preocuparse de eso.
No obstante, de nueva cuenta, hay complicaciones en este sentido. Para empezar, en términos tradicionales, Apple no es nada cercana a un monopolio en el negocio de los teléfonos inteligentes. Aunque los analistas creen que obtiene la mayor parte de sus ganancias en la industria de los teléfonos inteligentes, su participación de mercado está a la par de muchos rivales. En 2020, Epic Games, el fabricante de “Fortnite”, demandó a Apple para pelear el 30 % de comisión y otras reglas de la App Store. El año pasado, Apple en esencia ganó el caso. “Tomando en cuenta el expediente del juicio, en última instancia el tribunal no puede concluir que Apple es monopolizadora conforme ninguna ley antimonopolios a nivel federal o estatal”, determinó una jueza federal. (Tanto Apple como Epic están apelando la decisión).
El otro giro inesperado es que a veces Apple usa su poder de mercado de maneras que sin duda son buenas para sus clientes. El ejemplo más reciente es App Transparency Tracking, una fenomenal función de privacidad que Apple agregó a los iPhone y las iPad el año pasado. El sistema toma medidas contra los abusos rampantes de la privacidad de la industria publicitaria del internet. Ahora, cuando usas Facebook, Instagram, Twitter y muchas otras aplicaciones de iOS financiadas con publicidad, Apple les exige a las aplicaciones que obtengan el consentimiento de los usuarios para recolectar parte de su información para fines de publicidad. Sorpresa: cuando obligas a las aplicaciones a preguntarles a los usuarios si quieren ser monitoreados, muchos se niegan. La cantidad exacta de usuarios se volvió evidente en febrero, cuando la empresa matriz de Facebook, Meta, anunció que la función le iba a costar 10.000 millones de dólares de ingreso a la empresa este año.
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Lamento decir que, después de considerar el alcance del poder de Apple, he llegado al tipo de conclusión de que no hay una respuesta sencilla, lo cual suelen evitar mejores columnistas de opinión que yo. Sin embargo, justo estamos en ese punto: Apple, con una valuación de unos 3 billones de dólares y con la mayor y más poderosa capacidad de operación posible, parece imparable. Por un lado, su poder de mercado es aterrador y a veces su brújula ética y moral deja mucho que desear (Véase su deferencia hacia el gobierno chino).
Por otro lado, quizá sea la mejor administrada, la más innovadora y la más amable con el consumidor de todas las villanas de las Big Tech. Tal vez esta es la mejor situación posible.
* (c) The New York Times
Tal vez nada. Por sí solo, el éxito de la temporada de premios que fue “CODA” —una película optimista sobre una familia de personas sordas que Apple compró para su servicio de televisión por suscripción en el Festival de Cine de Sundance del año pasado— será irrelevante para el inmenso balance de la empresa. Además, de cualquier modo, Apple está lejos de ser el primer intruso corporativo en encontrar fortuna (o, más a menudo, fracaso) en el negocio del entretenimiento. Durante décadas, las empresas de autopartes, los magnates canadienses del licor y las históricas corporaciones estadounidenses han ido a Hollywood en busca de otros flujos de ingreso lucrativos y joyas corporativas que realcen la marca. Sony, cuyo Walkman fue el iPod de su época, entró en el negocio del entretenimiento hace mucho, en 1989; ahora, la espaciosa biblioteca de películas de Sony incluye una docena de ganadoras del Oscar a mejor película.
No obstante, cuando “CODA” ganó la noche del domingo, me impactó una serie de reflexiones complicadas sobre este, el más grande de los titanes de las Big Tech. Y de nuevo me dejó pensando: como una fuerza cultural y tecnológica, ¿deberíamos estar más inclinados a celebrar a Apple o a temerle?
A continuación, algunas de mis epifanías.
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Primera: Vaya que Apple se está desempeñando bien estos días. Tan solo a finales de la década de 2010, con la línea Mac en picada, unos servicios de segunda en la nube y cada nuevo iPhone apenas mejor que el anterior, daba la impresión de que Apple se había vuelto un poco floja, incluso aburrida. En la década de 2020, se ha sacudido toda esa desazón. Durante el último año, me ha impresionado un desfile de productos de Apple: la velocidad de sus nuevas Mac, las cámaras y la vida útil de la batería de los iPhone más recientes, la manera en que las nuevas versiones de iPadOS y MacOS se han vuelto interoperables por arte de magia, la manera en que Face ID ahora funciona con mascarillas. En la actualidad, incluso Siri a veces es medio útil. Las victorias para “CODA” y el éxito de Apple en la emisión de video en continuo satisfacen esa historia de mayor envergadura: esta es una empresa muy bien manejada que fabrica muy buenos productos en los que los clientes están dispuestos a gastar mucho dinero.
Segunda: Sin embargo, el hecho de que una película de Apple se volviera la primera cinta de un servicio de emisión en continuo en ganar el Oscar a mejor película no solo habló de una máquina corporativa bien aceitada. Apple ingresó en el mundo del cine de la misma manera que muchos de los gigantes tecnológicos hacen muchas cosas estos días: gastó un montón de dinero para obtener un lugar prominente en un mercado dominado por empresas mucho más pequeñas y, cuando el dinero no bastó, usó sus ventajas como plataforma tecnológica para ayudarse. La primera vez que vimos este tipo de prepotencia fue en la música. En 2015, en un esfuerzo por competir con Spotify y otras emisoras de música, Apple lanzó un servicio de música que venía instalado en el iPhone y regalaba suscripciones gratuitas durante tres meses a cualquiera que lo quisiera. Las primeras reseñas contradictorias de Apple Music no importaron; debido a que estaba integrado en el dispositivo, el plan de música de Apple muy pronto obtuvo millones de usuarios dispuestos a pagar y en la actualidad en teoría tiene más suscriptores que todos sus rivales menos Spotify.
En 2019, hizo algo similar con la televisión. Apple supuestamente gastó 6000 millones de dólares en contenido para iniciar Apple TV+ y regaló un año del servicio con la venta de los nuevos dispositivos Apple. La programación de Apple TV+ estaba llena de éxitos inesperados —incluso a “Ted Lasso”, su programa más querido, le costó entrar en calor—, pero con una audiencia integrada en cada usuario de los nuevos iPhone, iPad y Mac, la empresa pudo darse el lujo de tomarse su tiempo para sentirse cómoda antes de pedirle a la gente que pagara. El éxito de “CODA” también fue una historia de la riqueza de Apple: los 25 millones de dólares que Apple gastó en los derechos de distribución de la película batieron récord en Sundance. Según The Wall Street Journal, un consultor veterano especializado en los premios estimó que Apple gastó más de 10 millones de dólares en la campaña de “CODA” para el Oscar, una cantidad mayor al costo de producción de la cinta.
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Apple puede seguir metiéndole dinero a su servicio de televisión de manera indefinida; sin ningún problema podría permitirse nunca ganar nada de dinero de TV+ y simplemente tener el servicio como una especie de proyecto para promover la marca. El ingreso de la empresa fue de unos 366.000 millones de dólares en el año fiscal 2021. El ingreso de Netflix el año pasado fue apenas inferior a 30.000 millones de dólares, más o menos el ocho por ciento del de Apple.
Tercera: Todo esto podría parecer malo: malo en el sentido de las corporaciones inmensas que engullen todo y llaman la atención de los reguladores antimonopolios. Netflix y Spotify siguen siendo empresas boyantes, pero no parece justo ni favorable para la competencia que Apple aproveche su dominio en un mercado, los teléfonos inteligentes, para sacar ventaja en otros mercados, como la música y el cine. Es especialmente problemático cuando consideras todas las reglas onerosas que Apple les impone a sus rivales por medio de su App Store. Por ejemplo, suele llevarse hasta un 30 % del ingreso que los fabricantes de aplicaciones ganan por medio de las compras dentro de las aplicaciones. Las aplicaciones de Apple no tienen que preocuparse de eso.
No obstante, de nueva cuenta, hay complicaciones en este sentido. Para empezar, en términos tradicionales, Apple no es nada cercana a un monopolio en el negocio de los teléfonos inteligentes. Aunque los analistas creen que obtiene la mayor parte de sus ganancias en la industria de los teléfonos inteligentes, su participación de mercado está a la par de muchos rivales. En 2020, Epic Games, el fabricante de “Fortnite”, demandó a Apple para pelear el 30 % de comisión y otras reglas de la App Store. El año pasado, Apple en esencia ganó el caso. “Tomando en cuenta el expediente del juicio, en última instancia el tribunal no puede concluir que Apple es monopolizadora conforme ninguna ley antimonopolios a nivel federal o estatal”, determinó una jueza federal. (Tanto Apple como Epic están apelando la decisión).
El otro giro inesperado es que a veces Apple usa su poder de mercado de maneras que sin duda son buenas para sus clientes. El ejemplo más reciente es App Transparency Tracking, una fenomenal función de privacidad que Apple agregó a los iPhone y las iPad el año pasado. El sistema toma medidas contra los abusos rampantes de la privacidad de la industria publicitaria del internet. Ahora, cuando usas Facebook, Instagram, Twitter y muchas otras aplicaciones de iOS financiadas con publicidad, Apple les exige a las aplicaciones que obtengan el consentimiento de los usuarios para recolectar parte de su información para fines de publicidad. Sorpresa: cuando obligas a las aplicaciones a preguntarles a los usuarios si quieren ser monitoreados, muchos se niegan. La cantidad exacta de usuarios se volvió evidente en febrero, cuando la empresa matriz de Facebook, Meta, anunció que la función le iba a costar 10.000 millones de dólares de ingreso a la empresa este año.
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Lamento decir que, después de considerar el alcance del poder de Apple, he llegado al tipo de conclusión de que no hay una respuesta sencilla, lo cual suelen evitar mejores columnistas de opinión que yo. Sin embargo, justo estamos en ese punto: Apple, con una valuación de unos 3 billones de dólares y con la mayor y más poderosa capacidad de operación posible, parece imparable. Por un lado, su poder de mercado es aterrador y a veces su brújula ética y moral deja mucho que desear (Véase su deferencia hacia el gobierno chino).
Por otro lado, quizá sea la mejor administrada, la más innovadora y la más amable con el consumidor de todas las villanas de las Big Tech. Tal vez esta es la mejor situación posible.
* (c) The New York Times